lunes, octubre 10, 2011

CACERÍA


Imagen tomada de Internet.




Volví a despertar, se trataba de una mañana más. Tenía que ir al trabajo, resolví no hacerlo. No fui plenamente consecuente de porqué tomé esa iniciativa. Tal vez el stress o quizá Susana, mi mujer. Nuestra relación caía en picado. Desde que había dejado de trabajar en mi local sospechaba que se lo hacía con otro.
Desayuné con desgana en el bar “El Brocal” que se encontraba debajo del piso. Severino, el camarero, me saludó con su semblante de póquer y me sirvió el café con churros de todos los días. No me preguntó por mi mujer, pero estaba al tanto y no porque yo dijera algo, sino porque era testigo de cargo.

Me despedí forzando una sonrisa imposible.

Al volver a salir a la calle fui consciente, era un día desagradable. Hacía frío, olía gasóleo y el cielo estaba oscuro, de un tono mugriento, sin duda se trataba de la capa de smog o cualquier cubierta desconocida. Aunque nada me iba a detener.
Subí a la furgoneta arranqué y conduje en dirección opuesta a mi local. Llamé por el móvil a Luis, el encargado y le dije que no podría ir al trabajo que se ocupara de todo. A continuación llamé a Susana. Una voz soñolienta tardó en contestar. Le expliqué que me tomaba el día libre y le propuse, si le parecía bien, me acompañara. Me respondió con evasivas y me dijo que tenía cosas que hacer. Me lo esperaba. Intuía la originalidad de las cosas que tendría que hacer. No eran otras que ponerse escocida de coca y joder con Charles, un gigante con ojos de niño que acababa de llegar de las antípodas.

De todas formas el día era mío. Puse rumbo hacia el norte y tiré millas.

Conduje toda la mañana sin parar hasta la localidad de Lago de Sanabria. Busqué un hotel. Quería pasar el resto del día y la noche. No tardé en hallar uno.
Al bajar por segunda vez a recepción un pasquín anunciaba que alquilaban artículos para la montería, me informé. Me hallaba en época de caza. No sabía cómo pasar el tiempo así que decidí adquirir una escopeta. La muchacha que atendía en recepción, una mujer agradable, me preguntó por la licencia. Puse cara de desolación y me excusé, la había olvidado. Me creyó o estaba acostumbrada, mi mentira no pareció preocuparle. Tras cobrarme ciento sesenta euros en metálico, me cedió una Hércules calibre 12.
Con el arma, una navaja, y sin tener una mínima noción de tiro salí de caza a un lugar junto al lago y en el que la beldad, mirándome con ojos de resabio, recalcó que cualquiera podía cazar sin necesidad de apuntar.
Encajonado en un precioso valle entre montañas cubiertas de un follaje verdoso, estaba el lago. Sus aguas centelleaban con el esplendor de una bandeja y suministraban una luz singular bajo un cielo encapotado. Una neblina envolvente se desplazaba en ascenso por las laderas e iba cubriendo el perfil escabroso de las cimas circundantes.
Me hallaba a mediados de semana y sólo estaba yo... y un buen número de ciervos ramoneando. Me situé con sigilo, apunté a un macho con una saludable cornamenta y disparé. El rebaño salió de espantada, supe que no dispondría de otra oportunidad. Salí de mi abrigo y más allá, donde debería estar, no encontré rastro. En cambio unos metros por detrás, vi a una hembra malherida. Cerré los ojos y la rematé. Instantes después descubrí la chapuza; estaba preñada y comprendí. Nadie abate hembras cubiertas sin que le caiga una multa de órdago.
Merodeé por la zona, descubrí una fosa que los del servicio forestal habían abierto para arrojar desperdicios, y tuve una idea. El cadáver no estaba lejos, no me costó remolcarlo, finalmente lo arrojé a la fosa y con la pala que llevo para casos de emergencia, cegué el hoyo.
Cuando volví anochecía. Al girar en una curva pude ver el crepúsculo, avancé unos metros más y en una recta me detuve a mirar. Las nubes antes grises, teñidas de rojo, empezaban a disolverse y permitían vislumbrar un espacio de firmamento azul oscuro. Mientras a mi izquierda, un sol inflamado, comenzaba a declinar tras los perfiles abruptos.

No pude dejar de pensar en Susana con amargura y un odio crecientes. Sabía que por la noche volvería a estar con él, a suspirar con él, a hacerlo con él... ¿Qué quedaba de nosotros? Nada. ¿Había sido yo “nada” para ella, diez años de nada? ¿En qué había fallado? No saberlo me desconcertaba y continuar sin entenderlo, era todavía peor.
Al volver al hotel algo daba inicio en mi interior. Le relaté a Mónica, la recepcionista, una nueva mentira: Mi falta de acierto al disparar. Me miró en cierto modo condolida, y ¿lo estaba? Tal vez hubiera algo más... Hablamos sobre armas, de repente me sentí interesado por aprender acerca de un apartado hasta ese momento, distante. O fue ella quien, con objeto de entretenerme, me enseñó el arsenal. No lo recuerdo. Lo que sí sé es que a partir de cierto momento la idea comenzó a fraguarse en mi cerebro.

Ocurrió después de nuestro primer besuqueo, y también después de que lo hiciéramos una primera vez. Me descubrió orgullosa las armas secretas de su jefe. Había revólveres, pero no vulgares, de los ilegales, observé. Es decir, sin número de serie, y cuyo prototipo de proyectiles ni siquiera figurarían en balística.

Con la idea implantada, comencé a realizar escapadas a Lago de Sanabria, hasta que Mónica se convirtió en fiel cautivada. Lástima... por ella. Yo sólo podía sentirme en su interior cuando la penetraba, no había más. Todo era superficial, ya que a quien seguía queriendo y odiando era a Susana. Se trataba de mi nefasto destino. Lo sabía, me comportaba mal, pero me daba igual. Con tal de joderla a ella de una vez por todas, no me importaba joder a quien fuera.

Ella... Mónica, tenía un hermoso chalé por la zona. Antes quedábamos en el hotel. A veces libraba entre semana. La situación me resultaba conveniente.

Volví a recorrer el camino como el primer día. Aunque de forma deliberada me adelanté a la cita. Ese día estaba Juan en recepción y yo era como de la casa. No me resultó difícil hacerme con la llave en un momento de descuido y obtener el ingenio que necesitaba.
Después llegó ella, sonriente, con semblante de niña. Me amaba y haría lo que fuera con tal de estar a mí lado. Estuvimos paseando toda la tarde, hablando de menudencias. Con Mónica todo me surgía espontáneo y vulgar...
Al anochecer tomamos unas copas. En la tercera ronda puse los somníferos.  Estábamos en ello y se quedó dormida. Miré el reloj. Eran las once, disponía de tiempo.
Cogí su coche. Era descuidada, no entendía de mecánicas ni de números. En cuanto al mío, no haría un kilómetro innecesario. Todo debía salir como lo había previsto.
Conduje rápido, sobre las tres y media estaba en Madrid. Y a dichas horas, entre semana, no tenía duda sobre donde estarían Susana y el “guiri:” En mi ex – hogar.  

Aparqué distanciado, me calé un sombrero y me puse un bigote.

La calle era corta y angosta, no me crucé con nadie. Dentro, descarté el ascensor y tomé las escaleras de piedra. No haría ruido, era el tercer piso. Comencé a progresar sin encender las luces. De pronto se encendieron y alguien entró al ascensor. Me situé entre el primer y segundo piso. Por fortuna el elevador por su reverso no estaba acristalado. Me sobrepasó, ascendió hasta el quinto y aligeró. Supe de quien se trataba. Era Paco, un viejo ligón y soltero. Se oyó girar la cerradura, una puerta se abrió y cerró de nuevo. Aguardé unos instantes y proseguí hasta alcanzar el tercero. Apoyé la cabeza junto a la puerta y escuché. Introduje la llave en la cerradura giré con precaución y cedió.
El pasillo de acceso era largo, un tanto angustioso. De súbito, una fiera corpulenta, salió de la habitación del fondo, ladró dos veces, no tuvo tiempo de más. Naturalmente el arma tenía silenciador. Pero… ¡Vaya! No sabía que tuvieran un ¿dogo? Oí voces, eral el tipo, llamaba a su perrazo. “Duwaine” o “Duaight”. Voceó un par de veces, oí una risa entrecortada y la voz de Susana.
— Venga… ¡déjalo! Te preocupas por tu perro más que por mí.
Tras oír aquello no pude evitar enfurecerme. La muy...
Veloz caminé hacia la habitación a oscuras. Encendí y allí estaban, desnudos sobre mi preciosa cama de matrimonio.
— ¡Tú! Exclamó ella.
— Sí, yo. ¿Quién suponías que era...?
— ¿¡Qué haces en mi casa!? Exclamó.
  Es mi casa, denuncié. Y añadí.
  Lo vas a saber enseguida…
El australiano no habló. Me miraba con ojos de incredulidad, mientras se cubría con el edredón. Como buen anglosajón habría visto y probado muchas más armas que mi querida Susana.
Disparé todo mi odio y me olvidé de no hacer ruido. Afortunadamente las paredes de la casa eran antiguas; sobrias y gruesas. Cuando terminé y vi el desaguisado tuve que salir corriendo. No llegué al váter...
Después ya no volví a mirar. Limpié mi vomitona y mis huellas del interruptor, salí y alcancé mi vehículo sin ser divisado por nadie… que yo supiera.

A las siete de la mañana me acostaba junto a Mónica.

Hallándome a más de cuatrocientos kilómetros de distancia y en compañía de una mujer, como es natural, la policía no sospecharía de mí.
Al cabo de varios meses contraje matrimonio. Todo fue bien durante dos años o así... hasta que Mónica empezó a ponerse rara. Intuí que salía con otro y que ese otro ¿se la tiraba?

Una noche cuando me dormí supe que algo se fraguaba en mi cerebro.
Volví a despertar. Se trataba de una mañana más. Tenía que ir al trabajo como siempre, resolví no hacerlo. No supe porqué tomé esa decisión. Tal vez el stress o quizá mi mujer. ¡Sí, Mónica! Nuestra relación caía en picado. Sospechaba que se lo hacía con otro.
Giré sobre la manta y me di cuenta. ¡No estaba en casa, sino en una prisión! Concretamente en el Centro Penitenciario Madrid II. Esa vez había perdido la partida. El hombre que se lo hacía con Mónica era nada menos que el rector del “Parque forestal de Lago de Sanabria” y había hecho un hallazgo que para muchos no habría tenido sentido, pero que tratándose de Mónica – ni tan estúpida ni inútil como la juzgué –, le dijo bastante o todo sobre mí. Es más, le abrió las puertas de mi personalidad: “Los restos – cuya sangre coincidía con la hallada en una pala – de una cierva preñada abatida y enterrada en la fecha en que estuve de cacería.”
Semejante descubrimiento le sirvió para, poco a poco, desenterrar todo lo referente a mí, y asimismo, acerca de algunos crímenes más que cometí...

José Fernández del Vallado. Josef. Nov. 2008. Arreglos oct. 2011.





Creative Commons LicenseEsta obra está bajo una licencia de Creative Commons. Technorati Profile

17 libros abiertos :

Arantza G. dijo...

Y comenzó el período de espionaje, agazapado, silencioso hasta dar con la pieza...
Ná, seguro que se despertó con el mal recuerdo de una pesadilla.
Besos

LaCuarent dijo...

Bueno pues esa Mónica ni anodina, ni tonta al final jugó mejor sus cartas
Un beso y buena semana

EL AVE PEREGRINA dijo...

Moderato,gran trama de intriga y enredo nos dejas,un día bastante complicado y desagradable como bien dices.

Un abrazo.

Amig@mi@ dijo...

Muy buen relato, Josef, con un giro al final de vuelta de nuevo al principio, que no se espera.
Se mantiene la tensión de principio a fin.
Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Cualquier locura cabe en la mente humana.
Qué certero el giro final del texto.

Steki dijo...

Qué buen relato y qué buen final! Mis felicitaciones. Beso para ti.

Julia Hernández dijo...

Me encanta este relato con la atmósfera perfecta y las palabras precisas. Me fascina el protagonismo de Mónica a pesar de no ser amada ni odiada por el protagonista...logró fácilmente su cometido. Ah, esas sospechas y los celos que nos llevan a veces por caminos inimaginables...
Besos.

Belkis dijo...

Vaya cacería. Los celos pueden convertir en una feria a cualquier humano. Vaya sentimiento nefasto. Muy buen relato Josef. Siempre logras engancharnos hasta el final, que por cierto suelen ser bastantes inesperados. Un abrazo muy grande amigo.

Anónimo dijo...

¡Qué micro más micro y más bien relatado!

Un beso,

Dejame que te cuente dijo...

uff... el alma en vilo...como siempre...


felicitaciones josef... buen relato (como siempre.)

un abrazoooo

Arwen dijo...

Creo que ella hizo lo mejor... me ha gustado mucho el relato Jofef.

Un abrazo y buen fin de semana.

soy beatriz dijo...

Querido Josef, qué increíble cómo escribes. Es imposible dejar de leerte. Uno sigue y sigue inevitablemente atraído por la trama.
Obviamente que de este relato saco, que obsesionarse con alguien no es bueno y menos si uno va a aprender de armas!!!

Muy bueno!!!

Un abrazo grande y mis disculpas por no entrar siempre. A veces estoy tiranizada por mi misma y otras veces por el maldito y escaso tiempo. Pero siempre te valoro como un gran escritor.!!!

Miguel Baquero dijo...

Lo cierto es que me ha tenido en vilo hasta el final... yo también pensaba que había cometido el crimen perfecto y tenía la coartada ideal.
Un gusto volver por aquí, es una lástima que la falta de tiempo no te dé para leer tantos blogs buenos

Juji Mogar dijo...

Un placer leerte.

fgiucich dijo...

No existe el crímen perfecto. Muy bueno, como siempre. Abrazos.

Anónimo dijo...

Josef, muchas gracias,por tu comentario, en mi blog!
me gusta el tuyo,aca hay Arte!
muchas gracias,muchas
lidia-la escriba

Arisenag dijo...

Estupendo relato .. me ha gustado el desenlace... Es muy bueno

Un sonoro beso.

Post más visto

Otra lista de blogs