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martes, enero 13, 2009

Verano Austral. (Variación sobre el tema de Moderato_josef)

Despacio, fue cayendo el sol sobre las calles y me sentí libre. Seguí avanzando sin explicarme el porqué, con el presentimiento implícito de que si no me movía mi corazón se detendría. Había llegado a aquella ciudad enclavada en el sur profundo del sur esa mañana. Encubierta, buscándolo, de forma inconsciente y deliberada, como actuamos a veces, aguardando encontrar motivo o respuesta a nuestros porqués. 
Un vendaval congelado me golpeaba sin clemencia mientras me refugiaba en mí misma, intranquila, pensando en las bellezas que soñé en encontrar. ¿Por qué a veces uno se empeña en hallar belleza en lugares inhóspitos, donde solo hay ignorancia y hosquedad? Buscaba indicios que señalaran que Rafael había escapado al Golpe para refugiarse allí. Era pleno mes de febrero – verano Austral – del año 1974, y apenas hacía cinco míseros grados centígrados. 
Deambulé hasta el fondeadero, contemplar el puerto y dejar volar mi melancolía degustando el aroma salobre del mar era cuanto anhelaba. Un militar uniformado me cerró el paso y me pidió la documentación. La realidad cayó a plomo sobre mí. La de un mundo militarizado, que progresivamente, de forma estúpida o “humana,” se arrastraba a su juicio final. La ciudad estaba tomada. Temblando salí ilesa del percance; mi sueño, volver a amarlo, continuaba vigente... 
Lo busqué caminando en solitario por calles despojadas de vida, matizadas con témpanos de hielo que se clavaban en mi corazón, preguntando con desaliento a individuos anónimos que se volvían a mirarme con el miedo empotrado en sus almas. Me refugié en un bar anacrónico y tomando un café de dos horas observé tras los ventanales mi locura reflejada. ¿De qué me servía encontrar soledad a tres mil kilómetros de mi vida? y ¿qué era mi vida sin él? Era viajar y buscar sin saber qué vendría después. Estuve deambulando horas hasta que al final doblé una esquina y frente a mí estaba el indígena Kawesqar; mi corazón dejó de palpitar. Sin hablar ni pensar, hacía horas que había cesado de hacer ambas cosas, me acerqué despacio y me detuve ante él. Sus facciones agrietadas temblaron hasta tensarse. Mirándome con nobleza, dijo:
- ¿Me presta su mano, por favor? 
La extendí. Tomándola, prosiguió.
- En esta bella mano encuentro sufrimiento y desesperación, la misma que mi tribu padeció hasta su exterminio. Pero otra vida está cerca. Debe cruzar al otro lado. 
- ¿A dónde?
- Lo que usted ama está en Ushuaia. Allá hay libertad...
Amparada en un barco de carga dejé atrás Punta Arenas alcancé Ushuaia y sorprendentemente me reuní con un hombre ¿distinto o igual? No importaba. Ambos eran humanos. Nuestra felicidad allí duró dos años. En 1976 hubo un Golpe. Lo detuvieron por conspirar, nos separaron y me devolvieron acá. ¿Es Punta Arenas? No sé. Sé que los años no cesan. Recorro las calles, leo manos y analizo semblantes; busco indicios. Salvaguardado tras cualquier apariencia quizá encuentre a Rafael. El otro día lo supe, el dictador falleció. Da igual, ya nada es igual. No he vuelto a ver al Kawesqar...

José Fernández del Vallado. Josef. Ene 2009.



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