lunes, febrero 28, 2011

El Reloj de Ramanujan.


Imagen tomada de Internet.

Desde que tengo el reloj de cuco mi vida cambió para siempre.
Yo soy físico, o lo era. Estudiaba mecánica newtoniana, cinemática y dentro de ella, los fenómenos cuánticos del espacio tiempo.
El reloj de cuco me llegó de forma anónima de algún lugar del mundo. Acoplarlo era un reto a la inteligencia y la noche que lo acabé de montar di una fiesta. No lo hice, desde luego, con intención de proclamar que había logrado descifrar los enigmas que llevaban a ensamblar el artilugio, sino porque era mi vigésimo segundo cumpleaños.

La fiesta se desarrolló como cabía suponer. Hubo carcajadas, júbilo, un baile, y sobre todo mi primera relación personal con Lorena, que se transformó en repentino flechazo, y transcurrida la primera hora, enamorado, le di un primer beso.
Todo discurrió como un cuento de ensueño, hasta que a la medianoche se abrió la caja del reloj salió el pajarito y entonó por vez primera aquel extraño y desafinado, cloqueo. No. No se trató del “cu cú” habitual, sino algo fuera de lo común. Estaba en el apogeo del baile, giré sobre mí y me encontré solo en la casa.
Alarmado corrí hacia la puerta abrí y todo estaba normal. Es decir... Hacía una noche fresca de diciembre y los árboles sin hojas presagiaban el comienzo del invierno. Angustiado, tomé el teléfono y llamé a mi compañero de estudios: Pablo Rabasa, que molesto tras verse despierto a esas horas, confirmó mis sospechas. No estaba en 1915 ¡sino en 1914!

De hecho, cada hora, cuando el reloj de cuco suena, retrocedo un año en mi vida y en el tiempo.
Han transcurrido diez horas, me encuentro estancado en un extraño espacio tiempo. Siempre es de noche, y siempre resuenan las doce. Me dirijo sin remisión hacia la infancia. He tratado de detenerlo pero... cada vez se encuentra a mayor altura. Ahora tengo doce años. Lanzo piedras al reloj instaurado en lo alto de la pared del salón ¿por qué lo instalé allí? Manías de joven eminencia. No deseaba que nadie lo manoseara.

Hoy por fin – a mis diez años – me ha llegado una carta en la cual se menciona la hipótesis de los números primos de Riemann. Se afirma que existe un número infinito de ceros sobre la recta crítica. Sin embargo, todavía es posible que un número infinito (y posiblemente la mayoría) de los ceros no triviales, se encuentren en algún otro lugar sobre la banda crítica. Según dice quien la expide, logró situar esa banda de ceros en el registro del cuco, pero algo falló, y en lugar de avanzar en el tiempo ¡retrocedemos! Ahora lo sé. El reloj de cuco llegó de la India. Se trataba de un regalo sorpresa del eminente y excéntrico matemático: Srinavasa Ramanujan, también conocido como, “el hombre que conocía el infinito.”

Tras doce años más; o menos... la casa está en silencio. A medianoche el cuco cloquea y en la estancia de al lado se oye un gimoteo. El rostro de la madre se ilumina y llora de emoción. Acaba de venir al mundo un bebé. Transcurrida una hora lo hará de nuevo otra vez, y así proseguirá, infinitas veces de forma eterna y consecutiva...

José Fernández del Vallado. Josef. 28 de febrero 2011.
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jueves, febrero 24, 2011

Mi amigo Tiresias.


Imagen tomada de Internet.

Se llamaba Tiresias. Estudiaba Oceanografía química. No sabría explicar lo que vi en él; no tenía nada en especial. No era alto ni bajo o excesivamente agraciado. Así como tampoco tenía un semblante común, desde luego encontré atractivo y algo diferente alojado en sus ojos, que me contemplaban a menudo fijamente, sin parpadear, como si desearan taladrar mi interior y arrancar mis secretos.
Por aquel entonces era el mejor amigo de mi novio: Raúl; era muy diferente. Tenía labia, un físico excelente y no era tímido, por lo cual, merced a sus descabelladas ideas, solíamos embarcarnos en empresas divertidas y a veces conflictivas.
La oportunidad de realizar el viaje no surgió de las manos de Raúl como solía ser habitual, sino de las de su amigo.
Nada como lo que me sucedió en Acapulco, México. Cambió mi vida.
Nos hospedamos en el mejor hotel. Entonces descubrí que Tiresias (él invitaba) no era tan modesto como me había parecido de entrada; para empezar, estaba forrado. Prosiguiendo con sus rarezas no se presentó ningún día antes de las ocho de la tarde. Según nos dijo, el bochorno de Acapulco era tal que lo mantenía todo el día boqueando sobre la cama o metido dentro de la ducha.

Tras la juerga del penúltimo día, la noche antes de partir Raúl continuaba encontrándose mal y no pudo ni quiso moverse de la habitación. Yo tampoco. Pero dado que me resultaba imposible dormir, sobre la media noche me acerqué al bar del hotel y me llevé la sorpresa. Sentado en la terraza que daba a la playa, permitiendo que la brisa marina jugara con sus largos cabellos, estaba Tiresias.
Echado sobre una silla con respaldo abatible presenciaba con perceptibles síntomas de melancolía, el océano.
Nada más escucharme se volvió con soltura y desviando la mirada, me dijo.
— Lo siento, no puedo seguir...
Sorprendida por su voz cansada y grave tardé unos instantes en reaccionar.
— ¿Qué es lo que no puedes...?
Dio un trago a su copa de pisco Sour y dijo.
— Mi carrera... y añadió.
— Creo que ya he visto y aprendido suficiente.
Permanecí sin saber qué decir. Después de un largo espacio de silencio, se levantó de la silla se acercó hasta mí y con tristeza, me dijo.
— Despídete de Raúl.
— Pero... ¿Qué dices?
Me observó fijamente y a continuación me preguntó.
— Sabes que te amo, ¿no?
Tuve miedo de volverme y enfrentarme a aquellos ojos. Sin embargo, un aliento colmó mi corazón de una mezcla de incertidumbre y pasión y lo hice. Y al descubrirlos, sentí aparte de felicidad, el verdadero peso y poder de su mirada. Respondí.
— Sí...
Puso sus manos sobre mi nuca y me acarició. Le oí decir.
— Debes saberlo. Mi nombre no es Tiresias sino Tritón.
Se inclinó sobre mí y me dio un dulce beso en los labios.
Luego giró y comenzó a caminar sobre la playa con pasos cada vez más lentos y dificultosos. Cuando el sereno oleaje nocturno acarició sus tobillos se desnudó, una espalda flexible quedó al descubierto. Desabrochó sus pantalones, sus piernas se doblaron como si fueran de goma y cayó sobre la arena, se arrastró hasta las olas. Las primeras lenguas de agua lamieron su cola de pez, apenas escuché un leve burbujeo y desapareció de mi vista.

José Fernández del Vallado. Josef. Febrero 2011.

martes, febrero 22, 2011

CONCURSO DE RELATOS DE VIAJE MOLESKÍN.ES


SI TIENES UNOS MINUTOS LEE POR LO MENOS UNO DE ESTOS DOS RELATOS Y ME COMENTAS. MUCHAS GRACIAS POR COLABORAR. PINCHA AQUÍ


viernes, febrero 18, 2011

Génesis. Historia con un final real.


Imagen tomada de Internet

Lisa Iskandrull nació hace siglos en un palacio de jade, mármol y pirita, establecido en un extraño y perdido reino remoto. Transcurrió su niñez en un tiempo en el que la tierra era un paraje inexplorado, donde innumerables peligros acechaban y para una niña como ella salir de sus muros era sinónimo de muerte, pero también de otra palabra quizá más incitante y turbadora: Desafío.
Cuando alcanzó su juventud, cansada de la tutela de los hombres, así como de hallarse encerrada esperando a ser desposada o violada por el próximo y vulgar guerrero que la pretendiera, deseaba romper las férreas imposiciones que la autoridad machista ejercía sobre las mujeres desde hacía milenios. Era rebelde, no anodina, era sincera y sobre todo fiel a su reinado; y así permaneció.

Se sucedieron milenios y el inmemorial palacio donde residía perdió sus colores, dilapidó su corte y tan solo quedó ella. Pues estaba claro, no era una noble cualquiera; era, tal vez, la última de una estirpe inverosímil y poderosa.
Soplaron nuevos vientos; épocas en las que los mitos se desmoronaron, las leyendas dejaron de existir, y al igual que los príncipes azules, los aventureros entraron en crisis pues – supuestamente – no existían parajes por descubrir y el mundo, envuelto en guerras de sucesión, era predecible y aburrido.

Confinada en su palacio oculto, la princesa comenzó a pasar hambre; dado que algunos recursos básicos, como el pan, el arroz o las legumbres, dejaron de cultivarse en una isla que se encontraba a menudo cubierta por nieblas perpetuas. Y, además, tras descubrir la posibilidad de llegar a un continente cercano, los últimos vasallos emigraron a aquel mundo prometedor donde tras establecerse, olvidaban para siempre su procedencia germinal.

Cada nuevo amanecer sin sol Lisa lloraba, era una princesa triste; y su fiel y único súbdito, el enano Arquegonio, la consolaba sin dejar de acariciar sus finos cabellos rubios, y gimoteaba junto a ella.
A continuación montaba en Arrebol, un precioso alazán pura sangre, y el enano en su poni Borrón. Arreaban al trote y juntos recorrían las inmaculadas praderas que los transportaban hasta el verde extremo de la isla. Tras recibir los primeros rayos del alba se detenían y reían felices y luego, admirados, contemplaban las estelas mágicas que dejaban los dragones errantes a su paso por el cielo; los oleajes que algunos Kraken irascibles formaban en el mar; e incluso si el tiempo los acompañaba, algunos atardeceres, almorzaban con un grupo de sosegadas ondinas en la cala en la que – cuando no lo hacía en el lago – antaño solía bañarse su alegre padre, ChisKo Iskandrull.
Después retornaban a palacio. Lisa se acomodaba en su trono y escuchaba con atención las lecturas de ciertos poetas románticos, tales como: Shelley, Byron o Keats, que cierta vez les regaló un mercader de unas islas del Atlántico. Poemas como: “Baladas Liricas,” “El anciano marinero,” o “Hacia el otoño,” le hacían suspirar, inflamándose de calor cada día, sin hallar a nadie capaz de apagar su flama interior, encontrándose cada vez más anhelante por aflorar a la vida.

Una mañana Lisa no despertó, deliraba repitiendo con frenesí que si permanecía en aquel lugar el resto de su vida acabaría sucumbiendo a una muerte lenta y solitaria. Arquegonio detectó con espanto que ardía y su calor interior sobrepasaba la escala de su termómetro. Aún así permaneció aferrado a su cama sin separarse de ella.
Horas después la isla comenzó a hervir y se formó una nube de vapor a través de la cual se divisaron espesos ríos de lava fluir por sus vertientes.

El 14 de noviembre de 1963, el pesquero del capitán Gudmar Tomasson faenaba frente a las costas de Islandia cuando el mar comenzó a hervir repentinamente. Se trataba de una nueva isla volcánica que a las pocas semanas tenía ciento setenta y tres metros de altura y dos kilómetros de longitud. Fue llamada Surtey en recuerdo a un legendario gigante Islandés. Después de su nacimiento la isla evolucionó lentamente. Primero llegaron los pájaros que trajeron consigo semillas, brotó la primera flor, un alga marina blanca y preciosa que llamaron Iskandrull. Las corrientes marinas depositaron nuevas semillas, y al cabo de tres años arraigaron cuatro clases de plantas superiores y dieciocho de musgos, también conocidos como: “Arquegonio...”


José Fernández del Vallado. Josef febrero 2011.
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jueves, febrero 17, 2011

Búsqueda.


Acrilico. Tomado de Internet

Durante el transcurso de los tres últimos años, los sueños de David Llaneras se transformaron en pesadillas. Una mañana fue incapaz de seguir representando que nada sucedía. Hizo las maletas y volvió al mismo lugar en el que veinte años atrás se fraguó su aventura.
Veinte años para un hombre quizá sean mucho tiempo, para la naturaleza apenas representa un breve lapso.
Nada más salir del avión le azotó el mismo clima: Humedad asfixiante alternada con chaparrones copiosos y anárquicos.
Calculaba que su hija tendría veinte años. No sabía y nunca tuvo conocimiento sobre cual era su nombre; ni a qué se dedicaba. Sí... podría tratarse de una hermosa mujer de piel morena y cabellos castaños ¿que viviera del mar? Personalmente a él le habría agradado que aprendiera en la universidad Historia del Arte, y fuera una estudiante digna que sacara sus estudios, más que con sobresaliente, con su esfuerzo. Claro que no se hacía demasiadas ilusiones.

Cuando la guagua lo dejó en la localidad donde todo había sucedido, el corazón le palpitaba.

La ciudad había crecido y tardó tres días en dar con la vieja casa de madera donde ella vivió; pero ya no estaba. Sus habitantes actuales fueron incapaces de recordarla, pues el modesto chalé había cambiado de propietarios – como poco – seis veces.
Merodeó por la población recordando con nostalgia una época que a medida que avanzaba, encontraba más desterrada. Cuantas más vueltas menos entendía qué hacía en aquel lugar.
El único restaurante en pie de los de antes era: El Viejo Marlin. Cenó a solas un plato de cocina criolla y pez espada. Cuando salió – algo ebrio tras unos vasos de ron – sus pasos lo condujeron a una animada sala de baile.
Mujeres y hombres jovencísimos, casi muchachos, tomaban parte en un baile y sacaban a los rollizos y sonrojados extranjeros que presenciaban el espectáculo. Algunos aguardaban llegar algo más lejos... Naturalmente él no pensaba caer en la red.
De forma repentina se encontró danzando con torpeza con una joven chiquilla. Le preguntó su edad y sin titubear ella le contestó – entre orgullosa y feliz – “dieciocho.”
Más tarde su mente apenas le desvelaba que habían ido a un local y luego a otro...
De madrugada se encontró leyendo las páginas de un libro a la joven mientras ella le acariciaba. Oyó su voz pronunciar con un tono meloso: “Todavía eres guapo.” Una absurda mentira que formaba parte del... ¿juego? No. Aquello era algo más que un juego, era una infamia.
Luego ella estaba ¿sobre él? y él, él... su mente se cerraba a los demás recuerdos agradables y... sórdidos.

Se despertó. Estaba solo en la habitación del hotel. Le dolía terriblemente la cabeza. Y... ¿su cartera? No la encontraba. ¿Cómo había hecho para...? Habría cerca de trescientos dólares. ¡Una fortuna!
Oyó pasos; llamaron a la puerta. Se vistió como pudo y abrió. Era la chica de la limpieza. Con vergüenza y humildad, le preguntó.
— ¿Es usted David Llaneras?
Él asintió. Ella dijo.
— Su cartera, señor.
Antes de entregársela, la mujer abrió una vez más la cartera y mirándolo de forma directa a los ojos, añadió titubeando.
— Supongo que está todo. Estaba en el suelo del pasillo.
Se hizo un incómodo silencio. David estuvo a punto de protestar pero ¿protestar por qué y para qué? Cuando la culpa era suya. Y además, le entregaban la cartera y el dinero.
Ella volvió a preguntar.
Así que ¿usted es David Llaneras?
— Sí. Dijo él con nerviosismo. Ella alzó la cabeza, lo miró a los ojos de frente, y añadió.
— Curioso no.
— ¿El qué?
— Mi nombre es Eliana Llaneras.
Él la miró con estupor. Ella siguió.
—En cuanto a ella... La chica que estuvo con usted, es mi hermanastra. Se llama Nadia... Apuesto a que ni recuerda su nombre. ¿Eh papi?
Le entregó la cartera. Sonrió. Giró con soltura y se fue para siempre.

José Fernández del Vallado. Josef. Febrero 2011.
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domingo, febrero 13, 2011

Dos Micros Mejor Que Uno.




Imagen tomada de Internet.

El Rótulo

Descubrí a Ling Ye en una avenida de Taipei y me subyugó su sublime belleza.
Pasadas un par de semanas la situación era insostenible; no estaba de acuerdo en bajar de su altar y me puse a su altura. Como tampoco cambio de actitud la miré con frialdad. Así estuvimos, contemplándonos, aunque ella ni siquiera me habló. Se limitaba a observarme con una mueca de burla. Algo ocurría. Registré la habitación y al final me di cuenta, la prueba estaba ante mí. Me asomé a la ventana y mis sospechas se vieron confirmadas. Permanecía dentro del rótulo, acompañada de varios hombres. ¡Era una maldita! No lo dudé. Bajé al mercadillo y la olvidé comprando un bolso de piel para Laura.



Pintura tomada de Internet.

 Estrella.

La estrella era Luciano Tabanetti. Deleitó al personal durante la velada, y cuando se dispuso a finalizar, observó a un niño menudo, de ojos negros y profundos. Resuelto a amenizar el festejo y haciéndose el magnánimo, lo invitó a que tomara el violín y sacara una nota. En el momento en que el niño entró en contacto con el instrumento, experimentó una sacudida similar a un espasmo, que suscitó que el público riera a carcajadas y que Luciano se sonrojara de complacencia. Las notas que obtuvo del violín eran, aparte de desconocidas, de un preciosismo y delicadeza tan increíbles, que a Luciano se le escapó de la boca el cigarrillo que acababa de encenderse, y cuando terminó el aplauso, supo de antemano que, debido a su ingenua estupidez, acababa de perder el empleo.


José Fernández del vallado. josef. febrero 2011.
Creative Commons LicenseEsta obra está bajo una licencia de Creative Commons.  

miércoles, febrero 09, 2011

Almas Gemelas.

Imagen por Perluzka.

Su nombre era Felipe Lorenzo, y estaba solo donde una vez estuvo acompañado. Habitaba un chalé que se encontraba en un lugar impreciso. Una tarde el invierno volvió a él y al alma de su ciudad interior. No era una sensación que lo desconcertara, aunque presentía que le habría de acompañar durante el resto sus días. Exploró y trató de internarse en los ojos oscuros de unos bafles que propagaban melodías recién descubiertas y conquistaban sus sentidos con emociones admirables...

Algunos días de invierno caminaba hasta el lugar más cercano y tomaba un caldo caliente, para retornar al hogar y continuar escribiendo con los pensamientos afirmados en calidez exuberante.

Otro de esos atardeceres, de súbito, lo escuchó. El rumor procedía de ¿detrás de la pared? Se incorporó de la silla giratoria, se dirigió al espacioso mueble ropero, y tras forcejear moviéndolo a derecha e izquierda, lo separó y fascinado halló el recoveco, con la puerta, la mesilla y el cofre; dentro había una llave. La tomó, abrió el grueso candado, se internó en un pasadizo y comenzó a descender centenares de escalones ágiles e inaprensibles, que su mente había olvidado hacía décadas...

Una oscuridad cortante cedió ante una claridad que abriéndose paso en su interior, se transmutó en su niñez. Sin esperarlo, se vio circunscrito en una sala hendida por los haces de cientos de mariposas refulgentes; trató de apresarlas sin resultado; la luz no procedía de la bóveda sino debajo de él. ¿Y el rumor? Cambiaba una y otra vez su registros y lo invitaba a seguir adelante, desarrollándose en los alvéolos de una memoria forjada durante decenios, de una memoria joven y antigua, acostumbrada a luchar contra el olvido y el dolor, adiestrada para defenderse y eliminar si era preciso, tan precoz como desgastada, tan viva como acabada; depredadora del alma...

Los últimos escalones se abrieron paso a un estuario brillante y lleno de luz, allí aguardaba una curiará (canoa amazónica).
Embriagado por la sorpresa, embarcó. Sin inmutarse, sus guías comenzaron a remar. Durante unos instantes se hallaron perdidos en la espesura de sus mentes. Se sintió vacío. ¿Había vuelto a escapársele el amor? Tan pronto como se presentó la sensación cesó y de nuevo su espíritu recobró su esplendor. ¿Debía regresar a su punto de partida? No, ya no era posible. Era un viaje sin retorno. Lo vio impreso en los semblantes de los hombres que ahora lo guiaban. A veces es necesario dejarse mecer por los brazos de la experiencia.

Progresaron de forma obstinada, y se internaron más y más en la selva. Doblaron un recodo y un poblado colmado de vida surgió ante sus ojos. Los niños fueron los primeros en acudir a recibirlo, detrás las mujeres, luego los hombres.
Sobrecogido o quizás avergonzado, descendió de la canoa. Dio una última zancada y con precaución asentó ambos pies sobre la tibia arena de la playa. Su mirada, otras veces valiente, afloró torcida en una mueca de curiosidad y temor. Había estudiado el momento, dispuesto a enfrentarse a la peculiaridad de los seres que hubiera al otro lado. Buscó con avidez, pero no encontró más que miradas de desconcierto, e inmersa y paralizada entre la muchedumbre, sin dejar de contemplarlo con una mezcla entre sorpresa y sugestión, estaba ¡Naira! ¿Su ex mujer fallecida? Y a su lado Felipe Lorenzo... ¿O aquel era tan solo un reflejo? ¿Se trataba de su auténtico…yo? ¡Imposible!
El arco se tensó entre los brazos del hombre; la flecha atravesó el corazón de Felipe, quien al expirar comprendió. Formaba parte de la cosmología de la naturaleza, había superado la prueba más compleja. Encontrarse a sí mismo en la inmensidad del universo. Aunque jamás podrán coexistir dos almas gemelas en un mismo plano, y menos si se trata de compartir a una misma mujer…

José Fernández del Vallado. Josef. Febrero 2011.

viernes, febrero 04, 2011

Gracias al Face...







Foto de internet


Ayer salí con una amiga hace un par de decenios perdida y que he recuperado gracias al Face. También salí con un grueso abrigo ciento por cien de poliéster, una gorra Thinsulate, mi par de mitones y sobre todo, mis nuevas orejas (audífonos digitales) con las cuales de pronto me entero de todo, y me doy cuenta de que la vida lejos de Internet es real, muy real, la gente se ha vuelto educada, pues todos me atendieron muy bien; incluida mi amiga recuperada que, por cierto, ya no está tan bien como en nuestros tiempos de juventud, cuando me daban impulsos cavernarios de tirarme sobre ella y...; en cambio, seguía siendo simpática, a decir verdad muy agradable, y yo me sentí algo así como más mayor y seguro, realmente seguro, sobre todo estando en un lugar de esos en los que entre el rumor de la música y el griterío de la multitud, apenas puedes permanecer con la boca cerrada degustando tu copa – en mi caso cerveza sin, – pues como me he vuelto mayor no bebo alcohol, ni hago guarradas como mezclar la bebida con drogas – ahora las llaman de diseño. – 

Resulta una idea muy sugerente para vendérselas a los yuppies, me asusta como se adecua el sistema a nuestras necesidades, es realmente camaleónico. Aunque en sinceridad, a mí me cansa y hace tiempo que le doy la espalda; ocurre que el sistema no quiere olvidarse de mí y no se harta de enviarme correos de esos de: “Premio” con mayúsculas, en los que asegura que he sido favorecido con un viaje para una pareja a las Bahamas; pero como ante estos temas siempre hay peros, yo estoy sin pareja o “desparejao,” que viene a ser lo mismo, luego sospecho que su caritativa oferta no me irá a la medida. También me ofrecen un automóvil familiar serie B y marca J, que elija el color dicen y etc. 

Aunque, como tampoco soy padre de familia intuyo que la misiva no va dirigida a mí y asimismo presiento que el sistema considerando mi edad ya “avanzadita,” supone que ahora mismo debo ser el patriarca de una abundante familia numerosa. Está claro, para gastar de forma adecuada hay que disponer de una sacrificada y cumplidora familia que sobre todo obedezca las reglas. Por ejemplo, al sistema le importa que nos multipliquemos; se centra plenamente en la estadística y en el censo de la población. Básicamente le interesa que follemos de la manera más cómoda y crezcamos en número de forma veloz aunque ajustada a sus límites de producción. Para ello diseña camas de matrimonio cada vez más preciosas; salen de las fábricas en cadena. Lo que el sistema necesita es repoblar el mundo de humanidad de forma ordenada, porque su deber es llevar el recuento de cuantos millones somos para producir sin exceder el stock, le preocupa superar el stock, en realidad le aterra; pues de tener lugar las pérdidas serían formidables. Para que eso no ocurra, como un pastor hace con su ganado, nos cuenta y recuenta a todas horas. Ahora mismo dispone de censos y listas sobre todo de: natalidad, vehículos, afiliados al paro, trabajadores en activo, jubilados, matrimonios, divorcios, capital a desembolsar una familia media en un año, capital a aportar por una familia media en un año, lista de vagos, lista de tontos, lista de tontos del culo, lista de superdotados, lista de folladores, lista de superdotados sumando, restando, matando, asando, gimiendo, llorando, riendo, lista de delincuentes, lista de asesinos, lista de asesinos de ETA, lista de presidentes, lista de guapas, de feos, de bajos, de altos, de enanos, de hadas, de brujas, de monstruos, etc...

Llevaría sentado a una mesa tres cuartos de hora con mi amiga recuperada sin lograr balbucear una frase. Por fin mis labios se entreabrieron y le hice la oferta.
— Oye Lala ¿te vendrías conmigo a las Bahamas…? Tengo un par de pasajes y…
— No gracias, ya he estado seis veces.
La miré extrañado. No pude evitar que entre mis labios resbalara una baba de congojo a la vez que articulaba.
— Cómo...
Ella alzó una mano y pidió su sexta cerveza. Luego volviéndose sonrió, y mirándome fijamente a los ojos, me dijo.
— Es por lo del “Premio” ¿verdad?
Asentí en silencio. Me tomó de una mano con cariño y dijo.
— Venga, Mi Panchito, ¡no te preocupes! Y añadió.
— El Premio a las Bahamas, ja. Llevan repartiéndolo por todo el país desde hace años. En realidad no te llevan a las Bahamas, sino a Benidorm. Sabes... Por lo visto es igual y sale más barato.
Se acicaló algunas gotas de cerveza que empapaban su jersei y mirándome con ojos brillantes, me dijo.
—Si lo que quieres es...
— Qué, le respondí intrigado.
Ella se encogió los hombros, se pasó una mano por la nuca y me preguntó.
— Vamos ¿No te has enterado todavía de lo que hacen los hombres con las mujeres?
La miré en silencio y dije.
— Ya... eso. Lo que no hicimos durante los cinco años que compartimos nuestra tierna juventud.
Me miró con sorna. Sus ojos se abrieron de par en par y soltó una carcajada.
— ¡No imbécil! Cómo voy a encamarme con un viejo como tú teniendo ya nueve chiquillos...
— ¿Entonces?
Sacó un folleto y me lo plantó delante. Leí con atención. Su enunciado, decía lo siguiente.

“Si no llegó a tiempo a ser padre, aún le queda una última y gran esperanza.
Adopción de bebes a bajo precio en: India, Africa, Asia, etc...
Está en sus manos ser un padre feliz...
¡Adquiéralos, ya!”

La miré con asombro y le pregunté de donde lo había sacado.
Sus ojos lagrimeaban cuando me respondió.
— Fue gracias al Face...
Dejé de mirar a mi amiga y de concentrarme en cualquier cosa. Me levanté con dificultad, trastabillando. Fui a la barra y deposité un pequeño fajo de billetes. Luego salí a la calle doblé la esquina me dejé caer en los escalones de un portal, metí la mano en el bolsillo y saqué un cigarrillo, con la piedra del mechero casi fundida lo encendí a duras penas. Di una calada profunda y sonreí. En realidad aquel era casi el único espacio que me quedaba de libertad en esa sociedad. Dar unas caladas a un cigarrillo a dos grados bajo cero... en plena oscuridad. Lejos del Face...

José Fernández del Vallado. Josef, febrero 2011.

PD: Josef: Fue fumador durante aproximadamente diez años. Dejó de fumar hace unos veinte. Y no por ello ha dejado de comprender al fumador...
Actualmente figura en el Face... pero cada vez desconfía más del sistema...

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