viernes, octubre 12, 2012

En el Lago de Fuego.


  Recorrida la mitad de su vida, Tariq Alhamar seguía transitando en un mundo de incierta fortuna y perniciosa soledad. Sentado delante de sus escuálidas cabras, se mantenía en silencio. Continuaba sobre la tierra. Pero no sabía con certeza si se hallaba vivo o estaba en «el Lago de Fuego» del Yahannam,* comiendo la amarga fruta del zaqum*. A más de cuarenta grados centígrados, su mente trabajaba despacio y se sustentaba en los recuerdos…


Al principio, en su juventud, presenció cómo tras años de opresión, las tropas coloniales se retiraban y dejaban libre su tierra. Apenas empezaban a celebrarlo cuando los blindados de un nuevo opresor entraban en Tichla, su pequeña población; abriendo fuego e imponiendo un toque de queda que se prolongaría décadas.
  No supo cómo ni cuándo ocurrió, no era más que un cabrero, pero un día formaba parte del Frente Polisario. Casi a diario, soportaban bombardeos con napalm y fósforo blanco, y huían de las tropas ocupantes, bien equipadas.
  Allí conoció a Malika. Se enamoró tras su primera acción de combate.
  Un día, emboscado, acechaba los movimientos del enemigo. Fue descubierto y dieron la voz de alarma. Mientras se le congelaba el Kalashnikov en las manos, Malika saltó a su lado y abrió fuego contra el transporte que los amenazaba, liquidando a sus cinco militares. Entonces se admiró de su valor. Pero sobre todo comprendió algo: Una mujer con un arma, no era un ser indefenso, era capaz de aguantar la presión tan bien o mejor que los hombres y, además, podía amar a quien quisiera.
  En cambio él vivía siempre con miedo. Miedo a la muerte y a tantas cosas desconocidas que coaccionaban su mente. Incapaz de tomar decisiones, no dejaría de ser un tosco miliciano. Mientras que Malika, despierta y alegre, era dueña de una vitalidad envidiable.
  Nunca entendió por qué tuvo que ser el elegido, sobre todo cuando ella ni siquiera miraba a la mayoría de sus compañeros. Él, un hombre que apenas sobresalía, si acaso en su cautela. Precaución que se traducía en terror a pronunciar la palabra equivocada.

  Sucedió una noche de luna nueva. La misma en que el Frente de Liberación puso cerco a Tichla. Durante todo el día los cañones no cesaron de retumbar. Empapado en su miedo, Tariq hacía guardia en un puesto avanzado, en una reducida trinchera excavada en la arena. No recordaba si era media noche o el comienzo de la madrugada, cuando la artillería enemiga, reforzada por un violento bombardeo de aviación, abrió fuego sobre sus posiciones. La radio empezó a chasquear y Tariq se tapó los oídos, se replegó en sí mismo, y comenzó a gemir. Estaba solo de nuevo. ¿Por qué lo obligaban a afrontar situaciones que nunca podría superar? Estaba seguro. Era debido a su forma de desenvolverse, y a su fisonomía de rostro moreno y ojos negros y rasgados, de apariencia implacable. Así era él. No sabía mantener otra pose. Por ello, sus mandos nunca penetrarían su interior y, aquel porte, aquella máscara hermética que lo mantenía incomunicado, inspiraba el efecto adverso. Entonces era cuando, erróneamente, pensaban que su silencio formaba parte de su inflexible constitución. Y era así; un hombre solitario. Acostumbrado al mutismo de las dunas y a los rumores ceremoniosos y acordes de la naturaleza. Respetaba el descanso de los muertos y ante todo era temeroso de lo desconocido. Y por eso ahora, aquel demencial estrépito, lo aterraba.
  A su lado, alguien respiró con sofocó. Tariq no se movió. Esperaba la muerte e identificar a su ejecutor no le conduciría a nada. En cambio oyó una voz agradable. La voz con la cual soñaba. La voz de Malika.
—¿Te encuentras mal, Tariq?
  Asintió sin mirar.
  Ella le acercó una cantimplora. Sediento de ansiedad y miedo, bebió. El calor de un incendio abrasó su interior. Comenzó a dar arcadas y a carraspear. Riéndose, el rumor cadencioso que era la voz de Malika, le dijo.
—Es aguardiente.
  Tariq era un buen musulmán. Respetuoso de la sharia al Islamiya* nunca había probado el alcohol y menos cometido una ofensa del hadd*. Y aunque por el hecho de ser mujer pudiera considerarla impura y desobediente, desde el el día en que la vio disparar contra los súbditos del infierno, su admiración hacia ella rompió todas las barreras.
  Dejó el fusil a un lado y se acurrucó junto a él. Su aliento tibio acarició su semblante; introduciéndose por los pliegues de su camisa, las manos de Malika descansaron sobre su pecho y de repente, el cañoneo cesó. ¿O no era así? No. En ningún momento había dejado de hacerlo, pero Tariq descubrió que por primera vez en años no tenía miedo. En cambio su corazón palpitaba con fuerza, con el vigor de quien se sabe vivo y fuerte por dentro. Tomó la cantimplora, dio otro trago y la claridad de una luz manifiesta, desbordó su mente hasta ese momento atenazada y a oscuras. Sus manos dejaron de temblar y apremiadas por una lascivia placentera, indagaron entre la ropa de Malika y conquistaron sus senos. Siguió bebiendo. Ella le dijo.
—Te amo.
  Y él, riéndose con orgullo, contestó.
—Lo sabía...
  Y era mentira, nunca lo había sabido. Pero de pronto sentía que aquella forma de actuar, con desenvoltura y descaro, era el modo en que los valientes debían de comunicarse con las mujeres. Mostrando dominio, ingenio y ningún embarazo.
  Extendió sus brazos hasta las nalgas de Malika y las pellizcó y azotó con descaro. A continuación se desabrochó le hebilla del cinturón, dejó de besarla y trató de forzarla.
  Ella se detuvo. Lo miró fijamente a los ojos, y le dijo.
—¿Qué quieres…? No podemos hacerlo. No hasta que nos casemos. —Y exclamó.— ¡Has bebido demasiado! Y comenzó a levantarse.
  Arrebatado aferró uno de sus brazos. Revolviéndose con la mano libre, ella le rasguñó la cara. Tariq la soltó y cubriéndose, gritó.
—¡Te mataré!
  Con los pantalones desabrochados, salió de la trinchera y se perdió en la oscuridad.
  Tariq retiró las manos y se las miró, estaban empapadas en sangre. Asustado, tardó en reaccionar el tiempo que le llevó apurar el aguardiente. Furioso, corrió tras ella. Corrió mucho, tal vez cien o doscientos metros, hasta tropezar y caer jadeando sobre una forma blanda y mojada. Era el cuerpo de… ¿Malika? En segundos, el traqueteo metálico de una ametralladora hendió la oscuridad. Abrazado al cuerpo, Tariq lloraba. Ya no sentía miedo. Algo dentro de él había muerto tras comprender su insensatez.
  Besó los labios todavía templados y con temor y aprensión, se dio cuenta: ¡No eran los de Malika! Afrontó la oscuridad y aullando con cólera, arrancó en una carrera mortal hacia las ruinas desde la cuales surgían los disparos y, cuando estuvo a cinco metros, arrojó la granada. Después desenvainó su puñal y a pesar de atravesar varias veces las desgarradas formas de los militares, ni siquiera pudo reconocer sus rostros desfigurados. Había una puerta contigua. Desplazándose con cautela, avanzó hasta situarse a su lado y de una patada, la abrió. Se encontró las miradas aterrorizadas de varias mujeres y sus hijos. Los hizo salir y los condujo hasta su trinchera.
  Después, lamentándose con nerviosismo, siguió buscando a Malika.
  Lo encontraron al cabo de dos días, acuclillado en lo alto de una duna. No dejaba de repetir frases como:
  “Yo testifico que solo adoro a mi Creador.”
  “Las peores bestias, ante Alá, son los infieles...”
  Al preguntar por ella, tembloroso y esperanzado, los hombres lo miraron con estupor: «En el batallón nunca ha habido mujeres», le contestó un capitán.
  Por su grandioso acto de valor, fue condecorado. También sugirieron se le concediera el retiro.
  Nunca volvió a verla, en cambio, le bastaba palparse la cicatriz que maquillaba su semblante para entenderlo: no había sido un sueño. Entonces volvió a concebirlo y tembló. Tal vez se tratara de Iblis,* quien presentándose con la apariencia de una mujer, había pretendido robar su corazón. Y en realidad – en el fondo de su ser lo sabía– así había sucedido…

Sharia al Islamiya*: Vía o senda del islam. Constituye un código detallado de conducta, en el que se incluyen también las normas.
Hadd*: Ofensas. Crímenes castigados con penas severas.
Yahannam*: Infierno.
Zaqum*: Árbol que crece en el Yahannam.
Iblis*: Diablo del Islam.


José Fernández del Vallado. Josef. Octubre 2012.



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sábado, octubre 06, 2012

Después de la lluvia. El Sendero...


  Después de la lluvia, salí a caminar...Era un camino antiguo y en apariencia vacío y, sin embargo, las almas que a lo largo de los tiempos lo recorrieron y llenaron de vida, estaban allí.

martes, octubre 02, 2012

Han cerrado las puertas de la dignidad...


 
¿Habían cerrado las puertas? O creía ser yo quien las abría y las cerraba. Me sentía con alma de portero derrengado y mi espíritu y las curvaturas de mi perfil, palpitaban sintetizadas en un mordiente sendero de cerrojos y llaves desaparecidas.

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