lunes, agosto 30, 2010

¿Y luego...?


¡Por fin! Parece que hoy hace buen día, hay brisa y el smog se ha retirado unos instantes. Salgo a caminar por la ciudad, deseo ver a esa humanidad humilde y bien pensante que algunos me han dicho que existe. Pero tras progresar dos manzanas, me doy cuenta de que no es cierto, tan sólo me encuentro con cuchillas afiladas, un bosque espeso e irrespirable de cuchillas se mece con pasos de ciego por las aceras de lo que una vez fue ciudad... Madrid está muerto, ya nadie confía en nadie, y cada uno o todos somos posibles asaltantes del inmaculado espacio de “libertad” de nuestro más cercano conciudadano.

¿Quiénes lo inventaron? ¿Los Yankees, o el miedo? Quién pronunció la frase: “Ante la amenaza se hace necesario armarse.”
Esto es una armería y está a rebosar. ¿Es ya Navidad? Resulta que no, es la hora de la guerra y lo que se cierne sobre nuestras cabezas de perdiz preñada por aves de rapiña no es broma. ¿Somos víctimas o cazadores insensatos? ¿Qué somos en realidad? ¿Cómo puede denominarse a una especie tan cínica, que aún a sabiendas de que se auto destruye, es capaz de negarlo de forma tajante?

En el parque del Oeste, bajo un viejo enebro, me encuentro una despensa de jeringuillas; todos saben quienes las utilizan y a donde llevan a quienes las usan.
Ya en el fin de semana, por la noche, los bares y pubs aparecen atiborrados de gente que toma a destajo cualquier clase de droga... permitida. Parece que todos desean olvidar lo más rápidamente posible sus responsabilidades contraídas con el planeta y se dejan caer a tumba abierta. La cruel paliza de unos jóvenes a un par de piltrafas me lo confirma: No queremos vivir honradamente, estamos abocados al desastre, muertos de antemano, mientras esperamos o nos suicidamos antes de que llegue: ¡el futuro! Lo sé. Todos o muchos piensan lo mismo: “Yo, por lo menos, no lo veré.” Pero es que ya lo estamos viendo. El mundo entra en convulsión, el porvenir es un mal presagio y si no nos queda mañana en el cual refugiarnos ¿dónde iremos a parar...?
Sigo caminando, las manos en los bolsillos, la mirada perdida, y el calor... sigue ahí, es un calor de cambio climático; después vendrá un frío de cambio climático, y luego y luego... ¿Dios dirá?

José Fernández del Vallado. Josef. Agosto, 2010.


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jueves, agosto 26, 2010

Regreso a la Meta Civilización.


Es denoche. Hace un calor sofocante, no se ve la luna, ni por supuesto las estrellas. En cambio las cucarachas campan a su aire por las aceras de Villa Gallardón; intuyo un smog de pura cepa saturando de mierda el ambiente. Sí, Madrid. Una preciosa ciudad más de las que pueblan consumen y sumen el mundo en un gran sumidero, valga la gran redundancia. Es nuestra civilización. La hemos creado nosotros a medida de nuestra desmedida ambición, ¡y debemos estar orgullosos! porque moriremos dejando un planeta convertido en cloaca. Lo siento... pero es la indeseable realidad tal como está sucediendo. Sólo hay buenas intenciones pero no realidad palpitante. La “realidad palpitante” es que en lugar de eliminar el petróleo este mes se abrió el primer pozo en el ártico; y luego ¿le tocará el turno al antártico? Me revuelco en la mierda. Me gusta. Soy un decrépito y fétido ser... ¿Vosotros no? Perdonad, vosotros sois los buenos. Pues a ver, demostradlo. Que alguien levante la mano y se atreva a decir: “Yo hice algo positivo por el planeta.” Me callo. Lo cierto es que se me nota demasiado, ¿verdad? Estoy irritado. Sí, contra mí mismo y el mundo. Hace años todavía se decía que no íbamos a tocar los recursos de los polos y ahora ¿qué? ¡Nos hacemos todos los tiquismiquis y a callar como parias...!

He vuelto de mi retiro en la Sierra, no eran unas vacaciones propiamente dichas. Pero lo cierto es que alejarme de la ciudad unos días, me ha servido para tomar conciencia de lo rápido que todo se está deteriorando, dicho en otros términos: ¡Yendo al carajo! Al final ganan ellos... y ¿quiénes son ellos? ¿Os lo habéis preguntado o figurado? La respuesta es tan sencilla que da asco; solo lo diré una vez a ver si se os abren los ojos. Resulta que “Ellos” somos “Nosotros.” ¿Por qué esto es así? Porque muchos de los que leemos blog y hacemos promesas de crear un mundo mejor trabajamos en empresas depredadoras. Yo, lo hice, y me quejaba del mundo. Luego se me abrieron los ojos, dejé mi trabajo. Pero ocurre que muchos de vosotros o todos o casi todos estamos sujetos por el sistema y mientras no cambiemos de actitud y seamos valientes, el panorama seguirá siendo el mismo: Smog sin estrellas...

Un abrazo.

José Fernández del Vallado. Josef, agosto 2010.


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martes, agosto 24, 2010

A dos días de regresar a Madrid.


Hace una noche espléndida y la luna ilumina la noche, tengo ganas de expresar o hacer algo, pero no lo consigo. Mis lectores abandonan el barco, y yo dejo de leer blogs ¡no puedo seguirlos desde este Internet de pacotilla! Al fin y al cabo es Internet y el único que tengo.
Ayer, por fin, me compré la pistola, necesito defenderme de ellos, son más fuertes y acechan, esperan para quitármelo todo. La luna... no ella no, ella... ¿me mira? ¡Sí! No puede dejar de observarme y lo mismo que yo piensa y piensa ¿que va a vivir poco? ¡No puedo creérmelo! ¿Mañana será el último día? Y yo… ¿qué haré yo? Al menos si ella estuviera haríamos sexo, ¡sexo hasta el final! Pero la perdí en una partida de... ¿póker? Él se la llevó, o se fue porque quiso. Ahora estoy solo, cada vez más cerca del instante final y la luna quiere... pretende escaparse de mí. Quiero deciros que, sí, lo reconozco: Deseo vivir más. Huí a la sierra, a las montañas, y me refugié e instalé en esta vieja cabaña de vida, y ahora, cada minuto, cada segundo que se me escapa... ¡es tan valioso! ¿Sabéis el poco tiempo del que disponemos y cuánto desperdiciamos? No, no hay dioses detrás de las estrellas, ellas son esos dioses. Llevamos toda una vida buscándolo y todas las mañanas amanece para nosotros. ¿No os dais cuenta? El Sol es el astro más poderoso a quien adorar. Le debemos toda, la vida. ¿Qué sería de nosotros sin su luz cegadora, sin la vida que irradia y sin esa palabra? Nada. No habría días ni calendario ni veranos enloquecedores como éste que vivimos.
Verano del 2010, siempre lo recordaréis. Fue caluroso, muy caluroso... Tal vez uno de los últimos veranos ¿racionales? de este mundo de pacotilla al que tanto quiero. Porque yo, algo muchísimo más ínfimo que una aguja en un pajar y por descontado, que un grano de arroz en el desierto, pero tal vez parecido o semejante a una partícula de polvo cósmico en el espacio interestelar, sé que estoy vivo, porque me duele el estómago, aspiro e inspiro y todavía soy capaz de disfrutar del sudor que baña mi cuello mientras escribo estás palabras y me dejo llevar con placer por los sentimientos irracionales que mueven las teclas absurdas de mi corazón.
Hoy, ahora, vuelvo a nacer, parto de cero. Soy un parto naciente. No hay nada más que oscuridad. La luna se marchó, pero tengo la certeza de que el ciclo volverá a repetirse y mañana, cuando me despierte, reconozca no que me siento cansado, sino lleno de ganas impulsivas y compulsivas de vivir...

Hasta otro día.

Un abrazo.



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viernes, agosto 20, 2010

Mutación Amazónica.

Cuando el vapor se internó en el Amazonas Lucas sintió que su alma, mirándolo desde el muelle, le hablaba, y le rogaba que no cometiera locura semejante.
Cualquiera es capaz de entreverlo por experiencia o intuición. Hay lugares que forjan a los muchachos en hombres. Pero también existen espacios donde la vida no tiene sentido, y la sinrazón se alimenta de los cerebros que tratan de someterla. Pues bien, Lucas estaba en aquella situación. Y, ahora, aunque no quisiera aceptarlo, tenía que reconocer y asimilar que aquellos hombrecillos de apenas metro sesenta a quienes les costaba pronunciar el español, eran sus guías y las personas de quienes iba a depender su vida durante la próxima semana.
Aparte de entender que aquel lugar estaba repleto de árboles y maleza, podía decirse que Lucas no sabía nada sobre la selva. Sabía que había ciertos insectos venenosos que podían dejarlo seco en un par de horas; y que el río estaba infestado de unos pececillos llamados pirañas – a los cuales había visto en acuarios – que merced a sus quince centímetros, apenas hacían honor a su reputación. Pero el solo hecho de pensar que ahora estaban bajo la endeble cubierta de aquella barcaza, le hacía enfermar, porque comprendía que si resbalaba y al caer al agua se hacía un rasguño, estaba listo. Aunque al parecer aquellos tan sólo eran problemas o peligros colaterales, pues sobrevolando su mente ciertas designaciones como: malaria, fiebre amarilla, tifus, rabia, lograban que el estómago se le revolviera de inquietud y... emoción.

¿Eran aquellas las sensaciones? ¿Estaba allí por esas razones?

Siguió pensándolo durante los calurosos y densos días que el barco descendió por los meandros de aquella superficie gris que escondía con celo sus secretos. Mientras con manos pegajosas y pesadas, desenfundaba su cámara Fuji y tomaba fotografías a aquellos hombres que posaban ante él mostrando rictus sonrientes como niños y bocas pobladas de dientes, amarillos y afilados, como agujas de insinuantes y perrunas fauces de pirañas, la certeza de que en aquel descomunal paraje de locura verde ellos eran los dueños de su vida, iba in crescendo.

Lo supo desde aquella mañana en la que los gritos de terror del personal anglosajón cayendo bajo los finos dardos impregnados de venenoso curare de los chayacuros, destacaron como pinceladas de tinte surrealista cerniéndose sobre la espesura de la selva.
Intuyó que continuar con vida dependía, no en unirse al grupo de blancos que conformaban la tripulación y al puñado de turistas anglosajones, sino en pegarse al grupo de jíbaros quienes, rápidamente, procedieron a abandonar la embarcación en silencio, moviéndose con celeridad y discreción (Lucas, al límite de sus fuerzas, se esforzaba en seguirlos resollando) penetraron en el follaje sin mirar hacia atrás; sabían lo que se encontrarían y quien o quienes les seguían; así como también conocían a la tribu que, por diversos motivos o un designio indescifrable, había atacado la barcaza con demencial ira asesina. Los chayacuros, una de las pocas tribus irreductibles de la zona amazónica del Perú, y a quienes (como a los jíbaros) todavía les sugestionaba reducir las cabezas de sus víctimas, eran sus enemigos.

En el primer descanso que hicieron le obligaron a masticar unas hojas. Reanudaron la marcha y durante las siguientes horas Lucas no se sintió avanzar sobre la espesura, en cambio supo que, de alguna forma, reptaba. Sus piernas habían abandonado su función primordial impulsora y era capaz de ver el suelo a centímetros de su barbilla, oler aromas imposibles, y sobre todo, aún hallándose ya a decenas de kilómetros, oyó como los tripulantes de la embarcación eran desollados y decapitados. Reptó hasta una gigantesca ceiba, la escaló y tras comprobar la extensión infinita del mar de follaje se sintió seguro de estar allí, en compañía de la tribu; su tribu. La selva, tras su aparente opacidad, tenía múltiples conexiones despiertas y al acecho.
Se detenían y sentía manos que se posaban sobre su cuerpo, le arrancaban la ropa, le embadurnaban el cuerpo, alguien puso entre sus manos una cerbatana, llevaron a cabo un ritual y le practicaron incisiones en el pecho, así como le enseñaron a manejar las armas de la percepción. Luego siguieron caminando, nunca se detenían. Iban siempre huyendo, con los chayacuros detrás, pisándoles los talones. Supo que ellos, Jíbaros y chayacuros estaban en guerra, y comprendió la razón de la masacre; pero ya no le importó. Ahora estaba listo para luchar.
La batalla tuvo lugar a cualquier hora del día, o de la noche. Bajo la capa oscura de floresta de la selva, apenas hay diferencia Nadie hablaba, el silbido mortal de los dardos de las cerbatanas al partir hacia sus objetivos dictaba su propia selección y sentencia. Lucas consiguió cuatro cabezas antes de caer herido por un dardo que le alcanzó de forma traicionera en la espalda. Asustado, porque sabía que iba a morir, corrió y repto por la selva hasta internarse en un paraje donde el hombre blanco construía sus casas de piedra y metal.

Medio paralizado cayó al suelo. Ya solo le esperaba la muerte.

Lo recogió un chayacuro que había dejado la tribu y ahora trabajaba para el blanco. Sin tiempo que perder le inyectó el antídoto que, ante cualquier eventualidad, guardaba desde entonces en un frasco.
Lucas tardó cinco días en recuperarse y al sexto desapareció dejando una nota clavada en un dardo. Decía lo siguiente.

Mi cuerpo ha dejado de ser Lucas el hombre blanco. Ahora soy Aweke el jíbaro.


Junto a la nota había un reloj de pulsera y una cartera con el pasaporte y los documentos de identidad de Lucas.

Ningún blanco volvió a verlo. Excepto, quizá, algunos indígenas.

Los pescadores afirman que existe un alma perdida en el embarcadero de Iquitos. Las noches más calurosas y oscuras, vaga de un extremo a otro de la escollera mientras espera a su hombre...


José Fernández del Vallado. Josef. 20 Agosto, 2010.




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miércoles, agosto 18, 2010

Corporación: Femeninas In Mundi


Luché durante mucho tiempo porque el momento se produjera. Jornadas de sudor y trabajo procurando estar más próximo a ella. Primero, tan sólo, para escucharla hablar y saber cómo era el timbre de voz de aquella admirable mujer. Después, meses demostrando mis habilidades y mi potencial, venciendo a mis congéneres en las diversas pruebas de maestría, literatura y matemáticas de la Empresa. Luego, pude llegar a tocarla por primera vez y sentí su tacto suave y terso, su sensibilidad única y especial. Todo hasta ser elegido entre el selecto equipo de hombres a su lado. Solamente éramos diez, los mejores.

Finalmente, un día, de entre esos diez llamaron a cinco de nosotros, los que demostramos sobresalir. Se nos ordenó luchar en la forma que supiéramos. Todo estaba admitido menos cualquier acto de violencia. Perder significaba quedarse sin nada; ganar, estar al lado de ELLA.
La lucha fue a cara de perro; dura, cruel, espantosa, eran mis compañeros pero también mis peores adversarios. Nos enfrentamos a pruebas casi insoportables y vencí. Los demás fueron expulsados de la corporación.
Ellas ayudaron a que mis heridas mentales sanaran, me alimentaron y me llevaron con ella, cuidando de mantenerme siempre encadenado. Aunque yo nunca haría nada en contra de la Presidenta. Por fin tendría mi premio; y así fue.

Durante dos semanas apenas nos detuvimos para comer. Follábamos como perros en celo, día y noche. Yo parecía encantarle a ella, me informó satisfecha la secretaria.
A la tercera semana me separaron y aguardaron. Debía hacerse el test para conocer si la había dejado embarazada. No fue así.
Normalmente habrían destituido a cualquiera; pero la Presidenta me hizo el favor de llamar de nuevo y volvimos a estar otro par de semanas emperrados.
A la tercera me llamaron a enfermería y me hicieron un test. Después de una semana la secretaria entró y me informó.
— Lo siento, no eres fértil. No sirves.
Golpeé las paredes, me revolví gimiendo, pero le respondí tal como un elegido debe y ha de hacer.
— Si es así, ¿a qué esperáis? ¡Expulsadme o matadme!
Ella no contestó y se fue sin hablar.
A la noche siguiente volvieron, me sacaron de la celda, me llevaron a un sótano. Sujetándome entre varios hombres pusieron mis testículos sobre un tocón. El hombre que lo hizo entró apenas un instante, con una habilidad espantosa cercenó y tiró a la basura mis despojos. El dolor era espantoso y me desmayé.

Después me devolvieron a la celda y me dejaron echado a mi suerte. Sobreviví. Entonces la Presidenta me hizo llamar me dio un Bastón de Mando, y me dijo.
— Te has portado bien. Lástima que... Se detuvo y permaneció unos instantes mirando a través del enorme ventanal con ojos nostálgicos. Luego, su mirada volvió a ser gélida y añadió.
— Desde este momento quedas nombrado “Jefe del personal de Eunucos de la empresa.” Vigilarás a mis hijas y eliminarás a los machos inservibles...
— Cómo… ¿Yo Presidenta? Si resulté inútil.
— No. No fuiste inútil. ¿No ves que estás vivo? Contigo disfruté por primera vez en mis doscientos cincuenta y tres años de vida.
Por primera vez en siglos un murmullo recorrió la sala. Luego añadió.
— Por cierto ¿como te llamas?
— Semental B2, Presidenta.
— Bien, ya puedes marcharte. Y por cierto, haz el favor de cambiarte de nombre o te corto…
— No podrá Presidenta... Ya lo hizo.
— Lo sé, lo sé... ¡Vete de aquí, infame!
Desde aquel día vivo a cuerpo de rey. Por cierto he engordado cerca de cien kilos. Ahora me llaman…
No, no lo diré. ¿Para qué se rían de mí? ¡Y un cojón…!



José Fernández del Vallado. Josef. 2010.




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sábado, agosto 14, 2010

Bastardo

Me desperté rápido y en silencio, no quería desvelar a Rosita. Me vestí sin ducharme; me lavé los dientes con ojos llorosos, debido al dolor de la muela picada; me hice un café rápido y me quemé la lengua. Fui hasta el cuarto de los perros, lo regué y vertí cinco kilos de pienso en los recipientes de mis tres rottweiler: Luli, Mandíbulas y Lucas, mientras repasaba mentalmente la pregunta que tendría que hacer. No quería que por mi culpa la empresa fracasara. Y, además, estaba informado de que debido a mi labor de aquel día las ganancias se incrementarían en casi un cincuenta por ciento. Me puse el vestido de Armani de cuatro mil dólares. Una vez en el salón pulsé el mando, los doseles de raso se abrieron permitiéndome ver México, la ciudad más extensa del mundo, en casi todas sus ramificaciones. Subí a la terraza, una brisa templada acarició mis sienes; amanecía.

El autogiro silencioso no tardó en llegar. Tras un vuelo de apenas treinta minutos se posó en uno de los laterales del recinto donde el mitin iba a celebrarse.
Protegido por hombres de seguridad que verificaron que mis papeles estaban en regla, fui llevado hasta el palco que se hallaba en frente de donde el orador hablaría; y el orador era nada menos que el primer ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Don Pedro Alcántara, quien aparte de regir sobre los once ministros que componían el Poder Judicial, controlaba no sólo el Distrito Federal, sino además los estados del norte: Baja California, Baja California Sur, Sonora, Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Durango y Sinaola; con lo cual los pasos fronterizos donde circulaban importantes cargamentos de estupefaciente hacia los Estados Unidos, estaban bajo su control. Luego estaba el Golfo de México, donde se hallaban las reservas de petróleo y gas, justo frente a los estados de Tabasco, Campeche y Veracruz, también suyos. Podía decirse que el hombre de cabello cano, bigotes prominentes, de aspecto similar a aquellos que exhibieron los antiguos jefes de las Galias, mirada soberbia, y manos huesudas y pálidas, era el verdadero poder fáctico de México y quien regía los destinos de los ciento siete millones de habitantes del país. Desde su silla de ruedas se incorporó con dificultad hasta erguirse sobre la platea y comenzó su discurso. Versaba sobre el progreso, hombres tenaces, empresas, humanidad, descubrimientos, riqueza, poder, dinero, etc...

Superado el ecuador de la soflama, pedí permiso. Me fue concedido. Me incorporé y le hice la pregunta.
— Y dígame hombre poderoso. ¿Como piensa usted solucionar una hambruna que afecta ya a más de veintitrés millones de ciudadanos sólo en México DF?
El viejo se me quedó mirando. ¿Me habría reconocido? Imposible, con mi nuevo look daba el pego hasta el más allegado. Balbuceó unas palabras ininteligibles. Luego dijo.
— Me temo que ese asunto no entra dentro de mi competencia. Es más bien labor de nuestro querido presidente...
Volví a sentarme con una sonrisa de mofa. Había logrado el efecto. El público comenzó a abuchearlo. Las cámaras dejaron de enfocarme y se centraron en el alboroto que se había formado en el patio de butacas.
Cuando localicé a la persona palpé la Smith & Wesson con silenciador en mi bolsillo. El hombre sacó una Smith & Wesson sin silenciador, apuntó al empresario y disparó seis balas de fogueo. Al mismo tiempo, semioculto tras las butacas, saqué mi arma con sigilo y descargué otras seis auténticas, que nadie intuyó ni oyó.
Mientras, en medio de un tumulto de pánico y desconcierto detenían al supuesto asesino, me incorporé y caminando salí del recinto, subí a mi autogiro y a las nueve y media estaba de vuelta.
Rosita seguía durmiendo, los perros descansaban en silencio.
¿Lo sentía por mi padre? No, nunca me había querido ni hablar. Yo era uno de sus más de quince bastardos, y lo odiaba a muerte.
Me desnudé, me metí entre las sábanas y di un pellizco a Rosita en el culo.

José Fernández del Vallado. Josef. Agosto 2010.



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jueves, agosto 12, 2010

Tres microrrelatos sobre lentes de josef, una frase y una frase de Einstein.


Hibernación.

Cuando el sol cambió de color y empezó a verse como una bola roja, la irradiación se hizo tan intensa que los ríos y pantanos se secaron, los bosques se volvieron desiertos, el océano descendió varios metros, el asfalto de las carreteras se convirtió en una emulsión pegajosa, los hombres comenzaron a enloquecer y a morir trastornados, decidí que era la hora.
Excavé un agujero me puse las lentes, me introduje y enroscado me dispuse a dormir.

Sex -cuestro.

La mujer exuberante chocó conmigo en el supermercado y mis lentes solares fueron a parar entre sus pechos. Mirándola de la cabeza a los pies, le pregunté si llevaba wondebra. Me contestó con orgullo que no. Sonrojado, le pedí si podía. Asintió sin reparos. Metí la mano y saqué un mp4, una pelota de golf, paquetes de lomo embutido, libros, un par de móviles, un notebook, zapatos de tacón. Finalmente sentí un agudo mordisco, era su perrito, un poedel de lanas en miniatura, llevaba mis lentes puestas. Decidido a arrebatárselas lo atrapé por el hocico. No tuve tiempo de más. La mujer me agarró por el pelo y me introdujo. Llevo aquí una semana, hace mucho calor, apesta a Eau de rochas. Mi único alimento consiste en mamar un par de veces al día. Sigo a la espera de que recauden el capital que exige a cambio de mí o vengan a rescatarme.


Las lentes.

El hombre invisible chocó conmigo en el Caprabo sobre las cinco y media de la tarde; se me cayeron las gafas y se me rompieron. Se excusó de no haberme visto porque se encontraba de espaldas a mí. Yo también me excusé; mis gafas estaban sucias. Sacó unas gafas y me las cedió. Las gafas que me regaló eran tan eficaces, que al repasarlas desaparecían. No volví a ver al hombre, no había forma de verlo. ¿Y si las gafas tenían un defecto de fábrica?


Frases.

A) No escribo cuentos que elucubren sobre razones o alumbren espíritus. Escribo para mantenerme como una sola letra más, hasta encontrar la puerta de acceso al libro siguiente. Josef.

B) Solamente dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana. Albert Einstein

José Fernández del Vallado. Josef, agosto 2010.
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martes, agosto 10, 2010

Tres microrrelatos de josef y una frase de Pessoa.


Cataclismo Remediable.

Una mañana de verano una lluvia amarilla teñía de tierra el horizonte y dejó enterrada la ciudad en un desierto de dunas. Caminando desde el ático llegué hasta la cúpula de San Francisco el Grande, clavé la sombrilla, abrí la silla abatible, encendí la radio y escuchando Rain Fall Down de los Rolling esperé a que llegaran las olas.

Odisea en el espacio.

Tras dos años de vuelo, me dispuse a ser el primer hombre sobre Marte. La nave realizó un par de giros sobre el horizonte del planeta, perdió estabilidad y se estrelló contra el suelo.
Sobre todo lo sentí por mí “bocadillo fuagrás;” se me escapó de las manos...

El Espejito.

Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito y hacía chispear el collar de perlas de la señorita Rosa al tiempo que sus uñas largas y rojas trazaban en la pizarra los problemas de matemáticas. En cambio, jamás se descubriría que en él quedaban reflejadas las soluciones, aunque multiplicadas por dos y divididas por cuatro. El espejito no dejó de ser mágico hasta el día en que, atraído por la tentación, se lo cambié a “Bizcocho” por su canica de fulgores verde azulados; la magia saltó a la canica.

La frase:

Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo? Fernando Pessoa. Poeta portugués.


José Fernández del Vallado. josef, agosto 2010.








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viernes, agosto 06, 2010

En los inicios… hallarás los finales


A la mañana siguiente despierto con nuevas sensaciones. La primera, ya no me siento asesino. La segunda, comienzo a salir de mi bache. Una depresión que a fin de cuentas me ha pasado la triste factura de dos crímenes que en el fondo se han hecho necesarios. ¿Cómo evitarlo, cuando en realidad estaba ofendido y resentido contra la sociedad? De pronto mi mente se empieza a sentir bien de nuevo. A miles de kilómetros de distancia de una realidad que me abrasa.
El viaje ha comenzado. Escapar de los muros que Madrid forjaba en torno a mí no ha resultado tan complejo. Estoy solo y a la vez acompañado por un sentimiento de complacencia divino. Me doy cuenta de nuevo y vuelvo a ser enormemente feliz. A fin de cuentas, he logrado salir de mi agujero, sobrevivir al pozo que estaba consumiendo mis ilusiones hasta reducirlas en una masa inconsistente de gelatina inmaterial.

Traté de no perder contacto con mi pasado, con épocas remotas en las que la gloria se podía forjar en un día lúcido de color inusitado. Traté de no perder el color joven de la vida. En realidad mi revolución interna puede resumirse como la pugna por renovarme, sin dejar de perder contacto con mi realidad; la realidad de mi pasado y de mi ser. Ya no puedo detenerme, seguiré caminando. El viaje sólo ha hecho que proseguir en una nueva dirección... Seguiré buscando el relato. Mi relato.

José Fernández del Vallado. Josef. Agosto 2010.
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jueves, agosto 05, 2010

En el aeropuerto. Noche cálida, de pleno verano.


Sigo acercándome. Los pasos quebrados, casi rotos por el paso de un tiempo que parece inexistente.
¿Estoy ya en el aeropuerto? ¿Estoy ya en mi relato?
Al otro lado de las inmensas cristaleras, las aeronaves que cubren vuelos transatlánticos, no cesan de despegar unas tras otras sincronizadas por un radio compás.
No olvido que ayer dejé atrás un cadáver dentro de un relato que tampoco era el mío. Y sé que me costará volver a ubicarme, volver a ser quien una vez fui; el hombre de los relatos. Aquel que inventaba palabras y les daba un sello propio hasta hacerlas identidad.

Detrás de mí hay una chica, no. Todavía no es una mujer. Es joven, como una vez lo fui yo, y parece agradable. No debiera andar sola por estos andurriales. Pero parece que el fashion y la parafernalia del aeropuerto le van. Decido sentarme a su lado, y sin titubear le pregunto a donde se dirige, si es que piensa ir a algún lugar.

Me mira a los ojos. No parece disgustada. Está satisfecha. Descubro que lo que va a hacer la entusiasma.
— Es tu primera vez, le pregunto.
Se revuelve nerviosa, pero no por mí, sino más bien la pregunta. Inclina los ojos, y dice.
— Sí.
— Vas a volar. Hummm… ¿Te llamas?
— Daniela.
— Eso es Daniela. Bonito nombre.
— ¿Y que tal de sensaciones?
— Espléndido.
— ¿Primera vez?
— Sí.
— Algún tranquilizante, ¿ansiolíticos?
— No...
— Vamos, di la verdad. Suéltalo. No te ocurrirá nada.
— Bueno, un par de orfidales.
— Así me gusta, chica buena. Irás relajadita. Te invito a un whisky.
— No gracias, no debería...
— Bah! ¿A qué hora sale tu avión?
— Sobre las doce.
— ¿Las doce? Y llevas aquí desde…
— Las siete.
Le sirven el whisky.
— ¡Cinco horas! ¿Has llegado con cinco horas de antelación?
— Sí... verás... No se lo digas a nadie. Me escapo.
— ¿Te escapas? ¡Ah! Chica mala.
— En realidad me voy al país de mi novio. Mi novio está…
— Y donde está tu novio. Ése noviete tan majo. A ver díselo a tu papá…
— Oiga...
— Qué.
— Es usted un sucio bocazas y un grosero, ¿verdad?
— Yo.
— Sí, usted.
— No. Perdona chica. Hemm... Yo, en realidad solo trato de hacerte la vida mejor.
— Ah sí, pues no sé como lo va a conseguir.
— Mira.
Saco un fajo de billetes de mi billetera, se lo enseño. Y añado.
— Con esto.
Ella permanece un rato pensativa. Luego pregunta.
— ¿Cuánto hay ahí?
— Lo justo.
— Lo justo para qué.
— Para que tus sueños se hagan realidad y te cases con ese mocoso.
— ¿Mocoso? Pues para que lo sepa, no es un mocoso. Es un muchacho inteligente y no un bocazas como usted y…
— De acuerdo, de acuerdo, lo sé. Soy un bocazas. Hagámoslo ya.
— El qué.
— El sexo y luego te doy los billetes.
— Oiga
— Qué.
— ¿Para eso viene usted al aeropuerto? A echarse un polvo con la primera que se encuentra.
Por primera vez la miro con consternación y algo de vergüenza. Y trato de arreglarlo. Si es que hay algo que arreglar.
— Bueno verás. La cuestión es que yo también tengo un viaje a las puertas, pero no es hoy.
— Hoy no.
— No. Resulta que no. Y ella tampoco está.
— No está. Ya... Así que mientras ella no está usted se lo hace con la primera...
— Fulana que me encuentro. ¡Exacto!
Irritada se levanta de la silla.
— Se está pasando de la raya. ¡Me voy!
La agarro de una mano y le pregunto.
— ¿Y qué del dinero?

Cuando salgo de los WC de señoras me siento más relajado, ha sido un buen polvo. Claro que lo siento por ella, no pude olvidar utilizar el truquillo de los volantes del sujetador. Sin duda me puse frenético y se me fue la mano. Pero no, no la maté, no soy un asesino. Y además, este tampoco es mi relato. No sé qué diablos me sucede, ¡no acabo de encontrarlo!
Antes de salir rezo un padrenuestro y un par de avemarías. Las puertas del aeropuerto se cierran a mis espaldas, hace una noche cálida, de pleno verano. Llamo a un taxi.

José Fernández del Vallado. Josef. Agosto 2010.
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martes, agosto 03, 2010

Pasiones de verano, pasiones sin freno.


Estoy en el piso veintitrés de una torre de Madrid, (prefiero no decir cual) ella yace a mi lado. Tuve que hacerlo después de ¿hacer el amor?
Ella así lo llamaba, para mí no fue “novia” sino una farsa con el engranaje de un gran contubernio. Todo con tal de sacarme unos euros sin demostrar el más mínimo arranque de energía. Y todavía tuvo la desfachatez de fumarse un cigarro. – ¿No sabe que la ley prohibirá fumar en cualquier establecimiento? – Cuando cualquier persona en su sano juicio sabe que el amor es pasión, es desenfreno, es locura llevada al límite. Y yo necesito tener todo aquello que la sociedad tergiversada por la ignominia y la paranoia, no me conceden. Por ello salgo a las calles de una ciudad arrasada y con la necesidad de un buitre iracundo, busco carnaza. Soy carroñero de verano. Mientras todos están en la playa dando rienda suelta a sus pasiones yo la saco a relucir en tanto tiro del volante del sujetador que aprisiona su garganta y al final, ¡ni tan siquiera eyaculo!

Primero me agacho en el suelo y la toco; luego ya, me revuelco nervioso. No la he matado. No, no soy ningún asesino, pero... me muerdo la lengua y sólo el dolor me produce placer.

Me siento en la mesa saco el bolígrafo y escribo. Las palabras fluyen de una esquina a otra de la cuartilla sin decidirse a componer, obedecer, y conformar el relato que desearía escribir. No es este, ella ni siquiera me gusta. No, este no es mi relato. Pero las palabras... ¡están desbocadas! Tal vez algo abatidas por la mente que trata de manejarlas. Claro, ellas también sienten calor. El calor de un verano que funde cerebros, dilata pasiones, y pasará dejando una huella silenciosa de sudor y desenfoque en mis ojos agotados tras otro esfuerzo baldío...
Aflojo el lazo de su cuello. ¿Estará viva? Espero que si. Rezo un padre nuestro, dos avemarías y salgo de la habitación sin hacer ruido. ¡No vaya a despertarse!


José Fernández del Vallado. Josef Agosto 2010.
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

domingo, agosto 01, 2010

Cruce de Caminos.


Hoy he tocado la noche con la luz de las yemas de mis dedos; y he sentido vida...
Hace días que me encontraba definitivamente acabado, pero, miren por donde, tal vez esté vivo. No sé hasta qué punto es necesario demostrar que uno vive o si es necesario. Pero las sensaciones... ciertas sensaciones de amortajado que he tenido estos días, no me han convencido, y apenas me han permitido encontrarme a gusto conmigo mismo.

Hoy he vuelto a caminar en la oscuridad de la noche, y advertir que hay peligros indetectables rodeando mi figura, en cierta manera, me ha aliviado de nuevo. Pues sé que no estoy solo. Presiento que alguien vigila mis pasos desde que nací. Tal vez sean sólo ilusiones y si lo son, prefiero no descubrirlo. Creo que merece la pena dejarse impregnar con la magia de los secretos, de las fascinaciones, de las maravillas, y seguir apostando por una vida llena de disfraces indescifrables, de los cuales a lo mejor, de vez en cuando, desenvuelvas el pliego que oculta la dulzura de un caramelo, y otras, la amargura de una leve pero no insubsanable desilusión. Así es la vida: una de cal otra de arena y otra de... ¿blando algodón?

Me gusta escribir y hoy tengo ganas de hacerlo, pero no seguiré sin dirección. Prefiero dejar pasar el tiempo anhelando plasmar el relato que se me ocurrirá. ¿A dónde viajaré? ¿Con quién me encontraré? ¿Volveré a reencontrarme con ella? ¿Me está esperando al otro lado del mar? ¿O llegaré a un nuevo cruce de caminos? Siempre fueron interesantes esos cruces.
Hoy, de momento, me detengo en un chiringo al lado del cruce. Los próximos días, comenzará la aventura...


Un abrazo.

José Fernández del Vallado. Josef 2010.
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

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