viernes, octubre 31, 2008

¿La solución? El chocolate.


La serpiente me quedó más gorda de lo previsto, comprobé, debió ser por la bola de arcilla que se comió durante la noche. El día anterior se pasó todo el tiempo mirándola y le lloraban los ojos del hambre. Mi profe dice que las serpientes son delgadas como churros, no como yo que soy gordito y pelirrojo. Yo sé , me lo dijo mi hermana Gabriela, que en las chocolaterías hay serpientes que se alimentan de chocolate y están como palillos de dientes. Papá no me saca a la calle; le da miedo. Dice que soy diferente, tengo síndrome de... “¿Town?.” Creo que en realidad es por las serpientes; le dan miedo. La solución es el chocolate. Mañana le daré un huevo Kinder y se pondrá más fina que un churro... 

José Fernández del Vallado.josef. 2008




jueves, octubre 30, 2008

La isla.


Se amaban. Ella lo amó desde un primer instante y él a su vez la fue amando cada día un poco más, aprendiendo a considerar su sensible carisma de mujer. Se desearon con placer, disfrutando de cada instante repartidos por los rincones de la isla. Sus brazos recorrieron las fracciones de sus cuerpos agostados, gélidos, calientes, poderosos, humanos... Dos seres con capacidad para pensar de forma tranquila y natural en un mundo aplastado por las devastadoras fuerzas de la iniquidad y la idiotez. 

Ni siquiera hubo días plomizos de invierno, ni bochornos de verano achicharrado, con sol plomizo o lluvia fría y pegajosa que pudieran detener la solvencia de aquella pasión.
Se entendieron. Ella lo supo desde un primer instante, y él la fue comprendiendo cada día un poco más, juzgándose mutuamente, sin alterarse, sin divinidades ni proverbios, sin despegar las piernas del suelo de la isla. Donde siempre se hallaban: unidos, abiertos, sonrientes, casi enraizados, materializados en promesa de fértil vivencia... 
Sin embargo algo sucedió. El tiempo, decisiones externas, incongruencias que jamás habían existido, hicieron su aparición y comenzaron a marcar el impás. 
De súbito, los días transcurrían sin conseguir enlazar con el Ferry que los librara del islote de soledad en el cual se plegaron. Estaban aislados; arrinconados en un lugar solitario, enviciado y asfixiante. Sin darse cuenta se convirtieron en adictos apasionados de su fe en ellos mismos. Luchaban por mantener dogmas enfermizos y desgastados... Mientras, seguían tecleando textos de redención, amistad y promesa, a la espera de que el nuevo día amaneciera y aliviara penas presentes, pasadas y venideras. Recompensa a un mérito que decidiría si habían superado el listón para levar anclas y escapar del aislamiento traicionero de un lugar sin limitaciones y limitado en su conciencia.

Él tendía la mano y ella se deslizaba girando, discurriendo una y otra vez por las estrechas veredas de un islote sin márgenes aparentes. Él volvía a tender la mano, y ella pensaba y actuó por su cuenta. Era independiente, siempre lo fue. Le agobiaba ser de una forma distinta, aunque quizá todo consistiera en descifrar una clave...

¿Continuaban atrapados? No, ella podía salir. Sabía cómo hacerlo, y moverse a través del estrecho círculo del islote a su gusto; y decidió ponerlo en práctica. 
Se marchó un día ni de verano ni de invierno, ni frío ni cálido. Se fue buscando ese sol anhelado que no parecía vislumbrar en el islote, su islote... ¿Querido o ya aborrecido?

Él permaneció en cuclillas, con ambos brazos extendidos; mientras trataba de conservar el aroma de ella que jamás atrapó en el exterior de su piel. La boca en un gesto torcido, desvaído... La mirada perdida, lúgubre y remisa a creer en la búsqueda que ella emprendía... ¿Para qué? Si partía a contemplar el océano desde una perspectiva a la cual él no podía acceder. Y si no contaba con él en el lugar que más anhelaba, si no deseaba estar a su lado para descifrarle aquellas claves necesarias para salir, entonces ¿prefería mantenerlo allí encerrado para siempre?

Amaneció un nuevo día. El hierbazal junto al acantilado seguía siendo de un verde intenso, húmedo fresco y oloroso. En cambio, oscuros nubarrones se cernían en un horizonte más denso y lejano que nunca.

Caminó hasta el borde y se sentó. Desde aquella posición por primera vez se sintió dueño del islote. Permaneció pensativo, sin moverse, con las manos sobre las rodillas y la expresión hirsuta. Habían transcurrido dos días. Para algunos quizá pueda parecer un lapso corto de tiempo pero para él significaba una eternidad. ¿Y ella...? Continuaba sin regresar...

José Fernández del Vallado. Josef. Julio 2007.



miércoles, octubre 29, 2008

¿Y TÚ DICES NO A LA VIOLENCIA?


Estoy de acuerdo en que el mundo grite: ¡NO A LA VIOLENCIA! a las guerras y a los toros, pero diré algo para derrumbar tu conciencia o tus esquemas. No lo hago a mala idea. Sólo es para que veas quienes somos realmente NOSOTROS. Este mundo que clama no a la violencia y a las guerras. Los políticos, propugnan la paz, y están a la cabeza – por un lado – mientras por otro, mantienen abiertas y en funcionamiento enormes fábricas de armamento. Es un mundo de “fábricas” que contaminan y ensamblan armas de precisión milimétrica, hechas para asesinar. Desde luego, no las verás con nombres belicistas, porque están encubiertas, pero tenlo por seguro están aquí, dentro de nuestro territorio; de hecho, muchos viven al lado de ellas sin siquiera darse cuenta. España fabrica pistolas, granadas, blindados, corbetas y fragatas, misiles de alcance medio, submarinos tácticos de ataque, e incluso e oído que existe una fábrica de peligrosas minas anti persona. Todo está apoyado y financiado por nuestro gobierno y estas armas van a parar:


a)A la policía.


b)Al Ejército que las prueba (todos los años hay desgraciados accidentes de militares que ni se mencionan en los periódicos).


c)A las bandas de violentos, narcos y mafia (Incontables asesinatos por ajustes de cuentas y narcotráfico).


d)A los terroristas.


e)A los países que libran guerras y están en estados precarios como sucede, por ejemplo, con nuestra vecina y cercana África. Las guerras que allí tienen lugar, están financiadas por el dinero de occidente – NUESTRO DINERO – eso tampoco te lo cuentan. Las contiendas repercuten en el medio ambiente de estos países. Sus parques naturales son devastados, sus riquezas esquilmadas, su fauna maltratada vendida y se trafica hasta la extinción.

En este mismo mundo, nuestro mundo, tras cobrarse a tiros durante una maravillosa mañana de caza unas trescientas o más perdices por el placer de la diversión, nunca por el de la subsistencia, se dice no a la guerra. A continuación se preparan unas tortillas de patatas, se llenan unas botas de tinto, y se va a festejar a una plaza de toros. ¿Y a festejar qué te preguntarás? Pues el baile o fiesta de la SANGRE. Sí. Porque en realidad éso y nada más es lo que (¿te atrae a ti también?) excita a la gente: La sangre, el peligro, el olor a miedo y a muerte, y la misma muerte. Nada como el morbo de ver morir en directo. Éste, amigo/a mio/a, no es nuestro mundo, sino nuestro sistema de vida. Somos depredadores: Asesinos. De hecho, la humanidad siempre se comportó como tal. Si no, respóndeme a algo. ¿A quien sino a un humano se le ocurrió el tormento más espantoso para matar haciendo sufrir a otro humano? Por favor, pincha en la siguiente palabra: “Empalamiento” y lee en Wikipedia con mucha atención – si no se te revuelven las tripas –, lo que es capaz de hacer el hombre y con qué crueldad para asesinar a otros de su especie, y dime, luego ¡DIME!, si nosotros somos esa raza honesta, caritativa e inteligente, o por el contrario somos cobardes, arteros y crueles, y merecemos un castigo. El castigo que nos estamos labrando. Nuestro auto exterminio.

Lamento ser tan duro, pero hoy, como tantos días, estoy cansado del juego de siempre: La hipocresía; en la cual nos embriaga un sistema tan preocupado ahora por recuperar sus “NACIENTES VALORES CAPITALISTAS” y en “REFUNDAR EL CAPITALISMO” y a la vez tan indiferente y cruel hacia este otro mundo, el de quienes no ganan siquiera veinte euros al mes, el de quienes nacieron para ser carnaza de NOSOTROS, los dioses de occidente, y de ellos, los dioses de Oriente.

¡Un abrazo amigo! Que la suerte te acompañe. Pero sobre todo, cuídate mucho, y camina a este lado de la línea, no vayas a cruzarla y te conviertas mañana en blanco de nuestras armas, y de asesino, pases a resultar carnaza. Porque ¿sabe alguien hasta dónde se extiende este lado de la línea? Hoy sé con claridad una cosa. Empieza allí, EN WALL STREET, pero no tiene final, su límite está sujeto a los cánones que dicta el Imperio de la muerte, y ese Imperio es un juego de ruleta rusa, de oscilaciones de mercado, de bolsas, de corredores de apuestas que trafican con tu dinero en todo el mundo... O sea, las grandes multinacionales te tienen ya en sus manos, y juegan entre ellas con sus reglas, una enorme partida de pocker sobre el mapa de la tierra.

¿Cuándo podrá desmontarse este entramado fatal?
Sigue ahí, espera para hacerlo. Y si lo haces, no lo hagas nunca en nombre de una religión, ni de un movimiento político, ni de cualquier doctrina imperante y oportunista. Hazlo porque es necesario. Hazlo por ti y por nosotros, asesinos en masa que todos los días miramos para otro lado, y no sólo matamos un toro, ejecutamos millones de reses, lechones, corderos, perdices, conejos, liebres, jabalíes, aves de presa, felinos en peligro de extinción y multitud de especies de aves; capturamos ingentes toneladas de pescado y labramos la tierra hasta llevarla a sus límites y erosionarla sin remedio, y todo ello, sin mirar más allá de nuestras narices. Por fortuna somos prácticos, y vivimos al día. En general siempre hicimos así. Total, mientras haya unos cuantos que disfruten de los mejores manjares y vivan rodeados de esclavos, aunque nieguen la esclavitud, y controlen el negocio del mundo, aunque nieguen ejercer tal control, y sean solo unos cien millones dentro de un mundo poblado por seis mil millones de almas, la ruleta seguirá funcionando hasta sus últimas consecuencias.

Un saludo amigo. ¡Sí, te hablo a ti! Al ése que mira indiferente. Al que se divierte despreocupado. Al que no le importa tirar un papel al suelo, dejar abierto el grifo del agua, utilizar bolsas de plástico, ni gastar menos. Al que opina que todo esto es desmesurado y apocalíptico porque vive subido a horcajadas sobre los demás. Al que caza sin sentido sintiéndose poderoso, al que pesca toneladas de bancos de peces sin buscar solución, al que mata por diversión, al que devora lo que no se debe devorar y sobre todo al que vive en la cima de la vida, y maneja nuestras vidas, creyendo que el desastre del mundo jamás le alcanzará. A ti “ser humano.”

Ten mucho, mucho cuidado, pues a partir de ahora tu tiempo sobre el planeta está realmente en el límite. Está contado. Todo depende de que toques la pieza equivocada. Entonces tu castillo de oro, ese oro que amaste más que a la vida de tus súbditos, que te hizo enloquecer, por el cual cometiste crímenes injustos, sangrientos, y destruiste culturas milenarias, se desmoronará para siempre. Y no se oirán más cánticos de placer y alegría, ni risas, ni el lloro tierno de un bebé, ni se verán más abrazos, ni el beso de unos enamorados, ni se oirá la voz alegre de los jóvenes, ni la brisa del viento al amanecer, ni el sol de un atardecer. No habrá futuro. No habrá nada. Sólo un vacío espeluznante de vasta e ilimitada eternidad...

José Fernández del Vallado. Josef. 2008.


domingo, octubre 26, 2008

Octubre, A Veces...

A principios de octubre, apiñado entre el desorden floreciente de mi viejo piso, encontré un teléfono perdido. Estaba en un antiguo listín, marqué y se puso Cristina – ex compañera del trabajo – y a quien no veía desde hacía más de diez años.

Resultó ser de “ésos y ésas” a quienes la idea de reencontrarse con el pasado no les desagrada, aunque esté algo vetusto y apolillado. Se puso eufórica y soltó lo que unos cuantos tras años de esforzado marrón, desearíamos decir: “Me va todo excelente.” Primero dudé pero al fin me lancé y le pregunté a qué se dedicaba. Dándose aires de misterio me contó un rollo Macabeo de paquetes de acciones, inmobiliaria, subidas y bajadas de bolsa, y etc. Finalmente me preguntó por mi mujer. Cuando le contesté que no me había casado ni convivía con nadie, pareció dudar, y en plan chistoso opinó que en la oficina hasta las más puestas estaban enamoradas de mí. Le respondí con un agrio: “En la vida todo es posible.” De nuevo me preguntó:
- “Oye. No estabas tú con Vega, la belleza francesa.”
Le dije que aquello duró lo que un par de veranos. Entonces aprovechó para sacar a colación que era casada, divorciada, y de nuevo casada. No perdió el tiempo, dio el siguiente paso y me invitó a un festejo en su casa.

Su casa, o más bien su mansión, estaba en una lujosa urbanización a las afueras. Llegué un atardecer de fin de semana. Lo confieso, de entrada no me asombré. Era el clásico chalé de nuevo rico, de esos que empiezan a surgir aquí y allá en un país en el que al tiempo que se pierde el gusto por el arte, la ley de cohecho parece adquirir una lucrativa relevancia. Su estilo alternaba victoriano con gótico, modernismo y art decó, y un ligero matiz de depravación churrigueresca. En resumen, era lo que suelo llamar: “Pastel.” Me pareció normal y sistemático que metidos en semejantes negocios, a ella y a su marido pudiera irles tan bien, y no me asombró o sí me asombró, encontrar la entrada plagada de limusinas, de esas que se ven en las pelis sobre multimillonarios. Traspasada la puerta tampoco me asombró o sí me asombró, recorrer una avenida cubierta por hojas de plátanos de indias y arces canadienses, que le daban al recorrido una viveza escarlata. Una vez en el jardín me deslumbró encontrar estatuas vivientes. Sobre basas de granito, iluminadas por reflectores de diversas tonalidades, damas desnudas pintadas del color de la escayola posaban imitando esculturas clásicas. Algunas estaban rodeadas de ociosos visitantes, que tras ofrecer unos billetes, obtenían derecho a sobarlas. Dentro, unas escalinatas estilo “lo que el viento se llevó.” Y al fondo de un inmenso salón, echadas sobre almohadones persas o de “Las Mil y una Noches,” estaban ellas. Cristina lucía un aparatoso atuendo oriental, y a su lado con las piernas cruzadas, disfrazada de Cat Woman, hallé la sorpresa. Los ojos de mi ex: Vega, me exploraron casi con el mismo asombro y recelo que yo experimenté hacia ella. Al instante comprendí que había sabido cambiar y reflotarse antes de que nuestro barco se hundiera. Avispada mujer.

Nueva sorpresa. Se presentaron ante mí como matrimonio. Creí que era una broma, nada de eso. Tras un exitoso divorcio con su último marido – había vencido en la vista, me comentó satisfecha Cristina – ella y Vega se habían comprometido, y ahora, colocadas y sonrientes, parecían disfrutar de una segunda juventud potentada, claro está, pues no cesaban de esnifar ralla tras ralla de coca. Y como todo hay que decirlo, convengo que en la vida había visto rular tanta mierda y ostentación, ni siquiera en mis años mozos de “niñato hijoputa.”
Mis pensamientos se interrumpieron ante una interpelación.
- Qué ¿Te sigue gustando?
Era Cristina. Me había tomado del brazo. La miré con incredulidad, pues flaseado como estaba, tardé en comprender. Cuando lo hice poniendo ojos bravucones, puse un dedo en la punta de mi nariz y negando, le dije.
- Quién... ¿Vega? No. Nunca me gustó. Excepto porque tiene un buen polvo.
Se cruzó de brazos, me miró de soslayó, y dijo.
- Ya... Tú eres como los demás. Follar y nada más.
Sonreí y di unas palmadas.
- No, ni siquiera te acercas. Alce la copa, la paseé ante sus ojos, y proseguí.
- Verás. La que me gustaba eras tú. ¿Lo sabías?
- Hum... Pues no.
- Pues sí. Te quería. Me resultabas dulce y tierna así como eras, trabajadora y esforzada. Sí, estaba enamorado de ti. Pero tú ¡ni plim! Siempre pasaste de mí.
- Vaya. Lo siento Edu, lo siento de verdad. Sabes yo...
De pronto su expresión cambió, se ensombreció y tomándome de una mano sin dejar de oprimir, dijo hablándole al aire.
- Algunos atardeceres, cuando regreso del trabajo por el sendero que conduce al chalé, me doy cuenta de que todo se ha teñido de rojo y eso me aterra. Alzó la mirada y por un breve instante vislumbré unos ojos angustiados. Y añadió.
- Hay algo que no me gusta de esta época y de esta nueva vida tan opulenta se dice, ¿verdad?
Sí. Suele decirse...
Bajó la mirada hacia el suelo y musitó una frase que no comprendí, dijo.
- “Octubre a veces es como un baño de podredumbre.”

Nos separamos unos instantes. Al rato, comencé a pasarlo bien. Lo cierto es que como un imberbe caí en la tentación, y en un par de horas estaba narcotizado y reía cual abúlico embriagado. La noche se transformó en madrugada y un buen número de invitados abandonaron la casa.
Quedarían unas quince o veinte personas cuando aparecieron aquellos apuestos caballeros caracterizados de cuatreros del Oeste, un pañuelo cubría sus rostros y les daba una apariencia de misterio. Se encaramaron a la barra, bebieron unos tragos, rompieron varias botellas sobre el mostrador, prorrumpieron en aullidos y comenzaron la interpretación. Disparaban en todas las direcciones, la gente reía a carcajadas. Algunos figurantes que llevaban bolsitas con tinta roja entre la ropa, se dejaban caer como muñecos deslavazados. Estaba sentado entre ambas. Miré a Cristina feliz por el espectáculo y ella me miró con expresión asombrada, su boca se entreabrió y trató de decir algo, pero los ojos se le volvieron y expulsó un hilillo de sangre. Algo pesado se precipitó sobre mis piernas, bajé la vista y encontré la cabeza de Vega o más exactamente su nuca hundida de cara entre mis muslos. Mis pantalones se empaparon, sentí fluir la sangre caliente. Aterrado, volví la mirada a los hombres y comprendí: Disparaban munición real. Era una masacre. No lo pensé, actué. Me tumbé y entremezclé entre los cuerpos de Vega, Cristina, algunos más y aguanté. Transcurrió un intervalo demencial entre gritos, aullidos, súplicas. Se oyó una voz que clamaba.
- “Nadie que esté vivo rebaja a Marcelo Motta a la burla y al desprecio.”
Después, excepto leves quejidos, se hizo el silencio.

Tras media hora o más me incorporé con dificultad mientras gemía de horror al comprobar que todos habían sido asesinados. Todos no, Cristina estaba temblando allí mismo. Gateaba con una pierna ensangrentada. Sentí escalofríos al verla. Crucé los brazos tratando de arroparme, sin saber qué hacer. Y tan sólo pensé en una cosa. Aquel chalé tenía un jardín desmesurado y tratándose de una fiesta, el escándalo ni siquiera habría llamado la atención. Sin pensar más lo hice, la tomé entre mis brazos y comencé a caminar. En instantes discurríamos por la avenida de hojarasca en dirección a la salida, nos topamos con algunos cadáveres desparramados. Y a cada paso que daba tuve más claro el panorama: Debía escapar. ¿Si me pillaba la policía qué haría, qué diría? Nada. Porque yo no sabía nada. Ni siquiera quien era Marcelo. Pero ¿y Cristina? Ella desde luego tenía un problema, aquel hombre debía tener la clave. ¿Tal vez era su ex marido? Eso tampoco importaba, porque la policía aparte de encerrarla, no le iban a resolver sus problemas.
Los de seguridad estaban en el garito, muertos. Llegué hasta mi automóvil y deposité el cuerpo de Cristina en el asiento de atrás. Sin hablar le di un beso. Me miró con ojos atormentados. Arranqué y me alejé.
De pronto me vi avanzando sobre un camino de sangre, y recordé sus palabras, tergiversadas bajo un leve y apocalíptico matiz:

“Octubre es un baño de sangre.”

José Fernández del Vallado. Josef. Oct. 2008.



jueves, octubre 23, 2008

Un Dia de Campo.

Acaba de llover y un musgo verde y brillante cubre las rocas de la pradera. Formando regueros de agua, dispersos sobre el suelo acolchado, brotan diminutos arroyos. El jaral cercano despide un olor enérgico, como la savia que brota de sus hojas pegadizas. Una ligera brisa mece las copas de los árboles y las balancea al compás de un silbido, profundo y bullicioso.
Josemari excitado, grita: 
- ¡Una..! ¡Aquí! 
Juan corre hacia su primo. Josemari tiene a la culebra por la cola, tira de ella y la extrae del charco donde el ofidio en vano trata de refugiarse. Lo arrastra unos metros y lo libera sobre un manto de hierba húmeda. El reptil no huye, se enrolla y les hace frente. Ambos se detienen pasmados. Juan le pregunta a Josemari.
- Estás seguro... ¿Es una culebra de agua? 
Josemari parece dudar. Resopla, y tomando aire de nuevo, sostiene.
- Sí... una acuática. Mira su cabeza, no es triangular.
Juan intenta acercarse, el ofidio produce un bufido. Se retira, junta sus dedos, dibuja un triangulo en el aire, y dice.
- ¿Que no es triangular...? Pues a mí me lo parece.
Josemari se ríe y dice.
- ¡Venga ya... primo! ¿Estás cagado, verdad? Y eso que es una vulgar serpientita. Aquí no hay víboras. Anda, dame el palo. La meteremos en el frasco y verás como nada. 
Con el palo en una de sus manos Josemari se acerca a la serpiente que de pronto, brinca y retrocede. Decidido, él apenas se impresiona. De un movimiento veloz la aprisiona con el opresor y con la otra mano la sujeta por el cuello.
- El bote primo. ¡El bote!
Juan, desconfiado, se acerca con el recipiente abierto y lleno de agua. Josemari la introduce, y de un movimiento preciso, la libera. Con el ofidio dentro cierra la tapa y observa satisfecho, luego se vuelve a Juan y le dice
- ¡Ves! Te lo dije. Es una serpiente de agua. Mira como nada.
- Vaya... La serpientita sabe nadar, reconoce Juan. Y se ríe con nerviosismo.
El atardecer cae sobre el monte. Josemari y Juan regresan a sus casas contentos. A Juan – sus padres son más tolerantes – le toca ocultar el recipiente. Lo deja en una esquina del sótano, cena y se acuesta.

Esa noche, tiene pesadillas. Sueña con serpientes. La pradera donde han cogido al ofidio aparece cubierta de serpientes; y no de cualquier clase. Sino boas constrictor, anacondas, pitones... Se abre paso resbalando entre ellas, esquivándolas como puede, hasta que de repente se encuentra ante él una gran cobra real; tiene una peculiaridad: Es totalmente blanca: albina. Y lo intuye. Es la reina de las serpientes. La cobra le hace frente, se eleva ante él con la boca dilatada, dispuesta a morder. Y cree oírla sisear: ¡Pagarás por tu afrenta!
En instantes se encuentra empuñando una espada de plata, e impulsado por un terror ancestral, secciona la cabeza del reptil. 
Se despierta transpirando, con la garganta reseca. Bebe un vaso de agua y se acuesta de nuevo.

A la mañana siguiente baja al sótano y se encuentra una sorpresa. La serpiente flota en el agua boca arriba. Está muerta.
Minutos después aparece su primo con su hermano mayor, Álvaro. Rápidamente sacan al reptil del tarro. Álvaro curiosea pensativo y les dice.
- ¡Esperarme, ahora vuelvo! 
Cuando regresa, bajo el brazo, lleva un libro sobre fauna. Lo abre y les enseña una foto de un reptil, es exacto. Debajo pone.
“Víbora de Seoane. De vez en cuando les agrada adentrarse en charcos y pequeños arroyos donde encuentran algunos insectos de los cuales se alimentan. Su mordedura puede resultar letal.” 
Juan mira a su primo, y le dice. 
- ¿Ves? Qué te dije. 
Josemari mira a ambos con ojos alucinados. Entre dientes, balbucea un quejido sin articular. De repente se ha puesto lívido, está temblando: Está cagado de verdad. 

José Fernández del Vallado. Oct 2008.


martes, octubre 21, 2008

Arma blanca...

La mujer que había dentro de mí sostenía la hoja afilada, no quería dejarme escapar, deseaba que volviera a aquella carnicería sangrienta. Dominaba mis instintos, mis acciones, pretendía ser más fuerte que yo. Salí de la cocina dando tumbos, llegué hasta el salón. Lo primero que vi tras el periódico fueron sus ojos azules, intensos, clavados en mí. Me arrojé sobre ella gimiendo, la besé con vergüenza y confesé. “Oh Luisa, soy cobarde, no tengo valor, nuestro matrimonio es un fracaso. Debo decírtelo: Soy incapaz de cortar una pechuga de pavo.” No respondió. Temblando le pregunté: “Pedirás el divorcio por esto... ¿verdad?” Bajó el periódico y dijo al fin: “No Ramón. Lo haré yo.”


José Fernández del Vallado. josef. Oct 2008.



domingo, octubre 19, 2008

La Historia o la Experiencia.

La historia que os quiero narrar me sucedió hace ya más de una década. Creí que nunca más hablaría sobre ello, pero ahora que me he vuelto un escritor “parlanchín” de mediana solvencia, quiero que llegue a vosotros para que sepáis que ciertos lugares quizá no estén tan lejos o no sea tan difícil adentrarse en ellos como algunos aseguran.

Compré una casa en una región boscosa del país. El arquitecto que la construyó me dijo –yo apenas le creí – que los bosques que la rodeaban estaban poco explorados. Le pregunté qué entendía por “poco explorado,” se quedó dudando un rato y me dijo: “Pues eso, poco frecuentados.”
Yo acababa de ganar varios premios; entre ellos el Ateneo de Sevilla, por lo cual, últimamente me estaba convirtiendo en un escritorzuelo de renombre. Pero el éxito llama al éxito, me había vuelto un indecente ambicioso y quería más. De modo que decidí instalarme en aquel lugar a escribir lo que consideraba habría de ser mi obra maestra.
Llegué un día de Otoño, instalé mis apechusques como pude en la casa y a continuación, visto que hacía una tarde inmejorable, decidí salir a dar un paseo y tomar contacto con el terreno.

Al adentrarme en aquel bosque pensé en lo que me había dicho el arquitecto y se me ocurrió preguntarme: “¿Y si resulta que eres el primer ser humano que pone los pies en este lugar durante milenios?” Sonreí. Bueno, en realidad lo pensé como una mera posibilidad; es decir, que aunque todo el mundo supiera –como se sabía que el bosque estaba ahí – por casualidad en años hubiera coincidido que a nadie se le había ocurrido entrar o siquiera darse un garbeo.
Llevaría caminando cerca de tres cuartos de hora y me hallé en medio de una preciosa pradera. Me detuve, escuché el silbido del viento y el canto del cuco. Lo cierto es que los pinos parecían robustos, no de esos que se talan y plantan en varios años. Me di la vuelta para regresar por el camino que había seguido y me di cuenta con una sonrisa estúpida de algo esencial. No había camino. En realidad me había limitado a avanzar pensando en mis cosas sin tomar una dirección en concreto.

Con algo de nerviosismo, pero conservando siempre la calma, por primera vez me hice una pregunta con cierta ligereza: ¿Y si te has perdido? Y a continuación. ¿Qué podría pasarte?
Comprobé, tal como presentía, que había dejado el móvil en casa, la linterna, el mechero y el tabaco. Luego, no tenía nada de lo que suele considerarse de utilidad en situación semejante; ni siquiera podría fumarme un cigarrito de consuelo. No abrí la boca. No estaba ni mucho menos desesperado ni asustado; al contrario, para mí aquello era una especie de juego, un reto. Comencé a caminar tratando de seguir mis huellas en sentido inverso, pero se perdieron en una zona rocosa, y tras dar un paseo de unas dos horas agotadoras, misteriosamente, volví a aparecer en aquella pradera. Aquel primer incidente me comenzó a desmoralizar. Y tanto. Se hacía de noche. Suelo ser un hombre tranquilo y me dispuse a aguantar en esa situación. Me acomodé sobre la hierba y a eso de las doce mis ojos cedieron al cansancio.

Cuando desperté a la mañana siguiente creí estar soñando. Una hermosa señorita me contemplaba con atención y al parecer, interés. Di un pequeño respingo. Pero ella habló y me calmó – en parte – aunque no del todo. Pues al parecer era extranjera, ya que pronunciaba un español bastante extraño.
- “¿Como os encontráis, caballero?”
Y yo le respondí:
- “De vicio.”
Permaneció mirándome inquieta. Parecía más nerviosa que yo.
Continuamos hablando un buen rato y me reveló que llevaba tres días perdida en aquel bosque mágico. Y Yo le dije:
- “De mágico poco, jodido y enrevesado, lo que quieras.”
Me contó que cada día había intentado regresar por el camino por el cual se perdió y tras dar vueltas y vueltas acababa siempre en esa pradera. Cansado de oírla le pregunté por qué hablaba así. Ofendida, me dijo que quien hablaba raro era yo. Le pregunté si era española y ella me hizo la misma pregunta. Le expliqué que pertenecía a la “Comunidad de Madrid” y ella dijo ser del “¿Reyno de España?” Aquello me hizo gracia y me carcajeé como un loco durante un buen rato. La verdad es que lo necesitaba. Después, poniéndome serio de nuevo, le dije que se dejara de tomaduras de pelo y me dijera por donde se salía. Se cruzó de brazos, parecía ofendida. Le rogué que me perdonara y añadí que yo también estaba nervioso. Pasamos tres días más deambulando. Recorríamos durante horas aquel bosque "maravilloso" y al final, invariablemente, siempre ocurría el mismo milagro o desastre: Acabábamos rendidos en la pradera.

María –así se llamaba – me enseñó que por fortuna el alimento no era problema. Recogimos piñones, fresas silvestres, y hasta manzanas. Dimos con varios arroyos de aguas cristalinas, había peces que capturé arrastrándolos a zonas poco profundas, y donde nos bañábamos, naturalmente por turnos, pues ella era increíblemente pudorosa. Pero no estuvo dispuesta a comerse crudo el pescado. Yo no fui tan recatado, por fortuna había visitado ya bastantes japoneses.
Había un detalle en ella. El traje que vestía. ¡Me encantaba! Era casi tan farragoso y complejo como el de Alicia en el País de las Maravillas. Sentados un atardecer a la sombra de un abedul me lo dijo. Era sobrina del conde de Gondomar. Yo le respondí que ése debía de ser un hombre importante. Y ella, sonriendo orgullosa, me contestó que en efecto, tenía mucho caudal. Bromeando e imitándola le dije que si tenía tanto “caudal” lo demostrara. Sacó un saquito de cuero lo abrió y dejó caer unas monedas muy raras. En concreto seis – según ella eran reales de plata de a 8 cada uno – lo cual hacían cuarenta y ocho pesos. Me pareció un gesto simpático. Abrí mi cartera extraje dos billetes de cincuenta euros se los di y sonriéndole malévolamente le pregunté. ¿Por cien euros cuantos de tus reales de a 8 me das? Los miró por delante y por detrás, y quien se rió fue ella. Divertida me entregó un real. Me pareció una tramposa. La tome de los brazos, forcejeamos, le di un beso y me lo devolvió con un mordisco. Grité y se rió. Iba a saltar sobre ella cuando me dijo. “¡Desleal, estoy prometida!” Me detuve azorado, me tomó por el cuello y me besó con pasión. Cuando fuimos a hacer el amor me lamenté por no llevar condones. Me miró con extrañeza y me preguntó si acaso eso tenía que ver con el mal de la sífilis. Enojado le dije:
- “No, y tampoco con el sida.”
Permaneció mirándome sorprendida unos instantes, luego su expresión cambió por la de unos ojos de amor y fascinación que me miraban con intensidad y pureza.

La cosa duró unas semanas hasta que la última, en un lugar apartado del prado, descubrimos la losa. Sobre ella ponía: “Salida del bosque.” Nos miramos sorprendidos. María dijo:
- “Saldré yo primero.”
La tomé de la mano y le dije.
- “Espera, podría ser peligroso. ¿Y si es una trampa? Y añadí. - Saldremos los dos a la vez.”
Abrimos la losa, había unas escaleras, cerramos y bajamos a oscuras sin soltarnos de la mano. Una vez abajo constatamos que estábamos en una sala. Tanteamos las paredes y no hallamos acceso o salida a otro recinto. Quisimos retroceder pero las escaleras ya no estaban, habían desaparecido. María se echó a llorar, le daba miedo la oscuridad. Estuvimos horas abrazados, finalmente, agotados, nos dejamos caer sobre el suelo.

Desperté al cabo de unas horas, estaba solo en la misma pradera. ¿Dónde estaba María? De pronto vi un camino ante mí, lo seguí y en tres cuartos de hora estaba delante de mi casa. Entré corriendo, buscaba... ¡ni yo mismo sabía qué! Tomé el móvil para llamar y dar parte de mi extravío, iba a hacerlo cuando me fijé en la fecha. Era el mismo día en que me perdí. Tuve un presentimiento y puse la televisión. En ese instante comenzaban las noticias, y la fecha y la hora coincidían, no había duda: Era el mismo día que me perdí. El tiempo no había pasado. Luego, el bosque el paseo y... ¿María? Noté el volumen en mi bolsillo derecho, metí la mano y al abrirla vi un objeto deforme de plata. Decepcionado estuve a punto de arrojarlo por la ventana, pero algo hizo que me detuviera.

Días después regresaba al departamento de Ingeniería Química de la Universidad para recibir una respuesta concreta a mi pregunta.
Esto fue lo que me dijo el jefe del departamento de investigación.
- “En efecto señor. Esta porción de metal contiene además de una antigüedad de cuatro siglos, plata en las mismas proporciones que la moneda básica conocida como real acuñada desde 1525 hasta el 1700.”
Deduje que la moneda no había resistido un avance del tiempo tan brusco sin deformarse por completo y perder su grabado, pero al menos supe una cosa; algo había sucedido. En cuanto a María, defraudado, pensé que los billetes de euro al retroceder en el tiempo se habrían desintegrado pero... ¿y si la había dejado embarazada? Entonces me recordaría para siempre aunque ¿para bien o para mal? El caso es que yo tendría al fin descendencia. Claro que una descendencia ascendente en el tiempo. Lo cual podría acarrear consecuencias. Por un instante se me ocurrió meditar. ¿Y si yo fuese un pariente lejano de mi propio hijo? Me dieron escalofríos.
Escuché mi nombre en los micrófonos.
Subí al estrado a recoger el premio Planeta por mi novela: “La historia o la Experiencia.”

José Fernández del Vallado. Josef. Oct 2008.


sábado, octubre 18, 2008

Hace veintisiete años...

Esta mañana de sábado podía haber hecho lo mismo que tantos otros días. Quizá sentarme ante el ordenador y ponerme a leer los blog de mis amigos de la web, o comprar el periódico y sentarme en un bar a leer sus páginas llenas de noticias cuasi apocalípticas. No hago ni lo uno ni lo otro, porque de pronto recuerdo que es dieciocho de octubre y tal día como hoy hace ya veintisiete años, me enamoré perdidamente por primera vez.
De modo que resoplando un poco para mis adentros me limito a sentarme delante de un café decidido a reflexionar una vez más qué es lo que hizo que yo pasará de ser un imberbe inocente, a un inocente perdido por completo. Qué clase de combinación físico química se originó o estalló en mi interior y puso patas arriba mi estable mundo anterior y me impulsó a desear para mí el alma de aquella chiquilla rubia y delgada que mediante un solo beso y de una forma que nunca había experimentado, consiguió insertar su imagen en mi cerebro de tal forma que la ensalcé con el rango de diosa.

A continuación se sucedieron dos meses en los que yo viví por y para ella. Estar con ella era el summún, dejarla mi desesperación. Recorrer abrazados parques, paseos, visitar museos, ir a conciertos, fiestas, y tenerla a mi lado era algo tan fascinante y genial que nunca había imaginado. De pronto todo lo demás dejó de tener interés para mí. Mis amigos seguían estando ahí, pero relegados a un segundo plano. Incluso mi hermano, que siempre estuvo a mi lado, se eclipsó. Todo fue tomando fuerza y poder hasta que ella y yo estuvimos unidos y felices en la cumbre; y cuando estábamos ahí, sin preaviso y de una forma súbita y extraña todo se desmoronó. Lo que había necesitado semanas para formarse de forma delicada y sutil se hundió en apenas un día; el día que supe que ella estaba muy interesada por mi amigo X.

Lo que vino después es lo que luego se ha repetido otras veces; la dolorosa etapa del desamor. En la que cambias de humor, te encierras en ti mismo, estás agresivo y sensible a la vez, lloras, no entiendes nada, y sobre todo la deseas más que nunca, la deseas con locura, y quizá exageras ese deseo llevándolo al límite del paroxismo. Hasta que de pronto llegas a un punto. Tropiezas con una palabra que si bien antes no entendías, de pronto comprendes de verdad; un vocablo al que antes no le diste lugar ni significado en tu vida de joven, y ése es: “Jamás.” Esa palabra resulta ser clave, pues de repente te hace ver que no hay vuelta de hoja y sólo a partir de ella vislumbras otras palabras igualmente terribles pero muy necesarias, como: final, vejez, y muerte. Te das cuenta de que existen y comienzas a pensar en su tremendo valor y sin darte cuenta un nuevo mecanismo se desata en tu interior: Estás madurando. A partir de ahí vendrán nuevos amores, pero, aunque dolorosos, ya nunca serán tan sorpresivos o virulentos como el primero, porque has aprendido...
Aunque el amor es el amor, y siempre te regalará sorpresas nuevas, aún cuando creas saberlo todo no podrás, porque: Nadie aprende todo en una sola vida “jamás...”

José Fernández del Vallado. Oct josef. 2008.


jueves, octubre 16, 2008

Kawésqar Olvidado.

Kawésqar olvidado, tú que vagas en la oscuridad de los tiempos, el sol te ha dejado y deambulas como un alma perdida buscando el guerrero que fuiste, tú, el hombre que estuvo al lado del Dios Alep-Láyp esperando el momento en que tu canoa habrá de bogar una vez más por la peligrosa región de los canales. Haz que los cuatro vientos magistrales: Acúlator, viento del Norte; Aculaia, viento de Sur; Sectiser, viento del Este, y Acticser, te guíen de nuevo.

Kawésqar olvidado, aún la recuerdas detenida ante ti a una distancia de tres metros, observándote con aquella mirada colmada de fuego. Y a ti, haciendo oscilar con ambas manos un trapo extendido ante sus ojos y cantando: “canú... canú... canúa...” mientras ella sonreía. La tomaste de una mano, diste un fuerte tirón y ambos, entre carcajadas, os declarasteis mutuamente casados.

Kawésqar olvidado ¿por qué tus palabras ya no poseen el poder de hacer brotar la vida y la felicidad? ¿Por qué el macizo de hielo azul en el que te refugiabas, antes cálido, desapareció, y pasó a ser gélido como la noche mortal, los días son todos iguales, y ni siquiera la ballena desea morir en la playa y prestar su carne para alimentar a tu tribu? No esperes encontrar en la vida futura el delicioso bosque de aves y pájaros, moluscos e innumerables focas, con el cual sueñas a menudo, sino un pozo profundo y oscuro, lleno de sangre, del que no podrás salir.

Kawésqar olvidado, los visteis llegar, abriéndose paso caritativamente, esgrimiendo el palo en forma de cruz. Os obligaron a besarlo; a dejar el aceite de lobo marino que cubría y protegía vuestros cuerpos desnudos; las pieles de foca que os arropaban y os vistieron con paños húmedos que os helaban de frío. Los loberos acabaron pronto con vuestro principal alimento (además de dejaros varicela, tuberculosis, alcoholismo) y luego encima, si os atrevíais a robar una sola oveja para comer, os mataban como a perros.

Kawésqar olvidado, de nuevo te sumes en la tristeza, pues sin brillo tu alma no puede habitar y sin la luz del sol una oscuridad perpetua dominará los canales y valles que antes fueron tu vida y la de los tuyos. Ahora lo sabes, estás solo y eres viejo. Eres el último rey de una tierra que el blanco no comprende y destruye, lo mismo que hace con todo aquello que toca. Ahora, eres una criatura en el ocaso de un triste día, el último de una estirpe gloriosa. ¿Os alzaréis de nuevo en esplendor? ¿Volveréis a ser esa familia feliz y orgullosa?

Kawésqar olvidado, descansarás al lado del gran Alep Láyp y cuando el blanco haya olvidado para siempre vuestras tierras, e incluso que exististeis, a la salida de un nuevo gran sol, volveréis a ser libres para vagar con satisfacción por vuestro mundo de hielo dulce y salado...

El 5 de Agosto de 2008, fallecio el ultimo kawésqar puro, Alberto Achacaz Walakial, de 79 años.

José Fernández del Vallado. Josef. Oct 2008.


miércoles, octubre 15, 2008

¿Desertor o valiente?

Abajo, en el valle, cada vez más lejanos, suenan los cañonazos, los silbidos de las balas y de la metralla. No me detengo, sigo corriendo y jadeo. Es una masacre. Asesinan a mis compañeros y yo... deserto. Nunca sospeché como iba a reaccionar en una situación de acción y ahora ya lo sé: Yo, Tomek, soy el polaco cobarde, el desertor de las nieves. Pero no. No me afecta la nieve; nací en ella, jugué en ella, lloré con ella, bailé sobre ella...
El hombre que hay dentro de mi daña mis articulaciones, oídos y pensamientos. No quiere dejarme avanzar, desea volver allí, abajo; a la carnicería. Casi domina mis instintos, mis acciones, pretende ser más fuerte que yo. En cambio yo sigo ascendiendo encuentro la cueva y entro.
Lo primero que veo son los ojos, sus ojos intensos clavados en mí. Y lo reconozco. ¡Es Laskar! Un compañero del pueblo. Ya no me detengo, me arrojo sobre él, nos abrazamos, le digo quien soy y lloramos juntos nuestra miserable derrota. Después descansamos un rato hasta que él me mira y avergonzado, bajando la cabeza, confiesa.
“Oh Tomek, Tomek, soy cobarde, odio la guerra y me asusta. No tengo valor para combatir. Debo decírtelo a ti sólo a ti: Soy... homosexual.”
Permanezco mirándolo a los ojos. No acierto a articular palabra. Estoy asombrado, peor aún: ¡Escandalizado! Grito:
“¡Maricón! ¡Has abandonado a tus compañeros, tus parientes, tus familiares ahí abajo y permites que los asesinen!”
E irritado le pregunto.
“¿Acaso no eres capaz de batirte como un hombre?”
Eleva la mirada, sus ojos claros, azules, penetran dentro de mi alma y la desgarran de dolor, está llorando. Sus manos callosas acarician mis muslos aún doloridos por la ascensión. Niega con la cabeza repetidas veces.
Tomo el fusil y fuera de mí disparo. El balazo le alcanza una pierna. Aúlla, Gime, cierra los puños. Permanezco lívido unos instantes. Él murmura.
“A qué esperas. Me lo merezco. Vamos. Acaba...”
De pronto algo se derrumba en mi interior. Me echo a temblar, tiro el fusil lloro, comprendo y me doy cuenta emocionada: ¡Lo he amado toda mi vida! La mujer que hay dentro de mí asume el mando, domina mis acciones, empieza a mostrarme cuales son mis necesidades: Su boca, sus brazos, su tacto, su olor, su sexo de hombre. Yo, soy una mujer con cuerpo de hombre y él... un hombre invertido. Estamos hechos el uno para el otro. Esa noche nos amamos intensamente.

A la mañana siguiente los oímos. Están a la entrada. Nos conminan a rendirnos. ¿Rendirnos? Jamás. Ahora lo sabemos; por separado estamos incompletos, indefensos, en cambio juntos, somos uno solo. Somos inmortales.
Luchamos durante días con tal valor que nos ofrecen rendirnos sin matarnos. Pero eso no es posible. De día somos asesinos, de noche amantes perfectos. Ambos lo sabemos, apenas durará dos, seis, veinticuatro horas más. Mientras tanto, somos el matrimonio perfecto: Hombre y mujer, mujer y hombre, amándose intensamente hasta el instante final sin un solo resquicio de duda, inseguridad, y mucho menos, miedo.

José Fenández del Vallado. Josef. Oct 2008.



martes, octubre 14, 2008

El Enano Coté.

Yo no zé poqué en “El Barria” to ze cren desde simpre má listos que io. ¿Zerá po mi timidé? O poque zolo mido un escazito metro zincuenta y teno unos ojos asustadiso grande y negro como bola de billá, nariz shata, uno braso cortito, acabao en dedo afilaos como ganshitos de pupo, desos que se utilisan pa pescá; y una pirnas cortita y robusta como taquito de hamón.

No lo zé... Me llaman el enano Coté y no zé poqué. Disde luego no zoy el mejó ni tampoco un fenome pue apena “sobrisalgo” en na ni zobre na. Bue… eceto rezién cumplio los trese, en una coza zí detaqué: Aprendí a finiquitá. ¡Zí! A cagarme tiarrones tan grande como camione. Y tampoco lo hise por guhto, no vayan a cré. Nadie aprende a matá por placé, zino poque aquella ves me odenaron que zi no lo hazía ademá de enano me la rebanaán; y ezo, ¡ya e demaziao...!

Lo qe no entindo e poqué cuando el “Pinche” e “Tabuco” e “Chinchilla” y e “Morza” se ponen a hablá me dehan de lao. Ya limagino. E verdá. No zoy mu hablaó. Esos prefiren dale al papelisho de plata tol día y azí tán: Loco y colgaó. Yo prefiro follame mil veze a la Pili. La incontro baho el puente del ríu Matasapos. Trabaha alli, pelo a mí no me cobra; e má, en cuanto mi ve ze pone toa alborotá y coloradota, me ricoge en zu brasote y me lleva a zu choza. Allí, zin ziquiera desnudase, se pone a cuato pata, levanta la farda y me ofrese su culo reondo y delisioso – no sheva braha debaho – yo me zubo a un taburet y zas se la hinco hata er fondo y ¡ahh qué placé!

Sospesho que la Pili e de lo poco homme o mujé que me quiere con devozión; y todo poque la zalvé del shulo matón que la tenía marcaita día y noshe. Yo taba de verdá reventao, me ponía po... ¡de lo nervio! Y, ademá, la Pili me guhta un montón. De modo que una noshe, cuando el shulo domía la mona, depué de follase a cuato putilias, con la capa serdos, le rahé la pansa darriba abaho. Y shorreaba er marrano, ¡hay qe ve! La palmó acogotao.

Por cohones ¡nadie me vio! eceto la Pili. Le dije que si se liba la lingua la rahaba, luego me avergonsé y le rebahé la sansión. Entonze le dihe que solo li cotaba la lingua. Pero io sabía de uena fe que niba a se nesasario ¡Jodé! La foma que me miró: Tambié yo le gutaba...
Pe la via e una hodienda. Hay qe trabajá pa ganase el jorná y siendo bahito como io o te impone o tás finiquitao en milésim. El oto día tuve qe cotale los cohones al estudiant. ¡Coin! ¡Se ría mí poque no se lé! ¿Y que culpa tino io que mi mama me pariera en un contenedó? Al meno así me incontró el vieho alcólico Pelanas.

En “El Barrial” la polizía no entra, pero una ve entró. Eran do, y nuevitos, qerían dásela de hombre. Ja, ¡cómo lo pasamo! Lo sacamo del coshe, lo desarmamo y lloraban como ratita. Lo pusimo en pelota viva, con la gorra de poli en la cabesa y lo hisimos corré tol barrio pa que vihilaran, jejeje. Cuan teminaron taban heshos puré, con lo pie cortao delovidiosdelobotellone de ron que hay esparsio por hay. Lo enfilamo en diresió a su zona y no los finiquitamo. A un polisía no ze le raha, ze predica con el ehemplo. Zino, poden ze mu molehstos y hay que negosia con ello. Azí que lo mehó e tenelo asustaó, peo no mataos, que cuando ze cabrean tienn musha arma y talega ¡esos cabrone delestao!

Estodoúltimoañotodomaidobie hata que aparesió el Tostao. El Tostao e un negro alto con figur de palisho de dietes que empesó a gustale a la Pili. Yo ia casi vivía con ella, hata que shegó el Tostao y como e lushador de “Fukuoka” o “Karaokeé” una arte marsia “desas” a base dhostias shiso rey del cotarro.
A mí un día mepillódesprevenio, mi atrapó de los cohones y ante qi sacara el 38 me disarmó y me alsó como a un guiharro sobre unacantilao y me hiso jurale fidelidá o marrojaba. “A ver si sabes volá.” Mediho. Yio pensé: “Qe hodida putá no podé volá como un paharo.” Le juré fidelidá. Ora soi su braso deresho. Maechao de la chosa de la Pili y folla con ella comun perro mintras, io: ¡hodido! Po no po musho tiempo. Pue tamimanoshe lo voy a capá y a rahá y si me pilla pue qe zea lo qe Dio quie. Adió al enano Coté ¿No…?

José Fernández del Vallado. Josef. 2008.




domingo, octubre 12, 2008

Acerca de la juventud.

Siempre he sido joven, al menos me he considerado como tal. Primero fui un joven de ocho años, luego de quince, más tarde de veintiocho, después de treinta y cinco y ahora soy un chiquillo que campa por ahí con sus cuarenta y seis tacos.
La verdad es que siempre estuve en el grupo de los jóvenes. En las reuniones me sientan a la antigua mesa de los jóvenes; en las fiestas destaco entre los jóvenes albinos; me gusta la música joven que oigo en viejos vinilos, igual que los jóvenes visto con viejos jeans; desde que nací practico un estilo antiguo de vida a la nueva usanza. Escribo para los jóvenes libros antiguos con historias rebosantes de novedad.
Amo el amor joven, el amor en su fase de insensatez; amo la insensatez milenariamente tierna, e incluso podría decirse que soy tan insensato que pierdo la memoria cada día y vuelvo a nacer de nuevo.
Los jóvenes llevan siglos diciendo de mí que parezco joven, lo cual no me extraña, no saben que todos los días bebo un viejo elixir que me renueva. Mi novia es una joven promesa que espero se haga realidad antes de que envejezca. Mis amigos no son viejos, sino jóvenes rejuvenecidos. Mi casa es la más nueva del barrio porque fue la primera que se construyó. Desde hace treinta años tengo diez perros, ninguno ha muerto, todos están contenidos en una joven y sana perra que se llama Carlota y tiene la edad de siempre. Nunca seré viejo y tampoco moriré porque la vida siempre estará en mí: Activa, feliz, llena de amor y color, como una eterna juventud.

José Fernández del Vallado. Josef. 2008.


Necesito un café.

Me levanto cansado, y quizá mareado. ¿Recuerdas? ¿Ha sucedido? Sí, recuerdo. Tenía que acabar ocurriendo. Estoy a medio camino de una frontera imperceptible, sin aliento para seguir adelante, sin ganas de hacer nada – la cabeza me duele – necesito un café...
Me dirijo a la habitación veo el ordenador, lo enciendo, ninguna sorpresa agradable, todo sigue igual; la bolsa a la baja, la economía en la ruina pero… ¿y ella? Con el corazón palpitando voy a su cuarto ¿vacío? No. Está ahí, boca abajo, con el balazo, la bala que yo le metí con cobardía, en cuanto supe la verdad y fui incapaz de dejarla marchar con uno de esos... ¡chulo puta!, narcos, mafiosos, eso es lo que son. No. ¡Mientes! En realidad tuviste miedo de vislumbrar tu vejez en solitario, de ser un viejo acabado e irremediable. Discutimos, nunca lo habíamos hecho, quizá por eso una sola discordia bastó para concentrar toda la hostilidad que habíamos madurado y evitado durante años. En vano intenté convencerla. Invoqué la reconstrucción, la resurrección imposible de nuestro amor malogrado. Hubo poco que hacer. Me iba a dejar. Pero yo no estuve dispuesto a dejar el tequila y menos aún mi revolver calibre 38. Y ahora qué. ¿Soy un criminal? ¿Un rufian?
Salgo del chalé, ni siquiera me aseo ni afeito, no me apetece, para qué si me siento desganado y culpable. ¡Soy culpable! Necesito un café.
Subo a mi coche, el depósito está bajo mínimos, pero detenerme en una gasolinera y llenarlo tampoco me ilusiona. Llegaré hasta donde alcance y después... ya veré.
Por suerte los cierres son automáticos, pues de intentarlo, ni siquiera habría encontrado fuerzas para introducir la llave en la cerradura, y sólo girarla habría supuesto un esfuerzo inabordable.
Programo el GPS para que me lleve a un lugar donde tomar café, el mejor café de la ciudad y ¿por qué no del mundo?










La ciudad como siempre; saturada de smog, de gente, de vicio. Es peor que un campo de fútbol. Manejo el volante con suavidad, el coche circula por inercia, mientras, recorro lugares donde la conocí. A Teresa, mi mujer, mi vida. En la parte alta descubro el café “Luminoso.” En sus esteras yacimos abrazados noches brillantes. A continuación desciendo por callejones deteriorados, apurados de vida perseverante, con problemas serios pero nunca sin solución. Puedo oler la pobreza y donde hay pobreza siempre hallaré las sonrisas más preciosas y puras de la Tierra. Yo en cambio estoy apagado, como esos rincones antiguos y cansados de la ciudad. Doblo una esquina y surge el café de “La Jaima.” Todo hay que decirlo; una vez tuvo los mejores granos de Oriente. Era un café muy apreciado por sus cualidades aromáticas y la suavidad de su sabor. Desayunábamos deliciosos croissants sin dejar de mirarnos a los ojos. Luego el café “Sideral,” solíamos tomar el mejor café irlandés y bailábamos lento muy juntos. Prosigo hacia el centro, me detengo ante el “Mono Loco:” Café africano al ritmo africano ciento por cien, como el primer café que descubrieron en estado salvaje en el Congo Belga. De sabor fuerte, Teresa lo adquiría para mezclar con otros cafés y me lo entregaba en una bolsa mientras la olía y sonreía con su sonrisa especial. Prosigo a la derecha y unas manzanas más adelante llego al café de “Los Narcos.” Lejos de una patria en efervescencia, secuestros y guerra, allí encuentras el mejor café de Colombia. Y sabíamos disfrutarlo, al ardiente ritmo de noches enteras de desvelo, sin cesar de darle a la salsa... En el café “Oxaca” – localizas el mejor café del Chiapas revolucionario y de todo México – coincidíamos con algunos elementos de la mafia. Solían reunirse para hablar de sus pleitos y crímenes. Lo más conveniente era hacerse el tonto, y quizá les resultaras simpático. A mí me escuchaban hablar del café, mi café, a mi mujer la miraban; la cocaína, ni tocarla, era suya. Hacía reír a esos cerdos...
Me detengo un instante. Aspiro aire, me falta, hace bastante calor. Y la refrigeración mecánica ¿no se ha conectado? Apoyo ambos brazos sobre el volante. Compruebo que aún me queda gasoil para seguir adelante. Decido hacer algo nuevo, improvisado.
Unos kilómetros más y llego a la zona restringida del aeropuerto, mi jet privado aguarda en la pista. Tomás, mi piloto, está disponible. Nunca me falla. Le pido que me acompañe al reactor y una vez en la cabina, le ordeno que me deje pilotar y le doy la noticia: Semana de descanso. Sabe que tengo el carné, sin hablar me ayuda a ajustarme el cinturón y se despide. Y hasta parece aliviado. Normal. No me ha debido encontrar cara de amigos.

Arranco, los motores rugen como un dragón centenario. Enfilo la pista de despegue y doy gas. El reactor zumba y parte proyectado por un resorte invisible. En instantes sobrevuelo un cielo claro, azul marino intenso, debajo, el océano brilla con brotes blancos de espuma. Dejo atrás Ciudad de México, atravieso la cornisa del Yucatán, y con la autorización correspondiente me interno en el espacio aéreo de Venezuela y regreso a mi patria: Brasil. Penetro en la Amazonia y sobrevuelo Manaos – mi hogar esta cerca – en el interior de la cabina percibo el dulzor asfixiante de la humedad de la selva y me es posible intuir los rumores del paraje misterioso y efervescente. Debajo, vastas zonas cubiertas por una densa vegetación se abren de pronto ante mí y surgen mis plantaciones de café. Lo sé, soy millonario, estoy podrido de pasta. Una sola de mis haciendas alcanza 8000 kilómetros cuadrados, lo mismo que el Estado de Maryland en los EEUU o la Comunidad de Madrid en España. Terreno que les debo a la astucia y brutalidad de los garimpeiros, quienes apoyados por mi dinero y de forma encubierta por el Estado, poco a poco, arrebatan la selva a los indígenas Yamomamis a quienes asesinan, y raptan a sus niños para venderlos o los utilizan como a esclavos.

Cuando mi brújula magnética me indica que estoy en el centro de mi propiedad abro un compartimiento y saco una botella de vino tinto español, Rioja: cosecha del ochenta y cuatro. La descorcho sollozando, vierto una copa la alzo y murmuro: “Por nosotros querida Teresa, por nosotros.” Bebo de un trago, introduzco un Cd y al tiempo que los primeros acordes se perfilan y expanden en el enrarecido ambiente de la cabina, comienzo a susurrar los párrafos de mi canción preferida:

Ojalá que llueva café en el campo
que caiga un aguacero de yuca y té
del cielo una jarina de queso blanco
y al sur una montaña de berro y miel
oh, oh, oh-oh-oh, ojalá que llueva café...


Me aferro a los mandos, inclino el morro hacia abajo, y voceando el merengue a voz en grito, sobrevuelo las interminables hileras de café. Un poco más adelante están los almacenes donde los garimpeiros guardan sus armas, los sobrevuelo y arrojo unas teas ardiendo. Revientan como productos mal enlatados. Todo arde al instante. Un cuarto de hora de vuelo más adelante, diviso el techo típico y circular de un “shabono” o poblado de los Yamomamis, me pongo el paracaídas y salto. Debo reconocerlo. El último trago de vino me sentó un poco fuerte. ¡Estoy haciendo locuras! En cuanto sepan quien soy, y no tardarán en saberlo, me matarán al instante. Pero en mi interior es lo que deseo. Lo necesitaba hace tiempo; tanta riqueza mafia y lujuria me estaban afeminando. Si... Nada como el sabor auténtico de un buen café recién extraído de la tierra de nuevo libre y virgen de la selva.

José Fernández del Vallado. Josef. Oct. 2008.

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