domingo, septiembre 07, 2008

Beatriz.




Era nuevo en el colegio. Comencé a ir a clase en el autobús veintiuno. Me sentaba solo en un asiento de atrás mientras concebía luchas gloriosas entre mis soldaditos de plástico azul: el yankee y el confederado.




Hasta que un día alguien también nuevo se sentó mansamente a mi lado. Entonces cambié mis soldados por las sonrisas y bromas de Beatriz.


Por las mañanas, ella no venía, sus padres la llevaban al colegio. En cambio por las tardes, durante la media hora larga que duraba el trayecto a mi casa, yo era feliz.
Beatriz era preciosa. Sus ojos grandes y redondos como gemas relucientes, resaltaban vivarachos y burlones y su sonrisa, mostrando su dentadura blanca y naciente, era un vivo murmullo de agua cristalina.
Jugábamos a lo que ella deseara, y no es que fuera caprichosa e impusiera sus manías. Ocurría que yo me sentía incapaz de decirle que no a lo que fuera.
Comenzábamos inventando juegos de palabras y a menudo acabábamos forcejando. Como yo era más fuerte la apresaba por las manos y entonces podía palpar su cálida y húmeda piel. Y así nos quedábamos, contemplándonos primero con arrebatador frenesí, luego en silencio, y al final retirábamos las manos con síntomas de vergüenza inexplicable.

Pasaron dos años y crecimos. Nos aficionamos al juego de ajedrez. Jugábamos partidas rápidas y ella casi siempre me vencía. Y yo, pese a no querer demostrarlo, terminaba irritándome. Recuerdo el día en que después de ganarme, sin explicarme el porqué me besó en la mejilla. Me ruboricé. Pero aún recuerdo con mayor tristeza el día en que por primera vez nuestras vidas, se separaron. Ocurrió cuando tras atravesar una larga enfermedad repetí curso. Desde aquel día ella se volvió soberbia o no le quedó más remedio que serlo, porque así funcionaba la ley en la escuela.
Luego se hizo de ciencias, estudió veterinaria en la Complutense, en tanto yo daba tumbos por la vida sin saber hacia donde me arrastraba el oscuro y denso fluir de los fulminantes rápidos en que me sentía apresado.

Hubo una fiesta atropellada en una casa cualquiera donde por avatares de la vida la encontré. Decidimos escapar del bullicio y en un local apartado y solitario, recordamos los años dorados y acabamos sellando nuestras confesiones mediante unos primeros besos de ensueño.
Después una despedida, promesas de conservar viva la relación y nada más…
Pasado un año el reencuentro “casual” se reprodujo en un bar. Ella aguardaba a ciertas amigas y yo otro tanto de lo mismo.
Un par de cervezas, sonrisas, miradas de complicidad, amor y nada más…
Luego más años y otra fiesta en la que por “casualidad,” el chico que organizaba el evento, siendo amigo de ambos, nos permitió quedarnos en su casa. Nos acostamos e hicimos el amor, y a la mañana siguiente estábamos convencidos; ya nada podría separarnos. Desayunamos, nos besamos y acabamos jurándonos amor eterno.
A continuación una despedida más y… punto.
Pasaron ciertos años y hubo un nuevo reencuentro, ahora en un autobús. Yo escuchaba música en un casete con auriculares. Se los puse. Le encantó. Quedamos en vernos. Me insistió en que la llamara sin falta, se lo debía, me necesitaba, dijo, y me dejó su teléfono…

Deseaba verla pero no la llamé. No sé por qué… ¡no lo hice!

Transcurrieron muchos más años. Había quedado con mis amigos, era de noche, diluviaba. Caminaba pensando en que aquel era el peor día para salir. En un momento dado acudí a refugiarme bajo una esquina en una plaza oscura, sin apenas iluminación, y allí estaba ella.
Permanecimos mirándonos unos instantes, en silencio, como si no nos conociéramos. Entonces yo, sin siquiera mirarla, la saludé y le hice la pregunta inevitable.
- ¡Qué tal Beatriz!
- ¡Oh! Hola…
- Y… Cuéntame. ¿Cómo estás?
Se quedó mirándome en silencio. Sólo estábamos los dos. De pronto me observó con una sonrisa irónica y dijo.
- ¿Beatriz? Ya no estoy… Y prosiguió.
- Me fui mientras aguardaba la llamada que nunca me hiciste…
Y yo pregunté.
- Dónde. ¿A dónde te has ido?
Ella bajó los ojos frunció el entrecejo de forma disgustada y prosiguió.
- Lejos… Ahora estoy lejos.
Alzó la mirada. Sus ojos brillaban de una forma extraña. ¿Lloraba? Añadió.
- Escucha, ya no habrá más encuentros.
Y yo, desquiciado, le pregunté.
- Por qué. ¿Porqué no puede haber más encuentros? ¿Por qué no podemos vivir juntos para siempre?
Ella me miró con ojos suplicantes y me dijo.
- ¿No lo entiendes? Mírate. Ya eres viejo, casi un inútil. Se acabó. Es demasiado tarde. Ya no queda nada entre nosotros.
Gimiendo, le dije.
- Cómo… ¿Cómo puedes ser tan dura? ¿Cómo puedes hablarme de esa forma? Tú que nunca has sido así.
Y ella contestó.
- En efecto, yo nunca he sido así…
Hubo un instante de silencio, continuó.
Porque yo… jamás he sido… O acaso me ves. ¿Puedes verme? ¡Mírame con atención!
Y mientras hablaba su silueta fue haciéndose más y más tenue hasta desaparecer diluida en el turbio contraste de la oscuridad.
Solo entonces lo comprendí con conmoción, padecimiento, y pavor. ¡Beatriz había escapado! Había huido para siempre; de mi vida, de mi mente, y de de mi locuaz clarividencia… Pues tan sólo había existido en mi ilimitada y devastadora imaginación...

José Fernández del Vallado. josef. 1 Abril 2007.



10 libros abiertos :

dijo...

Que historia genial!
me encantó como la contaste, el realismo que le diste.
Ella existía en tu imaginación, en tus ganas, en tus deseos, como un amor platónico...
bello, hermoso, no se que más decir...
Besos

...flor deshilvanada dijo...

Fascinante este cuento, Josef!

Creo que muchos de nosotros tenemos amores immaginarios... cuando era adolescente lo tuve :)

Un besito!!

Mos dijo...

La necesidad de amar. De estar en la vida de alguien. De sentirnos correspondidos. Todo eso puede hacer que nos hagamos un mundo ilusorio, paralelo a la realidad y que nos mantenga en pie.
Historia tierna y humana. Con mucho sentimiento y algo de tristeza.
Un abrazo de Mos desde la ESFERA.

Anónimo dijo...

Por dios, nunca pensé que fuera su imaginación, que loca tu historia Josef.
muy bueno el cuento
besos

Sintagma in Blue dijo...

Nada como la imaginación.

mia dijo...

Parece que me empecino

en hacer los sueños míos

y ajenos,realidad!

Cómo que nunca? Y aquella vez

esa que no la llmaste

sin saber porqué?

Con quien soñaste cada cita

si no era Beatriz,la exquisita?

No me rindo,brota de tu consciencia

como un fantasma,tendré paciencia!


♥♥♥besos♥♥♥

TORO SALVAJE dijo...

De un tirón y cada con más interés. Te estás convirtiendo en un maestro.

Saludos.

Luar dijo...

Sencillo, bello y un poco triste.
Me encanto!

Abrazo...

Vivianne dijo...

Duele...se siente... te desarma y te deja con sabor amargo, va y viene como las olas en una playa desierta, ensoñación ilusión deseos y el final de una historia que te calcina las entrañas, me sigue doliendo...nadie como tu JOSECITO!!!

Dolores Garibay dijo...

Creo que todos tenemos una Beatriz en nuestra vida...

Besos chilangos y nostálgicos

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