sábado, abril 23, 2011

Alzhéimer…



Composición tomada de Internet.


Mi padre padecía alzhéimer en fase muy avanzada. Encerrado en su cuerpo ya no era capaz de caminar y su voz era un hilo muy tenue mediante el cual se conectaba con el mundo.


Antes de la enfermedad fue un hombre unas veces vital y otras, extraño, que fiaba sus conocimientos a una facultad: Su prodigiosa memoria. Era capaz de recordar datos o sucesos originados en su más tierna infancia, además podía realizar operaciones matemáticas complejas anticipándose a mi calculadora sin equivocarse. En resumen, tenía razones para estar orgulloso de su memoria.
Mi nombre es Gabriel, soy hijo de madre anglosajona padre español y resido en Nueva York. Con todo, yo siempre he vivido con fallas. Es cierto que en mi juventud llegué a memorizar íntegramente los apuntes de una ficha de dos caras; algo, que incluso elogió el empollón de la clase. Pude hacerlo, pero invirtiendo demasiadas horas de esfuerzo. En cambio, estuve siempre incapacitado para construir un resumen a partir de los apuntes de tal o cual profesor. Me perdía de forma irremisible. De tal modo, cuando crecí, apenas llegué a ser un químico empleado en una multinacional farmacéutica que, precisamente, ocupaba su tiempo en hallar un remedio eficaz contra la enfermedad de carácter irreversible.

La tarde que llevé a cabo el descubrimiento mi padre llevaba casi diez años atrapado en su padecimiento.
La Memantina era el medicamento que le suministraba. Se utiliza para tratar el alzhéimer de grado severo. Es una droga que funciona regulando los neurotransmisores. Dicha sustancia puede ayudar a mantener las habilidades relacionadas entre el pensamiento, la memoria y el habla, y ayudar con ciertos problemas del comportamiento. Sin embargo, no cambia el proceso de la enfermedad y es posible que solo ayude unos pocos años.

La transformación tuvo lugar de la forma más asombrosa.

Trabajaba repasando – una vez más – los componentes del medicamento cuando una hormiga entrometida me mordió en el dorso de la mano. Di un palmetazo y el insecto salió propulsado. Me rasqué el escozor de la picadura, cogí el tubo de ensayo y... allí estaba. Irritado, me dispuse a atraparla cuando advertí que la sustancia incolora había adquirido un matiz amarillo; con probabilidad debido al ácido fórmico incluido en la hormiga; lo cual desbarataba la solución. Más enfadado aún deposité el contenido del tubo de ensayo en una probeta y bebí aproximadamente un cuarto del preparado. Naturalmente, mi intención no era otra que la de triturar a la impertinente hormiguita. Me disponía a arrojarlo por el desagüe pero me contuve. La taponé, la guardé en la cartera y salí a toda prisa.
Fuera, un aire pesado envolvió mi cuerpo en un sopor asfixiante. El verano hervía en Nueva York, ahora, una ciudad agostada en noches asoladas y desérticas...
Entré en el coche y sin siquiera ordenar los dígitos del seguro en mi cabeza tecleé con facilidad asombrosa la clave. Estaba invitado a la fiesta de Martha, una ex de la universidad de Columbia. Apenas recordaba el lugar donde se encontraba su casa. Aún así no encendí el GPS, y sin equivocarme una sola vez, di con el lugar.
Tras repartir la tarta y brindar, algunos de mis antiguos compañeros y yo nos acomodamos en un sofá, junto a la mesa repleta de aperitivos, y de la forma más absurda surgió la charla. Se trataba de recordar las fechas de los cumpleaños de los demás. Alguien sugirió si alguno era capaz de enumerar las de todos. Hubo una carcajada. Wayne exclamó: “¡Ya! Faltaría más. Ni siquiera Rodney o Martha, los empollones, son capaces.” Sin dejar de consumir porción tras porción de pizza, con un hambre insólita, asintiendo, levanté la mano y todas las miradas recayeron sobre mí. Con celeridad comencé a desgranar fechas, e incluso relaté la forma en que las habíamos celebrado. Mi charla se prolongó durante cerca de tres cuartos de hora. Cuando finalicé o creí que era suficiente, me contemplaban atónitos. Creo que incluso me dediqué a añadir las calificaciones de algunos en determinados cursos, lo cual fue pasarse de la raya. ¿Pasarme yo de la raya? Nunca. Pero lo de aquella noche...

De regreso comencé a sentirme preocupado. Desconocía aquella zona de la ciudad, la oscuridad la transformaba en irreconocible. Aún así, fijándome en detalles casi inapreciables y olores que con claridad recordaba, llegué hasta el chalé de mi padre en Brooklyn sin el menor contratiempo.
El cuidador estaba junto a él, y mi padre... ¿dónde se hallaba? Relegado a la nada por la terrible enfermedad pasaba el día dormitando y solo salía de su mutismo en raras ocasiones.
Me dejé caer en el sofá pensativo. ¿Qué acababa de suceder en la fiesta? Cómo había sido posible que... De súbito, a mi mente acudió una reminiscencia. Me acordé donde había puesto la carta que le escribí a Adele – la primera novia de mi adolescencia – cuando me dejó.
Subí a la buhardilla y allí continuaba; a la izquierda de la entrada, debajo del sexto listón de madera. Encendí la luz. Me senté sobre una mecedora desconchada y comencé a leer. Antes de terminarla ya sabía cual era el desenlace y lloraba como un dormilón recién despertado de un sueño. Me recosté, la mecedora crujió pero soportó mi peso y mis angustias. De repente mi mente se convirtió en una riada clara, repleta de recuerdos. Todo parecía estar a mi alcance, fresco y palpitante. ¿Y si había sucedido y la clave estaba en la hormiga?
Abrí la cartera y saqué la probeta. Estábamos solos. El cuidador, tras terminar de acostar a mi padre, acababa de marcharse. Fui a la cocina, cogí una cuchara pequeña y vertí una cuarta parte del contenido. Sostuve la cabeza de mi padre y le di de beber. Después aguardé y visto que no sucedía nada anormal, cansado, me retiré a mi habitación.
Me desperté sobre las ocho. Me duché y desayuné. Aguardaba a que el terapeuta regresara para marcharme. Desganado, se me ocurrió echar un vistazo a mi padre. Reposaba en la cama como siempre. ¡No! Vestido con ropa de calle, dormitaba recostado de medio lado. Sin entender, asombrado ante el descubrimiento, de forma apresurada le quité la ropa y le puse el pijama.
Minutos después llegó el enfermero y tuve que aparentar serenidad. El hecho es que mi padre se hallaba exactamente igual – dentro de su gravedad – a como venía encontrándose últimamente. Pese a todo, mientras John le daba el desayuno, permanecí observándolo con disimulo.
Finalmente me levanté y como un autómata salí de la casa. Antes de llegar al laboratorio me aseguré de atrapar hormigas similares a la causante del hallazgo.
Trabajé durante todo el día y la noche siguiente, sacrificando a cerca de mil insectos sin obtener resultados. La clave podía estar, reflexioné, en la variedad. Me informé en Wikipedia. Existían unas ¡veintiuna mil especies! Y, además, había que tener en cuenta un factor perturbador. Mi hormiga podía ser única. Es decir, no haber nacido en territorio Norteamericano, sino en cualquier punto del mapa: África, Sudamérica, Oceanía, etc... y posteriormente ser transportada en el equipaje del pasajero de un avión o a bordo de un barco.

Al tercer día, tras fracasar en mis experimentaciones, regresé a casa derrotado. La clave estaba en el insecto. La hormiga podía haber llegado encaramada sobre la ropa de cualquier persona que, procedente de un país, hubiera entrado en el laboratorio donde la encontré, o simplemente en el edificio. Por supuesto, la solución también estaba en las cantidades. Si tenemos una hormiga tipo A de: 0.00000003 kg, en una probeta ¿cuántos mililitros de ácido fórmico necesitará contener una probeta de cien mililitros…? La respuesta seguía estando en el insecto.
Sobre la media noche, dominado por un insomnio de tres días, sostenía la probeta entre mis manos. Podía arriesgarme y darle a probar una cantidad menor, pero estaba seguro, la dosis también concernía, y todo cuanto sabía era que beber un cuarto de emulsión daba resultado.
A las doce y media todo estaba en calma, me encontraba ante mi padre. Yacía en su cama ortopédica como si nada hubiera sucedido el día anterior. La fuerza que embarazaba mi interior era superior a mí sentimiento más razonable; anhelaba verlo activo, en movimiento, y sobre todo intercambiar unas palabras llenas de sentido con él... Sostuve su cabeza, le di de beber otro cuarto, me senté en una silla algo distante y aguardé.
Transcurrida una hora no había pasado nada. De pronto sus manos comenzaron a moverse con agilidad. Se levantó de la cama de espaldas a mí, y por lo tanto, sin percatarse que yo estaba allí. Se puso la bata, salió caminado de forma correcta y fue hasta la habitación que ocupaba antes de caer enfermo: En realidad, su estancia y la de mi madre de toda la vida. Lo seguí. Abrió el armario, se puso una chaqueta, un pantalón y se calzó unos zapatos. Y también hizo algo que ignoraba; cogió una copia de las llaves de la casa que siempre habría ocultado, y algo más: Dinero en efectivo.
Salió a la calle. Con sigilo hice otro tanto. Detuvo un taxi. Logré arrancar y con apuros, seguirlo.
El taxi se introdujo en el Barrio Chino y se detuvo ante un portal de aspecto lujoso. Mi padre salió, llamó a una puerta y entró. No tenía idea de lo que podría encontrarme, pero sobre cómo había acabado allí tenía un par. Cuando mi madre murió yo apenas tendría doce años, pero me di cuenta, la vida de mi padre cambió, incluso su forma de ser. Se volvió reservado y no volvió a encontrar una mujer. En realidad nunca halló mujer a su medida, si existía la clase de compañera que lograra entenderlo.
Me permitieron entrar. Pero solo tras verificar mi identidad. Sobre todo comprobaron que, por fortuna, llevaba dinero en efectivo, al parecer el tema les interesaba.
Entré en un salón amplio y en penumbra, una intensa humareda y el olor agrio del suelo pringoso por el alcohol aturdieron mis sentidos. Allí estaba mi padre, acomodado en una silla, rodeado de un grupo de náyades y orcos. Una de sus manos sostenía un revólver especial, de solo tres balas. Se disponía a jugar a la… ¿ruleta rusa? Me mantuve incrédulo, no daba crédito a lo que allí ocurría, semejante desahogo de oneirismo apenas cabía en mi cabeza. Retiraban el cadáver del hombre que acababa de “perder” como a un toro tras la faena. En tanto, quien acababa de vencer, se desgañitaba en la barra, borracho de euforia y algo más...
Un par de tipos ¿de seguridad? se acercaron a mí. Uno de ellos, limitado en inglés, me dijo: “Su turno, señor.” Y atenazándome por un brazo me empujó hasta la silla que había al otro lado de la mesa: ¡Frente a mi padre! A continuación puso el objeto entre mis manos sudadas. Con pesadez, elevé la cabeza enfrentándome a la pesadilla, y allí estaba: Mi padre, el mismo que me crió. Sus ojos sanguinolentos permanecían clavados en mí ¿sin reconocerme? Alzó el revólver, sujetó la empuñadura y abrió el tambor. Un hombre le pasó la bala, la insertó. El hombretón, apremiándome con mirada de rapaz, hizo lo propio conmigo. Cuando cargué las manos me temblequeaban tanto que ni siquiera fui capaz de armarla de entrada.
A continuación hubo un sorteo y le tocó comenzar. Me miró fijamente, apuntó a mi cabeza, y sin hacer una mueca o mover un ápice sus labios, aquella voz, su voz, hablándome en español, dominó mi interior.

— Tranquilo Gabriel, no va a ocurrir nada.
— ¿Nada? ¿Estando a punto de morir cualquiera?
— Lo sé. Sé como te sientes. Sorprendido y desilusionado conmigo.
De reojo, echó un vistazo a los organizadores y al público, la mayoría eran de origen oriental y apenas entendían una palabra de español. Amartilló su revólver.
— No te explicas qué hacemos aquí ¿verdad?
— No... No soy capaz de entenderlo y menos aún de creerlo.
— Verás, es difícil. En realidad estaba... Solía venir algunas noches de fin de semana... Hace tiempo que necesitaba contártelo, pero la enfermedad me privó...
— ¿De la memoria?
— Así es. Por eso, o utilizando el pretexto como excusa, nunca tuve el valor de revelarte lo que en realidad le ocurrió a tu madre. Todo, naturalmente, sucedió por mi carácter. Yo la amaba, pero no sabía como transmitir afecto. En realidad yo tenía ya Alzheimer; un Alzheimer incurable y sensitivo desde hacía años. Me comportaba de forma fría y grosera con ella y era incapaz de dar rienda suelta a mis sentimientos. Por eso ella, humana e ingenua, tuvo el desliz que yo descubrí. Luego, una noche discutimos y en lugar de estar a la altura, la traté de forma ordinaria, saqué a relucir el asunto, la insulté, forcejeamos, me dejé llevar por la furia y perdí el control. Traté de quitármela de encima y la empujé con violencia. Tropezó, cayó por las escaleras y...
— No sigas. ¡Juega! Aprieta el gatillo.
Sus ojos llorosos me contemplaron exhaustos.
— De verdad ¿Es lo que quieres?
— Sí...
Sonó el clic del percutor y no sucedió nada. Yo seguía ahí.
Con ira, sujetándolo con ambas manos, alcé mi revólver y oprimí el gatillo.
De nuevo sonó un clic desapacible. Agotado, dejé que el peso del arma arrastrara mis brazos hacia la mesa. Cayeron como un pesado fardo unido a un yunque metálico.
— Lo sabía, dijo. Sabía que ni mi disparo ni el tuyo eran fatales.
— Claro... has recuperado la memoria. Y algo más ¿verdad? Dije cansado.
— Sabes. No es la memoria lo que me importa, sino tenerte “hoy” aquí, conmigo. Y charlar, aunque sea en estas circunstancias...

De súbito, volvió su revólver contra el público y los de seguridad, y su voz sonó clara y, de nuevo por una vez, razonable.
— Hijo. Debes hacerlo o jamás saldremos vivos de este lugar...
En realidad ni siquiera sentí que gobernara mis manos. Ellas mismas se volvieron amenazadoras contra el público.
Salimos caminando de espaldas a la puerta.
Cuando estuvimos a salvo, mi padre me abrazó y me dijo.
— Y ahora, vayamos a otra parte. Necesito tomar una copa.
— Disponemos de poco tiempo. Aunque todavía queda un cuarto de ese brebaje... ¿Lo sabes?
— Lo sé... Elimínalo. Ya no lo necesitaré.
Y añadió.
— Así es como quiero recordarte y deseo que tú me recuerdes. Vivo y vital para siempre...

José Fernández del Vallado. Josef. Abril 2011.
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

42 libros abiertos :

Yuria dijo...

Es tremendamente doloroso. Lo conocí de cerca.

Un abrazo.

Julia Hernández dijo...

Exquisito relato, impecable, lleno de varias emociones, que me han trasladado a estancias tremendas en las que se vive la urgencia de detener ese algo que encarcela o detiene. Un final conmovedor, amigo mío, en la que la esperanza se funde y se deja fluir en un abrazo sublime, eterno, que está y estará siempre en cada partícula del corazón, llenando de amor y fuerza interior, bellamente acunado en el recuerdo. Me has conmovido. Te felicito, extraordinario de principio a fin.
Un abrazo y un beso inmenso.

Paquita Pedros dijo...

Vivi de cerca esa enfermedad es terrible
un beso cielo

Lara dijo...

Yo también lo viví de cerca, es tan triste y frustrante :(
Muuuuacksss!!1

Carolina dijo...

Querido Josef, he quedado impresionada con el relato. Muy bueno, y triste. Que pena me da, que se pierdan los recuerdos y las vivencias.

Un placer venir a visitarte.

Besitos mi querido Josef.

Feliz día

Amig@mi@ dijo...

Intuyo realidades entre la ficción.
¿¿??
Una enfermedad tremenda.
Muy bueno el relato.
Besos

virgi dijo...

Triste y doloroso, pero si hemos sido vitales algo compensará...o tampoco?
Besos

Ojosnegros dijo...

Ese padre era un elemento de mucho cuidado, aún así, no sé por qué, provoca en mí admiración. Quizás es por el final, vivo y vital para siempre (como quisiéramos recordar a nuestros padres).
Qué buen relato Josef, trepidante.
Te deseo una muy feliz semana.
Besos.

Myriam dijo...

Me parece que en la probeta había una buena dosis de cocaina, además de la hormiga.

¿Has visto la excelente película argentina "El hijo de la Novia" con Norma Aleandro y Ricardo Darín? Te la recomiendo. Trata justamente de esta terrible enfermedad que es, lamentablemente, irreversible.

Saludos

LaCuarent dijo...

Tu relato como siempre, de los que te enganchan con el anzuelo que eres incapaz de soltar.
Un saludo

La Hija de Zeus dijo...

Terrible enfermedad!!

De esas cosas horribles que tiene la vida..

un abrazo

Mixha Zizek dijo...

Es triste hablar de esa enfermedad como bien sabes, que postié en mi blog hace unos meses atrás mi padre también tiene azheimer. POr eso te comprendo querido amigo.

Muy buen relato, me pareció estupendo, besos

Primavera dijo...

Terrible enfermedad que se lleva poco a poco todo dejando a la persona vacia no siendo ni ella misma, dejando a la familia triste abatida ante la perdida del ser que mas quieren que ni tan siquiera los recuerda...duro.
Primavera

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

De nuevo con vosotros, amigo.

Un abrazo...

TORO SALVAJE dijo...

Eres un todoterreno increíble.
No hay tema que se te resista.

Saludos.

Arwen dijo...

Un mal terrible que poco atiende a razas, sexos, y que sólo deja el peor de los destinos...

Besos.

Arwen

campoazul dijo...

Nunca me cayeron bien las hormigas...
Esta es un historia terrible por ser tan triste.

Besitos.

Miguel Baquero dijo...

Ese es uno de los temas en los que más me aterra pensar. Yo sería incapaz de escribir dos líneas sobre él, así que tengo que felicitarte porque me parece un tema doloroso y dificilísimo

Belkis dijo...

Que buen relato y que fabuloso desenlace, al menos para mi que vivo la enfermedad en carne propia, mi abuelita la padece y cuanto me gustaría que hubiera al menos un momento de lucidez en el que pudiera tener una conversación con ella. Cuantas cosas aún nos quedan por contarnos...
Un fortísimo abrazo amigo y nunca dejes de escribir.

Carlobito dijo...

Un relato escalofriante Josef, sobre todo porque puede ser real. Me enganchó totalmente como siempre.

Un abrazo

Monik dijo...

Viví esta enfermedad a través de mi abuela...es...difícil de describir sin que te imponga miedo y dolor...

Las Gemelas del Sur dijo...

Una narración con gran carga emotiva. Esta enfermedad es una muerte en vida, desaparece la identidad de la persona, ya no es nadie. Duro, muy duro para los familiares que le rodean.

Besos a pares.

fgiucich dijo...

Un tremendo dolor!!! Abrazos.

Liliana Lucki dijo...

Es un tema difícil y doloroso.La narración casi me

quita la respiración.

El arte de escribir sobre cualquier tema, incluso de

la enfermedad. Mi aplauso, Bravo !!!!

Te saludo, Liliana

Liliana Lucki dijo...

Es un tema difícil y doloroso.La narración casi me

quita la respiración.

El arte de escribir sobre cualquier tema, incluso de

la enfermedad. Mi aplauso, Bravo !!!!

Te saludo, Liliana

panterablanca dijo...

Como siempre un giro inesperado y sorprendente en tus relatos.
Mi madre también tuvo Alzheimer. Curiosamente, siempre nos decía, cuando estaba bien, que ella había sido una niña muy buena. Cuando enfermó se convirtió en eso, en una niña muy buena ávida de afecto y cariño.
Besos felinos.

Mariluz GH dijo...

Qué maravilla de relato... con todos los ingredientes para ser recordado pero sobre todo, admirado.

Ojalá se encontrase una pócima como la tuya para ese tarrible enfermedad, querido amigo.

Siempre es un placer leer tus narraciones. Dos abrazos

Dejame que te cuente dijo...

otra vez nos mantienes pegados de princpio a fin a la pantalla..
ademas hoy tocas un tema que afecta a tanta gente....¡¡¡

en nuestra familia estamos viviendo un caso de alzheimer...y es tan doloroso....¡¡¡

un abrazo moderato

Magia da Inês dijo...

Olá!
Uma história intrigante, com um final surpreendente...
Bom fim de semana!
Brasil

NoSurrender dijo...

La memoria excesiva es torturadora, ya lo contó Borges en Funes el memorioso. Nuestra estabilidad emocional depende más de lo que olvidamos que de lo que recordamos.

Por cierto, me he acordado de esa brutal película de Cimino, El Cazador. Tremendo!

Salud!

HUMO dijo...

Me encantó tu relato José, una compleja enfermedad y triste para el que la padece y su alrededor. Me genera impotencia y desesperación. Pero hay mucha para palear y luchar y sobretodo amar.

Cariños!

=) HUMO

maria rosa-prem prabha dijo...

Como todos tus relatos, tan vivos que parezca que lo estas viviendo.
Esa esperanza que algún dia sea, para esta terrible e inhumana enfermedad que aparta toda tu vida, tus memorias.
Hacia tiempo que no pasaba por tu espacio, entre todas las actividades que tengo por propia voluntad, ahora ejerzo de abuela por un periodo de tiempo, hay que dar cuando lo necesiten y en ello estoy.
un abrazo inmenso.

Miguel Baquero dijo...

Espero que todo vaya bien. Un saludo

Xiomara dijo...

Te abrazo Josef...con toda mi ternura sabes que te quiero mucho amigo ...hasta hoy pude pasar ...me salen lagrimas al leerte pero se que todo pasara! ..el Lunes vuelvo a casa hablaremos ...besos

Andri Alba dijo...

Hola Josef, llevo días pensándote, es decir, pensándote como el amigo bloggero que eres y nunca paso por aquí, hoy me dije, Andri ven a visitarlo, a que sepa que a pesar de la distancia, le recuerdas. Me acordé tanto de ti, que pensé que esta canción sería un bonito regalo, espero que sí:

http://www.youtube.com/watch?v=h0JvF9vpqx8

Te planto dos besos y te dejo también plasmado mi deseo de que tengas buen comienzo de semana.

Con aprecio,

Andri

Vivianne dijo...

No podría haber quedado mejor escrito, con una emoción y angustia que hace entorpecer y ennegrecer el aliento,añorado amigo tu eres el diseñador de tu destino, tu eres el escritor, tu escribes la historia, el bolígrafo está en tu mano y el desenlace será todo aquello que escojas, no decaigas utiliza la energía tu energía para rebelarte...abrazos y fuerza amigo...

Julia Hernández dijo...

Paso a releerte y a sorprenderme de nuevo... Te deseo lo mejor.

Arwen dijo...

Josef, déjame que te invite en este 3er. cumpleaños de vida blogger que celebramos hoy, a un brindis de honor... ;)

Un abrazo enorme.

Arwen

Belkis dijo...

Donde andas amigo. Te extraño.
besitos

campoazul dijo...

Pues sí que es grave lo del alzhéimer...
¿Se te olvidó que te estamos esperando?

Besos con miguitas para el camino de regreso.

Amapola Azzul dijo...

Impresionante relato,con un desenlace imprevisible. Enhorabuena.

fgiucich dijo...

Se lo extraña , amigo. Abrazos.

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