domingo, octubre 05, 2008

Prisionero.

No conseguía explicarme cómo había ido a parar a un lugar como aquel. En mi país era pobre pero al menos sacaba la vida adelante. Trabajaba de día y estudiaba de noche para aspirar, en un futuro, a un trabajo mejor. Claro que nunca supe descifrar si para un negro del sur de Nueva Orleáns existe un futuro.
Si te alistas te darán una paga excelente, me dijo Charlotte. Y tenía razón.  En un año podía ganar lo que diez en mi actual puesto de trabajo. Está claro, siempre fui reticente hacia el ejército, pero Charlotte no. Ella creía en la causa, decía que el enemigo era real. Cuando dudaba me recordaba siempre lo de las Torres Gemelas y me explicaba que había que machacarlos. Le preguntaba que a quién, y con convencimiento indiscutible, me replicaba que a los islamistas. Entonces yo señalaba a Sulim Fattie y a Liz, los de la tienda de comestibles de enfrente, le decía que ellos eran musulmanes, y le preguntaba si acaso le parecían malas personas. Me respondía que por supuesto, ellos, no eran así, porque se habían contagiado del espíritu libre de América – y seguía. – En cambio los otros, los del desierto, los que viven enterrados bajo las dunas, aspiran a robar nuestra prosperidad. Harto de discutir, me sentaba sobre las escaleras de salida, miraba en todas las direcciones y buscaba la prosperidad. Mi vista se topaba con casas viejas y destartaladas aún con las huellas de cuando las anegó el huracán Katrina. No, jamás conocí más prosperidad que a la “Prospe,” mi compañera del cole, que perdió la razón, si la tuvo una vez, debido a una meningitis galopante a sus tiernos siete añitos.
Lo cierto es que no tuve demasiado margen de elección. O me alistaba o me alistaban. Si no me alistaba era un marica de mierda a ojos de Charlotte y los amigos del barrio, y además, estaba el rutilante salario; de modo que me alisté: Por la patria.

Y ahora despertaba con la cabeza zumbándome, en aquella especie de zulo fétido y rezumante de olor excrementicio, el cuerpo como una costra atestado de cortes producidos seguramente por la jodida explosión del bazooka, o la mina antitanque que se tragó nuestro Hummer, los brazos ligados a un palo sobre los hombros. A mi lado estaba Fred, uno de mis compatriotas blancos, en la misma situación. Vivo, nadie más.
Entonces entraron los enemigos o los guerrilleros o los “hijosdeputa” que nos habían reventado, nos agarraron y nos condujeron a una sala en la que sólo había una mesa y tres sillas.
Nos obligaron a sentarnos a empellones y entraron cuatro más. Uno bajito y delgado con ojos entrecerrados y perilla arrebujada se sentó frente a nosotros, nos ofreció un cigarro, y hablando con sutil claridad nuestro idioma, comenzó dirigiéndose a mi colega.
Le dijo que su libertad dependía de si podía pagar un rescate de dos millones de dólares. Mi compañero lo miró con ojos de espanto, sin embargo, tras recibir un par de bofetadas y echar el bofe, asintió. Permanecí mirándolo asombrado. Pensaba que estaba loco. En la vida lograría reunir tal cantidad; y menos yo. Por supuesto ellos tampoco le creyeron, y para asegurarse lo abofetearon más duro. Hasta que al final Fred lo soltó: Tenía un pariente millonario y tal vez le pudiera salvar el pellejo. A partir de ahí su trato hacia Fred varió de forma radical. Le soltaron las ataduras, le dieron güiski, se rieron con él y lo llevaron a otro lugar; a mí no.
Conmigo empezaron igual. Reconozco que al principio pensé en decirles lo del pariente millonario, pero la vida me ha hecho demasiado sincero y repetir semejante mentira  ¿verdad? o absurdo, ni se me pasaba. Si la iba a palmar mejor ser franco y decir la verdad, y eso hice. Les dije que no tenía dinero y nada contra ellos. “Entonces por qué has venido a matarnos, esbirro negro,” me preguntaban. Y yo respondía, porque mi mujer así lo deseaba, y porque si no lo hacía me llamarían marica. Y se reían, los cabrones se descoyuntaban. Y decían que el americano negro estaba loco. Pero aquello no tenía ni pizca de gracia. Volvían a ponerse serios y me pedían dinero y yo les repetía que era más pobre que un perro. Abrían la boca me señalaban y cuchicheaban entre ellos. Y yo estaba seguro: No daban crédito. “¿Un gringo pobre? Imposible.” Debían de pensar que en América todo el mundo es millonario. Claro. Como van siquiera a imaginar que allí quien manda son Bush y sus cuatro sopla pollas, en cuanto a los negros hispanos y algún “gili descerebrado o inteligentísimo” como Fred, el del pariente millonario, somos sus peones mercachifles.
Ninguno me entendió o pareció entenderme y me abofetearon hasta romperme los dientes; excepto el que hablaba inglés. Cuando me habían dado la tanda y me recuperé, dijo algo. Luego me tomó del brazo y me llevó a un lugar retirado. Entonces, escupiéndome a la cara, me preguntó de dónde era. Se lo dije. Se puso serio y me dijo que lo sabía, que él había viajado a mi tierra y estaba al tanto de la putada del Katrina. Yo le repliqué que si lo sabía sabría también que era más pobre que él. Se detuvo un instante y me ofreció un trago de güiski de una petaca, y bebió también. No sé por qué se me ocurrió preguntarle que cómo bebía si era musulmán. Me arreó una bofetada y me dijo que los católicos podemos hacer lo que queramos. Le dije que yo nunca fui católico sino hechicero vudú. Me miró interesado, y me preguntó qué era el vudú. Le dije que una religión que se originó entre los pueblos de esclavos, y que me daba mucho poder. Sonrió y me dijo que si tenía tanto poder podría conseguir el dinero con facilidad. Le respondí que sólo me daba poder para ser feliz, para el amor, y para eludir a la muerte. Me miró con asombro y me susurró que estaba loco, porque a la bala de un kalasnikov nadie la engaña. Le dije que no más que mi compañero, el que tenía un pariente millonario. Se echó a reír y me dijo que yo le caía bien. Le dije que si era cierto entonces fuera rápido, no necesitaba torturas porque no tenía ni un dólar. Me miró con aparente tristeza y me dijo que él no luchaba contra mí, sino contra hombres como mi presidente. Le respondí que en la vida todos luchan contra algo, yo lo hacía contra la pobreza y de pobreza iba a morir. Alcé la cabeza y añadí: “Pero no por dinero. Como tú y gran parte de este mundo. Mi dinero puedes quedártelo.” Bajé la cabeza y sonreí. Oí el percutor y pensé: “Tal vez Charlotte tuviera razón y tal vez… – un fogonazo hizo arder mi cerebro – No...”


José fernández del Vallado. Josef. Oct 2008.


22 libros abiertos :

panterablanca dijo...

Estremecedor relato. Quizá el soldado americano fuera pobre, pero no era tonto, porque entendía de qué iba la vida, mucho mejor que su mujer.
Besos selváticos.

Vivianne dijo...

Un relato fuerte y conmovedor, nada lejano a la realidad, el vil dinero y el poder de los grandes,en contraparte con los desválidos,los que nada pueden hacer para resguaradr su libertad para elegir u opinar, duele ver esto en el mundo pero es verdad...

TORO SALVAJE dijo...

Una guerra de pobres contra pobres para quedarse el petróleo.

Los neocon envían a sus compatriotas pobres, o les regalan una nacionalidad a los pobres cercanos, para que vayan a matar a otros pobres y quedarse con lo que produce su país.

Un asco.

Saludos.

maria varu dijo...

Un hermoso y estremecedor relato, amigo Josef ojalá nadie tuviera que hallarse en esas circunstancias nunca, pero parece que eso es y será una utopía. Me ha estremecido esa parte final en que el sentido de la sinceridad y de la verdad impera hasta el último instante del que la vive y la siente en si mismo.
Gracias por tus palabras en mi blog.
Un abrazo amigo Josef.

Yurena Guillén dijo...

Las guerras las planifican los ricos y las ejecutan los pobres. El mismo cuento de siempre. Es asqueroso, repugnante. Conmovedor relato. saludos.

Anónimo dijo...

Amigo, tus relatos me erizan la piel. Tienes una facilidad asombrosa para meterte en el bolsillo a los lectores.
Realmente la guerra es así, una sucia excusa para conseguir dinero.
La dignidad del protagonista está fuera de toda duda y murió como un valiente.
Tristes guardianes los que tenemos en este mundo. América debería de mirarse más el ombligo y no dar lecciones a nadie.
Que nos dejen en paz de una vez con sus discursos patrióticos y anticuados.
Un abrazo enorme y me encantó leerte, escritor.

lichazul dijo...

josef

los que tienen el mercadeo de las armas son insesantes surtidores de maquiavélicos planes para "probar" sus juguetitos...y los que ostentan el poder son emocionalmente inestables y super volubles y manejables...sus asesores son los que realmente mandan...entonces
es la ensalada perfecta para que la cosecha sea "devorada" sn atisbos de arrepentimentos y falsos heroísmos.

la guerra...necesidad de seres sedientos de poder y figuración.


muakismuakis:-)para tí

Juan Duque Oliva dijo...

Tremendamente real, sin concesión alguna.

Vaya forma de terminar el domingo.

Muy bueno Josef

Esther dijo...

Es una lástima que el casi sin creer en esa guerra se metiera por culpa del dinero y que por ser sincero y leal a la verdad acabara muriendo,muy triste pero muy bien narrado ,como todos tus escritos.

besos

Silvia_D dijo...

La vida y la muerte , que poco valor le dan algunos, cuanta miseria por un poco de vil metal.

Me has estremecido con tu real relato, seguro que la realidad , supera la ficción.

Gracias por tu apoyo estos días, lo necesitaba :)

Espero recomponer mis pedazos...

Besos, niño

Glenn K. dijo...

Mas alla de la historia (muy buena como todas maestro) creo que el mensaje final es muy real... EL DINERO NO LO ES TODO, es un medio y no un fin.. el dia que todo el mundo lo entienda, creo que ahí las cosas irán mejor... vieron como esta semana todos se morian de miedo por la crisis economica?? y acaso alguien se preocupa por la crisis de alimentación con los niños del áfrica? ... hasta donde yo se no....

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Hermoso y estremecedor relato amigo. Lo he leido dos veces y me quedo con el comentario de Maria y el de glenn k.

¿Cuando el ser humano dejará de ser ciego y abrirá sus ojos a la OTRA realidad (la del amor)?

UN ABRAZO.

© José A. Socorro-Noray dijo...

¡Soberbio, excelente! Cuéntame como sigue la historia. ¿Por qué no acaba así, no?
Tienes una extraordinaria capacidad de síntesis, de crear una atmósfera que parece casi real y, sobre todo, de provocar sentimientos en el lector, al menos a mi me pasa, que lo hacen revolverse contra todo.

Josef, es una lástima que esto no termine en novela. ¡Sería perfecta!

Un abrazo con sabor al mejor blues

Jobove - Reus dijo...

desgraciadamente la mayoria de ejercitos se alimentan de gente sin recursos y baja moral

buen relato

un saludo

mia dijo...

Me dejas impactada cada vez

Tu capaciadad creativa

tu manera de resaltar

los valores,el azar

que no es tal,y la vida...

Una belleza más...

♥♥♥besos♥♥♥

Raquel Graciela Fernández dijo...

Trwemendo relato. Me dejó temblando.
Un gran abrazo y buena semana.

Lara dijo...

Está claro que sin dinero no se puede vivir pero hay muchas cosas más importantes, y esto es algo que no todo el mundo sabe.
Muuuuacks!

dijo...

solo paso a decirte que estoy volviendo...y que hay algo para vos en mi blog...
mil besos!

saudade dijo...

Gracias por tus palabras... Adoro despertar almas adormecidas, todo un honor!
Tu relato... me puso la piel de gallina. Brillante.

Un saludo.

More dijo...

Las incongruencias humanas, las agudas torpezas de las que "disfrutamos" en este mundo de locos.
Trágico!

Un abrazo.

Diego dijo...

Buen relato, José, directo, crudo, acorde con la tragedia que le toca describir. Siempre un gusto leerte. Un abrazo.

Julia Hernández dijo...

La capacidad creadora y descriptiva con que escribes me encanta, bellísimo. El poder y la ambición mal encausada, la hambruna, el dolor, la guerra me horrorizan... si fueramos más humanos...Saludos.

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