Tras horas de agotamiento me puse a manejar las propiedades avanzadas de mi ordenador y descubrí a la mujer. Estaba dentro de la caja del CPU. Llevaba un tiempo esperando allí prisionera y recluida, con el propósito de hacerme el amor...
Nada más salir se inclinó, depositó sus brazos sobre mis hombros y se puso a horcajadas sobre mí.
Creí haberlo olvidado; pensaba que el amor había muerto dentro de mí, pero volvió a renacer con una fuerza insólita y desconocida.
Tras sucumbir al último orgasmo ella pareció perder fuerzas hasta ausentarse de mí. Estaba o... ¿no estaba...?
Disgustado me serví un cubalibre, me escapé a la habitación de al lado y encendí el televisor; daban las noticias. Un hombrecillo calvo y bigotudo, bastante alarmado, lo aseveraba. En los ordenadores acaba de extenderse un virus, lo llamaban: El Virus del Amor.
Ella apareció apoyada en el quicio de la puerta, me observaba con una insoportable y preciosa sonrisa. No me pareció ningún virus y sí una gran realidad.
Taladrándome con sus ojos negros y brillantes, sólo me lo preguntó una vez.
“¿Me amas de verdad?”
Le contesté que nunca había amado a nadie con semejante intensidad.
Hace un calor espantoso y huele a cable chamuscado. Llevo aquí treinta y seis horas seguidas. Cuando comencé a sospechar que estaba dentro del CPU, el pánico se apoderó de mí. Me doy cuenta, ni siquiera puedo moverme.
Según mis cálculos, mañana, si aparece la mujer de la limpieza y grito lo suficiente, tal vez tenga una probabilidad de salir...
José Fernández del Vallado. Josef, Febrero 2010.