viernes, junio 11, 2010

La Puerta.



Breve resumen de mis impresiones sobre el tema que me preocupa.

Desde el primer día me inspiró desconfianza... La puerta. Si lo hubiera sabido no habría adquirido el caserón. El día que lo visité ni siquiera llegamos hasta su umbral, lo cual me dio que pensar. ¿Sabrían realmente donde se encuentra, o ni siquiera la conocían? Es una puerta de madera de ébano de metro setenta y cinco de alta por uno de ancho que hay en el sótano, la descubrí tras un armario donde se almacena la vajilla utilizada hace años. Ya lo he dicho; se trata de un caserón muy antiguo. No soy capaz de traspasar siquiera el vano y ni tan siquiera la he abierto. El solo hecho de pensar en hacerlo paraliza mis sentidos.

Si supiera que iba a tener que afrontar el misterio no estaría aquí. En cambio estoy de nuevo solo y siempre o a menudo lo estoy. Busco en las sinuosidades de las tinieblas el secreto de la belleza impenetrable. Lo cierto es que adquirí este lugar apartado en un recodo de la sierra para investigar la esencia que tanto atrae a los hombres; que nos atrae como moscas. Investigo en qué radica el sentido entre belleza y monstruosidad y donde están sus parámetros. Pero no encuentro nada, la naturaleza esconde sus apuestas con celo...

Hace noches que sueño pesadillas recurrentes. Me encuentro en un pasillo que, iluminado con luces frías de neón, conduce hacia otra puerta. Me recuerda a la antesala para el descenso a los abismos más profundos. Pienso... ¿por qué tener miedo? ¿Por qué padecerlo cuando me hallo en las tinieblas? ¿Es miedo a lo desconocido? ¿O tal vez a lo que mi instinto reconoce como un verdadero peligro a ser agredido y devorado por algo que no puedo ver?
No existen enemigos del hombre, excepto los que acechan en nuestra mente. Detrás de esa puerta no hay nada, pero... ¿y si lo hubiera?

Haciendo frente a la aprensión, tras la primera semana en el caserón, decido instalar mi escritorio y un camastro delante de la puerta y esperar a ver qué sucede.

La primera noche todo parece normal, excepto yo. No puedo dejar de pensar en la puerta y en lo que habrá detrás de ella. De repente me doy cuenta. Los días apenas existen, las noches son como un sueño en el que todo va fraguándose muy lentamente; el tiempo pasa volando. Me siento circunscrito dentro de otra dimensión paralela a la de la vida. Me siento pero a veces no me encuentro, es como si la materia de la que se constituye mi cuerpo me hubiera abandonado y me esperara al otro lado. Hay algo detrás; lo sé...

Segunda semana.
Por primera vez he escuchado algo... gemidos o lamentos ¿tal vez una triste letanía? No. Eran rasguños, rasguños en la puerta de alguien que intentaba salir. ¿Salir o escapar con desesperación? Me he acercado al pomo pero soy incapaz siquiera de hacerlo ceder, las manos me pesan como garrotes y sudo. ¿Es miedo? De repente me doy cuenta, llevo días sin comer y debo hacerlo. Si no me alimento mi mente me jugará una mala pasada y quiero transcribir todo cuanto ocurra en el proceso de apertura de la cámara, ¿he dicho cámara? No, pero... si es una puerta, claro...

Tercera semana.
Estuve días y noches (ya no sé cuales son los días, no salgo de casa) con el oído pegado a la puerta y pude oír los aullidos. Eran terribles, eran, eran como... gritos inconexos abrumados por el pavor de la impotencia. Entonces y por primera vez comprendí que debo ser valiente, traspasar la puerta y ayudar a quien quiera que sea el que sufra, allí, en ese infierno, tras ella. Pero es una labor difícil mientras sea incapaz de abrir. Lo he intentado, pero mis manos comienzan a sudar y el tirador resbala y escapa a la presión que ejercen sobre él. Me quedo sin fuerzas...

Cuarta semana.
Esta noche por primera vez no pego ojo. Sin duda algo escapa a mis percepciones. ¿Será posible que el hecho suceda en plena noche? Tras cinco horas en vela una noticia nueva e inesperada sucede y me altera de forma inquietante. Se oyen unos chirridos y el tirador de la puerta comienza a girar moviéndose... solo. Pero la puerta no llega a abrirse o... se abre y ante mí surge una figura espectral cubierta de impoluto blanco. Flota en el aire... Se aproxima hasta mí y entonces yo, presa del pánico, estallo y afronto mi miedo. Caigo sobre el espectro, lo derribo y muerdo con salvaje violencia su extraño cuello carnoso y lo desgarro; la sangre comienza a manar. Pero... ¡No! No es sangre y en cambio, se parece tanto. Me incorporo. La puerta está, por primera vez, abierta ante mí. Salgo a un pasillo ¿como el de mi sueño? Iluminado con luces ¡frías, de neón! ¿No hay nadie? Grito aterrado, me encojo, me mezo las sienes con desesperación y entonces, la veo. Avanza hacia mí. ¡Al fin! Es... Es, ¡la personificación de la belleza! Eleva una mano para acariciarme y esa mano, como movida por una fuerza invisible, gira en el aire y esgrime una... ¿¡pistola eléctrica!?

La descarga de cien mil vatios me hace caer al suelo donde me revuelvo presa de terribles convulsiones...
Las alarmas saltan en el edificio. Otros hombres me recogen y me llevan a quirófano donde se me practica una nueva trepanación y un electroshock.

Quinta semana.
De nuevo estoy al otro lado de la puerta. No entiendo qué ha sucedido. Sin duda me quedé profundamente dormido y padecí ¿un sueño extraño? No... No estoy seguro de nada. ¿Y La puerta? Ahí sigue... Cerrada, como siempre. Desde el primer día me inspiró desconfianza...

Instalo mi escritorio y un camastro al otro a lado y me dispongo a averiguar qué sucede...


José Fernández del Vallado. Josef, junio 2010.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

martes, junio 08, 2010

Madreselva.

Imagen tomada de Internet.


Haciendo uso de unos ahorros más que considerables, atesorados tras dar el pelotazo en una empresa inmobiliaria, decidí comprarme el chalé. Como se encontraba en un páramo más o menos despoblado de vegetación, resolví añadirle una hermosa pradera de agróstide común; es decir, césped. También planté olivos y pinos del mediterráneo; son los que mejor soportan la sequía y el calor.

Tomé posesión de la casa.

Los días se sucedieron y, aparte de acalorado, me seguí encontrando insatisfecho con el aspecto general del edificio.
La construcción y el uso posterior de una piscina de ocho por cuatro metros, tampoco aliviaron mi sensación de ansiedad.

Me di cuenta de la situación. Beneficiado tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, huyendo del fisco, me había visto obligado a poner punto y final a mi vida laboral y a recluirme. Y ahora, a mis veintisiete años recién cumplidos, tenía todo el dinero del mundo, claro que en negro. Una caja fuerte de la que sólo yo tenía conocimiento, oculta en un sótano que ni siquiera figuraba en los mapas del edificio – con mis conocimientos de albañilería lo construí una vez adquirida la casa – era depositaria de mi fortuna. Lo malo, que de tal forma, tenía tiempo y aburrimiento a raudales. Estaba claro. Mi ansiedad radicaba en mi tedio. Pues para no llamar la atención ni ser denunciado había, aparte de desaparecido, cortado de raíz absolutamente todas las relaciones anteriores.

Hastiado, una noche monté en mi Chevrolet y salí a la busca de cualquier cosa que complaciera mis ineludibles ansias de ¿sexo? o quién sabe... lo que fuera.
Al cabo de una hora regresaba en el coche, algo bebido, acompañado por dos prostitutas. De repente me sentí responsable de mi comprometida situación de inestabilidad. Toparme con una patrulla de la policía podría suponer mi registro, penalización y expediente, no por una burda infracción de alcoholemia, sino por estafa.

Me desvié de la general y me detuve en un camino rural.
Las prostitutas me miraron con aire de sorpresa. Les dije.
— Lo haremos de nuevo. Pero ahora aquí mismo, en el coche. Mi casa está lejos y no es segura.
Se miraron en silencio, se volvieron hacia mí y sonrieron. Una, la que parecía mandar o controlar la situación, me dijo.
— No te preocupes, precioso.
Abrazándose a mí me acarició con su mano sudorosa y me besó dejándome una estela de babas en la mejilla.
— Ya podéis salir. Les dije con naturalidad.
Se miraron con asombro. Dejé escapar una carcajada. Mirándolas con fanfarronería, añadí.
— ¿Como esperáis que lo hagamos todos a la vez si no bajo antes los asientos del coche?
Sonrieron con desenvoltura y salieron.
Una se agachó junto a unos juncos que crecían al lado de un arroyo seco y se levantó las faldas; la otra caminó unos pasos, estiró los brazos y bostezó.
Los balazos disparados a traición apenas sonaron como dos secos escupitajos.

A la mañana siguiente, examinada desde la piscina, la fachada del chalé continuaba sin agradarme. Me parecía vacía y sin vida.

Volví a la una del mediodía con las sesenta plantitas de lonicera peryclimenum; es decir, madreselva. A las tres de la tarde terminé de alojarlas alrededor de las paredes vacías del chalé. Me preparé unos tomates aliñados, un par de filetes con patatas, me senté bajo el cenador de la piscina y contemplé mi humilde obra de arte. Me gustaba.

Transcurridos un par de meses la casa había cobrado un aspecto irreconocible. La peryclimenum, de hoja perenne, crecía con intemperancia y vestía de verde los muros y tabiques desnudos de la casa.

Un atardecer de finales de verano, regresé tras la habitual salida de compras. Dejé el coche en el garaje y al caminar hacia el portal contemplé fascinado la casa. Por fin me sentía a gusto con el panorama. Era un cuadro de verdor y grandiosidad, la sequía se había acabado, así como se terminaría en breve mi obligada retirada en aquel chalé: ¡Podría viajar! Finalmente había encontrado una red que falsificaba pasaportes y carné de identidad con garantías. En un breve espacio de tiempo podría disfrutar de mi fortuna sin reparos, y lo que era más importante; realizaría mi sueño: Me regocijaría con las mujeres más hermosas como... como la que descubrí sentada en el ¿cenador de la piscina?
No pude evitar sentirme violento. ¡Era mi hogar! Y aquella extraña... ¿como era capaz de pasear en bikini por mi jardín?
— Oiga... ¡Está usted en una propiedad privada! Farfullé, acercándome a ella con agresividad.
Ni siquiera tuvo la deferencia de mirarme. Simplemente parecía no prestar atención a mi presencia. Echada en una de las hamacas del cenador miraba en dirección a la casa. Sin volverse, me preguntó.
— ¿Es una lonicera peryclinemun?
Me quedé perplejo. No sabía si tocarla, agarrarla de un brazo y arrastrarla hasta la puerta del jardín. Algo me impedía hacerlo. Lo cierto es que era preciosa. Repentinamente se volvió, alzó unos centímetros la barbilla, y cubriéndose la frente con una mano me escrutó con sus ojos verdes, y dijo.
— Sí, verdad. Y añadió. He sabido de qué planta se trataba desde que la vi en su jardín.
Permanecí dubitativo, y de mal humor contesté.
— Acertaste, lo es.
Ella sonrió sin mirarme y dijo.
— Necesita más agua. Debe regarla más o se secará.
La miré incrédulo y furioso. Se había colado en mi jardín, probablemente se estuviera bañando en mi piscina, y me daba lecciones de cómo...
Su mano se posó con suavidad sobre mi brazo y arrastró mi rostro hacia su boca.
Cuando mis labios temblorosos se separaron, la miré con el desconcierto más grande de mi vida. Ella se desvió un instante y me dijo mirándome de forma inquisitiva.
— Las regará... ¿verdad?

Volvió a besarme.
Sucumbí a sus encantos y en apenas cinco minutos tenía clarísimo algo que jamás se había pasado por mi cabeza: Amaba con locura a esa mujer. Y le dije.
— Si cariño, luego las riego. Pondré los regadores toda la noche si es preciso.
Y aunque ni yo mismo me lo creyera, lo hice. Puse los regadores. Pero solo un par de horas, claro. Tampoco hay que satisfacer los deseos de las mujeres... por completo.

Una ola de pasión, la pasión de la que mi vida siempre había carecido, se apoderó de mí y me convertí en un hombre si cabe mejor e incluso... bueno. Sí, de repente todas mis intenciones y pensamientos eran deliberadamente, caritativos, por no decir fantásticos. Por una vez en mi vida dejaba de anhelar más... siempre había querido “más y más” objetos con los que ni yo mismo sabía luego qué hacer; y sobre todo estaba aquella obsesión por reunir dinero rápido y fácil, la cual me había inducido a convertirme en prisionero de mí mismo. Y ahora, de repente, unos instantes de felicidad y de amor eran suficientes para abrirme los ojos... Y aunque digan que el amor es ciego yo lo veía todo con una claridad insólita y le hacía el amor en mi cama de agua a aquella mujer de la que... Un momento, estaba tan hechizado que ni siquiera conocía su nombre. Tenía gracia la cosa, el poder del amor es sublime. Poniendo los brazos sobre sus hombros, le pregunté.
— Cariño dime... ¿Cómo te llamas?
Ella sonrió y me dijo.
— Creo que no has prestado atención, ya lo sabes.
— ¿Lo sé...?
— Sí, desde que me compraste. Tengo sed. ¡Dame agua!
— No... ¡Bromeas!
Parpadeó, y sonriendo me dijo.
Me llamo Lonicera, Lonicera peryclimenum. Y ya he encontrado más agua; debajo de tu sótano. Gracias...

Abrí los ojos, era de noche y ella ¡no estaba! Encendí la luz, hacía un calor sofocante. Fui a abrir la ventana y estaba cubierta por una densísima vegetación. Miré el reloj eran ¿las doce del mediodía? Bajé las escaleras y la puerta y las demás ventanas estaban igual. ¿Estaba padeciendo un mal sueño? Cogí un cuchillo y no pude hacer nada. Los tallos eran tan gruesos como troncos de árboles y entraban en el salón.
Corriendo de forma instintiva bajé al sótano y lo primero que descubrí fue el dinero desparramado. Volví la cabeza, la caja blindada estaba medio aplastada por una raíz gigantesca.
Mis ojos se desorbitaron. Mi estómago se convirtió en una raíz anudada, las cuerdas de mi garganta también. Solo pude emitir un gemido de terror que se sofocó con la raíz de la lonicera atravesándome y buscando con perenne ansiedad el agua en el interior de mi cuerpo...

José Fernández del Vallado. Junio, 2010.
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

viernes, junio 04, 2010

Esencia de Almendras Amargas.



Descubrí a Jelena en la página treinta y tres de una revista porno. Nada más verla me subyugó su sublime belleza, sus ojos claros, su sonrisa agradable, su sexo pequeño y misterioso y seguramente, con sabor a almendra. Pensaba que era así porque me gustaba ese sabor entre dulce y áspero que tienen las almendras, y además, como perfume seguramente utilizaría esencia de almendras amargas.
Al principio la tenía en mi casa - iba un poco de furtiva - estaba dentro del armario de mi ropa interior, debajo del forro de plástico, no fuera a ser que mi mujer se diera cuenta de que había contraído compromiso con aquella exótica mujer y se pusiera celosa. Desde luego estaba en ello y sabía que tarde o temprano tendría que hablar con Laura sobre ese tema y los “demás...”
De momento no entendí oportuno hacerlo, creía no estar enamorado, hasta que una mañana reflexioné y me di cuenta; sí, lo estaba...

Ah, y lo más importante. Ella también se enamoró de mí.

Recuerdo con claridad el viaje que hicimos juntos. Tenía que cerrar un trato comercial con una compañía taiwanesa, y por primera vez no me sentí solo, triste, ni falto de sexo. Cada vez que nos reuníamos hacíamos el amor; a ella le gustaba ponerse a horcajadas sobre mí y disfrutábamos. Además, no había problema, tanto Jelena como yo estábamos de acuerdo; no deseábamos tener hijos. Nuestra relación estaba basada en el mutuo respeto y en leernos siempre las cartas de amor que escribíamos; la suya decía:

Hola, me llamo Jelena, tengo dieciocho años, el pelo castaño, ojos azul claro, estatura un metro setenta y seis. Medidas: 95-62-92 cm. Peso: 53Kg. Nací en Alemania: Rheinberg, Renania del norte, Westfalia. Soy contemporánea de Claudia Schiffer, pero yo soy bastante más zorra y calentona que ella. Tengo un piercing en el pecho, otro en la mejilla y un tercero... ¿a que ya sabes dónde? Por cierto me gusta follar, siempre me ha encantado hacerlo con machos en celo como tú. Vamos, no seas vergonzoso. ¿Te gusto verdad? Dime, ¿cómo te gusta más? ¿Por delante? Con las piernas bien abiertas ¿o prefieres por detrás? Sin compromiso, no te sonrojes ¿te excito? ¡A que si! Seguro. Bien guapo, aquí me tienes, ¡soy toda tuya!

Te quiere.

Jelena.

Me fascinaba. Nunca, ¡jamás! me había encontrado con alguien que hablara como ella. Estaba cansado de la hipocresía de la sociedad. La sinceridad había dejado de existir, y ahora todos, incluso los más allegados, hablaban en clave. Por ejemplo para Laura “ir a la peluquería los viernes por la tarde,” significaba encontrarse con el carnicero en una pensión donde echaban un polvo. Peor era el caso de mi director: “Reunión a Puerta Cerrada en el despacho los Miércoles,” significaba que Juanma, el jefe del Departamento Comercial, Luismi, de Contabilidad, y él echarían una timba de Mus. Si por el contrario llamaba a Revisión General, significaba que Martita, su secretaria personal, debía personarse en su despacho y engrasarle sus partes mediante una atenta y efectiva felación. Los demás me importaban un bledo, pero en el fondo lo sentía por Martita, pues tras salir de la sesión la llamaba el subdirector y bajo la sutil amenaza de revelar los trapos sucios a su novio – el honesto Manolo – la animaba a hacerle también una felación.

Peor incluso fue lo de los taiwaneses durante aquel viaje. La noche que recibieron a nuestra delegación, montaron una escandalosa inmoralidad. Nos reunieron en una sala atiborrada de mujeres con ojos oblicuos, rubias, negras, bajas, culonas, delgaditas, – ninguna le llegaba a la suela de los zapatos a Jelena – y los ejecutivos desmadrados, esnifando rayas de coca con champagne, caviar, sushi etc., no faltaba nada o faltaba de todo...

Volvía al hotel hastiado de la vida, la dejaba salir del cajón y me reunía de nuevo con su sinceridad, sus ojos despejados, su sonrisa acentuada y espontánea. La colocaba frente al espejo para que se embelleciera, me desvestía me duchaba y no cesábamos de dialogar un solo instante. Se me hacía duro tener que explicarle la decadencia del mundo. Ella se abrazaba a mí por detrás y podía sentir su aroma a almendras amargas. Me ayudaba a salir de la ducha, llorando desolado por el mundo nauseabundo y podrido en el que me había tocado vivir, sus manos suaves acariciaban mi semblante y secaban mis lágrimas mientras, suavemente, mediante susurros delicados y amorosos, como cloqueos de dulce pajarillo, me canturreaba palabras de arrullo. Me conducía hasta la cama y dejando escapar una sonrisa cristalina, me decía, “date la vuelta.” Yo la miraba y una vez más me quedaba hechizado. Se había arreglado con el vestido de satén verde que compré para ella en Versace, y estaba realmente hermosa, no, desde luego mi vida no merecía otra mujer. Quería que fuera mía para siempre, deseaba o hubiera deseado poder presentarla a mis amigos y explicar a mi mujer que lo sentía y lo que sentía, que me había equivocado de mujer. Podría pasar el resto de mi vida en aquella habitación sin salir y conseguir que nuestra existencia fuera perpetua, como una excelsa eyaculación, eterna y sin fin.

Claro que a veces se ponía un poco revoltosa y cambiaba de página, me la encontraba en la treinta y siete, besándose con su amiga Ulrika, la lesbiana. Luego, en ocasiones, se dejaba joder en la cuarenta y uno por Paúl. Reconozco que aquello me inquietó y molestó al principio, pero comprendí que ella era así y además, al final, siempre volvía a mí; yo era su preferido y me lo hacía saber ofreciéndose una vez más a mí con aquella mirada frívola. Y hacíamos el amor. Oh, ¡por Dios! como lo hacíamos... Si el mundo no tuviera fin podríamos pasar amándonos a perpetuidad...

El primer problema se presentó cuando quise llevarla al teatro chino de Taipei. No estuvo de acuerdo en salir de la habitación, prefirió quedarse con Ulrika, y sobre todo con Paúl. A la mañana siguiente eliminé a Paúl y tres días después acabé con Ulrika, no soportaba los celos. Lo cierto es que descubrí que con ellos hacía cosas que jamás haría conmigo, como permanecer unidos en un mismo plano, uno sobre el otro, tan cerca que llegaban a pegarse y arrancarse la piel; y todo, por amor. Pese a eliminarlos, aquello me hizo sentir francamente mal. Yo la quería y ¡necesitaba encontrarme a su altura! deseaba llegar a ser como ella, pero me resultaba imposible vagar todo el día sin apenas ropa, sobre todo con el frío que hacía en Taipei por aquella época. Ella, en cambio, resultaba así, natural, como Eva en el Paraíso.

Advertí por primera vez el cambio después de una semana y me quedé rígido y casi aterrado observando su rostro durante por lo menos cuatro horas. No lo ignoraba. La reunión para rubricar la alianza comercial era a las once de la mañana, pero aquello era tan grave que me sentí incapaz de asistir. Y así estuvimos, contemplándonos durante horas y Jelena ¡ni siquiera me habló! Se limitó a observarme con una inexpresiva mueca de burla y una sonrisa de desparpajo que no era la que yo conocía y además, su semblante estaba sucio ¡manchado de semen! Por lo cual deduje que mientras yo descansaba – soñándola – ella debía de haber transcurrido la noche fornicando con uno o varios hombres. Registré la habitación sin éxito, hasta que al final me di cuenta, la prueba estaba ante mí. Sólo tuve que abrir la revista en la página cuarenta y seis y mis sospechas quedaron confirmadas. ¡Era ella! Estaba con varios hombres. ¡Era una furcia! Una maldita...
No lo dudé. Enrollé la revista, la metí en una bolsa, bajé al mercadillo de la Plaza Central de Taipei, y como las publicaciones porno occidentales estaban bien cotizadas en dichas latitudes, la cambié por un bolso de piel para Laura.

Después subí al avión y todavía hoy la recuerdo con desconsuelo. A veces pienso en cómo habrá acabado y si realmente habrá acabado. Conociéndola, lo más probable, es que debido a su belleza y sabiduría, continúe conquistando corazones orientales, aunque sobre todo, gracias a su esencia de almendras amargas...


José Fernández del Vallado. Josef. Junio 2010.
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martes, junio 01, 2010

Cambio de chip.



Llevaba una mañana de perros en la oficina. Trataba de iniciar un documento procesal por trigésimo cuarta vez y al fin estaba logrando arrancar cuando me di cuenta; no lograba ver con claridad las palabras. Aumenté el formato de las letras de doce a catorce y la cosa por fin mejoró. Imperturbable proseguí escribiendo durante cosa de un cuarto de hora, entonces de nuevo sucedió; volví a perder claridad. Cogí un trapo, me levanté del asiento y lo pasé por la pantalla varias veces, me retiré un momento las gafas, las limpié, aumenté a dieciséis y recuperé la visión durante diez minutos más, después las letras comenzaron a hacerse borrosas. Preocupado me pregunté. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Era mi vista? ¿Perdía visión? Giré la cabeza hacia arriba y con asombro descubrí que la lámpara que colgaba del techo era menor a como la recordaba o ¿estaba más lejos? Miré hacia el centro del despacho y sucedía lo mismo. Algo estaba cambiando. ¿El espacio se ampliaba? Aumenté el formato a dieciocho y la lámpara se alejó más todavía. Las gafas se me cayeron, las teclas comenzaron a aumentar hasta que mis manos apenas llegaron a abarcarlas. Y, a la vez, el asiento giratorio se me fue quedando grande. Para seguir tecleando tuve que saltar sobre la mesa y de allí tomé impulso sobre las teclas. Acabé abrazado a una tecla, tratando de no colarme entre las ranuras que se abrían en su base. No había duda, la estancia se agrandaba o quizá era yo quien perdía la proporción de las cosas. Traté de gritar pidiendo auxilio, no pude más. Me resbalé sobre el vértice de la tecla W y caí entre la Q y la A.

Debajo del teclado había un sótano condenado por una red infranqueable. Caí sobre una gota de esputo y navegando por el perímetro me encontré con operarios que habían sido despedidos de forma misteriosa e irrevocable hacía algunos años. Me recibieron festejando. En la fiesta los alimentos eran briznas de pan y la bebida estaba constituida por micro gotas de humedad. Me mostré francamente desesperado, en cambio ellos, felices de tenerme a su lado, me felicitaron y explicaron a su manera cual había sido mi proceso. Dijeron: “No has sido despedido sino ascendido ¿no te das cuenta de quien eres ahora? Mira a tu alrededor y sabrás de verdad quienes somos.” Hice tal y como me decían y un alarido de espanto escapó de mi interior. Estaba rodeado por multitud de chips de silicio, habían reducido mi utilidad hasta convertirme en memoria. “Eso no es cierto del todo, dijo uno de ellos y añadió. Ahora eres un potente microprocesador con 9,3 millones de transistores de la Transk – Corporation,” y mirándome satisfecho me preguntó. “¿Qué te parece? ¿Chulo no?”

No pude hacer menos que echarme a llorar y me recalenté tanto que una chispa provocó un cortocircuito, las oficinas ardieron y en una explosión salí proyectado por una ventana y caí al pavimento.
—Vaya un chip!!! Exclamó un niño llamado Drow, mientras me recogía emocionado. A su lado, saltando, apareció otro muchacho. Drow le preguntó.
— Dime Kusan, tú que sabes ¿Qué puedo hacer con el chip? Kusan puso el rostro serio y pensativo y desplegó su infinita sabiduría.
—Pues depende del chip... Puedes hasta dumpear* (pasar el juego a una memoria SD*) juegos de Wii* con el WiiKey* me parece, evidentemente puedes jugar juegos de GameCube y ahora que han podido “hackear” el wii para utilizar todo su hardware, tal vez se desarrollen emuladores* y demás en otras consolas. Películas no se pueden ver, creo...
—Fantástico, me lo quedo. Dijo Drow ilusionado.
La verdad, no entendí nada sobre aquella jerga de fanáticos de los juegos.
Por la noche me llevó hasta su casa me metió en una consola de Nintendo, sentí un cosquilleo agradable y aquí sigo, funcionando.
_________________

José Fernández del Vallado. Josef 31 de mayo 2010.

DUMPEAR*: Dumpear es cojer un juego/software original (en diskette, cinta, cartucho, etc...) y conectarlo por algún medio a un ordenador y volcar (pasar) los datos de uno a otro, para poder crear una imagen (archivo/s) del juego en el ordenador.

SD*: Secure Digital (SD) es un formato de tarjeta de memoria. Se utiliza en dispositivos portátiles tales como cámaras fotográficas digitales, PDAs, teléfonos móviles e incluso videoconsolas (tanto de sobremesa como la Wii como portátiles como la Nintendo DSi), entre muchos otros.

Wii*: Pronunciado en español güí es la sexta videoconsola de sobremesa producida por Nintendo, fue desarrollada en colaboración con IBM y ATI. Es la sucesora directa de la Nintendo GameCube y compite actualmente contra la Playstation 3 de Sony y la Xbox 360 de Microsoft como parte de las videoconsolas de séptima generación.

Emulador*: En informática, un emulador es un software que permite ejecutar programas de computadora o videojuegos en una plataforma (arquitectura hardware o sistema operativo) diferente de aquella para la cual fueron escritos originalmente.

El Wiikey*: es un modchip actualizable

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