domingo, mayo 31, 2009

Claro de Luna.



A mi hermano le gustaban los bichos, los libros de Edgar Allan Poe y reírse; era su forma de ser. A mí me gustaba la música de Mozart y Beethoven, sobre todo el “Claro de Luna.”
Pese a nuestras diferencias, aquel verano achicharrante, nos compenetramos. Caminábamos por el monte, yo sin separarme de mis partituras y él con su caza mariposas. Yo le enseñé a dar el Do de pecho, y el me enseñó que las salamanquesas son hombres que de mentir encogieron, hasta perder la vergüenza y el color, por eso se esconden y nunca tienen el mismo matiz.

Cansado de que no lo dejaran tranquilo, un año decidió irse a otro mundo o a dondequiera que esté.

Un día, Daniel Barenboim iba a interpretar el Claro de Luna de Beethoven. Yo no tenía edad para asistir ni dinero para las entradas, e instantes antes de que comenzara, desesperado, mentí.

Una vez en la sala comprobé que todas las butacas estaban ocupadas. No me importó, disponía del techo para mí. Cambie del rosa avergonzado al blanco sereno y el “Claro de Luna” fue un azul intenso del cielo, una luna llena y rotunda. Los ojos de una salamanquesa me miraban. Serpenteando se acercó a mí y me dijo.
- Tenías razón. El Claro de Luna resplandece incluso en las noches sin luna de Edgar Allan Poe.

Era mi hermano.

José Fernández del Vallado. Josef. Julio 2008. Arreglos mayo 2009.




jueves, mayo 28, 2009

Sueño de Primavera.


Hacía una de esas mañanas de primavera que de pronto nos inquietan porque sentimos que tras la frialdad insuperable del invierno, la vida se renueva otra vez. Los árboles se tiñen de verde, el sol recupera fuerza calor y color, e incluso en los eriales más yermos, una densa capa de flores humildes y preciosas de tonos inverosímiles, florece de forma impensable.
Entonces nos damos cuenta de que algo ha cambiado en nuestro interior y si lo buscamos no lo hallamos, es el corazón quien cambia de lugar y está del revés, y al caminar vislumbramos nuestra sombra corriendo ante nosotros, cosida a nuestro alma, ambas hablando, riendo y llevándose, por una vez, a las mil maravillas.


Pues bien, tras un invierno gris y gélido como el acero, se trataba de la primera mañana realmente primaveral. Llevaba horas transitando detrás de mi mismo, perdido en una variabilidad inconsistente, sintiéndome feliz sin saber realmente por qué, cuando me adentré en el parque vi el chiringo con algunas mesas y sillas fuera, y decidí sentarme.

Ami lado, en varias mesas, parejas de novios se hacían los arrumacos más bellos que jamás imaginé.

Hice un gesto hacia el interior del bar y cuando salió aquella sílfide rubia, todo cambio de color; se acercó hasta mí y mirándome con unos ojos verdes, anegados en tristeza, me preguntó que deseaba. Y yo, incapaz de obstruir mis palabras, cercenarlas y soltar cualquier tema intrascendente de esos que impiden liberar nuestros genuinos pensamientos, le dije.


— Querida Lorena, estás triste y seca en este lugar...

Sus ojos se encendieron y admirada, me preguntó.
— Y tú… ¿Cómo sabes mi nombre, si es la primera vez que me ves?

Yo la miraba hechizado, sin poder despegar la vista de sus ojos felinos y más que nada, etéreos. No existían ojos así en mi mundo, descubrí. No era el color, sino la mirada...

— Lo sé porque tú me lo has transmitido con tus ojos. Y porque comprendo la soledad de las náyades. Sin agua no podéis vivir en paz y alegría.

Interponiendo hábilmente la bandeja entre nosotros y el bar, asustada, me dijo.
— ¿Puedes captar nuestra esencia? ¿Eres de esos humanos que tienen el privilegio...?
En realidad no tenía ni idea.
Volvió su mirada nerviosa hacia el local, y girándose, explicó.
— No puedo hablarte ahora, el Centauro me observa. Y bajando el tono de voz, añadió.
— Me retiene aquí prisionera.
— Cómo... ¿tú? ¿Una náyade? Libre de hacer lo que quieras...
— Es cierto... Y así era hasta que él me atrapó.

— ¿Dónde?
— En un afluente de las montañas de Tesalia. Se enamoró de mí y me mantiene trabajando día y noche sin descanso en este lugar. Dime ¿qué deseas tomar?
— Yo... Sólo soy un mortal y tengo mis vicios. Tienes ¿Coca Cola?

— Por supuesto, este es un local para humanos y... enamorados, que se encuentran en otra escala sideral.
Y por primera vez sonrió. Se marchó, volvió a salir, me sirvió. Y, tímidamente, me preguntó.
— ¿Conoces la leyenda?

Yo me entretenía en silbar imitando el trino de unos pajaros. Sorprendentemente había conseguido imitarlos de tal forma que me había puesto en contacto con ellos. Algunos, entre ellos un macho viejo, gordo y resabiado, me decía que estaban dispuestos a ayudar. Yo sonreía con desconfianza. La verdad, no tenía idea de cómo unas aves tan limitadas, podrían colaborar.

Me volví hacia ella y permanecí paralizado por el asombro, pues por primera vez, desplegaba toda su belleza ante mí. Prosiguió.

— El humano que adivine nuestra entidad – y tú así acabas de hacerlo – será el agraciado con el beso de náyade.
— ¿Cómo...? Balbucí, ignorante de semejante cuestión.

Se acomodó sobre mis piernas, me rodeó con sus brazos, y contemplándome de una forma imposible de describir para un humano, una manera fantástica, sus ojos brillantes me penetraron y me besó. Y de pronto ambos quedamos atrapados en un beso eterno e interminable.
A mis espaldas oí la voz encolerizada del Centauro y sus cascos al trotar hacia nosotros.
Doblegado por aquel beso sentí mi cuerpo elevarse, mire de reojo, y descubrí que miles de gorriones, petirrojos y verderones, nos sostenían en el aire: ¡Volábamos! No se cuánto duró aquel viaje, de pronto escuché: ¡Splash! Y me encontré zambulléndome en las aguas tibias y cristalinas de un lago. Y frente a mí, moviéndose como un pez, Lorena me tomaba de la mano y me llevaba hasta una playa. Me dejó fuera y me dijo.
— Si deseas otro reencuentro, sólo debes soñar de nuevo. ¿De nuevo?

Abrí los ojos. Una camarera preciosa, de ojos verdes, me miraba seria, pero con una mueca indulgente. Avergonzado, quise pedirle un refresco. De forma inconsciente me revolví sobre la mesa, y me topé con una botella de Coca Cola. Dijo.

-Por ser el primer día, no se la cobro. Y sonriendo feliz, exclamó.

- Sabe... ¡Estamos en primavera!

Se dio la vuelta y se marchó. Además me había dejado un aperitivo de patatas fritas. Un gorrión gordo y hermoso aterrizó sobre la mesa, dando saltitos con confianza tomó una, me miró ¿de reojo? Y volando, desapareció entre un rayo de sol y unos arbustos...

José Fernández del Vallado. Josef. Mayo 2009.


domingo, mayo 24, 2009

A veces los sueños...


Una mañana del mes de mayo quedé con Alicia. Caminaba despacio, con tiempo de sobra disfrutaba de los instantes previos a un encuentro que deseaba desde hace mucho tiempo. A mi paso, un sol brillante se filtraba en la espesura de plátanos y chopos que tapizaban el parque.
Al contrario de lo que había pensado no estaba nervioso, sino feliz y seguro de un pormenor: Nuestro amor era recíproco y esperaba regocijarme junto a ella. A veces los sueños se cumplen. Me estaba ocurriendo, y una alegría casi olvidada bullía dentro de mí.
Descubrí su silueta recortarse contra el sol bajo la escultura en la que habíamos quedado. Y eufórico, liberando el aire contenido, la llamé. Allí estaba, rubia y hermosa, con una sonrisa que incitaba al desmayo.
La abracé y no pude contener unas lágrimas recordando lo que había tenido que padecer antes de encontrarla. Sentí su aliento como un vaho cálido en mi cuello, y la suavidad de su piel al acariciarme. Nos besamos sonrientes y acalorados; compramos un refresco, fuimos al desembarcadero y alquilamos una barca. Haciendo aspavientos con gracia se sentó frente a mí y me pidió que la dejara remar. Con lentitud, mientras escuchaba el plácido chapoteo de los remos al rozar la superficie, la embarcación se separó de la orilla. Cautivado por su sonrisa era inmensamente feliz al contemplarla... hasta que su imagen se hizo borrosa, se diluyó, y desapareció ante mis ojos de asombro.

A continuación, procedente del desembarcadero, oí la voz. De entrada no entendí, pero en instantes, comenzó a adquirir sentido y un claro acento familiar; entonces lo supe. Era la voz de Natalia ¡mi mujer! Haciendo equilibrios me incorporé en la embarcación y advertí mi situación. No era primavera sino invierno, y el lago estaba a punto de helarse. Al final del un largo túnel el rostro de Natalia cobró vida.
Me puse a los remos y asustado, alcancé de nuevo la orilla. Sus brazos flexibles me cogieron y me rodearon con cariño. Me besó y me preguntó.
— ¿Has vuelto a verla?
La miré estupefacto. De repente comprendí con preocupación. ¡Lo sabía! Vacilante, contesté.
— Sí...
Me miró a los ojos fijamente, y me dijo.
— Escucha. Ella no existe, es una alucinación.
Dudando, contesté.
— Pero... la veo.
Sonrió, se puso seria, y añadió.
— Lo sé. Pero no es real.
Sacó una pastillero, dentro había unas capsulas, cogió tres y me dijo.
— Debes tomarlas. Y subiendo el tono, insistió con firmeza.
— ¡Todos los días!
Las tomé sin titubear. Creía en Natalia. Sonrió satisfecha, me besó y su imagen se hizo borrosa, se diluyó, y desapareció ante mis ojos de asombro.
Entonces vi con claridad:
El refresco era un tarro de gel, la canoa una bañera, los remos un par de cepillos para restregarme, el embarcadero la tarima de madera sobre la que descansaba y Natalia... mi celadora del psiquiátrico.


José Fernández del Vallado. Josef. 2009 Mayo.



viernes, mayo 22, 2009

Como una Coral.


A veces entro en tu cuerpo deslizando mis notas como una coral,
aprendo a mecerme al compás de sus ímpetus disipados.
Mis manos se transforman en ramificaciones
de un todo
incesante que persigue tus anhelos,
mi lengua en anémona que acaricia los secretos
de tu gruta paladar;

mi cintura se ciñe a tu envoltura de piel irradiada
por el calor de un sol
interno protuberante y clitorial.
Descubro cimas sinuosas, abombadas,
y riachuelos cuya humedad riega de dulce sabor
salobre
la cartografía de un mapa incuestionable

y misterioso que contiene el secreto en clave de la vida…


José Fernández del Vallado. Mayo 2009



martes, mayo 19, 2009

Vulcanología.


Abrió los ojos y lo supo, lo había conseguido, era un triunfador. Surgido de la nada, paso a paso, había ido asentándose en las cimas de la vida. Nadie le había regalado nada, era famoso. Cuando saliera habría más de cien paparazzi aguardando y ya no podría ir solo porque sería un personaje codiciado y polémico al cual adularían o temerían.
Todas las semanas visitaba a diferentes líderes del mundo, le solicitaban con respeto, admiración y temor, consejos sobre cual era el siguiente paso que habrían de dar. Desconocían que él tampoco sabía el camino, no imaginaban que sólo era uno más, aunque ahora era célebre ¿antes? no recordaba. De su época anterior nada estaba claro.

Había científicos que especulaban con que su inteligencia era superior a la de Einstein y su libro “Teorías humanas y decadencia” mejor que el de la “Relatividad.” Él seguía pensando que sólo se había dedicado a condensar lo que veía. Algunos opinaban que era catastrofista, él no lo creía. Nunca dijo que la humanidad fuera a extinguirse, sólo pensaba que permutaría hacia un estado evolutivo diferente al actual. Le disgustaba que los hombres se mataran por borracheras o desacuerdos morales y territoriales, y que existieran guerras por puerilidades. Nada tenía importancia cuando el grado más elevado al que un ser racional debía de aspirar era a degustar plenamente el placer.

Le desquiciaba la nula visión de sus congéneres, quienes en vez de evolucionar se estancaban en el culto a la violencia. Por lo demás, era normal. Su estatura rozaba el metro ochenta, era calvo y debido a su miopía usaba gafas culo de vaso, lo cual no era impedimento para triunfar, tampoco su delgadez ni su fealdad. En cambio sus alas eran el éxtasis. Estaba cansado de que lo adoraran por ser un hombre alado. Incluso en algunos círculos lo llamaban el “ángel de la paz.” Aborrecía que por un detalle irrelevante creyesen que era aquello que no era.

La gota que colmó el vaso se desencadenó en su visita a Chile.
Estaba en la casa de una señora bajita y regordeta llamada Bachelet, ella le observaba con una mirada de ojos tristes, cargados de responsabilidad. Le hizo sólo una pregunta.
— Hay alguna forma de solucionar un problema.
Él preguntó cuál y ella, apesadumbrada, contestó:
— Los volcanes.
Se sobresaltó. ¿Volcanes? La verdad es que siempre los había obviado, tal vez ahí radicara el enigma...
Volviéndose, inquirió si alguno tenía la puerta abierta. Ella, confusa, le dijo.
— Te refieres ¿a una erupción?
Salieron a la terraza, señaló hacia el sur y le dijo.
— Allá está el Chaitén, devastándolo todo.
Él batió sus alas y se elevó. En minutos un espectáculo le trajo recuerdos remotos, de cuando la Tierra era igual. Sin preguntarse el porqué o vacilar descendió hacia el cráter atravesó la densa capa de humo, penetró en el lago de lava y continuó descendiendo. Un calor placentero envolvió sus arterias, su cuerpo de hombre se diluyó hasta condensarse en fluido. De pronto oyó voces, exclamaban.
— ¡Lucifer, despierta!
Abrió los ojos y descubrió a su súbdito Judas. Mirándolo alarmado, le preguntó.
— ¿Me he vuelto a dormir?
— Así es.
Preocupado por su descuido volvió a preguntar.
— ¿Y cuánto estuve durmiendo?
— Tres siglos, Alteza.
Fue consecuente con pavor. Había descuidado a los humanos… ¡demasiado! Volviéndose a Judas le preguntó con apremio.
Y los hombres ¿qué ha sido...?
Judas lo miró con ojos de súplica y dijo.
— Nada Señor.
— Nada, ¿qué?
— Sin su ayuda dejaron de progresar y se hundieron en una época oscura.
— Y...
— Hubo una pandemia de peste... roja.
— ¿Y?
— Lo siento Alteza, Dios aprovechó la ocasión y le dio un jaque mate. La tierra ahora está limpia y pura de nuevo.
— ¡Oh! ¡Menuda pesadilla!
Desperté. Miré el reloj despertador. No había funcionado. Tenía que ir a la facultad, había examen de vulcanología, faltaban apenas veinte minutos, me había dormido. Imposible llegar a menos que... Me incorporé, estiré los brazos y mis alas se desplegaron a mis espaldas.

José Fernández del Vallado. Josef. Mayo 2008. Arreglos Mayo 2009.


domingo, mayo 17, 2009

En Sepia.

Por aquel tiempo hicimos planes. Sin tener mucho dinero, a cambio de permanecer a su lado, estuve dispuesto a aventurarme en lo que fuera, incluso a casamos por la iglesia y vivir en su ciudad.
Llegamos a Larsa por la noche, y al día siguiente ocurrió. Abrí los ojos y Karla estaba en sepia, no se lo dije, no deseba asustarla. Hasta el momento las cosas habían funcionado de maravilla y yo me sentía en el paraíso.
Monté una empresa de moto taxis; empecé con un par. Adentrarme en aquella ciudad desconocida no me impresionó, lo que me asustaba era considerar que estaba olvidada en mitad de un desierto.
Una vez salí y aparqué. Ascendí las dunas y cuando estuve en su cima miré más allá, tratando de ver no se qué, excepto millones de metros cúbicos de tierra. Las dunas allí eran diferentes; eran blancas y grises, decían. En el Sahara suelen ser amarillas, pero para mí no había más color que el sepia, corroboré.
¿Qué puede hacer un hombre que vive inmerso en sepia? Cómo disimula las caras sepia de los compañeros, los rasgos sepia, las expresiones de enfado o alegría en sepia ¿como ver los semáforos en sepia? En cambio, los amaneceres y atardeceres no había problema; amanecía en sepia y anochecía en sepia. Entonces le preguntaba a mi mujer.
— ¿Ves que color tan hermoso se ha puesto?
Ella afirmaba y susurraba.
— Sepia.
Y yo me sentía importante.

Comencé a perder el control y a emborracharme. Descubrí que al beber me olvidaba del sepia, pero incluso después de recibir una tunda del negro, que también era sepia, no lograba ver ni en morado.
Los problemas se presentaron cuando nació Jerónimo. No me agradaba verlo así, sabía que era un niño moderno, avanzado a su tiempo, y contemplarlo rojizo me enloquecía.
Cuando cumplió diez años decidí llevarlo con sus tíos una temporada a la capital. Lo monté en el motocarro y partimos.
El milagro tuvo lugar nada más llegar, de pronto dejé de ver sepia y comencé a ver en color. Aquello no sólo logró impresionarme, sino desquiciarme. Tras diez años en sepia descubría que el color es espantoso; resultaba hortera, provocativo y obsceno.
Las mujeres vestían en tonos rosas y tenían la piel demasiado blanca o demasiado tostada, pero sobre todo limpia, sin los deliciosos puntitos del sepia.
Dejé al muchacho y aquella noche, mareado por las luces de neón, me emborraché en un local, sucumbí al placer del color y me encamé con una rubia y una negra a la vez.
Aunque a la mañana siguiente fue peor. Les dije que las veía en blanco y negro, pues así es como de pronto lo vi todo, y se rieron de mí.
Desorientado eché el cerrojo y dejaron de reír. Cogí el cuchillo de cocina con objeto de comprobar un imperioso detalle que me vino a la cabeza. Las perseguí y acuchillé en un instante, y mi sorpresa fue mayúscula. Descubrí que su sangre era ¡roja! Veía en blanco y negro pero podía ver el rojo, luego qué quería decir aquello ¿cuál era su significado?
Tal vez fuera un emisario. No se me había ocurrido pensarlo: ¿Un emisario?
Era domingo, me presenté en la casa de mis tíos. Los apuñalé por sorpresa y no hubo remedio, continuaba viendo la sangre, roja. Una idea me atormentaba. Tomé en brazos a Jerónimo y emprendimos rumbo a Larsa, cuando estuvimos a sus puertas me detuve, salimos del carro y le pregunté
— Jerónimo.
— Sí papá.
— Dime la verdad. ¿De qué color ves la ciudad?
Me respondió de inmediato, dijo.
— Sepia.
Me lo temía.
Yo, en cambio la veía gris, blanco, marrón y azulado. E incluso había avenidas con árboles verdes. ¿Eran verdes los árboles? Si, claro. Siempre había sido así, casi lo había olvidado.
Me apresuré a dejar a Jerónimo en casa. Mamá no estaba. Le ordené que la esperara y le di un beso.

Conduje hacia las afueras, me detuve y me interné en las dunas; comencé a caminar mirando aquel cielo azul marino y la tierra blanquecina y brillante con una extrañeza profunda. Estaba en un mundo distinto donde todo refulgía con una intensidad desconocida y demencial, y me sentía molesto y asustado, hasta el punto de no desear ver más.
Apenas sentí dolor cuando me arranqué los ojos. Lloré de alegría y seguí caminando. Ahora todo estaba bien; veía en sepia...

José Fernández del Vallado. Josef. 2009.


viernes, mayo 15, 2009

Por el reverso sencillo.

Salí de excursión por la garganta de la Cabra Montés. Llevaría recorridos dos kilómetros cuando descubrí una brecha que nunca había observado con anterioridad, y que me permitiría ascender a una zona de peñascos que siempre deseé coronar.

La abertura me introdujo en una pequeña covacha en cuyo extremo había una salida. Desde la oquedad divisé un zócalo de granito; para llegar era preciso superar un saliente abombado.
Obsesionado con la tarea empleé más de hora y media en intentarlo y sólo cuando estuve al otro lado, satisfecho sobre la basa de granito, me di cuenta de la trampa natural en la que había caído.
Bajo mis pies se abría una desplome de unos diez o doce metros, a mi izquierda el panorama estaba igualmente vacío, y realizar el mismo recorrido en sentido inverso, según observé, resultaba imposible. Sólo había una salida y a la vez también una trampa sin vuelta; seguir ascendiendo.
Sobre mi cabeza una fina grieta me ofrecía la posibilidad de introducir los dedos y trepar hasta su final siete metros más arriba, donde una roca empotrada entre ambos extremos de la hendidura sería mi único sostén. Superada esa locura, calculé, coronaría.
Preocupado opté por gritar pidiendo auxilio.
Transcurrida una hora larga anochecía y continuaba sin recibir ayuda y por supuesto, sin saber qué hacer. Me armé de valor, encajé mis manos en la fisura y con cuidado, luchando contra el miedo, proseguí la ascensión con una idea fija; alcanzar la roca donde se cerraba el resquicio, superarla y llegar a la cima.
Me di cuenta de repente, lo que había comenzado como una diversión en una zona sin aparente peligro, era ahora una lucha de supervivencia.
Alcancé la roca, me agarré a ella y entonces fui consciente del peligro; era inestable, en cualquier momento podría desprenderse. Sin dudarlo – no tenía otra opción – puse todo mi peso sobre ella, me impulsé hacia arriba y justo cuando progresaba comenzó a ceder. Transcurrieron milésimas angustiosas, volví la mirada tratando de alcanzar la superficie que estaba sobre mí, vi la mano, me solté de la piedra y me aferré a ella con ambos brazos y toda mi fuerza. La mano tiró de mí y me izó sobre la pendiente, luego me liberó.
Terminé de encaramarme con manos y pies los últimos tres metros sobre la roca.

Un setter irlandés de color rojizo descolorido vino a recibirme y moviendo la cola me lamió la cara con regocijo. Hacía años tuve uno igual, pensé. Un tipo delgado y alto estaba a su lado. Me puse de pie, me ofreció un cigarrillo de mi marca preferida. No fumaba desde hacía diecinueve años pero tras superar aquel trance lo acepté y di una calada con gusto. Cansado levanté la mirada y estupefacto descubrí el semblante de mí hermano sonreír a mi lado y supe una cosa. Mi hermano llevaba muerto dieciséis años, y Humberto, el setter que se sentaba a mis pies, más de veinte. Mi tentativa había fracasado.
Él me miró con ironía y una mueca alegre se esbozó en su rostro joven, pasó un brazo sobre mis hombros, y con una voz sosegada, me dijo.
— Vamos. Lo mejor es descender por el reverso sencillo.

Lo siento por la coincidencia casi de fechas entre un fallecimiento y otro, pero así es la vida. En Memoria de mi hermano Pablo, fallecido un 15 de mayo del año de 1993.

José Fernández del Vallado. Josef. Junio. 2008 arreglos Mayo. 2009.



miércoles, mayo 13, 2009

En Memoria.

Os conocí cuando vinisteis a cenar a nuestro restaurante cerca de la Plaza Mayor de Madrid, a ver a nuestra nueva y simpática camarera, Elena, de quien erais grandes amigos.
Margarita, la que luego sería tu mujer, me dijo risueña, que cuando no teníais dinero comíais en cualquier casa de comidas, pero cuando deseabais celebrar algún evento ibais a un lugar especial como el mío, lo cual me enorgulleció.
Tú estabas sentado frente a ella, la mirabas con los ojos muy abiertos, sin pestañear y apenas hablar, ofreciéndole amor y ternura.

Te recuerdo con claridad. Eras un chico serio, parco en palabras, pero honesto, que se transformaba en los conciertos. Nunca olvidaré cuando me viste y me invitaste a entrar contigo y el grupo en el campo de fútbol de Isla Cristina, finales de los años 80. Al terminar el concierto me citaste y me presentaste a Loquillo.

Aquel día asistí impresionado a tu transformación en Estrella; es lo que eras. Después murió Elena, y luego se fue Margarita, tu mujer. Te quedaste solo, pero continuaste cinco años más durante los que por fuera y por dentro, te fuiste consumiendo...

Lo adiviné en tus ojos. Supe que ibas a ser una Estrella. Y hoy por fin ya lo eres, eres una estrella que brilla con fuerza inusitada en la constelación y estoy contento por ti porque sé que tu sufrimiento se ha terminado, y no estás solo, al fin os habéis reunido los tres...
Volveremos a vernos, nadie sabe cuando ni como, pero lo que es seguro es que de alguna forma, nos veremos...

Un gran abrazo.

En memoria de mis amigos Elena, Margarita, y Antonio Vega, músico y compositor fallecido ayer, 12 de mayo de 2009.

José Fernández del Vallado. Josef 13 de Mayo del 2009.





lunes, mayo 11, 2009

De Forma Impersonal.

Dejas atrás tu cubículo, sin saber por cuanto tiempo te irás.
La terminal es una colmena de abejas de múltiples rangos y razas deseando alcanzar su flor de destino. Algunas se encuentran con otras, se reconocen, sonríen sollozan se abrazan, otras caminan con la mirada perdida, las alas gachas y un aire de eterna vacuidad...
Te despediste hace tiempo, ya no estás en tu casa sino en ese lugar impersonal e internacional que no pertenece a nadie y a todos. Hay bares mecanizados, androides que te atienden sin siquiera echarte un vistazo y seres que vienen o van, pero ninguno se queda.

Llegas a la puerta de embarque y tras aguardar enmascarando un mutismo inexistente, una llamada, y aguardas en cola.
Primer saludo impersonal y accedes al túnel del destino, alcanzas la carcasa, al entrar una obrera te regala un segundo saludo impersonal, buscas tu plaza y tras encontrarla te instalas y embozas en tus cascos. Ante ti una azafata de poliuretano escenifica el ritual de rutina, pero inútil ante un posible fallo o error en la mecánica del monstruo.

Luego, el despegue, y la brutal aceleración de entre diez y quince segundos hasta alcanzar los más de trescientos cincuenta por hora.
Percibes una vibración y te das cuenta ¡algo falla!
El armatoste gigante, en lugar de elevarse, prosigue con su accidentada carrera, rebasa el final de la pista, y se introduce en unos sembrados.
Nervioso, cambias de sintonía y pones la canción Satellite of Love de David Bowie, aprietas el botón del respaldo y la butaca, perforando los élitros, te proyecta cientos de metros por encima. Y por debajo de ti, empequeñeciéndose, como si fuera un diminuto ser humano, divisas al “gorgojo gigante" y a tu lado, cientos de butacas.

Se alimenta en el sembrado hasta inflarse y estallar convirtiéndose en una bola roja envuelta en gases negros. Mudo del asombro, pulsas otro botón y el paracaídas no se despliega. Comienzas a caer, te sientes cansado en realidad desfallecido, sabes que puedes morir. Te desbrochas el cinturón, te separas de la butaca, sigues cayendo, te encuentras a metros del impacto y de la muerte. De repente lo sientes, el cosquilleo de vida y calor en tu espalda, te desprendes de la chaqueta, de la camisa, tus alas se despliegan ¡vuelas! comienzas a remontar. Recuerdas un pasado no tan remoto: Sabes volar, por algo eres abeja, la raza dominante en el planeta. Prosigues tu camino de forma impersonal, en busca de un nuevo panal...

José Fernández del Vallado. Josef. 2009.



domingo, mayo 10, 2009

Nobleza sin Casta.

Carlos Ariza, oficial español de bajo rango, estaba acostumbrado a luchar sin piedad. Su corazón, forjado en el combate, se había transformado en un témpano de hielo.
Acostumbrado a subsistir en un mundo hostil donde la codicia y la mentira prevalecían, se había convertido en un hombre cínico, pero sobre todo práctico e incrédulo. Para empezar no creía en Dios, pero ante el escalofriante dilema de verse despojado de sus bienes, sufrir tormento y perecer en la agonía en la hoguera, prefería mantenerse en silencio.

Aquel amanecer se levantó muy temprano; su misión, asaltar y saquear una ciudad considerada inexpugnable, y en la que resistía una estirpe de indígenas.
Ese día, la aguerrida hueste de españoles, volvió a declarar que en las batallas no recibían otra ayuda que la de Dios y su ingenio – cuando su táctica consistía en enviar una gruesa avanzada de indígenas, para quienes no existía más alternativa que luchar o morir. –
Se enamoró en el fragor de la batalla, nada más verla. Cuando el primer rayo del alba encendió aquellas mejillas prodigiosas, en el instante en que ella le dirigió la mirada más limpia y llena de tenacidad que jamás había vislumbrado.
Recibieron una soberana paliza, y Ariza, uno de los pocos valientes que se expuso en la vanguardia, fue hecho prisionero. Conducido al centro de la ciudad lo amarraron a un tótem, junto a los perros, ya que así iba a ser considerado desde ese momento.

Transcurridos cuatro meses de asedio y tras la muerte de su rey Ch’allqu: El que tiene gran fuerza para arrojar piedras y es habilidoso con la honda, una corte presidida por el príncipe Atiq: vencedor, y la princesa Achikilla: Luna resplandeciente, acudieron a Ariza y le preguntaron qué debían hacer para derrotar a Champiwillka: Hombre montado a caballo enviado de los dioses y su Rayo de Sol.
Indignado con los suyos, que lo habían dejado de lado a su suerte, se revolvió sobre sí y pronunció una frase:
“Permitidme ir a la guerra al frente de vuestros valientes.”
Lo llamaron Chikan: Único y distinto a todos, y le dieron el bastón de mando.
Guiando a las tropas indígenas, profiriendo rugidos de rabia, decorado con pinturas de guerra, hizo frente a los invasores utilizando sus tácticas, hasta derrotarlos y expulsarlos de la región.

Se sucedieron años felices para aquel pueblo de origen incaico y en los que Ariza, ahora Chikan, tan sólo sentía el corazón alegre cuando se reunía en la corte con la princesa Achikilla.
Empezaron a verse y amarse a escondidas, hasta que el príncipe Atiq hermano de Achikilla, ahora rey, sospechando, declaro que en al mes siguiente, mes de Aymoray Quilla: Luna de la cosecha, la princesa Achikilla se uniría al rey Atahualpa II: Pájaro de la fortuna.
Noches antes del evento Achikilla y Chikan huyeron a la guarnición española más cercana.
Al ir siempre enmascarado de indígena sus compañeros no lo habían reconocido y lo daban por muerto, y cuando lo volvieron a ver, lo aclamaron como a un héroe. En cuanto a la princesa todos la consideraron su concubina y la respetaron.
Recibió nuevos títulos y una orden tajante y directa de los reyes de España: Romper la resistencia de Atiq. Apesadumbrado, no tuvo más remedio que ceder pero interpuso una súplica y le fue concedida: Terminada la campaña regresaría al reino de España.
Días antes de partir envió en una carabela a Achikilla, embarazada, con su cohorte de esclavas indígenas, a su pueblo en la sierra de León.
Nada más llegar Achikilla se encontró con una tierra fría, triste y oscura; pero se mantuvo firme. Recibió varias cartas de Ariza, en las cuales se declaraba con ansias de reunirse; no volvió a saber más.

Ariza derrotó a Atiq y días después, cuando le imponía besar la Biblia, un pariente de la princesa Achikilla se arrojó a sus espaldas y mordiéndole con ira en el cuello le desgarró la yugular. Falleció desangrándose, sin cesar de susurrar el nombre de su devoción.
Ella tuvo descendencia, vivió triste y a la espera durante cerca de diez años hasta que se extinguió. El hijo de ambos también llamado Carlos, no fue noble ni soldado; le desposeyeron de sus títulos. En cambio de joven fue un extraordinario pastor de cabras y de mayor se convirtió en ermitaño, retirándose a vivir a una caverna de osos en la Sierra de Salientes, León. En su lugar hoy se encuentra una fuente de aguas milagrosas y termales, llamada “La Fuente de San Carlos de Ariza.”

Si desean visitarla y rezar una oración por favor hagan sus reservas en Viajes Alsa. Pero dudo mucho que la encuentren, no existe.


José Fernández del Vallado. Josef 2009.




viernes, mayo 08, 2009

Abandonado.

La refriega en el desierto fue un desastre. Los beréberes ni siquiera nos hicieron el favor de ejecutarnos; nos abandonaron en las dunas. Caminábamos perdidos, deseando encontrar el recorrido más corto hacia la muerte. Alguno tuvo esperanzas, creo recordar, y murió creyéndose a salvo. Hizo bien. La esperanza es lo último que se pierde.

Tras cinco días de caminar sin sentido, sólo quedaba yo levitando en aquel laberinto de tierra.

Ese atardecer escalé hasta la cima de la montaña más roja y alta y me senté a esperar que viniera.

Vi acercarse a la hiena y no le hice frente, pues descubrí que tenía un aire con “Dula”, mi querida perra mezcla entre dingo y lobo. Como ella, tenía las fauces entreabiertas, babeaba y una lengua rosada y larga le bailaba mientras se acercaba feliz de encontrarme.


Recuerdo que cuidé de las cuatro camadas – ¿o fueron cinco? – que tuvo "Dula" desde la primera vez que la encontré tras parir en una bocana de desagüe. Hacía un calor inclemente aquel verano, como allí. Me armé de valor, me introduje en el tubo y pese a escuchar sus gruñidos de advertencia, la alimenté. Tomó confianza y al segundo día estaba a mi lado y me dejó entrar en el caño y contemplar su preciosa camada de seis cachorros; aún tenían los ojos cerrados.

Al mes corrían por encima de mí y bebían la leche con pan que les di. Los fui entregando a los caminantes que paseaban por aquel camino de montaña y se enamoraban de ellos. Sólo ponía una condición: No abandonarlos jamás. Nada peor que te abandonen y te dejen morir. Ahora lo sabía. Lo curioso es que allí sentía las mismas sensaciones que cuando me perdí en la ciudad. A fin de cuentas, a veces, ambos lugares resultan igual de inhóspitos...


Alargué la mano y la lengua de la fiera me lamió, creo que adivinó mi pensamiento. No me atacó. Se echó a unos metros de mí y aguardó, no tenía prisa.

Estuve susurrándola toda la noche, a veces carcajeaba, creo que le impresionaron mis gracias absurdas.

Algo la asustó al amanecer y se marchó.

De pronto me vi rodeado por hombres de la cruz roja, les emocionaba encontrarme con vida, supongo, pues reían y me ofrecían cantimploras llenas de agua. Yo no sabía si estaba vivo o aquello era un sueño divino, hasta que me bajaron de allí y vi la pesadilla: El regimiento de la legión.

Habían aniquilado a los beréberes me dijeron pletóricos, y además, tenían a un prisionero a mi disposición.

Lo trajeron ante mí y me dijeron que hiciera con él lo que quisiera. El hombre, aterrado, temblaba. No lo pensé dos veces, le concedí la libertad y a continuación me di de baja. Después de lo visto, no pudieron utilizar contra mí su palabra favorita: Cobarde.


Ahora tengo una pensión en un pueblo, entre las dunas del desierto de Marruecos, y no me va mal. Yardut, así se llamaba el prisionero beréber, se vino conmigo y es mi socio y cocinero. Una amistad más fuerte que la vida nos une y estoy seguro que si tuviéramos ocasión de demostrarlo, antes que abandonarnos o dejarnos abandonar, cualquiera daría su vida por la del otro.

José Fernández del Vallado. Josef. Mayo 2009.



lunes, mayo 04, 2009

Tengo el poder...



Aquel verano vinieron mis primas de Estados Unidos y todo fue diferente. Eran unas chicas guapas y extrañas, y no había forma de entenderse o de entenderlas. Yo en cambio, sabía de subir a los árboles, seguir a las vacas, cazar escolopendras amarillas y contar sus anillos.
Mientras en casa, mis padres recibían a unos soldados vestidos de negro, todos llevaban la misma calva recortada y redonda en la parte alta de la cabeza, una insignia blanca en el cuello, y hablaban de amor y de paz en tonos cada vez más bajos y asustados.

A atardecer, cuando las chicharras cantaban frenéticas, se reunían y oían radio BBC para ver qué decían unos países en los que había paz sobre el nuestro, y cada vez decían menos, o nada.


Sólo tuve el poder unos días, quise hacerme invisible y lo logré. A la hora de la siesta recorría la casa y pillaba a las muchachas en el patio hablando de chicos, besos y amor, a mi padre en el cuarto de estar leyendo libros sobre “¿república?,” a mi madre recosiéndome la chaqueta azul para el cole, pero lo que más me maravillaba era espiar a mis primas, eran marcianas.
Entraba en su cuarto me sentaba tras ellas y las oía hablar durante horas hasta que un día, de pronto, pude entenderlas y supe de qué hablaban y dirigiéndome a ellas les pregunté.
— ¿Querer jugar en roca grande en la montaña? Allí tener cabaña.
Ambas asintieron y dijeron a la vez.

— Yes.
No había duda, ya no tuve problemas, hablaban en indio. Perdí mi invisibilidad y nunca la recuperé, pero adquirí otros poderes de los indios y los sigo conservando, uno de ellos, muy poderoso, se llama Coca Cola.

José Fernández del Vallado. Josef. Mayo 2009.






sábado, mayo 02, 2009

Renacimiento.

Amalia iba detrás, junto a Juan, se encuentra bien. Por fortuna el accidente no revistió mayor gravedad para ella y después de unos meses de recuperación de las fracturas de tibia y peroné, pudo volver a caminar. A Juan le costó algo más; iba sentado tras el asiento del copiloto, su rostro golpeó contra el asiento de delante. Se partió la nariz, al tiempo, al echársele encima el asiento, se fracturó ambas piernas a la altura de las rodillas. Rosa, mi novia, que iba de copiloto, tuvo menos suerte y debido al fuerte traumatismo cráneo encefálico que sufrió tras del choque frontal, entró en coma y definitivamente quedó en estado vegetativo. En cuanto a mí... de forma inexplicable, y quizá porque no me puse el cinturón, resulté ileso al caer bajo el salpicadero del coche, lo cual me liberó por milímetros de que el chasis del vehículo me hiciera pedazos. Los bomberos me extrajeron de debajo del camión donde quedé atrapado durante cerca de tres horas.

Esta madrugada, tal como suelo hacer cuando su familia no está – ellos no permiten que la vea – acudí a visitarla. La mantienen con respiración asistida y la alimentan mediante sonda. Le hablo acerca de la suerte, si así puede llamarse, que tuve al encontrar trabajo en la fábrica, pues en realidad estoy condenado en la trampa de la sociedad y mi salario no dará para cubrir de por vida la sanción que me impuso el tribunal. Sé que cometí una tremenda irresponsabilidad y no tengo perdón. Pero también veo como, cada día, mientras tráfico elabora recuentos más elevados de muertos y accidentados, la televisión continúa pasando anuncios de nuevas y veloces máquinas de muerte. Y yo no soy nadie; acaso una mera pieza más en el mortal y cínico entramado de una industria con ambición desmedida. En cuanto a Rosa, ella es un alma en pena atrapada por leyes absurdas que la impiden morir con dignidad, porque no tiene uso de palabra ni razón para expresarse.

Por fin esta madrugada, tras años de sufrimiento, la liberé. En realidad nos liberamos ambos, no dude en hacerlo. Tras mirar sus ojos inexpresivos los vi suplicarme y llorar atrapados tras la coraza inútil de su cuerpo. No había nadie; estábamos solos. Le retiré la respiración asistida, le saqué la sonda, le quité la vía que la mantenía unida al suero intravenoso y percibí como su cuerpo se relajaba por completo. Levanté las sábanas que la cubrían, hice lugar a su lado y pasando un brazo por su nuca me tendí junto a ella. Y por primera vez en años, estuvimos donde tantas veces soñamos. La playa era hermosa, de arena fina, suave y blanca. Los rayos del sol acariciaban nuestros párpados proporcionándoles el calor y tibieza que no encontraron en años, las aves marinas graznaban, y el rumor de las olas era un constante aliento de vida. Mientras que el cielo, azul intenso, como un fino paño de lino adornaba un horizonte ilimitado. Y en mi boca, el sabor dulce y casi agradable, de la barra de chocolate mezclado con el amargo cianuro de muerte.

José Fernández del Vallado. Noviembre 2007. Arreglado abril 2009.


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