La humedad fría y casi opresiva del sótano, un brindis con cava. Miradas sonrientes y cómplices. La belleza de Silvia y Susana, la inteligencia de Milagros, la labia de Carlos, las ocurrencias de Luis y mi silencio de confabulación. ¿Es una noche cualquiera?
Fuera, hay oscuridad, hielo y frío, como un pozo sin fondo. Dentro calor, nosotros, y una felicidad y euforia incontenibles. Nos sentimos vivos, omnipotentes.
Elevo la copa, mi vista se detiene en cada una de ellas. Primero en la belleza morena de Susana vencida por la pálida blancura de Silvia, superada por los ojos de cristal de Susana, vencida por los labios perfectos de Silvia, y por el aliento tibio y la voz dulce de Milagros, al posarse sobre mí y adelantarse a mis palabras murmurando con una sonrisa admirable: “Amistad para siempre.” Seis copas chocan en el aire. “Arriba abajo al centro y p´a dentro.”
Bebemos y se hace un instante de silencio solemne. Lo sabemos. Es para toda la vida. Somos amigos incondicionales, o más... Es un momento único y trascendente; es lo que hay, y lo que hace que la vida sea no solo preciosa, sino valiosa. Y como un marco inolvidable, de fondo, la música en un vinilo con el “wish you were here” recordándonos que, aunque lo creamos, la vida tampoco es eterna y hasta los genios más apreciados se eclipsan.
Despachamos dos botellas y estamos listos. Nos abrigamos, salimos a la calle expulsando nubes de vaho.
Riendo descendemos por el camino que lleva al centro del pueblo, y avanzamos a trompicones hacia la estación de autobuses.
Las calles, sucias todavía con la cera de las procesiones, resbalan, y cuando los coches circulan los neumáticos chirrían.
Siento viva la cintura de Milagros, y decidido su silencio contenido.
Es el último día de unas vacaciones de Semana Santa especialmente frías... pero felices.
En la estación todo son abrazos y “tequieros.” Unos instantes para besarnos y recordarnos.
Todos suben al autobús menos yo.
El vehículo arranca mientras yo sigo aquí, moviendo las manos, hasta que el silencio y el frío me asedian y un perro husmea a mis pies. De nuevo no queda nadie a mi lado. Mañana hay que volver a empezar. Giro y vuelvo sobre mis pasos. Miro sólo a las baldosas del suelo; no más allá...
José Fernández del Vallado. Josef junio 2009.
Fuera, hay oscuridad, hielo y frío, como un pozo sin fondo. Dentro calor, nosotros, y una felicidad y euforia incontenibles. Nos sentimos vivos, omnipotentes.
Elevo la copa, mi vista se detiene en cada una de ellas. Primero en la belleza morena de Susana vencida por la pálida blancura de Silvia, superada por los ojos de cristal de Susana, vencida por los labios perfectos de Silvia, y por el aliento tibio y la voz dulce de Milagros, al posarse sobre mí y adelantarse a mis palabras murmurando con una sonrisa admirable: “Amistad para siempre.” Seis copas chocan en el aire. “Arriba abajo al centro y p´a dentro.”
Bebemos y se hace un instante de silencio solemne. Lo sabemos. Es para toda la vida. Somos amigos incondicionales, o más... Es un momento único y trascendente; es lo que hay, y lo que hace que la vida sea no solo preciosa, sino valiosa. Y como un marco inolvidable, de fondo, la música en un vinilo con el “wish you were here” recordándonos que, aunque lo creamos, la vida tampoco es eterna y hasta los genios más apreciados se eclipsan.
Despachamos dos botellas y estamos listos. Nos abrigamos, salimos a la calle expulsando nubes de vaho.
Riendo descendemos por el camino que lleva al centro del pueblo, y avanzamos a trompicones hacia la estación de autobuses.
Las calles, sucias todavía con la cera de las procesiones, resbalan, y cuando los coches circulan los neumáticos chirrían.
Siento viva la cintura de Milagros, y decidido su silencio contenido.
Es el último día de unas vacaciones de Semana Santa especialmente frías... pero felices.
En la estación todo son abrazos y “tequieros.” Unos instantes para besarnos y recordarnos.
Todos suben al autobús menos yo.
El vehículo arranca mientras yo sigo aquí, moviendo las manos, hasta que el silencio y el frío me asedian y un perro husmea a mis pies. De nuevo no queda nadie a mi lado. Mañana hay que volver a empezar. Giro y vuelvo sobre mis pasos. Miro sólo a las baldosas del suelo; no más allá...
José Fernández del Vallado. Josef junio 2009.