domingo, octubre 06, 2013

Siempre Nos Equivocamos.


Foto: Kiyo Murakami.





Conocí a Kazumi cuyo nombre significa: paz y belleza, en el año 2018, en la isla de Shikoku, prefectura de Ehime. Almorzaba sentada a una mesa en una casa tradicional de comida japonesa, cerca de la desembocadura del río Korkuyo. 





Desde que a finales del año 2015 mi país —desmenuzado en mil pedazos— se escindió de forma definitiva de la Unión Europea, y pasó a formar parte del entorno del Asean: Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, mi espíritu, hasta entonces volátil, soslayando torrentes de nacionalismos, buscó certidumbres a las que agarrarse. Desde luego no iba a encontrarlas en una Europa vieja y desgastada, y cada vez más perdida en la marea creciente de los fanatismos. 

De modo que dejé un continente con un corazón roto, y volé a Japón. En principio desorientado, me aferré al budismo y a las cualidades de la shanga. Y así deambulaba por aquel país, tratando de dejar atrás un pasado incierto y oscuro. Practicaba el buen camino, la senda de la honradez y por ende de la lógica, o eso creía. Hasta ese punto había llegado cuando la encontré. 
Hambriento y cansado pedí permiso para sentarme a su lado. Me miró de reojo y asintió. Pedí un sushi y comencé a comer sin hablar. Se detuvo y sin dejar de mirarme sonrió ante mi torpeza con los palillos. Quien la miró de reojo ahora fui yo. Estaba demasiado acostumbrado a que se burlaran de mí, de modo que no hice caso y proseguí. Entonces la oí decir. 
—Nunca te acostumbrarás... 
Sin dejar de masticar alcé un poco las cejas y pregunté. 
—¿Por qué dices eso? 
—Somos muy diferentes dijo, mientras apoyaba el mentón sobre su mano. 
—¿Eso crees? —repuse. Y argüí—Quizá te equivoques. 
—No lo creo dijo, mirándome con una sonrisa de irreverencia. Me di cuenta de que era bastante joven, desde luego más que yo. Y por lo tanto, también impulsiva. 
No contesté, y seguí comiendo. 
Con voz irritada, me censuró. 
—¿Cómo es posible que no te hayas dado cuenta?— y enardecida, añadió—. ¡No hay nadie! Nadie te va a perdonar los pecados que hayas cometido en el pasado. Ni siquiera nuestra filosofía oriental podrá quitártelos de encima. 
Ante su descaro, el sushi se me atragantó y me interrumpí. Por primera vez detuve mis ojos en ella. Tenía una piel muy blanca, de aspecto pálido, pero no macilento, sino limpio y casi metálico. Unos ojos negros me miraban centelleando como tachuelas llameantes. Su cabello liso, largo y lustroso, de un azabache radiante y seguramente suave, brillaba con los rayos del sol que entraban por el ventanuco que quedaba a nuestra izquierda. 
—¿Qué pasó contigo respecto a tu Dios? —disparó a bocajarro. 
—¿Te refieres a la Iglesia Católica? —respondí titubeante. 
Asintió con vehemencia. 
Me pasé la servilleta por los labios, bajé la cabeza, volví a mirarla y los resaltes de mi boca se movieron sin pronunciar una palabra. Seguía esperando. No podía defraudarla. Así que finalmente, dije. 
—Ni siquiera me dio motivos para creer. O mejor dicho, uno tras otro, me los arrebató y se los llevó consigo. Ahora los custodia con sus riquezas. La Iglesia se ha convertido en un viejo museo abarrotado de oro y brillantes, sin lustre, estancado en un lugar llamado Vaticano. 
Sonrió y dijo. 
—De modo que piensas que nuestro viejo budismo es más ¿civilizado, avanzado, espiritual...? 

No lo pensaba, y ni siquiera sabía con certeza qué pensar. Quizá por eso practicaba la senda de la shanga. Había elegido un camino. Otros eligen el Camino de Santiago, yo la shanga. 
En cambio pensaba que tenía razón, éramos tan diferentes. Nunca podríamos sintonizar. 
—Pues debes saberlo—siguió diciendo— el budismo no es perfecto. Es machista como la iglesia. ¿Sabes que buda era reacio a permitir que las mujeres se unieran a la shanga, y cuando lo hizo, igual que la iglesia sometió las monjas a los monjes...? 

—Dime chiquilla... 
Me miró sulfurada y dijo 
—Me llamo Kazumi. 
—Pues Kazumi ¿Dónde quieres ir a parar con tu empeño en agraviar a las religiones? 
—No las injurio. Pero te voy a demostrar que estás equivocado. 
—¿Cómo? Inquirí, cansado de la fogosidad autoritaria con que justificaba sus certezas. 
Terminamos de comer. Salimos a pasear por el puerto. Seguimos caminando y ascendimos el monte Nishi. Una vez en la cima, se volvió y me preguntó. 
—Dime ¿qué encuentras ahora aquí mismo? 
La miré fijamente. El sol comenzaba a declinar y su perfil antes duro, revelando ahora rastros de un cansancio inevitable, parecía haberse relajado. 
—Encuentro fuerza. 
—¿Y quién te proporciona esa fuerza? 
—El entorno. 
—Y qué más. ¿Qué más ves? 
—Belleza. 
—Y quién crea esa belleza. 
—El mundo que nos rodea. 
Y dime, ¿ves algo más? 
—A ti... Kazumi. 
—Y qué piensas sobre mí. 
—Pienso que eres bella, pero también terca. Porque no crees... 
—¿Es eso lo que crees, que no creo? 
Confuso, volví la cabeza. Y tras permanecer en silencio unos instantes, le dije. 
—No. Tú también crees. 
—Exacto, yo creo, dijo con orgullo casi pueril. Pero no en lo mismo que tú. 
—¿Y en qué crees tú, Kazumi? 
—Creo en lo único en que a estas alturas todavía es posible creer, contestó mirándome de soslayo. ¿No lo adivinas aún? 
Encendido alargué el brazo, volví su rostro hacia mí, y sin poder refrenarme la besé, y con una mueca de euforia, dije. 
—Está claro... Tú crees en el amor. En el fondo eres una romántica. 
 Su brazo se extendió como un látigo y su mano azotó mi rostro con violencia. 
Furiosa, contestó. 
—¡No! ¡Te equivocas! ¡Siempre te equivocas! El amor es traicionero y tú un vulgar hombre que se disfraza de monje para acercarse a las mujeres. 
A continuación, dando la sensación de encontrarse avergonzada, bajó la cabeza y añadió. 
—Yo creo en la naturaleza que nos rodea. Aunque tratemos de alejarnos de ella, encerrarnos en ciudades y fingir que estamos por encima, nuestro ecosistema nos mantiene cercados. Sólo somos peces en una pecera. ¡No te das cuenta! —y agregó—. O peor. Alimañas con el instinto atrofiado. Por eso cometemos todos los errores y desmanes que la fauna que exterminamos, nunca cometerá. Estamos abocados a desaparecer. Hemos roto las normas. 

Centró sus ojos en mí y casi gritando, dijo. —¡Y por eso...! ¡Por eso...! Desde que me has besado, creo que he empezado a amarte. Porque soy una animal necio y atrofiado, y no estoy segura de nada y también vivo equivocada. Amar es una gran equivocación: ¡una locura!, pero dentro de lo que cabe, quizá la mejor... dijo sollozando. 

Estaba bastante loca, no había duda. 
Nos abrazamos tiernamente. No hicimos el amor. Era solo el primer día, y yo era un monje, mientras que ella era muy decorosa y más respetuosa de lo que en principio juzgué. 
Como siempre yo estaba equivocado ¿y ella? Ella también: sintonizamos. Vivimos juntos unos cuantos años más de lo pensado. Lo justo para presenciar un final que estaba cantado. 
Tuvo lugar un amanecer, después de que el mundo entrara en una nueva conflagración. Desde luego fue un final sobrecogedor y alucinante, dictado por nuestra naturaleza atrofiada. 
Desde lo alto de la montaña vimos los hongos atómicos elevarse sobre las ciudades del Japón y supongo que también, en otras partes del mundo. 

La historia no se termino; empezaba otra vez. 

Entonces el hombre haría algo que hasta ese momento nunca había hecho: dejar de considerarse superior y sobre todo, el gran protagonista de la tierra. Hizo muy bien. Por una vez quizá no estuviera equivocándose. 

De todas formas daba igual. Tardaría muy poco en volver a las andadas. 

José Fernández del Vallado. Josef . Octubre 2013.

Creative Commons License 

Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.


9 libros abiertos :

virgi dijo...

Así somos, nos creemos el ombligo del mundo.
Me asombra tu abanico de escritura, un abrazo.

Alís dijo...

Y no aprendemos, a pesar de la experiencia y de las evidencias. Sí que somos muy animales.

Apocalíptico relato, José. Deja poco espacio a la esperanza.

Un beso

josef dijo...

Solo cuando dejemos de creerlo saldremos adelante. Pero me temo que eso, se conjuga bastante bien con la estupidez humana, y no va a ser posible.

Besos.

josef dijo...

Dejo justo el espacio que nos va quedando. Quizá tú y yo no lo veamos, pero tal como vamos... estamos cayendo en picado. ¿Puedes notarlo?
Yo cada día. y eso que procuro olvidarme del tema.

Besos.

lunaroja dijo...

Con cuánto placer vuelvo a reencontrarte!
Un fuerte abrazo y gracias por dejarte ver en mi blog!

Vivianne dijo...

Pasé sólo pasé y como siempre me voy encantada, abrazos Josecito!!

josef dijo...

Gracias lunaroja. Un placer recibirte aquí de nuevo.

Un fuerte abrazo.

josef dijo...

¿Viste que entré en tu blog? Estoy seguro que sí. Pensaba en ti y en qué sería de ti. ahora veo que estás bien, Vivianne, y eso me alegra.

Julia Hernández dijo...

Me encanta la esencia del relato, pero cambia ahora la percepción del mismo. Si, el hombre siempre vuelve a las andadas. Abrazos!

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