jueves, junio 23, 2011

Reencarnación.



Imagen tomada de Internet.

Las grietas y filtraciones en la estructura del chalé que compró en París, en el barrio de Montparnasse, invirtiendo sus ahorros, día tras día le recordaban a Jan su creciente e irreversible antigüedad.

Trató de retocarlas pero no disponía de la habilidad necesaria, las herramientas, así como la economía para contratar carpinteros o albañiles. Cuando las pretinas de las persianas se partieron se vio obligado a pasear de una habitación a otra sin apenas luz, y dado que hacía tiempo que la compañía eléctrica le había cortado el suministro, no tuvo más remedio que iluminar la casa mediante unos quinqués que encontró en la buhardilla.
Era invierno cuando, asimismo, acabaron por suprimirle el gas. Desalentado, una tarde de frío invernal buscaba su encendedor para prender la chimenea. Encontró el mechero y descubrió la trampilla bajo una alfombra persa apolillada. Tomando un quinqué se aventuró con precaución y haciendo piruetas en los desgastados escalones, descendió a una sala de techos abovedados y penetrante olor acre. Comenzó a caminar y observó que el sótano, aparte de tener unos cimientos que con probabilidad se remontaban al siglo trece, era mayor de lo que en principio había supuesto. En el centro, apiladas unas sobre otras, estaban las causantes del hedor: Antiguas ánforas de vino. Ocultas tal vez en épocas de la peste negra, cuando algunos barcos genoveses llegaron a Sicilia procedentes de Constantinopla portando la lacra que se extendió por Europa. También encontró viejos muebles: Una cómoda, dos mesillas de noche, un pupitre y algunas sillas Luis Quince, carcomidas.
En un rincón del sótano estaba el arca, era larga y tenía hechura suficiente como para contener algo interesante. Unos ornamentos plateados revestían sus vértices, la tapa estaba cerrada mediante hermosos cerrojos dorados. Una inscripción y un sello lacrado sobre el tablado revelaban su pertenencia al periodo napoleónico. Tras hurgar en las cerraduras con el clip de sujeción de su bolígrafo y una aguja, consiguió abrirlos. A continuación forzó la tapa elevándola mediante una varilla de hierro. Tras intensos minutos de esfuerzo cedió, y ante su vista, se presentó la maravilla o el misterio: Un ataúd. Su forma y los jeroglíficos en su cubierta aclaraban su procedencia: Egipto.
En días sucesivos, con discreción, se informó sobre el hallazgo. Sólo pudo abrirlo gracias a una polea. La tapa, hecha con probabilidad con madera de sicomoro, tenía inscripciones que la relacionaban con la diosa del cielo, Nut; la caja atañía a su hermano, Geb. Una imagen de la diosa Het - Hert del occidente apareció pintada en la cara interna. Su intención, averiguó, era que la diosa acogiera y protegiera el cuerpo. Varias capas de lino envolvían la momia. Comenzaba a desenrollarlas cuando algo – no supo desentrañar claramente el qué – le instó a detenerse. Temeroso la envolvió de nuevo, coloco la carcasa sobre ella, ascendió los escalones y recluyéndose en su habitación se sirvió una copa de bourbon y meditó la decisión que le convendría tomar.
Esa misma noche tuvo el primer sueño.

Se hallaba en el desierto, en un campo de entrenamiento, acababa de encaramarse a un carro de guerra dispuesto a practicar el lanzamiento de jabalina en movimiento. Habilidad que siempre le había resultado lo más arduo de su aprendizaje militar.
Entonces divisó la delgada figura de una mujer acercarse rodeada de su séquito. Le hizo una señal. Descendió del carro, se retiraron bajo un palmeral y con ojos desorbitados ella comenzó.
— ¡Lo sé todo!
La miró con detenimiento y comprobó que estaba francamente alterada, asintió.
— Todo sobre mi familia...
— Calma, tranquilízate. Dime ¿qué es lo que sabes?
Lo miró de arriba abajo, como si no diera crédito de con quién estaba hablando, o siquiera de aquello que estaba pronunciando. Se abalanzó sobre él y lo abrazó. Temblaba y estaba caliente, probablemente con fiebre, pensó.
— Dime ¡Soy yo, tu mejor amigo!
Trató de sonreír sin resultado.
— Tanedyemy… es la madre de Ramsés y no Tuya, balbuceó.
— ¿Cómo? Inquirió él.
— ¡Tanedyemy hija de mi abuela Mutnedyemet es la verdadera madre de Ramsés! Volvió a reafirmar.
— ¡Ya! Y quién es esa... ¿Mutnedyemet?
— ¡Mi abuela! Mutnedyemet era mi abuela. Y hoy lo he sabido, era hija del faraón “Ay” padre de la reina “Nefertiti” esposa del “Hereje” antecesor de Tutankhamón. Por lo tanto mi abuela era hermana de aquélla mujer loca. Luego, tanto él como yo estamos emparentados con los herejes...
— ¿Con quién...? ¿Acaso te refieres a aquél que tan sólo adoraba a un Dios?
— ¡Sí! Oh, menuda desgracia. ¡Es horrible! Tanto Ramsés como yo hemos caído en las garras de Seth...
— ¡No!, no lo creo. Más bien pienso que sois afortunados, no así vuestros hermanos. Ahora lo veo claro.
Ella, dijo sollozando.
— El qué... ¿Qué ves tan claro?
— Cuestión de sangre amiga mía. ¡La sangre real! Por mucho que nos pese procede de la familia de los “Herejes”. Sethy I lo sabe ya que él es el Dios padre. ¡Alégrate pues por tus venas fluye sangre de faraones!
— Y dime ¿Por qué debo alegrarme si estoy mil veces maldita?
— ¡No, ya no! El maleficio está roto. Ahora honras a Amón – Ra. ¿No es cierto?
— Si, siempre ha sido así. Siempre le he sido fiel, dijo más consolada.
— Pues entonces, no tienes nada qué temer. ¡Eres la reina!
Cuando volvió a mirarlo su expresión era diferente.
Sólo hizo una última pregunta.
— Y dime ¿qué será de mis hermanos?
— ¿Ellos?
— Sí... Dime.
Mientras hablaban lentamente habían ido retornando a su carro. Su mozo de caballerizas aguardaba impaciente sujetando a los caballos que piafaban inquietos. Apartó la vista de ella y la volvió hacia el desierto infinito. A lo lejos, un remolino denso y amarillo progresaba mientras devoraba las riberas con inusitada ansiedad. Tomó las riendas del carro y tan sólo añadió.
— Ya no son nadie... Pertenecen a Egipto.
La miró fijamente y con voz tajante acentuó.
— En cambio tú. ¡Tú eres Egipto!

Se despertó pasadas las doce del medio día con la frente perlada de sudor y una horrible sensación de seguridad y sobre todo... ¿reconocimiento? ¿Desde cuando tenía en mente aquellas locuras? Nervioso, intentando refrescar sus ideas, bajó las escaleras, salió a la calle Saillard y paseó por la plaza Aspirant Dunand, se detuvo a almorzar en la Fonda Ibis Montparnasse. Terminó y siguió por la Ferdinand Brunot, torció a la izquierda tomó la calle Gassendi y cuando quiso darse cuenta se hallaba recorriendo los nichos y panteones del Camposanto de Montparnasse. Eran las cinco y media de la tarde del mes de febrero y un sol rojo, casi extinguido, comenzaba a ocultarse deslizándose entre nubes que lo acogían como suaves gasas de tul. El descenso brutal de la temperatura comenzó a sentirse en segundos. La helada caería como un manto glacial. Mal abrigado, empezó a tiritar y a dejarse vencer por un frescor que invadía sus huesos y arterias. De repente, bajo sus pies, oyó un bisbiseo, primero una vez, luego dos... Se agachó y sobresaliendo bajo la losa de una lápida vio el perfil ¿de un muerto en vida?
Instantes después acomodado dentro del recinto viciado de una tumba, lo supo. Se trataba de un antiguo “voluntario” enrolado a la fuerza en la legión francesa, fugado y reconvertido en vividor y borracho. Su salvoconducto y medicina para hacer frente a las pétreas inclemencias del tiempo, era la botella de ron. Y el lugar indicado para sobrevivir los rigores del invierno sin que la policía lo molestara, el cementerio.
Hablaron o mejor dicho quien habló casi todo el tiempo fue el hombre, sin cesar de relatar sus supuestas aventuras en África. El aterrador desierto des Sahara, los combates contra los contrabandistas de armas, las maravillas de Egipto...
Amodorrado por el efecto del ron Jan se durmió con una sensación conocida, presentía quién era ella, pero era incapaz de recuperar un nombre que flotaba moviéndose con un extraño efecto de ingravidez en la longevidad de los milenios...
Por la mañana, aliviado, dejó el cementerio, desayunó en un pequeño bar de la Plaza Gilbert y pensativo, se dirigió hacia su casa. Solo entonces la imagen de Serena acudió de nuevo a su mente. Con certeza consideraba una circunstancia. Ella había sido la primera y última mujer en su vida, pues sus apenas cinco años de convivencia sin duda habían constituido el punto álgido de su existencia. Luego, todo se había desarrollado de la forma más pavorosa y extraña, tras ser secuestrada y ejecutada por una secta de iluminados cuyos fines nunca quedaron claros, confuso y vagando a la deriva, Jan había renunciado a su vida de arquitecto, dejando atrás Florencia, Venecia, y sus proyectos en el desierto de Dubai, y tras donar sus ahorros – excepto una pequeña suma – a asociaciones de lucha contra el hambre, había regresado a refugiarse en el corazón de Francia – al lugar que lo vio nacer. – Volvía para encerrarse y dejar que su fin se diluyera enterrándose en las tinieblas de la tristeza y el olvido.
Y ahora, aquellos restos y las ensoñaciones ¿estaban relacionados entre sí? ¿Por qué de repente parecía conocer tantas cosas? Seguía existiendo un profundo vacío en su cabeza, ¿hacia donde se encaminaba su mente? Si es que en realidad existía dirección y conciencia.
Ese atardecer tuvo la ocurrencia. Bajó al sótano, tiró de la polea y retiró la tapadera. Con gran ceremonia comenzó a desenvolver el lino otra vez. Estaba a punto de descubrir las facciones cuando sintió la presión y el pánico se apoderó de su persona. Con rapidez y manos nerviosas volvió a enrollarlo, colocando, tal como recordaba, las joyas y amuletos entre las capas de lino. Con esfuerzo y la ayuda de la polea cerró la tapa de nuevo. A continuación trató de comer algo, después intentó leer sin resultado. Solo tras la tercera copa de bourbon se durmió cayendo en un sueño inquieto que derivó en la segunda ensoñación.

Recordó un atardecer caluroso. El barco anclado en el estuario de Ger. El siseo de los sauces mecidos por la brisa, la conversación tranquila de los chicos afuera, y el sonido melódico de una flauta que uno de ellos manejaba, mientras ambos se abandonaban al amor resollando con placer.
De pronto aquellos gorgoteos entrecortados y un silencio mortal. Tuvo tiempo de revolverse y tomar su espada. En un instante la puerta retumbó y saltó astillada por los hachazos. La estancia se llenó de sicarios que sólo tenían una idea en sus sombríos cerebros: ¡Asesinar!
Luchó y logró dar muerte a tres de ellos antes de que los restantes lo hirieran.
Luego, tomaron a la reina – lo que al parecer les interesaba más que su vida – y se fueron y lo dejaron allí; mortalmente herido; sin hombres ni protección. Con la noche cayendo sobre el estuario y el Ka de los muertos vagando sin sentido. Pasó unas horas terribles, sin saber qué hacer, implorando a Toth Dios de la luna, a Hapi diosa del Nilo, a Hathor diosa del amor la belleza y la alegría, para que le devolvieran a su amor...
Hasta que al amanecer del siguiente día una nave de guerra se detuvo, una falúa se aproximó y oyó las pisadas de un hombre. Se abrió la puerta astillada y una vez más contempló como un niño asustado, la mirada dura y a la vez impresionada de su preceptor y ahora general del imperio, Nefermaat. Le dijo.
— Lo imaginaba, han sido incapaces de acabar contigo.
Y continuó.
— General Ramush, la princesa Nefertari ha actuado de forma desleal a espaldas de nuestro Dios el faraón Ramsés II. Por ello, este amanecer, ha sido forzada a morir envenenada ante la presencia de Isis Nefert o Iset la Bella, su rival por el trono.
Y preguntó.
— ¿Te consideras feliz por lo que has llevado a cabo?
Él respondió.
—De acuerdo, estaba con ella, pero había algo más...
Nefermaat tan sólo murmuró.
— ¿Qué..?
—Nefertari descubrió que llevaba en sus venas la sangre de los dioses. Podría haber sido faraón si se lo propusiera. Ramsés necesitaba un pretexto para deshacerse de la amenaza. Y yo, ingenuamente, se lo he proporcionado.
Ambos permanecieron mirándose en silencio. Ramush volvió el rostro y dejó escapar un gemido de dolor. Su pesar era tan hondo... Desenvainó la daga y se la clavó.

Abrió los ojos, era invierno y la habitación estaba helada, pero aquello no era impedimento para que dejara de cavilar mientras sudaba como si estuviera en una sauna. Impulsado por un resorte se incorporó, caminó hasta el escritorio y cogió la enciclopedia sobre Egipto. La abrió y supo quien era Ramush. Se trataba de un fornido prisionero nubio que debido a sus cualidades y acciones de valor había sido ascendido a capitán. No encontró nada sobre su posterior ascenso a general y menos, acerca de su relación con la princesa Nefertari. Enloquecido se preguntó ¿podría ser él, mil trescientos años después, una reencarnación de...? Se miró en el espejo; su piel era más blanca que la leche, sus músculos estaban fláccidos de no practicar deporte, e incluso mostraba una incipiente barriga.
Transcurridas un par de semanas continuaba sintiéndose extraño y deprimido, y cada vez más intranquilo. Bajó de nuevo al sótano e inspeccionó el sarcófago con minuciosidad, dándose cuenta de un detalle: Necesitaba transcribir las inscripciones que había en el dorso de la tapa. Averiguó que los epígrafes podían estar contenidos en el “Libro de los Muertos.” Buscó en Internet con recelo y halló en una web un manuscrito traducido. Hizo el pedido y en tres días recibió lo que deseaba. Y en un par de horas más encontró lo que su mente buscaba con ansiedad.
Hecho un manojo de nervios, bajó de nuevo al sótano. Abrió el sarcófago con la polea y procedió a desenvolver las gasas. Cuando finalizó se encontró con algo inesperado: La mirada de la momia. Pese al transcurso de milenios sus cuencas negras parecían observar con viveza el entorno y sobre todo, tuvo la impresión de que a quien miraban era... ¿a él?
Se colocó a un lado del sepulcro, sus manos temblorosas sostuvieron el libro y no cejaron hasta localizar el capítulo setenta y dos. Entonces, con voz alterada, pronunció “la fórmula para volver a abrir la tumba y salir al día de nuevo...”


José Fernández del Vallado. Josef. 21 de junio 2011.
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

14 libros abiertos :

lanochedemedianoche dijo...

Hola josef, e leído tu relato en dos partes pero lo pude terminar, como siempre me sorprendes aunque sé muy bien de tu calidad de narrador, en tan corto relato hay variado permanentemente como si fueras por un río profundo y dificultoso, como siempre me ah encantado.

Besos

Mixha Zizek dijo...

Excelente relato, siempre me sigues asombrando con historias diferentes. Tu estilo es tan propio, me encanta, besos

Miguel Baquero dijo...

Eres un auténtico todoterreno, que lo mismo haces un relato de aventuras como creas una atmósfera de terror.

Isabel dijo...

Como siempre, encantada de leer tus relatos, aunque hacía tiempo que andaba un poco escasa de tiempo, pero poco a poco, vuelvo a la normalidad y espero ir poniéndome al dia.
Un beso

soy beatriz dijo...

Hola querido Joseff, me he devorado el relato. No podía dejar de leerlo. La trama va y viene de una forma tan espléndida que el final es un gran final.
Impresionante!!! por otra parte te comento que amo todo lo relativo a Egipto y me resultó un relato abosolutamente mágico.

Felicitaciones.
Un abrazo grande!!!

Amig@mi@ dijo...

Con lo que a mí me gusta todo lo que tiene que ver con Egipto, esta vez me has dado un regalazo.
Podría servir de inicio de una gran novela, amigo.
Un abrazo

Julia Hernández dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Magia da Inês dijo...

Olá, amigo!
Já faz muito tempo que não venho aqui.
Suas histórias continuam tão misteriosas e envolventes como sempre.
Adoro ler tudo que você escreve.
Espero sua visitinha no meu blog.
Um lindo e ensolarado fim de semana.
Tudo de bom.
Beijinhos.
Brasil
✿•˚。
° 。✿ °° 。
●/✿
/▌
/ \ 。 ✿

Anónimo dijo...

hola!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

mmm bueno llegue tarde a leer lo de la invitacion a converar por chat
... que bueno que reaparecimos!!!!


te dejo besines y gracias por star yo se que estas....en tus cosas pero estas amigo divinisisisimo!!!!

besines
:)sau

Belkis dijo...

vaya hallazgo. Interesante y espeluznante. Fantasía y realidad. La verdad es que tienes una facilidad para escribir sobre diferentes culturas y hechos que no resultas nunca aburrido. Que encanto!!! Interesante al máximo.
Un abrazo

Andri Alba dijo...

Igual que a todas, me encantó también a mí. Sentí al personaje, me volví protagonista con él.

Un beso, José.

fgiucich dijo...

Tu relato, como siempre, es de una impecable calidad. Abrazos.

Carlobito dijo...

Muy buen relato... cuando pienso en la posibilidad de la reencarnación, ese es mi principal miedo, si uno pudiera recordar la anterior vida tal vez la presente quedaría invalidada.

Me gusta esa teoría de que los lazos fuertes, como el amor, se mantienen a lo largo de las vidas reencarnadas.

Saludos amigo

OceanoAzul.Sonhos dijo...

Gostei muito do que se escreve por aqui, parabéns!
A musica é fabulosa.
Um abraço
oa.s

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