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martes, septiembre 08, 2009

Costa de la Muerte.




El jueves, primer jueves de septiembre, guiado por la orientación de un olfato casi perdido llego a una pequeña localidad situada en la “Costa de la Muerte.”
Dejo la mochila en un Hostal modesto y salgo a respirar aire puro al malecón y lo primero que descubro, por fin, es su paz.
Adquiero una lata de Nestea, me acomodo en un banco al aire libre, y respiro libertad.
Llevo mucho tiempo entrampado tras los muros de mi casa y una salida a un otoño naciente y al mundo es liberarme de unas cadenas invisibles y ya casi roñosas.
Pero mi sorpresa no radica sólo en eso, sino en la realidad de su paz. Existen la Costa del Sol, la Costa Brava, la Costa Blanca, la Costa de la Luz, etc., pero... ¿qué eslogan publicitario es hoy día capaz de anunciar: “Disfrute en la Costa de la Muerte?” Me complace que nuestra sociedad siga acatando tabúes, pues el turismo brilla por su ausencia y ni siquiera la temible “Burbuja Inmobiliaria” coloniza y arrasa un lugar que permanece inviolado.
Unos chicos se divierten patinando en el malecón, y a su lado, los pesqueros descargan el producto de su esfuerzo; unas chiquillas pasan ante mí esbozando sonrisas de auténtica y sana felicidad; la satisfacción de quien es pobre y sin asuntos absurdos que resolver.

Comienzo a caminar, salgo de la población y me dirijo hacia una ermita sita a seis kilómetros de allí, y por primera vez en un largo espacio de tiempo, lejos de cualquier medio de transporte, utilizo mis piernas; lo echaba de menos.
A medio camino hay una cala: -increíble- y desierta. Hace un día de nubes y claros. Entre sus blancas dunas de arena las gaviotas descansan con holgura y pereza. Desciendo hasta el arenal y antes de alzar el vuelo prefieren apartarse; hay espacio sobrado para todos.
Me desnudo y con algo de reparo me entrego a sus temibles olas gélidas y efervescentes. Salgo, me desplomo y rebozo sobre la arena, cierro los ojos y cuando los abro me siento rodeado de sílfides que me abrazan y miman con amor. Todo es belleza de nuevo. Hacía tiempo que no lo experimentaba. ¿Cuánto? Encuentro la perfección en la vida y de la vida. ¿Quién dijo que no existe? Yo, seguramente... Basta con volver a nuestros ancestros y formar parte de aquella comunidad que vivió de cara a la naturaleza, y no de espaldas, como ahora.

El ¿sueño? dura dos días. Puede ser la extensión de una vida. Y qué si se es feliz ¿para qué seguir viviendo? Mejor morir inmerso en un sueño feliz en la Costa de la Muerte, que amargado en la Costa del Sol.
Subo al autobús y sé que volveré. No sé cuándo ni cómo; pero volveré a encontrarme con ese estado de serenidad, placer y adhesión, que dejo aguardando. Aunque sepa que puede hallarse en cualquier lugar. Pero si uno lo desea de verdad, de vez en cuando, es bueno llevar a cabo ciertas escapadas metafísicas.

José Fernández del Vallado. Josef. Septiembre 2009.


viernes, noviembre 07, 2008

¿El Ciclo...?


Llevaba horas, tardes, semanas meses ¿años, decenios? sin pensar. Quise abrir y el pasador no cedió. Grité pidiendo socorro y no recordé nombre alguno por remoto que fuera y tampoco pude oírme. Miré o quise mirarme a mi mismo sin encontrar ni recordarme; el tiempo me excedía y mi conciencia y mi memoria estaban limpias. Pero y yo… ¿estaba vivo? Más allá, una luz blanca y dolorosa penetraba en mis tejidos. Alguien me sujetó con violencia y tiró de mi cuerpo, me ahogaba, la cuerda rodeaba mi cuello y me estrangulaba. De pronto todo fue gélido, embarullado y brutal. Pensé en volverme a refugiar, pero una garra tremenda me tenía atrapado de una pierna y la cabeza me dolía a estallar. Algo produjo en mí un dolor extremo y mi percepción se estremeció como nunca; abrí la boca y grité, y por primera vez... ¡pensé!: “La vida es hostil.”

Ahora llevo horas, tardes, semanas, meses, años decenios, siglos pensando en una única cosa con obsesión: Quiero salir. Pero esta terrible y mortal oscuridad ciega mis pensamientos ya corruptos. El picaporte no existe. A menudo grito y pido un auxilio inexistente, pues los hombres y sobre todo los amores a quienes conocí ya no están. Miro o quiero mirarme a mi mismo y sin embargo me aterra el simple hecho de hacerlo, porque mis recuerdos exceden los límites del tiempo y se pierden en épocas remotas. Recuerdo a aquellos que me depositaron aquí; sus miradas, sus lloros, sus brazos extendidos hacia mí. Algunos, todavía me... Entonces por qué lo hicieron, ¿por qué me enterraron? Es curioso... me cuesta volver a recordar la palabra y cada vez que lo hago siento un dolor cercano a la liberación. ¡Sí! la clave es... “Amor.” Ahora - de pronto - tras décadas de silencio, soy capaz de evocar la dimensión de su importancia. Su aroma me colma, penetra mi cerebro o sus excrecencias de polvo ahuecadas y las cubre de un sutil aroma a… ¿Vida?

Llevaba horas, tardes, semanas meses ¿años, decenios? enteros, pensando en nada. Quise abrir y el pasador no cedió. Grité pidiendo socorro y no recordé nombre alguno por remoto que fuera y tampoco pude oírme. Miré o quise mirarme a mi mismo sin encontrar ni recordarme; el tiempo me excedía y mi conciencia y mi memoria estaban, limpias…

José Fernández del Vallado. Josef. 2008.

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