viernes, noviembre 09, 2012

Igual que su Sexo.


  Por las noches me arrebujo y mientras mi pulso se acelera y mi corazón palpita con resentimiento contenido, con cuidado, extiendo las manos delante de mí –donde solías hallarte– tiento en busca de tu calidez y estremecido, evidencio mi situación:
Nada y nadie a mí lado. Y te echo de menos. Sin apenas darme cuenta, el tiempo, ese derrotero nebuloso inventado por el hombre, vence mi pulso de forma insalvable. Y yo, sin darme cuenta o a lo mejor no quiero enterarme, sigo siendo el mismo. Vivo y moriré echándote de menos, cuando nunca te tuve y si te alcancé sucedió de forma caprichosa, nunca en plenitud. Ahora, otra vez, una vez más –¿cuántas restan?– bajo la intimidad de las sábanas, trato de hacerme una idea y recuerdo cómo fue: Huracán de sensaciones, vitalidad, facultad de hacer reversible lo irreversible, locura salvaje. Por ti hice lo que nunca imaginé sería capaz y sin embargo nunca acabé y deseo volver a tenerte, por eso sigo soñando. Extiendo las manos, las yemas de mis dedos se esfuerzan en encontrar el lugar donde estuviste, acariciarlo con suavidad y dejarme llevar…. Pero eres esquiva. Huyes de mí y yo me hago el indiferente, jugueteamos a ser dos desconocidos. Con todo, supimos caminar de la mano y nos sostuvimos uno en el otro. Cierro los ojos, tu tibio aliento acaricia mi rostro y lo humedece o soy yo ¿lloro, río? No. ¡Lloro y río a la vez! como cuando ciertos sentimientos de pureza irreal dominaron mí ser, y como hacía cuando vivíamos en ingenuidad. Dejamos de ser dos y fuimos uno, me abracé a ti noches de desenfrenada pasión; te acaricié hasta arrancarte la piel. Estaba loco. ¡Por ti lo era todo! Títere, rey, busca pleitos. Me alimentabas, envolvías e incluso llegaste a hacerme brillar por dentro y fuera. Eras luz y yo creía en tu poder; eras fuego y fuerza… Quise imaginar que estarías todo el tiempo a mi lado, que nunca me abandonarías, sabía cómo mantenerte, pero… ¿fue así?
  No. En realidad nunca supe nada, y sigo igual. Te fuiste. Y ahora, una vez más, sueño con tu silueta voluptuosa, beso tus pechos reverberantes; iluminan mi oscuridad, relamo y repaso tu clítoris hasta dejarlo terso, inmaculado. Sigo como siempre loco por ti y te echo de menos, igual que tu sexo. Como el día en que te descubrí, ¿o me descubriste antes tú a mí? Soy ese niño que caminó a tu lado y luego se hizo mayor, muy mayor, tanto que envalentonado se adentró en el laberinto de un desierto y ahora, no sabe cómo hacer para regresar. Algunas preguntas arden dentro de mí. ¿Quién apuñaló a quién o quién se hizo el Hara Kiri? ¿Y… quién soy yo? El mismo, ¿sin duda? Me doy la vuelta en la cama. No puedo dormir. Sigue fresca y seca. No regresas. ¿Me encuentras tan viejo que ahora me has dejado para siempre? Soy débil y tengo miedo de que no vuelvas; de morir en la frialdad de un invierno gélido, alumbrado con el matiz de una luminosidad vacía y negra. Tengo miedo, por eso te busco y si tengo suerte a veces te encuentro y recuerdo cómo eras. Entonces me alegro y soy feliz de tenerte a mi lado y de nuevo mi alma se desborda de ti y evoco tu orgullo no, tu soberbia, y cómo te hacías y haces llamar cuando doblegas a quienes se te resisten, y esa expresión se instala en mi cerebro y no me atrevo a pronunciarla. A veces la grito pero no estoy despierto, sino dormido, a veces la grito, es un chillido desgarrado, escupido con fuerza. Rebota en las paredes de un abrupto barranco y su eco la devuelve multiplicada miles de veces. Repercute en mi cerebro y lo transfigura en un laberinto ultrasónico, y quiero volverme loco y robar, dejarme insultar y morir de vergüenza e incluso desearía asesinar…
  Hace frío. ¿Ya es invierno? Me arrebujo. Mi pulso se acelera y mi corazón palpita con resentimiento contenido. Con cuidado, extiendo las manos delante de mí –donde solías hallarte– tiento en busca de tu calidez y estremecido, evidencio mi situación: Nada y nadie a mí lado. Me duermo y despierto. Mi boca tiembla deseando recuperarte y avergonzada se abre y pronuncia tu nombre, dándose cuenta; tal vez sea el nombre más viejo del mundo, ¿o acaso lo fue tu profesión…?

José Fernández del Vallado. Josef. Noviembre 2012.



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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

viernes, octubre 12, 2012

En el Lago de Fuego.


  Recorrida la mitad de su vida, Tariq Alhamar seguía transitando en un mundo de incierta fortuna y perniciosa soledad. Sentado delante de sus escuálidas cabras, se mantenía en silencio. Continuaba sobre la tierra. Pero no sabía con certeza si se hallaba vivo o estaba en «el Lago de Fuego» del Yahannam,* comiendo la amarga fruta del zaqum*. A más de cuarenta grados centígrados, su mente trabajaba despacio y se sustentaba en los recuerdos…


Al principio, en su juventud, presenció cómo tras años de opresión, las tropas coloniales se retiraban y dejaban libre su tierra. Apenas empezaban a celebrarlo cuando los blindados de un nuevo opresor entraban en Tichla, su pequeña población; abriendo fuego e imponiendo un toque de queda que se prolongaría décadas.
  No supo cómo ni cuándo ocurrió, no era más que un cabrero, pero un día formaba parte del Frente Polisario. Casi a diario, soportaban bombardeos con napalm y fósforo blanco, y huían de las tropas ocupantes, bien equipadas.
  Allí conoció a Malika. Se enamoró tras su primera acción de combate.
  Un día, emboscado, acechaba los movimientos del enemigo. Fue descubierto y dieron la voz de alarma. Mientras se le congelaba el Kalashnikov en las manos, Malika saltó a su lado y abrió fuego contra el transporte que los amenazaba, liquidando a sus cinco militares. Entonces se admiró de su valor. Pero sobre todo comprendió algo: Una mujer con un arma, no era un ser indefenso, era capaz de aguantar la presión tan bien o mejor que los hombres y, además, podía amar a quien quisiera.
  En cambio él vivía siempre con miedo. Miedo a la muerte y a tantas cosas desconocidas que coaccionaban su mente. Incapaz de tomar decisiones, no dejaría de ser un tosco miliciano. Mientras que Malika, despierta y alegre, era dueña de una vitalidad envidiable.
  Nunca entendió por qué tuvo que ser el elegido, sobre todo cuando ella ni siquiera miraba a la mayoría de sus compañeros. Él, un hombre que apenas sobresalía, si acaso en su cautela. Precaución que se traducía en terror a pronunciar la palabra equivocada.

  Sucedió una noche de luna nueva. La misma en que el Frente de Liberación puso cerco a Tichla. Durante todo el día los cañones no cesaron de retumbar. Empapado en su miedo, Tariq hacía guardia en un puesto avanzado, en una reducida trinchera excavada en la arena. No recordaba si era media noche o el comienzo de la madrugada, cuando la artillería enemiga, reforzada por un violento bombardeo de aviación, abrió fuego sobre sus posiciones. La radio empezó a chasquear y Tariq se tapó los oídos, se replegó en sí mismo, y comenzó a gemir. Estaba solo de nuevo. ¿Por qué lo obligaban a afrontar situaciones que nunca podría superar? Estaba seguro. Era debido a su forma de desenvolverse, y a su fisonomía de rostro moreno y ojos negros y rasgados, de apariencia implacable. Así era él. No sabía mantener otra pose. Por ello, sus mandos nunca penetrarían su interior y, aquel porte, aquella máscara hermética que lo mantenía incomunicado, inspiraba el efecto adverso. Entonces era cuando, erróneamente, pensaban que su silencio formaba parte de su inflexible constitución. Y era así; un hombre solitario. Acostumbrado al mutismo de las dunas y a los rumores ceremoniosos y acordes de la naturaleza. Respetaba el descanso de los muertos y ante todo era temeroso de lo desconocido. Y por eso ahora, aquel demencial estrépito, lo aterraba.
  A su lado, alguien respiró con sofocó. Tariq no se movió. Esperaba la muerte e identificar a su ejecutor no le conduciría a nada. En cambio oyó una voz agradable. La voz con la cual soñaba. La voz de Malika.
—¿Te encuentras mal, Tariq?
  Asintió sin mirar.
  Ella le acercó una cantimplora. Sediento de ansiedad y miedo, bebió. El calor de un incendio abrasó su interior. Comenzó a dar arcadas y a carraspear. Riéndose, el rumor cadencioso que era la voz de Malika, le dijo.
—Es aguardiente.
  Tariq era un buen musulmán. Respetuoso de la sharia al Islamiya* nunca había probado el alcohol y menos cometido una ofensa del hadd*. Y aunque por el hecho de ser mujer pudiera considerarla impura y desobediente, desde el el día en que la vio disparar contra los súbditos del infierno, su admiración hacia ella rompió todas las barreras.
  Dejó el fusil a un lado y se acurrucó junto a él. Su aliento tibio acarició su semblante; introduciéndose por los pliegues de su camisa, las manos de Malika descansaron sobre su pecho y de repente, el cañoneo cesó. ¿O no era así? No. En ningún momento había dejado de hacerlo, pero Tariq descubrió que por primera vez en años no tenía miedo. En cambio su corazón palpitaba con fuerza, con el vigor de quien se sabe vivo y fuerte por dentro. Tomó la cantimplora, dio otro trago y la claridad de una luz manifiesta, desbordó su mente hasta ese momento atenazada y a oscuras. Sus manos dejaron de temblar y apremiadas por una lascivia placentera, indagaron entre la ropa de Malika y conquistaron sus senos. Siguió bebiendo. Ella le dijo.
—Te amo.
  Y él, riéndose con orgullo, contestó.
—Lo sabía...
  Y era mentira, nunca lo había sabido. Pero de pronto sentía que aquella forma de actuar, con desenvoltura y descaro, era el modo en que los valientes debían de comunicarse con las mujeres. Mostrando dominio, ingenio y ningún embarazo.
  Extendió sus brazos hasta las nalgas de Malika y las pellizcó y azotó con descaro. A continuación se desabrochó le hebilla del cinturón, dejó de besarla y trató de forzarla.
  Ella se detuvo. Lo miró fijamente a los ojos, y le dijo.
—¿Qué quieres…? No podemos hacerlo. No hasta que nos casemos. —Y exclamó.— ¡Has bebido demasiado! Y comenzó a levantarse.
  Arrebatado aferró uno de sus brazos. Revolviéndose con la mano libre, ella le rasguñó la cara. Tariq la soltó y cubriéndose, gritó.
—¡Te mataré!
  Con los pantalones desabrochados, salió de la trinchera y se perdió en la oscuridad.
  Tariq retiró las manos y se las miró, estaban empapadas en sangre. Asustado, tardó en reaccionar el tiempo que le llevó apurar el aguardiente. Furioso, corrió tras ella. Corrió mucho, tal vez cien o doscientos metros, hasta tropezar y caer jadeando sobre una forma blanda y mojada. Era el cuerpo de… ¿Malika? En segundos, el traqueteo metálico de una ametralladora hendió la oscuridad. Abrazado al cuerpo, Tariq lloraba. Ya no sentía miedo. Algo dentro de él había muerto tras comprender su insensatez.
  Besó los labios todavía templados y con temor y aprensión, se dio cuenta: ¡No eran los de Malika! Afrontó la oscuridad y aullando con cólera, arrancó en una carrera mortal hacia las ruinas desde la cuales surgían los disparos y, cuando estuvo a cinco metros, arrojó la granada. Después desenvainó su puñal y a pesar de atravesar varias veces las desgarradas formas de los militares, ni siquiera pudo reconocer sus rostros desfigurados. Había una puerta contigua. Desplazándose con cautela, avanzó hasta situarse a su lado y de una patada, la abrió. Se encontró las miradas aterrorizadas de varias mujeres y sus hijos. Los hizo salir y los condujo hasta su trinchera.
  Después, lamentándose con nerviosismo, siguió buscando a Malika.
  Lo encontraron al cabo de dos días, acuclillado en lo alto de una duna. No dejaba de repetir frases como:
  “Yo testifico que solo adoro a mi Creador.”
  “Las peores bestias, ante Alá, son los infieles...”
  Al preguntar por ella, tembloroso y esperanzado, los hombres lo miraron con estupor: «En el batallón nunca ha habido mujeres», le contestó un capitán.
  Por su grandioso acto de valor, fue condecorado. También sugirieron se le concediera el retiro.
  Nunca volvió a verla, en cambio, le bastaba palparse la cicatriz que maquillaba su semblante para entenderlo: no había sido un sueño. Entonces volvió a concebirlo y tembló. Tal vez se tratara de Iblis,* quien presentándose con la apariencia de una mujer, había pretendido robar su corazón. Y en realidad – en el fondo de su ser lo sabía– así había sucedido…

Sharia al Islamiya*: Vía o senda del islam. Constituye un código detallado de conducta, en el que se incluyen también las normas.
Hadd*: Ofensas. Crímenes castigados con penas severas.
Yahannam*: Infierno.
Zaqum*: Árbol que crece en el Yahannam.
Iblis*: Diablo del Islam.


José Fernández del Vallado. Josef. Octubre 2012.



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sábado, octubre 06, 2012

Después de la lluvia. El Sendero...


  Después de la lluvia, salí a caminar...Era un camino antiguo y en apariencia vacío y, sin embargo, las almas que a lo largo de los tiempos lo recorrieron y llenaron de vida, estaban allí.

martes, octubre 02, 2012

Han cerrado las puertas de la dignidad...


 
¿Habían cerrado las puertas? O creía ser yo quien las abría y las cerraba. Me sentía con alma de portero derrengado y mi espíritu y las curvaturas de mi perfil, palpitaban sintetizadas en un mordiente sendero de cerrojos y llaves desaparecidas.

miércoles, septiembre 19, 2012

ME HE VUELTO LOCO. MI CUMPLE Y DOS LIBROS.


Dado que este fin de semana celebro mi cumpleaños, he decidido, que a partir de mañana jueves 20 de septiembre y hasta el lunes 24, inclusive, podréis bajaros en Amazon mis libros: LA ESPOSA DEL FARAÓN y EL ESCRIBA DE TEBAS, sin coste alguno; es decir, GRATUITOS.

domingo, septiembre 16, 2012

Mis Dos Novelas Históricas de Egipto Antiguo.


TRAS UN ACALORADO VERANO. HOLA A TODOS DE NUEVO.

La novela que hoy os presento, se títula: LA ESPOSA DEL FARAÓN.

Su sinopsis es la siguiente:

La vida y aventuras, desde su infancia, de Nefertari, la Esposa Real más importante y por qué no aceptarlo, reservada, pero sobre todo poderosa, de cuantas tuvo Ramsés II. Tercer faraón del Imperio Nuevo de la Dinastía XIX de Egipto, y el más célebre, quizá...

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