jueves, agosto 11, 2011

Chaneque.


Imagen tomada de Internet. 

Aquella vez tomé la decisión de bañarme de noche. ¿Algún motivo en especial? Por supuesto. Durante el día hizo un calor aplastante – de aprox 34ºC – por citar, in situ, algún dato de interés.

Eran las once ¿o tal vez las doce? – no lo recuerdo con exactitud – cuando mi móvil vibró contesté y no hubo respuesta ¿o sí? De forma tenue, al otro lado escuche una respiración. Se prolongó unos instantes y se interrumpió. Mientras, con ritmo desacompasado, mis piernas se habían puesto en camino, aunque confieso que tras sentirme el blanco de aquella broma pesada ya no aspiraba a otra cosa que a dar la vuelta y regresar a la seguridad de mis cuatro paredes. No lo hice.
Alcancé el recinto de la piscina, abrí la verja, me desnudé, bajé por las escaleras y me detuve al borde del penúltimo escalón donde con desazón, me senté. Ante mis piernas y bajo ellas una oscuridad insondable insinuaba que de seguir progresando habría de hacerlo a nado. Me disponía a zambullirme y sentí que algo me rozaba a la altura de los tobillos. Asustado solté una patada que rebotó contra una piel lisa. Entonces oí la voz a mi lado, dijo.  
“Yo que tú no haría eso.” 
Me volví y junto a mi descubrí la figura de una niña de cabellos de plata. Nadaba con una agilidad asombrosa. Mediante un solo impulso era capaz de alejarse varios metros de mí para, a continuación, regresar rápidamente.
La miré fijamente; no existía. No podía ser realidad. Y menos en mi piscina. Había leído sobre ondinas, náyades, sirenas, ¿y qué sobre alucinaciones nocturnas en pleno verano de noche al límite de los treinta grados? La miré como quien descubre a un precioso escarabajo reluciente. Añadió.  
“Debes nadar como yo. No pienses que hay pesadillas en la negritud de las aguas.”
Me hizo gracia. Resultaba tan cómica brillando como un fosforito. Comenzaba a reírme de su insulsa simpleza abrí la boca y un borbotón de agua me arrastró a la oscuridad de aquella poza sin fondo. Salí a la superficie, sobre mi cabeza distinguí el tenue haz de luz de la luna y rodeándome, las paredes afiladas del cenote de Aké y de nuevo me encontré atrapado en la pesadilla.

Éramos diez espeleólogos marinos entre quienes como especialista en el estudio de los cenotes de la Península del Yucatán, me encontraba yo. La vida de nueve hombres dependiendo de la mía y la de todos de un fino cordel que nos comunicaba con la única salida de un laberinto interminable. Y luego, de pronto, la indetectable aunque intuida presencia de aquellos ojos malignos observándonos con hambre de milenios, la avidez de una bestia alimentada durante siglos mediante la fe de innumerables sacrificios rituales. Sólo la certidumbre de un pueblo de extraordinaria riqueza espiritual los llevó a presentir que más allá, en la oscuridad de los cenotes, habitaban seres de una naturaleza desconocida y cruel, seres que de no ser debidamente alimentados, invadirían su mundo reimplantando de nuevo el terror. En definitiva, narraciones acarreadas de identidad a identidad, lo que nuestra cultura occidental tilda de supersticiones.
Nadie sabe con exactitud lo que ocurrió ni se sabrá; al menos durante decenios, porque desde entonces la entrada se ha prohibido de forma tajante. Pero sí se conocen datos de un suceso que nunca debió suceder. Según las autoridades el guía (o sea, yo) se desorientó y... sabíamos que lo teníamos a nuestras espaldas, podíamos sentir sus anillos parecidos a aletas deslizarse. Imaginaba lo que estaría sucediendo detrás, pero no era capaz de detenerme a echar un vistazo. Sentí que algo rozaba mis piernas. Asustado solté una patada que rebotó contra una piel lisa. Entonces vi el cordel seccionado y oí la voz a mi lado, dijo.
— Yo que tú no haría eso.
Y allí estaba: Una niña de cabellos de plata. Aterrado, no se me ocurrió otra cosa que preguntar.
— ¿¡Por dónde se sale!?
Riéndose divertida – dejando escapar burbujitas que fluían con soltura hacia el techo sumergido de la caverna – me enseñó parte del cordel y de forma burlona, me dijo.
— He sido yo quien lo ha cortado. Y añadió. Kauil está nervioso. Necesita alimentarse y...
La miré entre asustado y enfurecido. No era capaz de hablar pero grité.
— ¡Cómo! ¿¡Tú eres dueña de ésa cosa!?
Mirándome avergonzada, musitó.
— No. Yo solo soy una Chaneque y él es o era... un Dios. Ahora vive en los fluidos de las aguas oscuras. Pero antes de que lo expulsaran aquí era dueño y señor del fuego.
Preso del pánico seguí nadando entre estalactitas. Golpeaba contra algunas, hiriéndome, pero no era capaz de sentir porque todo a mi alrededor se había vuelto de un tono rojizo.
Chaneque seguía mi lado. Me contempló solazada y me dijo.
— Está bien. Te diré un acertijo y si lo adivinas tú y los que sobrevivan podréis salir.
La miré con la desconfianza de quien intuye una locura.
Afanada, recitó.
Qué es más grande que Dios, 
más maléfico que el Diablo, 
los pobres lo tienen, 
los ricos lo necesitan, 
y si lo comes morirás.
Estaba perdido. Agobiado verifiqué las botellas. Apenas quedaba oxigeno para un cuarto de hora, y a nuestras espaldas, las dentelladas de la bestia relucían como sables arrebatados.
Henchido de rabia odié a la mujercita que en medio de aquella matanza se había erigido en dueña de nuestras vidas y se atrevía a contemplarme con un presuntuoso aire de insolencia. Traté de darle un manotazo. Me esquivó. Le grité.
— ¡Déjanos en paz!
Adoptó una postura constreñida y contestó.
— ¡Fallaste! Ésa no es la respuesta...
— ¡Y a mí qué me importa!
— Tampoco esa. Bajó los brazos y dijo.
— Debes pensar. Si sigues por ese camino, no acertarás. Y la verdad va a dar mucha pena que Kauil os devore.
La miré enajenado y dije.
— Ves, tú tienes toda la culpa de lo que nos sucede. ¿Por qué has roto el cordel?
Me miró sonrojada y agregó.
— Yo... Solo quiero jugar.
— ¿Y desde cuándo juegas con la vida de las personas?
— Soy una Chaneque. Somos así... de siempre.
— ¿Cuándo naciste?
— No lo sé
— ¿Qué edad tienes?
— No lo recuerdo, pero soy joven... creo...
— ¿Desde cuándo estás aquí?
— Me parece que... siempre.
— ¿Siempre? ¿Y afirmas que eres joven? Pues si es así no lo pareces.
— ¿Por qué?
— Te comportas como una vieja amargada.
— No es cierto. ¿Por qué iba a estar amargada?
— Dime ¿cuánto tiempo llevas aquí sumergida?
— ¿Sumergida?
— Sí glu, glu, glu...
— ¡Ah! No lo sé... Toda mi vida, creo.
— Oh... ¿Y dices estar viva?
— Claro.
— La verdad, al verte pensé que eras un ente o algo parecido. Si estás viva, dime ¿cómo es que respiras en el agua?
— Respiro. Siempre he respirado.
— No es cierto, tú no respiras. Burbujeas como los peces. Más bien pareces un feo pez abisal.
— ¿Yo? Nunca. ¡Jamás!
Hizo un aspaviento y comenzó a gimotear. Inflexible, proseguí.
— Dime ¿alguien te ha dicho alguna vez que seas lo contrario?
— ¿A qué?
— A un feo pez abisal.
— Pues la verdad es que... nunca. No nunca. Nadie...
— ¿Nadie?
Permaneció callada, me miró con los ojos como platos y dijo.
— Te lo he dicho y tú lo has repetido.
— ¿El qué?
— La respuesta al acertijo. Has... acertado.
— ¡Y qué! Si voy a morir ya no me importa. Dilo.
— Nadie. Es ¡nadie!
— ¿Nadie?
— Sí...
El sedal apareció intacto entre mis manos. Me volví y a mis espaldas John mediante señas me preguntó si todo iba bien. Le contesté de forma afirmativa.

Abrí los ojos, la luna seguía en su lugar. En cambio la brillante figura de Chaneque se esfumó en un instante, mientras sus palabras se grababan a fuego dentro de mí:
“Debes nadar como yo. No pienses que hay pesadillas en la negritud de las aguas.”
No volví a sentir temor. Descendí los escalones y de forma pausada comencé a bracear...

Chaneque: Los chaneques son descritos de diversas maneras. Unos aseguran que son enanos con rostro de niños. Algunos más aseguran que son personas de corta estatura. Pero la descripción más extendida es la que refiere que parecen niños pequeños y que, al igual que estos, adoran las travesuras. Estas criaturas habitan, por lo regular, en cuevas, ríos, arroyos, zanjas, cerros, manantiales, lagos, lagunas, pozas, canteras y ojos de agua.

José Fernández del Vallado. josef Agosto 2011.

16 libros abiertos :

Julia Hernández dijo...

Desde que empecé a leerte fue como si regresara a aquellos lejanos
atardeceres frente al mar en donde leía mis cuentos preferidos
Bellísimas sensaciones me dejas.
Gracias querido Josef. Besos!
Me encantó.
“Debes nadar como yo. No pienses que hay pesadillas en la negritud de las aguas.”

Gracias, me encantó. querido Josef. Besos!

Carolina dijo...

Una historia llena de magia. Por un rato me quede pensando en el acertijo, muy bueno. Aunque no acerté la respuesta, porque me hizo dudar quien pudiera ser más grande que Dios. Pero, al leerla lo entendí.

Magistral mi adorable Josef, un placer volver a visitarte y empaparme de una extraordinaria narración que envuelve por completo.

Un fuerte abrazo y muchos besitos

David Lucas dijo...

Hacía ya que no pasaba por tu rincón querido compañero.
Pero compruebo que tu magia sigue intacta y que este relato mantiene el talento, imaginación y arte que siempre nace de tu inspiración.
Como de costumbre, me rindo ante tu letras y no con bandera blanca....Sólo con una admiración total porque cuando te leo , leo a un maestro.
Un abrazo.
Espero que estés bien.

Belkis dijo...

Esas pequeñas distracciones que nos hacen desandar lo andado o retardar el camino no siempre son tan malas, cual pesadillas en la negritud de las aguas, sino que son el preludio de lo bueno y bonito que nos espera al final del camino. Ver la luz después del túnel da mucha alegría. Muy buen relato Josef, mezcla de ficción e historia. Me encantan tus escritos.
Un besazo amigo.

César Sempere dijo...

Siempre me gustan tus relatos.

Un abrazo,

lichazul dijo...

que sensaciones más exquisitas Josef, qué gusto volver acá siempre, sos un As de la narrativa

aparte el cambio de look del blog es acertadisimo

muchas Felicitaciones, besos y muchos besos pa'ti

feliz fin de semana

Primavera dijo...

Hacia tiempo que no pasaba por tu blog que ya he visto que hay cambios.. hermoso relato que hoy nos dejas sobre todo cuando se habla del mar algo que para mi tiene algo especial y magico.
Primavera

Mixha Zizek dijo...

Josef

Ya me tocaba leerte, tú sabes querido amigo que he sido fiel lectora de tus entrdas siempre, pero por motivos personales me he descuidado de contestar y encima blogger no me dejé entrar mucho aún no sé porqué...
Comprendí tu comentario que dejaste en mi blog y lo lamento mucho y tecomprendo, querido amigo te doy todo mi apoyo y espero te sientas un poquito mejor, sé que es difícil... yo lo sé...

Tu entrada es genial, maravillosa, tú sabes que siempre he admirado tu escritura y tu habilidad para llevarnos hasta la trama de tu historia. Ahora estoy frente al mar y lleno de magia y belleza,


un abrazo eterno

Myriam dijo...

Lamento la pérdida de tu padre, de la que recién tengo noticia. El mío también falleció este mes de Junio.

Un fuerte abrazo, amigo.

Desde el bar dijo...

¡¡Que buen trabajo!!

Un cuento maravillosamente escrito. Con pasajes que impresionan por lo real.

Un abrazo.

Ale

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué final, cuando bracea...
Dice Myriam que has perdido a tu padre. Como sabes, yo lo perdí en abril. Parece que ha sido un mal año.
Un abrazo.

TORO SALVAJE dijo...

Este relato me ha llenado de inquietud.
Que bien escribes.

Saludos.

F. Invernoz dijo...

Buenas ondas se desprenden de tus interesantes relatos.

Unknown dijo...

Tiene poco más de seis meses que vivo en Mérida,Yucatán. Me he vuelto devoradora de leyendas y de los cuentos mayas. Este relato me dejó la piel de gallina y el fragmento en el cual haces referencia a que, sólo un pueblo extraordinariamente espiritual podía presentir qué habitaba en los cenotes, me ganaste.

En la Península, a los chaneques, se les conoce como Aluxes. Y aún se cree en ellos.

Salu2.

Carlobito dijo...

Desesperante la situación, la niña me exasperó mucho, pero me encantan los acertijos... este cuento tuvo y final bastante feliz.

Saludos amigo

Xiomara dijo...

Me encanto el relato Josef , visite varios cenote y pude bañarme en uno , algún dia te muestro las fotografias ...hermoso Yucatan magico y lleno de energia ...Divino Mexico que añoro siempre.besos

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