Hacía
un día invernal, tan limpio y claro, que los rayos del sol en lugar de
proporcionar calidez, cortaban la respiración. Sentado o más bien recostado
sobre el remate de un portal de la Plaza, recibiendo apenas un atisbo de luz de
refilón, Pol Bernal, pedía limosna. No le quedaba nada. Por carecer del trabajo
que el Estado, su Estado, tras empeñar su vida debería haberle procurado, había
sido desahuciado.
Había
dado la espalda a todos y todos le dieron la espalda, ¿pero ocurrió así en
realidad? ¿Por qué sucedió? ¿Y por qué, tal como se produjo con la gran mayoría
de amigos, y como sugerían las pautas, no había encontrado a su media naranja?
¿Por qué no pasó a formar parte del andamiaje social, cuando siempre se
consideró un ser capacitado y competitivo? ¿Qué falló? ¿Por qué motivo no acabó
los estudios y se integró en una de las empresas que conformaban el puntal del
sistema, contrajo matrimonio, tuvo una prole y se incluyó en la selecta nómina
de sujetos que configuraban la sociedad consumista? No alcanzaba a descifrar el
secreto, una incógnita que, por otra parte, tal vez ni siquiera existiera. En
cambio entendía que sin proponérselo, se había convertido en una pieza sobrante
o desencajada. En lo que la sociedad de consumo solía nombrar con desprecio,
como un fracasado. Y, sin embargo, teniendo en cuenta que al ser utilizado como
si se tratara de un mero papelillo de kleenex, su patria, se había servido de él
¿debía ahora considerarse como tal?
Lo cierto es que, desde sus inicios, Pol sólo
mostró inquietud por una actividad: Los juegos de azar. ¿Podían contemplarse
semejantes pasatiempos como un verdadero trabajo? Desde luego, para la mayoría
de los hombres, no representaban más que recreación o esparcimiento. En cambio
para Bernal lo eran todo. Transcurría noches amasando billetes que desaparecían
de su vista al día siguiente. Su vida, era por tanto, un impostergable
transitar de la riqueza a la pobreza.
Y
así acontecía. Hasta que lo llamaron a filas y de forma escrupulosa lo hicieron
desfilar ante la bandera, besarla y jurar por la patria, y le inculcaron la
noción de que en el momento de eliminar sus objetivos, experimentar reparo o
remordimiento habría de ser algo insubstancial y por contra, al hacerlo,
debería tener presente que suprimía no solo a elementos subversivos, sino a
seres que amenazaban su mundo, y tanto si se trataba de niños, mujeres o
viejos, formaban parte de una especie mezquina e inferior.
De
entrada y por una vez se sintió orgulloso y útil. Pues recuperaba, o así lo
presumió, el estatus de ciudadano de primera. Y, además, aquel empeño militar
le recordó su profesión de tahúr. De forma distinta y sin vuelta de hoja se
trataba de lo mismo: Vencer a sus oponentes, aunque sin la posibilidad de
recuperar lo perdido, o más bien, lo exterminado.
Después,
cuando se encontró atrapado en la locura: incendiando pueblos, masacrando
sujetos que antes de ser ejecutados gritaban y suplicaban y, a quienes por
insensibilizado que se hallara, le bastaba calibrar con su mirada de jugador
para estimar que no eran diferentes, dándose cuenta de su ingenuidad, se
esforzó por entender. Se introdujo entonces en un laberinto insalvable, en el
que gradualmente iba perdiéndose. Se repetía a sí mismo que todo aquello era
mentira y no existía; que si los lugares que a su llegada hallaban limpios y
hermosos, acababan convertidos en ciénagas de podredumbre, era porque eran
retazos del infierno en el cual se encontraba.
No
supo cuando comenzó a dudar. Tal vez el día que no eliminó a la mujer que
aferrada a su criatura, contemplándolo con una intensidad indescifrable, le
hizo frente.
Cayó
en una depresión y entonces un presidente, no supo cual, decidió que la guerra
ya no resultaba beneficiosa y, por lo tanto, se había terminado.
A su llegada, nadie recibió al contingente. Para
su sorpresa ya no eran héroes, sino parias.
Y
ahora, aquel era un día importante, sí. El día del desfile patrio.
Caminando
de forma intranquila una pareja de policías pasó a su lado, lo reconocieron y
considerándolo parte del paisaje, se limitaron a mirarlo de soslayo. La plaza
se fue llenando y la parada comenzó. Militares con cascos emplumados y
brillantes, desfilaron ante el palco donde se encontraban sus generales.
Cuando
terminó, la comitiva descendió del palco y envueltos en nubes de
guardaespaldas, saludando, se dirigieron a un extremo de la plaza, donde
estaban estacionados sus vehículos. Casualmente (¿o tal vez no?) el sedán del
Mariscal de los tres ejércitos, se hallaba detenido a unos metros de Pol. En el
momento en que el obeso oficial se dispuso a introducirse, el griterío de una
muchedumbre intimidada y expectante, se silenció. Fue en ese preciso instante,
cuando la voz de Bernal, se oyó con diáfana claridad.
—¡A
sus órdenes, mi general!—Y se cuadró.
Tras
oír el saludo, el militar, no pudo evitar volverse y saludar de forma marcial.
Pol
extendió la mano con la palma abierta e inquirió.
—¿Limosna
para un excombatiente en situación de retiro?
El
rostro del general se tiñó de vergüenza. Balanceando su barriga con dificultad,
introdujo las manos en sus bolsillos, extrajo unos céntimos y se los arrojó.
Pol
los guardó con esmero y su mano resurgió esgrimiendo una reluciente espada de
acero toledano. Antes de que los guardaespaldas reaccionaran, aguijoneó la
barriga del oficial, y le dijo.
—Vivirás…
sólo si eres capaz de responder a una pregunta.
Pese
al frío, las sienes del cabecilla habían comenzado a humedecerse y ahora vertían
pequeños hilillos acuosos. Lo miró despavorido. Sin dudar, Pol le preguntó.
—Dime.
¿Cuál es la primera máxima de todo buen mando?
El
oficial pareció sorprendido. Los cachetes se le tiñeron de rojo, suspiró, dejó
escapar una sonrisa y contestó.
—Si
vis pacem, para bellum*. Declaró Julio César.
Pol
permaneció mirándolo con un aire avieso y de nuevo, preguntó.
—¿Eso
es todo…?
Asustado,
el hombrecillo trató de retroceder.
Pol
carraspeó con orgullo y articuló:
—Tu
respuesta no ha estado mal, sin embargo… hay otra más importante. Dice así:
¡Divide
et impera!*
Y
de un hábil sablazo, seccionó la hebilla del cinturón y al general se le
cayeron los bombachos. Los guardaespaldas se apresuraron a rodearlo y ninguno
se dio cuenta de que Pol, doblaba la esquina y desaparecía en la bocana del
metro.
Nadie volvió a verlo, y lo mismo sucedió con los
brillantes del lujoso cinturón de la autoridad, que al desprenderse,
desparramados, volaron en todas direcciones y tampoco aparecieron. Por contra,
algunos de los presentes declararon otra versión; una explicación
extraordinaria, por no decir imposible. Aquella que afirma que de forma
increíble y magistral, volaron en una sola dirección. La de las habilidosas
manos del prestidigitador.
En
el centro de Europa, en una ciudad cercada por los espesos bosques de La Selva
Negra llamada Baden Baden, se encuentra el Kurhaus. Es un lujoso casino al que
antaño acudieron personajes célebres, tales como el escritor Fiódor
Dostoyevski, o el músico Johannes Brahms.
Mezclada
entre el vocerío de sus numerosos asistentes, todas las noches, la risa alegre
y contagiosa de uno de sus ilustres invitados, atraviesa el espacio. Se trata
del unas veces ilustre y otras humilde invitado, Pol Bernal. Pobre, pero feliz
y dispuesto a seguir integrado en el más apasionante de todos los juegos. El de
la propia existencia.
—Si vis pacem, para bellum:* Si quieres la paz, prepara
la guerra.
—Divide et impera:* Divide y vencerás.
José
Fernández del Vallado. Josef. Noviembre 2012.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
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Una vez más, te aplaudo! Besos!
De la riqueza a la pobreza, de servir a la patria a denostarla, de soldado fiel a soldado que se cuestiona muchos porqués, de mendigo al casino. Toda una proeza viviente este tahúr llamado Pol.
Para pensar, Josef.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Muy bueno tu relato ... Crees que habría alguna posibilidad de hacer algo semejante con los "mandos" de hoy en día? .. Ojalá ....
Un cálido abrazo
Sabes que tus relatos siempre me han gustado,tocayo.Y éste encierra una gran reflexión.
Te deseo lo mejor con tu libro.
Besos inmensos
Josef, tienes un duende precioso que te guía la pluma
mira que bello trabajo y con sentido zen y filosófico
hace tiempo leí el tao de la guerra o el arte de la guerra de Sun Tzú
y hay mística relacionada con lo que propones narrativamente
besitos y feliz semana
Escribes muy bien, Josef, de eso no hay dudas, me gustó este relato, pero querría releerlo, pues es para reflexionar.
Te respondí en mi blog, si quiere podemos hablar a través de Skype, mi usuario es humbertodib
Un abrazo.
HD
Por un momento pensé, que Pol seccionaría la barriga del Mariscal...
Muy bueno volver a leerte mi querido Josef.
Gracias a ti por visitarme.
Besitos y abrazos
Hola Josef! Te seguí la huella y encontré tu casa y si me permites, me quedo. Hacía rato que no me atrapaba un buen cuento. Este es el caso. Tan intensa tu historia que da para leerla varias veces. Hay tantas situaciones para reflexionar... Y ese toque de misericordia del protagonista para con el superior y el final con un aroma de fina ironía. Muy bueno!
Te dejo un saludo cordial!
si no fuera porque relata una parte de la realidad, diría que se trata de una película surrealista.
has conseguido describir muy bien las dos partes: a Pol y al gordo general pagado de sí mismo.
biquiños,
Hola, Josef.
Yo diría que este relato es el comienzo de algo más sustancioso… Sin duda tiene jugo para una novelita.;)
Pol es un personaje tan jugoso como su historia. Y sí señor, llama a reflexionar.
Bueno, ya me dirás qué tal van tus dos novelas en Amazon. Me las bajé y las tengo en la lista de pendientes. A ver si el trabajo me da para leérmelas de una sentada.;) Tienen una pinta estupenda las dos (ya he leído el comienzo de ambas).
Un beso.
No te cortes un pelo a la hora de criticarme. Sé que ambas tienen fallos, cosa normal por otra parte jeje. La de la esposa del faraón quizás tenga una narrativa más espesa por ser má antigua pero es divertida. El Escriba está más lograda pero, tiene sus peros según quienes la han leído...
besos.
José, es un placer leer buena literatura y eso me ocurre con tus relatos. Literariamente maravillosos siempre con una temática que invita a la reflexión y adentrarse en el otro lado de la trama. Marginación, guerra, injusticias, azar, juego...temas que se cruzan y que nos llevan a pensar después de terminada la lectura.
Gracias por esta excelente literatura.
Un abrazo
La verdad que da un poco de miedo… parece que para Pol empezó a ser consciente de su vida y de la vida de los demas después de una situación tan traumática como es una guerra…
Besitos.
Quizá cuando se encuentra ya desposeído es cuando le vienen los porqués, cuando todos lo abandonan la vida empieza de cero, siento pena por Pol, pero tal vez sea esa su elección.
Saludos Josef
sucede que a veces, no hay otro opción...
Un relato magnífico!
Saludos
Gracias Mos. ya ves... vueltas que da la vida.
Saludos.
Estaría muy bien. Creo que estamos, cada día, más cerca de hacerlo.
Mi libro ya es qgua pasada. ahora debio empezar otro amiga mía.
Besos.
jajajaj Zen filosófico. La filosofía me sale de corrido, en cuanto a la mística me gusta, pero no la de la guerra...
Bsos.
Vaya... a ver si coincidimos un día. No hay forma!
abrazos.
Gracias a ti Carlolina, gran amiga!
Bsos.
Me alaegra que te haya gustado. espero seguir en la brecha del cuento jejeje.
Un abrazo y bienvenido!
Gracias aldabra. realmente tiene bastante de surrealismo. sabes que me gusta.
Bsos!
Gracias a ti Felicidad. Ya sabes lo que pienso respecto a ti. Me pareces una escritora con mucho talento.
bsos.
la guerra enloquece a las personas, y pocas veces lo hace para mejorarlas, por desgracia.
Besos!
Hola Beatriz. Mucho sin vernos. Realmente Pol no era un hombre feliz pero cr4eo que lo fue más al final.
Bsos!
Gracias por visitarme Mascab.
Un abrazo.
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