viernes, mayo 07, 2010

La mujer oriental.


Aquel año Carlos Ochoa obtuvo beneficios en su negocio y por primera vez en cinco años, uno de sus deseos, se materializó: Realizar un viaje en trasatlántico alrededor del Mediterráneo.
Si echaba un vistazo desde la cubierta superior de la proa del trasatlántico S.M. – Ellinis, cada mañana, podía presenciar detalles interesantes. Y aquel, tercer amanecer limpio y con ligera brisa del este, realizó un nuevo y excelente descubrimiento. Su vista, como siempre soslayaba algunos elementos conocidos: El marinero ruso que baldeaba de forma cansina la cubierta, el señor del puro, un hombre gordo, cuya tos ronca tronaba en cubierta como el berrido de un elefante marino, las gaviotas sobre los gruesos noray, la mujer rubia y delgada hasta adquirir un cariz enfermizo, que caminaba en bata balanceándose a izquierda y derecha mientras susurraba delirantes frases de amor. Estuvo observándolos hasta que su mirada excitada se extendió sobre cubierta, sorteó las barcazas de socorro y más allá, por vez primera, descubrió a la mujer oriental.
Carlos Ochoa en su juventud había sido estudiante de Físicas Aplicadas, y nunca antes se le ocurrió traspasar los límites de la física como lo hizo en aquel increíble momento. Pese a que en su negocio había hombres que se enamoraban y vivían soñando con una mujer cada día, jamás había concedido importancia a unos nimios embelecos y era un solterón empedernido. De repente, aquella mujer le resultó tan fina y elegante como una frágil escultura de escayola, y durante el resto del día ya no pudo sustraerse a su encanto ni dejó de pensar en ella; hasta que en un momento determinado, se encontró rastreándola por las cubiertas como si fuera un espía desquiciado.

Aquella noche, antes de acostarse, permaneció más de dos horas junto al ojo de buey de su camarote mientras, ensimismado, contemplaba las estrellas.

Después, ya no fue capaz de dormir reposado.

A la mañana siguiente, temprano, aguardaba en la cubierta de proa impaciente.

El primero en aparecer fue el marinero ruso con el balde. En cuanto vio a Carlos lo saludó con una amplia sonrisa de sorpresa y felicidad; como si verse acompañado en cubierta a esas horas de la mañana, le hicieran sentirse privilegiado; y tal vez fuera así. Luego salió el hombre obeso con el puro y a continuación la mujer. Transcurridos tres cuartos de hora Carlos Ochoa se mordía las uñas con desesperación. Giró la cabeza a su izquierda y de detrás de un soporte metálico, con lentitud, como si la acción discurriera a cámara lenta, surgió el perfil de la mujer oriental. Entre sus manos de blancura inmaculada sostenía un cigarrillo fino y largo que saboreaba mediante abstraídas y vivaces chupadas. Carlos advirtió, que si era tan espléndido, era debido a la fina boquilla que lo sustentaba. No supo a ciencia cierta el porqué, pero observar el ritual con el que aquella mujer consumía el cigarrillo, le resultó, si cabe, todavía más misterioso. Se disponía a aproximarse cuando desapareció tras uno de los puntales de metal.

Descorazonado, de forma apresurada, se lanzó en pos de la mujer.

Entró por la única puerta por la que supuestamente ella habría debido acceder. Bajó unas escaleras que lo condujeron a la segunda cubierta, volvió a subirlas, penetró en un salón de juegos donde el chirrido metálico y ensordecedor de las máquinas tragaperras le desorientó y confundió, y al no hallarla se detuvo, sintiéndose derrotado.

Esa noche hubo mar gruesa acompañada de un enérgico y sibilante vendaval. Carlos tuvo pesadillas, durmió mal y vomitó varias veces.
Al amanecer el mar seguía encrespado, convertido en un potaje oscuro, donde olas negras con crestas de metal amenazante se sucedían unas a otras y arremetían contra el casco del barco, vapuleándolo como a un juguete ingobernable. Carlos no entendía qué hacía exactamente allí afuera, aunque creía tener una ligera noción y sobre todo una certeza. En medio de aquel temporal nadie más saldría a cubierta. Una puerta se abrió y allí estaba el marinero ruso haciéndole señas para se pusiera a cubierto. Carlos asintió varias veces, el marinero sonrió entre dientes y cerró de nuevo la escotilla.
Culpándose por su irresponsabilidad, descendió las escaleras de proa hasta llegar a la segunda cubierta. Decidido, apretó el paso y atravesó tres barcazas de socorro antes de llegar a la puerta de acceso principal. Pasaba de largo uno de los refuerzos metálicos anteriores al portón, cuando con el rabillo del ojo, la vio. Volvió con rapidez sobre sus pasos hasta donde había creído verla, pero allí no había nadie. Se giró dispuesto a marcharse y se topó de bruces con ella. Ambos estuvieron un buen rato observándose sin hablar. Pero al fin, con cortesía y timidez, Carlos la saludó.

Ella permaneció mirándolo extasiada, con ojos abiertos e inteligentes. Y a su vez musitó algo en lo que parecía ser su idioma. Desconcertado, Carlos quiso explicarle que continuar allí con el temporal no era lo más adecuado. Ella asintió y titubeó, dando la sensación de encontrarse cada vez más insegura, pero a la vez ebria de una extraña locura y felicidad. Tras un prolongado repertorio de sonrisas y gestos ridículos por parte de ambos, pues no había forma de que se entendieran, decidió dar el paso siguiente y la invitó al baile que tendría lugar esa noche. Ella asintió cosa de cinco veces o así y pareció comprender.

Regresó al camarote sintiéndose el hombre más afortunado del mundo. Y ya no le importó soportar los embates del barco, y de una tempestad que arreciaba con violencia, y había llegado a convertirse en un tifón de proporciones considerables.

A media noche la discoteca estaba vacía. Debido a la enérgica tormenta más de la mitad del pasaje andaba o encerrada en sus respectivos camarotes vomitando, o dispersa por el buque. El único hombre que resistía las acometidas del tiempo aferrado a la barra y a su cubalibre con cierto aire de solemnidad aristocrática – aunque careciera de la presencia necesaria – era Carlos.
Tras más de tres horas de espera Yonai – si realmente se llamaba así – no se presentó.
Carlos dejó a un lado su aristocracia y comenzó a bailar en la pista. Aunque el verdadero dueño del ritmo y del baile era el temporal y Carlos se limitaba a ir de un lado a otro cayendo e incorporándose, como si se tratara de un fantoche mareado.
A eso de las tres de la madrugada, abatido y embriagado, se disponía a regresar al camarote, cuando Yonai apareció. Lucía un vestido de seda azul, el pelo negro, ordenado en un aparatoso tirabuzón. Pese a los bruscos bandazos del barco, danzó junto a él imprimiendo cabriolas y saltitos precisos y rápidos. Se abrazaron y bailaron juntos unos minutos. A continuación lo miró con ojos de angustia, se retiró y desapareció como si fuera la cenicienta.

A la mañana siguiente el temporal había amainado. Era el séptimo día de los diez que se prolongaba el crucero.

Carlos se despertó sintiendo unos molestos pinchazos en la sien, diciéndose que había acabado. No sentiría más adoración por aquella mujer fría, de extraños sentimientos orientales, que por lo demás, nunca llegaría a comprender. Salió a cubierta y, exceptuando al marinero ruso que estaba acostumbrado a los embates del mar – con peor aspecto del acostumbrado – se encontró con los de siempre. No obstante, percibió algo diferente. El hombre obeso había dejado de fumar y apoyado sobre la barandilla, se limitaba a contemplar con semblante de pensador embebido el océano infinito. Lo curioso radicaba en que la mujer se hallaba por primera vez a su lado, tampoco hablaba, y permanecía ligada al hombre de la mano. De alguna forma, por vez primera, existía entendimiento o conexión entre aquellos personajes. E incluso hubo un momento en que ambos volvieron los rostros y mirándose fijamente, se besaron con cariño.
Carlos apenas dio crédito cuando surgiendo de entre la bruma que ahogaba la cubierta, se perfilo la estilizada figura de la mujer oriental. Esta vez ella lo miró, alzó ambas manos y saludó sonriente. El permaneció algo frío, en realidad sin saber qué hacer o decir. Luego se dispuso a bajar para reunirse con ella, en ese instante ella giró y despareció de nuevo en la bruma. De pronto Carlos se encontró corriendo y cuando llegó se enfrentó a una sensación desagradable, pero no desconocida: Yonai había vuelto a desaparecer…

Frenético, la buscó sin resultado durante un par de horas. Apesadumbrado y sintiéndose mal, volvió a encerrarse en el camarote, donde cayó enfermo, con unas fiebres intensas y en las que trabaron por fin amistad.

Aprendieron a comunicarse muy rápido, aparte de por gestos, en un lenguaje que Carlos no supo razonar con certeza desde cuándo o debido a qué lo había asimilado. Juntos nadaron por ríos de aguas claras, deteniéndose en las exiguas playas de sus riberas. Sus dedos penetraban en la tibia arena y se la arrojaban entre risas. Los viejos árboles de las orillas, les proporcionaban un manto de claroscuros de refulgencia misteriosa y multicolor; y el viento, entonaba melodías inmemoriales…
Nadaron semanas, tal vez meses, deteniéndose solo para abrazarse y hacerse el amor. Desembocaron en un estuario donde una playa extraordinaria se abría a un océano interminable, turquesa y azul.
Decidieron seguir pero cuando llegó el momento de emprender la marcha él, aunque deseara hacerlo, se sintió inmovilizado por un terror visceral. Ella comprendió su sentimiento y decidió seguir a su lado. Permanecieron juntos en la playa durante años. Pero cada mes; mientras él se instalaba tierra adentro, ella se aventuraba más y más en las aguas.

Abrió los ojos y se encontró en el camarote hospital del trasatlántico. El doctor le explicó que llevaba días con fiebre y delirios, pero, por fortuna, se había recuperado.
Infundiéndole ánimos le dijo que ese era el último día en alta mar, y que al siguiente arribarían a puerto. Carlos debería haberse sentido feliz, en cambio se encontró desolado y sobre todo se sintió muy intranquilo. Angustiado, quiso saber la hora. El doctor le informó que todavía era de madrugada. Alegando cansancio, Carlos rogó que lo dejaran a solas.
Cuando se retiraron, se incorporó, se puso un grueso batín y escurriéndose con sigilo, salió a cubierta de proa.

Hacía una amanecer despejado y los primeros rayos del sol pronto empezarían a secar el calafate. Mientras las gaviotas graznaban sobre los noray, Carlos Ochoa se sintió extraño.

Vio venir al ruso con el balde, y lo saludó esbozando una sonrisa apagada. A continuación salieron el hombre y la mujer bostezando, y con pereza, se arrebujaron sobre unas tumbonas y se cubrieron con una manta.
Carlos Ochoa sólo esperaba y deseaba con ansiedad, ver aparecer a la mujer oriental en el angosto pasillo de la cubierta de proa.
Transcurrió casi una hora y comenzó a sentirse afligido y sobre todo, desquiciado. De pronto algo cambió; al otro lado de la barandilla, viniendo de tres cubiertas más abajo, escuchó una llamada familiar, demasiado familiar para no reconocerla…
Descalzo, bajó dos plantas, se asomó y preso de una fascinación asombrosa, vio a Yonai. Ella le lanzó un beso y en un idioma que sólo ellos entendieron, le preguntó: “Mi amor. ¿Vienes ya?” Seguidamente, con elegancia, se arrojó al agua y no volvió a emerger. En cambio de las aguas surgió… un precioso delfín, que sin dejar de mirar a Carlos, agitó sus aletas y se zambulló con parsimonia, para surgir una y otra vez sin dejar de observarlo con mirada inquieta e inteligente.
Sintiendo un terror indecible, Carlos se encontró sobre la barandilla. Algo en su interior le impedía hacerlo, saltar era una locura e iba contra su naturaleza, pero su otra mitad le inducía a arrojarse. De repente, a sus espaldas, oyó una carcajeo volvió la cabeza y ¡allí estaba el ruso!
El hombre abrió la bocaza y pronunciando como si masticara un revuelto de acelgas y carne, le dijo:

“A qué espegasss. ¡Salta! Ella te espega. Y añadió. No segás primerrro… ni último.”

Carlos dejó de dudar, y como si lo hubiera realizado de forma habitual cualquier día y en cualquier instante de su vida, ejecutó el movimiento. Juntó ambas manos y batiendo con fuerza, saltó…


José Fernández del Vallado. Nov 2008 josef. Arreglos mayo 2010.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

44 libros abiertos :

Taller Literario Kapasulino dijo...

Impresionante cuento. Me gustó mucho el ritmo que tiene. Es excelente en detalles y en redacción.

Julia Hernández dijo...

Precioso y delicado, cada detalle descrito de una forma impecable, con la cualidad que tienes de llevarnos por mundos maravillosos, un final espectacular. Exquisito relato. Un fuerte abrazo!.

Lara dijo...

Excelente relato Josef que como siempre me hace sentir.
Muuuuuuuuuacks!

TORO SALVAJE dijo...

Hizo bien.
Que sería su vida sin ella?

El ruso ya ha visto de todo.

Saludos.

MORGANA dijo...

Josef...siempre me enganchas con tus bellos cuentos,son estupendos.
besazos.
Morgana

Dama dijo...

Pues vaya... pobre hombre el amor al final lo cegó.

Un beso Josef

Off topic: Me gusta como ha quedado, blancos y negros, buen gusto.

essaldir dijo...

Que buen relato..!!! con un ritmo ue atrapa, y con una figura misteriosa, vaya con la mujer oriental... y lo curioso es que yo estudie con Carlos Ochoa... me preguntaba que se habia hecho.. bueno respuesta encontrada.
Saludos!!!!

Arwen dijo...

Vaya pues si que tiene ritmo hasta el final...¡sáltemos!!!!...

Un abrazo y muy buen fin de semana. ;)

Arwen

F. J. Zamora dijo...

Todos hemos hecho ese viaje alguna vez, unos en barco , otros, en tren, otros simplemente por la vida , y ¿quien no se ha tirado al mar, a la locura y se ha mojado por amor?.
Un abrazo amigo y feliz fin de semana

César Sempere dijo...

Muy bueno el relato Josef.

Me ha gustado el ritmo, los detalles y la sensación de inquietud alrededor del personaje.

El final me recuerda el "salto de fe".

Un abrazo,

Carolina dijo...

Ahhhhhhhhhh quería seguir leyendo, para saber que pasó!!!

Precioso relato Josef, me ha encantado todo, como describes cada escena, cada personaje, y la historia que es original, en donde pones tu ingenio y creatividad para engancharnos desde el principio hasta el fin.

Un besito
feliz fin de semana

iliamehoy dijo...

Saltar, soltar.... de eso se trata.
Un tortuoso recorrido por los entresijos del alma.
Una sonrisa

Unknown dijo...

Gran salto!!!

me fascinó leerte!!

Un beso!!

LaLy dijo...

Alguna vez he dudado entre saltar o quedarme, pero ¡Hay que saltar!

Me ha encantado tu relato,casi como ver una peli :)

Saludos.

LaLy

lichazul dijo...

josef

excelente relato, fluído
un final lumínico, besitos de luz
ten un precioso fin de semana

soy beatriz dijo...

Hola Josef, me encantó, será que aunque el sol esté de fiesta en buenos aires, mis días están nubladitos y este escrito me hace pensar que todavía en algún lugar, se esconde el brillo.
Un abrazo, te felicito!!!!

campoazul dijo...

Todavía sigo fascinada por este cuento increíble..., y con un final atrayente, es que me entraban ganas de tirarme yo tambien, estaba como hipnotizada... precioso.
Me encantó.

Besos.

Carmen dijo...

nunca sabemos dónde podemos encontrarnos aquello que nos impulse a saltar, ni las consecuencias del salto

pero ¿quién se resiste a una sirena oriental?

besos

Cele dijo...

Una bella historia de amor, con un salto final al abismo.
Creo que todos alguna vez hemos dado un salto al abismo, en contra de todo lo racional, y es que hay fuerzas que la razon desconoce, y por eso es vencida y una de ellas es el amor.
Un abrazo
Pd. Gracias por tu cariños comentario.

Susana Peiró dijo...

Una sirena...sí Señor!

Precioso cuento, creo que finalmente algunos saltos se justifican...a veces el objeto de deseo se encuentra en las profundidades...

Un Abrazo fuerte José!

SOMMER dijo...

No se cómo te apañas, pero siempre te superas.
Un abrazo amigo¡¡¡

Paseo de Letras dijo...

Saltemos...¡¡¡¡....precioso relato.
Agradezco tus visitas y comentarios a mi blog. Te ruego disculpas por contestarte tan tarde.
Saludos

María Gladys Estévez dijo...

Me gustó mucho leerte definitivamente eres muy bueno.
El deseo supera casi siempre nuestras decisiones, pues el misterio, el impulso .. nos sumerge sin saber nadar en este inmenso mar que nos describes
besos

Amig@mi@ dijo...

Cuantas veces nos sentimos tan atraídos por algo que acabamos saltando en su busca, sea esto delfín, sirena, AMOR o cualquier otra cosa, no importa el motivo.
Tu relato de hoy me hizo pensar...
;)
Besos

Liliana G. dijo...

Un relato mágico, donde en el transcurso de su lectura, me ganó varias veces la desesperación por llegar al final, por adivinar, por ser parte del misterio, por querer reverlarlo antes de tiempo. Me ganó la tentación y el embeleso. Jóse, tu cuento me enganchó en su anzuelo de sueños.

Besos mil.

Anónimo dijo...

Josef: Hoy me puse al día con todos los cuentos: Uno más maravilloso que otro! :)
Me encantó las dos versiones de "Malabares de la vida"! y este último cuento ni que decir :)
Si hasta me ví sumergida en las aguas azules que describiste.
Gracias: leerte, me permite irme de este tiempo y espacio para, adentrarme en los mundos que creas :)
Un beso o 2!
Un placer muy grande por cierto, leerte :)

Sergio dijo...

Bella forma y contenido, en realidad al comenzar a leer te lleva hasta el final irremediablemente, no te puedes despegar.

Un abrazo con amor

Anónimo dijo...

gran cuento, si señor.

Jose dijo...

existen ilusiones extra sensoriales en las cuales alguna vez hemos caído rendidos,creyendo haberlas vivido en verdad.

La realidad nos despierta y la vida sigue igual.

Estupendo relato

Rossy dijo...

Tus relatos son fascinantes, Josef!

Besos :)

Anónimo dijo...

Hola José!! Muy bueno amigo, como siempre. Vengo también a agradecerte tus palabras de apoyo en mi blog. Gracias amigo.Esas palabras siempre ayudan mucho.
Besossssss

Janeth dijo...

Jose hermoso el cuento, el amor como protagonista principal, me encanto, tus historias se dejan leer, y los finales como siempre llenos de emocion

virgi dijo...

Atrapan tus historias. Como al hombre la mujer de ojos rasgados.
Vamos por la vida tan tranquilamente y de pronto..¡zas! se nos cambia todo.

maria varu dijo...

una mezcla de romanticismo y suave misterio que como siempre no puedes soltar hasta el final...

un abrazo Josef

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente. Hay cruceros que merecen la pena.

khepri dijo...

Mi vida a sido pararme en la barandilla dudar y regresar con la manos vacías, hoy salto sin mirar atrás, un segundo de felicidad vale mas que toda una vida de vació y silencio.
Precioso relato, lo de ser delfín me hizo soñar... mas bello aun, besitos.

lanochedemedianoche dijo...

El deseo del alma nos lleva por diferentes caminos, hay días negros, días claros, barcos que no hacen pasar una bella velada cerca del mar, hombre malos, mujeres traviesas, pero hay relatos así de geniales que solo josef sabe narrar, me encanto amigo.

Besos

Belkis dijo...

Wao que tierna historia. A veces la vida es eso una mezcla de fantasía y realidad que nos lleva por lugares mágicos y encantados en busca del edén, detrás de nuestros sueños. Quien no ha cometido alguna que otra locura por amor. Quien esté libre de pecado que lance la primera piedra.
Muy bueno Josef

Amaya Martín dijo...

El misterio.., ese el mejor acicate de la pasión, y la pasión lo es del amor.
Un relato de gran belleza descritiva, tierno y bien engarzado.
Felicidades!
Un beso enorme

MTeresa dijo...

Bello relato
con un ritmo que engancha,
soy lectora voraz
y tus palabras
contienen el germen del genio.

Alís dijo...

No queda otra ¿verdad? Si queremos vivir intensamente hay que tirarse al agua...

Coincido en que tu relato está perfectamente redactado y lleno de detalles cuidados. Me gustó mucho. Estaba ansiosa por sabér qué ocurriría.
Una vez más, Josef, ¡genial!

Besitos

Unknown dijo...

Excelente

El Ángel... dijo...

Muy bueno. Una lectura muy llevadera, muy bien relatado. Bonita historia.

Un saludo.

Xiomara dijo...

Josef …como siempre es un placer leerte …me atrapan tus historias …y con avidez la leo para luego volver a leerlas más lentamente saboreando cada párrafo…no sé si delfín o sirena era ella…lo cierto que él se rindo al amor …fue mejor dar el salto si señor…besos

Post más visto

Otra lista de blogs