martes, julio 03, 2012

Violines Violonchelos, y Piano.


 


La Avenida, sembrada de vehículos; aparatosos embotellamientos y accidentes. Motos de todas las cilindradas y rickshaw, a pedales o empujados por un motor de un cilindro. Miradas extraviadas de millones de orientales atareados, sin cesar de trabajar un instante. Diego, en cambio, caminaba despacio. En aquella ciudad tumultuosa se sentía enterrado.
No volvería a la oficina en su país. Tampoco al lugar donde nació. Si deseaba mantenerse con vida, debía tener presente un factor: Había roto la Omerta y desde entonces, todo había dejado de existir: amistades, parientes y familia. Inmerso en el plan de protección de la Agencia Central de Inteligencia, disponía de tiempo a su antojo. Y podía soportar cualquier cosa, excepto un pormenor: La muerte de Emilia.
Había sobrevivido. Al principio sintió como si hubiera vuelto a nacer, pero cuando se recuperó y comenzó a vagar disipado por la metrópoli, se dio cuenta; no conectaba con los orientales, no le gustaban, y sus mujeres tampoco. ¿Era discriminatorio? No lo creía. Se acostaba y coexistía con ellas, pero seguía sin entenderlas.
Una noche subió al barrio alto. Alguien le dijo que allí había mujeres de otra clase. Las descubrió tras dar varias vueltas por locales embozados en falsa opulencia. Una llamó su atención. Permanecía junto a la barra; la tez pálida, el aspecto fatigado, el bolso con las asas trabadas sobre el codo plegado, los cabellos castaños y la mirada extraviada, como su belleza de apariencia cohibida.
Se acomodó junto a ella y se dio cuenta. No buscaba sexo, ni siquiera conversación, necesitaba una presencia – tal vez cálida – a su lado. Tras una hora de silencio, sin despedirse, se levantó y la dejó.
Condujo hasta lo alto de la colina y se detuvo; amanecía. Abajo, cercando el río, los rascacielos de metal despedían aureolas anaranjadas. Vio crecer un sol ocre y deforme; se completó junto a las cortinas grises del horizonte sucio de smog. Su boca conservaba el gusto amargo del licor, ansiaba seguir bebiendo y caer extenuado. Pensaba en ella, sabiéndolo de antemano: La había perdido...
Sin detenerse condujo hasta la casa. Estacionó y entró. La salamandra todavía avivaba el interior. Accedió al dormitorio: mantas, muebles, objetos; todo se lo había llevado a aquel lugar sin alma, que para su sorpresa, conservaba el aroma inconfundible de Emilia. Hacía un año estaban sonriéndose, se besaban, y hacían el amor...
Se levantó y caminó hasta el aparador, la botella de aguardiente que compraron en algún lugar, estaba en la vitrina. Abrió la cristalera, la cogió y bebió. Su sabor amargo tampoco le hizo olvidar los años transcurridos. De forma brusca giró, se asomó a la ventana y centró su mirada en el amanecer de tonalidades grises. Destrozado, se dejó caer sobre el sofá; suspirando sacó su revólver de la sobaquera, lo puso sobre la sien y lo amartilló.
El tintineo de la campanilla lo detuvo. Con cierta cautela bajó la escalera y abrió. Un agente de la Agencia Central lo saludó; debía de acompañarlo, dijo con parquedad. Subió al coche de cristales ahumados, y comenzó a recordar...
***
La primera vez que la vio alzarse sobre el trampolín de la piscina del Hotel Carlos V, advirtió algo diferente en Emilia. Quizá la forma de sonreír, su físico de apariencia delicada, o sus ojos verdes, que contemplaban el entorno solazados, sin miedo al vacío. Su estilo de salto en apariencia desgarbado, culminaba con una entrada limpia en las aguas cristalinas. No ganó. Quedó tercera en la competición de salto. Mejor para Diego, quien opinaba que el primer premio era para el recomendado, el segundo para el mejor entre los peores, y el tercero, para el indiscutible vencedor.
Ese atardecer, la conoció. Los presentaron en el concierto de música clásica, respaldados tras un bullicio de violines, violonchelos y piano. Tras entablar conversación, lo demás pasó a un segundo plano.
Esa noche, después de degustar una considerable ración de alcohol, ambos se encontraron bajo el mismo edredón. Abrazándose a él Emilia susurró a su oído vocablos cautivadores. Diego sintió un escalofrío, su corazón se disparó y latió acelerado.
A la mañana siguiente su móvil sonó y oyó la voz del patrón, Benedetto. Algo había ido mal en el canódromo. Disgustado no tuvo más remedio que salir. Emilia aún estaba en la cama. La besó, bajó a la calle y tomó un taxi que lo dejó junto a un portal de la Vía Carpetana.
Tras acceder al edificio le informaron que delincuentes rumanos habían asaltado la caja con la recaudación semanal. Amarrados a unas sillas, espalda contra espalda, se hallaban dos de los implicados. Se fijó en ellos; eran chavales. No tenía prisa, le habían arruinado el plan con Emilia y se encargarían de hacérselo pagar. Volviéndose a Ramón, le preguntó.
—¿Han hablado?
—Lo de siempre. No saben nada.
Caminó hacia el primer cautivo, abrió su cigarrera de plata y le ofreció un cigarrillo. Con las manos esposadas, el sujeto se dispuso a tomarlo. Bruscamente cerró la tapa pillándole los dedos. Su grito de dolor se trocó en gemido al recibir un culatazo. Pasó al siguiente, le levantó la cabeza, lo abofeteó y preguntó.
—¿Recuperamos ya la memoria?
El infeliz tenía la nariz fracturada, y al respirar producía un silbido que sonaba como el pitido de una olla. Alzó la cabeza. Su boca se entreabrió y dejó escapar un susurro.
—No sé nada.
Diego lo miró con curiosidad. Era duro de pelar, pero no más que otros. Acercó su cara e inquiriendo, repitió.
—¿Estás seguro?
—Sí...
—¿Tu nombre?
—Marius...
—Bien Marius. ¿Esa es tu respuesta?
—Sí.  
Salió de la habitación, se fumó un cigarrillo. Volvió, se acuclilló y le dijo.
—Bien. ¿Tienes algo nuevo qué contar?
Con una lentitud rayana en lo imposible, el chico hizo una mueca y lanzó un gargajo que acertó de lleno en la cara de Diego.
Se incorporó, pidió agua y una toalla y una vez aseado, le dijo.
—Te lo has buscado. ¡Te vas a enterar...!
Le quitó los zapatos. Sacó el mechero, ordenó que le alzaran las piernas y lo encendió bajo las plantas. El chico aguantó unos segundos antes de comenzar a implorar.
Tras largar, se los llevaron y los soltaron.
Ramón, le dijo.
—Deberías haber acabado con ambos.
Diego, inflexible, contestó.
—¿Para qué? Quienes acabarán con ellos serán sus amigos.
Inclinándose sobre la mesa, el secuaz abrió una maleta y le mostró el dinero recuperado. Mirando absorto por la ventana, Diego ni se fijó.
El cómplice lo estudió con atención, y le dijo.
—Te encuentro diferente.
Se volvió – parecía incómodo. – Preguntó.
—¿Por qué piensas eso?
—Los dejaste marchar. Antes no lo habrías hecho.
Regresó a la ventana y permaneció impertérrito.
—Dime ¿cómo es la avecilla afortunada?
—Mejor estás sin saberlo...
—¿Desconfías de mí?
—Desconfío de cualquier humano.
Hubo una pausa. Luego, Ramón pronunció.
—Éste de ahora, sí eres tú.
***
Emilia y Diego se casaron y recorrieron Italia. En Venecia visitaron San Marcos, el Campanile, el Palacio Ducal, el imponente puente Rialto. Luego fueron a Pisa y contemplaron la asombrosa Torre Pendente. Prosiguieron hacia el sur hasta llegar a Nápoles. Se amaron en el parque Capodimonte, visitaron Pompeya.  
Una mañana, su patrón lo llamó. 
Displicente, Diego no tuvo más remedio que salir. Emilia aún estaba en la cama. La besó y bajó. El chófer detuvo el sedán junto a una mansión a las afueras de Nápoles.
Lo recibieron en un salón con lámparas de araña y mármoles de Carrara. Un hombre, se presentó como Edoardo Contini, (luego sabría que era el jefe de la camorra) mientras obsequiaba al personal con bebida y deliciosos canapés, pronunció un discurso en el que resaltó la importancia de la unidad, pero ante todo, la lealtad. Brindaron, y deseándoles fortuna y salud, despachó al medio millar de personas procedentes de todos los rincones del mundo.
Volvieron a Madrid. Destinaron a Diego al hipódromo. Era el encargado de que el negocio de apuestas funcionara. La organización sacaba más de un quince por ciento de los envites en carreras de caballos, ofrecían buenas oportunidades para el lavado de dinero. Se habían creado circuitos para organizar la recompra sistemática de los tickets ganadores a sus titulares legales.
Acompañados por sus guardaespaldas, Emilia y Diego se dejaban ver en el palco presidencial junto al alcalde y otras celebridades. Pero jamás proclamaban sus nombres y nadie conocía la hora en que se dejarían caer en el hipódromo y menos, el tiempo de permanencia.
Dentro de su estatus social, llevaban una vida estándar. Las fastuosas fiestas en la Moraleja y otros lugares del mundo, pertenecían a ambos. Las escapadas a Marbella, Niza o Las Vegas, formaban parte de los negocios. Con la mafia rusa debía tener tacto; eran individuos brutales. Con los jeques convenía hablar de negocios o de arte; les agradaba que uno estuviera cercano, desde un punto de vista, estrictamente económico.
Cierto día Emilia, en el pórtico de recibimiento del hipódromo, encontró unas amigas. Se entusiasmó tanto que Diego ordenó a los guardaespaldas que se retirasen unos instantes, y se dejó arrastrar junto a ellas a los palcos de la Sociedad de Carreras de Caballos. No había ocupado aquellas plazas destinadas a la muchedumbre, desde su época de adolescente. Se sentó junto un grupo de jóvenes; bebían cerveza y presenciaban solazados el desarrollo de una carrera que para él ya estaba decantada: Ganaría el número seis. El doce, el favorito, perdería por caída del jockey.
 Sin esperarlo, su mente retrocedió décadas, y revivió los tiempos en que comenzó a trabajar en el dispositivo inferior de la mafia. Por entonces, él y otros adolescentes eran los encargados de hacer desaparecer evidencias. Rememoró los cadáveres mutilados que habían acarreado y arrojado en los desagües del alcantarillado. En ese instante y por primera vez en su vida, se sintió francamente asqueado.
La galopada terminó. Enardecida la multitud se levantó de los asientos.
De súbito el bullicio reinante pasó a un segundo plano, de forma instintiva y gradual su visión seleccionó entre la concurrencia y lo encontró; de pie, con el magnum con silenciador, detenido a unos cinco metros por debajo. El rostro sagaz del individuo se alojó en su mente con firmeza y le causó un dolor inhumano.
Ascendió de dos en dos los escalones, se detuvo a su altura y con el odio transfigurando su rostro puso el revólver sobre su sien. Con una sonrisa perfilando el contorno de sus facciones, se inclinó sobre él y le dijo.
—¿Recuerdas? Soy Marius...
Cansado, Diego aceptó su destino. Oyó un repiqueteo, sesgó la mirada y la vio. Era Emilia. Con gesto desencajado bajaba por las gradas hacia él. Alarmado, supo lo que iba a suceder, la asesinaría también. Sintió impotencia y consternación. Extendió los brazos y trató de contenerla. Consciente de la amenaza, esgrimiendo un objeto punzante, Emilia se enfrentó al delincuente. Los disparos sonaron a botella descorchada, y se alojaron en ella. Alzó la mirada y a la vez que trataba de profundizar en aquellos ojos verdes, la oyó musitar.
—Desgraciado...
Herido de gravedad, el agresor dio un traspié y se derrumbó.
La abrazó y aturdido se contempló empapado en sangre y asumió la situación. Al interponerse entre él y el agresor, acababa de salvarlo. Caminó hasta la parte superior de las gradas, depositó su cuerpo con cariño y desfallecido, perdió el conocimiento…
***
Salió de su abstracción. Estaban en la Terminal de vuelos Internacionales. Un agente lo acompañó a la cafetería. Molesto, preguntó.
    ¿Qué desean ahora?
El hombre extendió los brazos y señaló. Sentada a una mesa una persona permanecía de espaldas. Elevó el sombrero de ala ancha y unos cabellos castaños cayeron sobre su espalda, giró y al reconocerla, dejó escapar una exclamación. ¡Era Emilia! Entusiasmada, con las mejillas llenas de lágrimas, se volvió hacia él, se lanzó a su cuello y se besaron con una ansiedad sólo superada por su inmensa alegría.
Tras sobrevivir y recuperarse, por decisión propia había aceptado involucrarse y juntos, afrontar las inclemencias de la nueva vida.

José fernández del Vallado. josef. julio 2012. 
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.  

15 libros abiertos :

josef dijo...

He decidido poner esta entrada. Se trata de un relato que he arreglado y presentaré a un certamen.
A ver qué tal os parece...

Un saludo a todos.

Feliz verano.

Belkis dijo...

Estupendo Josepf. Cuantas historias empiezan entre violines, violonchelos y pianos, aunque no todas terminan con un final feliz.
Un gusto pasar por aquí después de un tiempito.
Abrazos cariñosos

Julia Hernández dijo...

Un relato emocionante,bién complementado, en ningún momento decae, tus descripciones apropiadas como ya es costumbre. Mucha suerte! Besos!

Mercedes Pajarón dijo...

Eres un excelente creador de ambientes! El relato, magnífico.

Un abrazo.

noah dijo...

A mi me ha gustado mucho. Sabes darle la atmosfera adecuada a cada situación.

Suerte!

Humberto Dib dijo...

A mí me ha gustado mucho, José, y me encanta que se rompa con la 'regla' de menos es más en los blogs, hay que subir textos más extensos.
Un abrazo.
HD

maria varu dijo...

qué fantástico Josef... terminó bien, me encanta que terminen bien las historias...

siempre es magnífico leerte, un beso grande siempre por todas tus palabras

Ama dijo...

Una mujer dispuesta al riesgo por amor, me encanta, cada detalle del texto me sabe a peligro, riesgos, glamour ;) etc.

Besos mentales.

MTeresa dijo...

Muy bien,
me ha encantado,
seguro que ganas algún premio
con él,
un abrazo

Magia da Inês dijo...

História emocionante com um final surpreendente... amei!
¸❤✿•.¸
♥ Bom domingo! Boa semana!
♡ Beijinhos.
Brasil


Convido você para ver o meu jardim...

Juji Mogar dijo...

Pues a mí me parece, que si no ganas, es porque son obtusos. Es un relato perfecto y precioso.
Suerte, Josef.
Muaks!

Javier Ximens dijo...

Tengo que reconocer que el género negro no es de mi pasión. Tu relato se lee muy bien pero está muy apretujado. Creo que los ritmos del relato cambian de muy "tiempo real" a resúmenes. Sospecho que esta historia daría para bastante más páginas. En definitiva, para mí que tienes un acertado armazón que quizás debieras trabajar más.
Venga, un abrazo y nos leemos.

fgiucich dijo...

Tengo la sensación de haberlo leído con anterioridad en tu página. Puede ser? Un relato intersante y con buena intriga. Abrazos.

Luisa dijo...

Estupendo relato, Josef, como siempre.

Yo me tomo un pequeño receso bloguero hasta septiembre. Espero que pases un buen verano.

Un beso. Nos leemos a mi vuelta.

Xiomara dijo...

Como siempre nos regalas excelencia con este relato...enhorabuena por tu participación en el certamen...un beso Josep

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