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domingo, julio 26, 2009

La historia la hacemos nosotros. No ellos.



Antes yo escribía mi historia, hace tiempo mi historia la escribe mi subconsciente y otros. Los días caen como sablazos y el tiempo se me escapa de forma irreversible, partiéndome en dos...
Hay una vía de agua en mi línea de flotación y lentamente me sumerjo sin tener consciencia de si sabré bracear en una corriente que me aguarda lista para arrastrarme hacia un destino estúpido vacuo o esencial.
Estoy listo para afrontar lo que tenga que venir, salir a por ello o escapar…
Ha pasado mucho tiempo. Décadas desde que dejé algunos pensamientos y un amor enterrados en la Patagonia de mi alma. Hoy desfilo al ritmo de melodías que ya no son mías, escucho voces disonantes y una cadencia acelera y se abre paso entre las rocas enquistadas de mi cerebro y desciende hasta un corazón amortajado. Las sensaciones están frías y a la vez, demasiado calientes...

Lo confieso, temo al paso del tiempo y a la irreversibilidad de la naturaleza, también yo intento cambiarla y moldearla a mi gusto, tal como urde un arquitecto durante parte de su vida. Mi naturaleza arquitectónica ha comenzado su lento e imparable desmonte hace ya dos o tres años, lo percibo, y debo actuar con rapidez. Estoy a las puertas de la vida y de la muerte y sólo disfrutando de la primera opción podré llegar a la segunda feliz. Pero... ¿soy feliz? Ni siquiera lo sé. Antes era libre, o así me sentía; ya no. Quiero moverme en las direcciones posibles, pero la vida y el espacio para hacerlo se acaban.

Y sin embargo lo sé. Ahora puedo escribir mi historia ¿antes? escribía en base a ella. Tengo mucho legajo por crear y más por escribir, tengo los fundamentos para hacerlo, pues estoy en el planeta y tengo vida y no pienso quedarme alineado como la basa de granito de un templo sin antes entrar en el y rezar todo aquello que no sé. Rezar mi incultura en quinientas mil religiones para empezar, y abrazar el camino de la cultura interior, tal vez así vea lo que no supe ver o no he sabido descubrir. Pues una impresión personal me dice que la llave maestra de las cosas está mucho más cerca de lo que a veces pensamos y todo se reduce a una simplicidad aplastante, capaz de desbaratar la compleja trama que el pensamiento humano – nuestro pensamiento – imagina para dar sentido al indescifrable misterio de la vida.

Por eso necesito seguir caminando…

Ocurre que muchos nacen con alas y otros con un lastre a veces casi imposible de descargar. Yo soy de los segundos. ¿De qué está hecho mi lastre? De eterna indecisión. Nunca tuve nada claro hasta demasiado tarde y como nunca es demasiado tarde para morir hoy tengo clara una cosa: ¡Debo vivir! Pues en realidad nacer es la única oportunidad que tenemos para desarrollarnos y formar parte de la naturaleza. Necesito encontrar esa sintonía olvidada; no es sueño o utopía sino realidad. No es ingenuo tratar de escapar de la mugre y pretender volver a un trozo de lo que el miedo nos ha privado: Naturaleza, ecosistema, libertad de movimientos.
Debemos rechazar lo que somos, casi androides, e ir en contra del sistema. El sistema nos lleva de forma irreversible a la autodestrucción. No existen ya planes para reducir el crecimiento de la población porque la industria mundial se basa en producción y ventas y sin crecimiento sostenido no podrá haber “desarrollo sostenido.” Pero... yo me pregunto, desarrollo hacia dónde. ¿Hacia el suicidio colectivo? Creo que ellos – los que están arriba – saben que la máquina que han puesto en marcha es imparable, pero no les importa, son esa parte de humanos que aguantarán hasta el final atrincherados en búnkers, tras empalizadas de acero y cemento armado; y quienes nos privarán de lo último bello que quede, porque lo privatizarán para ellos y nos dejarán en pelotas con tal de salvarse antes que nadie, mientras extraen las últimas riquezas de los países pobres y se las llevan a sus remansos de riqueza…

Ahora estamos en sus manos y no podemos gritar porque nos han cerrado las bocas con el mismo miedo con el cual nos alimentan…
Mañana y quizás hoy nadie creerá y habrá una revolución. No sé como será pero derivamos hacia ello. Ya es algo casi inevitable. Y si tengo que estar allí estaré, en primera línea de los que no tienen nada, luchando por arrancarles el planeta a quienes nos lo roban día a día…


José Fernández del Vallado. Josef julio 2009.







lunes, abril 20, 2009

Desolación y Deleite.-

El autobús, cambiando de marchas, ronca viejo y gastado por carreteras que reculan entre parajes boscosos y hasta hace poco prohibidos para cualquier humano común. Y qué es un “humano común,” si somos raros engendros de la naturaleza. Ya no. Hoy somos dioses hollando una selva precoz y milenaria y quizá, tan delicada como tú...

Recuerdo aquellos instantes, los últimos que tú y yo vivimos de la mano. Tú... mi alma, medio ser de mi mismo durante años de valor insubstancial; abstraída en tus proyectos, amistades y tareas. Yo, perdido en un entramado de oficinas que lentamente estrangularon mis sentidos y sensibilidades hasta convertirme en un muñeco de cera que se derritió cuando llegó el momento de afrontar la realidad. Te fuiste, ni siquiera hubo adiós y apenas un beso residual demostró la existencia del amor. Nuestro amor recién expirado...
La ciudad sin ti resultaba agobiante y terrible. Los días pesadillas interminables de asfixia y metal y las otras mujeres, en lugar de ayudarme a olvidar, fingían la aflicción que yo no necesitaba sentir.

Se funden nubes de retal y algodón deshilachado absorbiendo vapores grises en una vegetación impenetrable. Recuerdo el río nada más pasar sobre el puente, el hermoso discurrir de sus aguas revueltas y espumosas, como una cascada de humedades adherentes. Las aves multicolores echando a volar a nuestro paso y el chirrido de los frenos del autocar; el olor a gomas calcinadas, los gritos entrecortados entre el cacareo de gallinas y una mujer santiguándose. Luego un vacío de giros entre una nada… Abrir los ojos de nuevo y el terrible dolor de cabeza. Cuerpos aplastados o encajonados, desmembrados, bloqueando las entradas. Ropas teñidas del líquido denso y oscuro de la sangre, la luz disolviéndose entre metales retorcidos y el silencio de la muerte...

Tu frialdad, y aquel beso que me dolió como un bofetón mal encajado, la falta de pasión con que saliste de mí tras cinco años de... ¿nada? ¿La culpa fue mía o de la vida?
Me arrastro y sollozo, estoy en las trincheras de mi existencia, perdido en un país desconocido, soy un extranjero y ahora también único superviviente de un desastre inesperado. No puedo caminar ¿tendré ambas, o una pierna fracturada?
Avanzo o más bien serpenteo entre la maleza, alcanzar el sendero unos metros por encima supone la vida. Aquí, en la garganta, la muerte me tomará entre sus brazos, y quizá sea lo mejor que me puede aguardar...
Despierto, todo está oscuro, es de noche, no sé cuanto tiempo ha transcurrido. Oigo voces, ¡revuelven en la maleza! La luz de una linterna me ilumina. Unos hombres me observan con indiscreta pasividad mientras cuchichean entre ellos. Gimiendo con alivio les digo que no soy de allí y les revelo mi identidad. De súbito, me miran de otra manera, preparan una camilla y me colocan en ella. Llorando, exhausto, les doy las gracias por salvarme y mis sentidos vuelven a nublarse...

Abro los ojos y un fuerte resplandor me obliga a cerrarlos de nuevo. Me llevo una mano a la frente para protegerme de la claridad y al tiempo percibo una molesta punzada de dolor y me doy cuenta, tengo una brecha en la frente. Vuelvo hacia un lado la cabeza para no mirar de frente al sol y me preguntó dónde estoy, pero un velo de inconsciencia empaña mi cerebro y no soy capaz de recordar. Me decido por incorporarme pero cuando quiero hacerlo una pierna no me obedece, está fracturada. Jadeando, consigo apoyarme sobre un brazo que pese a estar dolorido, parece encontrarse mejor. Entonces empiezo a ser consciente de mi verdadera situación. Estoy... ¿encadenado a un árbol? La cabeza me da vueltas y no distingo a nadie. Grito, pido ayuda y vuelvo a caer pesadamente sobre el colchón de hojarasca. Algo me escuece en el brazo, miro y veo un acaro grueso, más grande que una garrapata, me está picando; su volumen asqueroso se infla y deforma al tiempo que absorbe mi sangre. Alguien me lo quita de un movimiento rápido, lo revienta entre sus dedos y me ayuda a reclinarme. Puedo ver… es una mujer. Atendiéndome, deposita un paño mojado con alcohol sobre mi frente. Trato de hablar pero ella, sin dejar de observarme con una mirada triste, profunda y sincera, como nunca advertí en mi ex mujer, musita.
— Bienvenido a la selva. Me llamo Ingrid. Ingrid Betancourt. Sonríe un instante e inquiere con dulzura.
— ¿Y usted...?
No hablo. Incapaz de responder inicio un gesto de gratitud, la tomo de las manos y se las beso. Pese a estar encadenado y herido ya no me importa, de repente lo descubro, tenerla a mi lado me llena de sosiego y sobre todo, me puebla de libertad...

José Fernández del Vallado. Abril 2009. Josef.



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