jueves, abril 14, 2011

Acúfeno Austral.



Foto tomada de Internet.

Con objeto de aclarar sus ideas, Marco decidió viajar a la Patagonia. Dejó todo atrás y no cesó hasta que el avión aterrizó en Puerto Natales. Antes, hizo escala en Punta Arenas, pero la ciudad de trazas modernas y a la vez señoriales, le resultó fría, como las aguas del Estrecho de Magallanes. En Puerto Natales el fresco también se dejaba sentir, pero a una escala, quizá, diferente.


El invierno no tardó en llegar y una misteriosa fuerza lo mantuvo inactivo, atrapado en la cabaña de alquiler. Durante el día leía y dormitaba y por las noches, cuando la temperatura caía a bajo cero, acudía a algunos bares y bebía hasta altas horas de la madrugada. Solo al encontrarse ebrio la inspiración regresaba. Tambaleándose volvía, desenrollaba los lienzos y bosquejaba el retrato de Jacqueline.
Tenía cien retratos de ella y jamás la había visto. Estaba al tanto que se llamaba así porque una voz interior coreaba aquel nombre de forma constante en su oído derecho. Visitó a varios otorrinolaringólogos y todos coincidían en lo mismo. Se trataba de un acúfeno. Es decir: un rumor sin sentido que se repite de forma constante. Le recetaron pastillas, e incluso le recomendaron utilizar un audífono, pero él no estaba de acuerdo. Había sentido en lo que escuchaba. Podía oír perfectamente aquel nombre: Jacqueline, repetirse en su interior, y estaba convencido que en cuanto consiguiera plasmar su retrato, mediante archivos informáticos, daría con ella.

Al cabo de un par de años su vida se convirtió en un suplicio. Con el transcurso de los días la gravedad del problema se intensificaba.
Dilapidó los ahorros, comenzó a esbozar caricaturas a los turistas, concentrado en un negocio que daba sus frutos, Jacqueline, casi, pasó a formar parte de su vida.
Algunas tardes caliginosas ascendía hasta el mirador de la ciudad y trataba de hacerse una idea de donde quedaban las ciudades en las que había dejado parte de su ser, y echaba de menos su existencia anterior despreocupada y sociable, mientras, sin éxito, trataba de olvidar el murmullo constante en su oído.
Todo iba mejor, hasta el día en que la tuvo delante y le pidió que la retratara. Fue incapaz de delinear un solo trazo y tampoco de articular palabra. En cambio, colmado de alborozo, su interior solo pronunciaba una sentencia: Era real.
Se mofaron de él.
Luego, el grupo en el que ella se encontraba, siguió su camino.
Marchando a una discreta distancia, Marco no dejó de vigilarlos.
A la mañana siguiente, salieron del hotel, fueron al muelle embarcaron y pusieron rumbo a los fiordos. Marco ya estaba allí.
Desembarcaron en una ensenada y visitaron un glaciar, luego se dividieron. Unos regresaron a la ciudad y otros – entre quienes estaba Jacqueline – siguieron el curso del río “Serrano” en una motora en la que Marco embarcó.
La lancha navegaba veloz por el caudal embravecido cuando el tronco de un árbol se interpuso en su camino. Dieron dos vueltas de campana y se estamparon contra las aguas heladas. Mientras se produjo el accidente Marco no perdió de vista a Jacqueline, y cuando la corriente la arrastraba, demostrando ser un virtuoso nadador, logró alcanzarla. Fueron los únicos en llegar a la orilla con vida.

Horas después ella cogió las fiebres y Marco, con hojas, bulbos y raíces, preparó un emplaste. A continuación hizo una camilla y remolcándola se adentraron en la espesura. Fabricó un arco y flechas y al cabo de un par de días había cazado unos guanacos. Hizo unas capas de piel con las que se cubrieron y mocasines para los pies. Al anochecer descansaban junto a una hoguera. Marco acariciaba a Jalpen, resguardada entre sus brazos, y sonreía por su escasa clarividencia. No era Jacqueline sino Jalpen, la “diosa guerrera Jalpen*.” Podía oír la voz en su oído pronunciar el nombre con claridad. Así como él tampoco era Marco, sino el “dios guerrero Soortes*.” Era plenamente consciente de su condición. Juntos, se vengarían de la infame masacre, y volverían a recuperar para los Selkam los territorios robados...

José Fernández del Vallado. Josef. Abril 2011.

Jalpen*: Diosa de los infiernos y el caos.

Soortes*: Dios guerrero al servicio de Jalpen.

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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.  

13 libros abiertos :

Jose dijo...

Normal que siempre sorprendas con unos inéditos finales que no te los puedes esperar.

Son historias son realidades de lo que lamente puede desarrollar haciéndonos creer que es de verdad.

Saludos

Lara dijo...

Im-pre-sio-nan-te ;)
Muuuuacksssssssssss!!!!

Arwen dijo...

Precioso y preciso viaje!!!

Un gran beso y muy buen fin de semana.

Arwen

F dijo...

Muy bueno, Josef, de verdad...

Monik dijo...

Que viaje más apasionante y con finales que siempre me sorprenden...:D

fgiucich dijo...

Visité dos veces Tierra del Fuego. Con tu estupendo relato es mi tercer viaje. Abrazos.

Amig@mi@ dijo...

Estás muy viajero últimamente, amigo.
Hay obsesiones que acaban confundiendonos.
Un saludo.

Susi DelaTorre dijo...

¡Estupendo relato!

¡Un saludo!

Andri Alba dijo...

Un beso y buen finde, volveré para leer.

Myriam dijo...

¡Qué viraje! Iba creyendo que este Marco era un verdadero tarzán y me resultó un guerrero ninja o algo parecido.

Saludos y Felices Fiestas.

Carlobito dijo...

Excelente, otra aventura impredecible.

Saludos.

Belkis dijo...

Estupendo relato que nos muestra que con algo de fantasía se logra mejorar la realidad y que el que la sigue la consigue.
Siempre es un lujo leerte amigo.
Tus relatos son buenísimos.
Un beso

Citizen_0 dijo...

Todos somos algo que debemos perseguir hasta el final. Aunque parezca imposible llegar.

Un gran viaje!

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