Hola, soy Cristina Márquez y tengo algo que contar, si no hoy no estaría aquí.
Mi historia comienza una noche hace ya algunos años. Una de esas noches que para una persona joven, como era yo por entonces, significaban diversión, alegría y quién sabe si a lo mejor encontrar al hombre de mis sueños...
Ante todo iniciaré por describirme y lo haré, porque así lo deseo, de arriba abajo. Soy, creo que alta; pues mi estatura ronda el metro setenta y pico. De origen latino. Mis abuelos por parte materna eran sicilianos y del lado paterno caribeños. Mi cabello es negro, largo suelto y brillante, mis ojos almendrados, marrón muy claro, dicen que resultan bonitos. Tengo una nariz pequeña y puntiaguda y unos labios gruesos. Mi cuello es más bien largo, mis pechos sobrios, ni grandes ni pequeños. Eso sí, con unos pezones marroncitos que hacen la delicia de los chupetones. Poseo una estrecha cinturita que se cierra como un caño antes de dar paso a la exuberante esplendidez de mis caderas, y sobre todo de mis soberbias nalgas. Sí… Ahí radica el eterno problema y ya casi desgracia de mi variopinta existencia. Pues aunque me gustaría, no puedo evitar cada vez que salgo a pasear, que los ojos de los hombres se claven como dardos en una diana, sobre mí macizo y generoso trasero. Mis piernas son largas y bien formadas y me siento orgullosa de ellas. En cambio mi trasero representa mi más cruda debilidad y aquella noche, también lo fue.
No sé por qué se me ocurrió salir sola; de hecho, nunca jamás he vuelto a hacerlo. Recuerdo que era una noche del mes de julio con un calor agobiante que apenas dejaba respirar. Me notaba extraña, una serie de sentimientos entremezclados, por un lado soledad y por otro angustia, me cercaban en mi piso y pugnaban en mi interior. Podía, y de hecho creo que pude oler la secreción sexual de los hombres en la calle incitándome. Había multitud de machos, jaleaban cual elefantes en celo, y sin duda aguardaban con impaciencia la aparición de una musa dionisiaca que apaciguara y contuviera sus enfebrecidos y levantiscos ánimos.
No pude evitarlo. Lo hice de forma compulsiva. Creo que, aunque me resistiera, mi mente ya tenía el objetivo fijado de antemano: Los hombres.
Así que me vestí, me puse una blusa de seda beige, debajo un sujetador rojo que se traslucía de forma descarada. Me anudé la blusa a la cintura por encima del ombligo. A continuación me ajusté una falda plisada color negro, debajo una prenda interior a tono, unas medias del mismo color y unos zapatos de tacón que me elevaban siete centímetros, de modo que me ponía en el uno ochenta, ya que en cierta forma no pretendía esconder mi estatura sino al contrario, y elevarla para atrapar a un gran macho. Pues era eso lo que pretendía. ¿Cazar a un gran macho?
La cosa es que antes siquiera de plantearme en llamar a una sola amiga ya estaba sola en la calle, camino de un local donde yo sabía que habría muchos hombres.
Entré en el local. Interpretaba un grupo, nada en especial. Me fijé en la vocalista, era una mulata fina y delgada de aspecto delicado. De hecho, nada más reparar en su presencia me recordó mucho a Sade. Pero luego, de forma progresiva, fui vislumbrando en ella detalles que me fascinaron. Lo primero, su voz; se trataba de una voz aguda pero suave y con un tono de una dulzura y sutileza tal que provocó que me estremeciera hasta el punto de ponerme la carne de gallina. Además, destacaba por su estatura, era realmente alta; brasileña sin duda. Lo adiviné enseguida por el marcado acento de su voz.
Me acerqué a la barra, pedí una cerveza y cuando mis ojos comenzaron a adaptarse a la penumbra, comencé a ser consciente de la clase de ganado que rondaba por allí. A mi derecha había un negro alto y fuerte que no la tendría nada mal, aunque quizá exageradamente grande, pensé con sarcasmo. A mi izquierda descubrí a un teutón rubiancho y panzón: cervecero. Tampoco me convenció. Sin duda vi los ojos de unos cuantos hombres más, que con órganos enhiestos, imaginé, ansiarían acercarse a mi tesoro y poseerlo.
En cambio yo, asentándome en una banqueta, contra la pared, lo puse a buen recaudo, y me sentí por primera vez en toda la noche a gusto consigo mismo y mi absoluto dominio de la situación.
Conforme la velada discurría la música del grupo en lugar de perderse fue creciendo en intensidad y haciéndose sublime, hasta que llegado cierto momento me encontré totalmente entregada al repertorio de dulces melodías impregnadas de romanticismo y sensibilidad, que aquella mujer bella… bellísima, deshojaba con maestría.
A las tres y media de la madrugada, después de dos actuaciones repartidas con una hora de descanso, el grupo finalizó la actuación. Entonces yo, admirada, salí de mi estado de catarsis y corrí con emoción a felicitarla, y durante unos instantes, las dos juntas, sonrientes y animadas, como si ya nos conociéramos, nos fundimos en un inexpresable abrazo. Tras lo cual la invité a una cerveza y ella, Alexandra se llamaba, me propuso que la acompañara hasta su casa, pues según me dijo, allí daban un festejo.
En su casa se reunió un grupo de unas treinta personas. Había mucha variedad, sobre todo de hombres; estaban el negrazo y el teutón. Dos grandes machos dignos de mi, pensé con ardor.
Pero la cosa no discurrió tan bien, pues resultó que a eso de las cinco de la madrugada del teutón tan sólo quedaban despojos etílicos, en cuanto al negrazo… Aquel hombretón se acercó a mí cuando estaba echada sobre el sofá con expresión de aburrimiento, porque mi admirada anfitriona, mi adorable y querida Alexandra, se había ido a dormir dejándome en la más completa soledad.
El hombre andaba subido de tono, y solo necesitó formalizar un insinuante ademán al cual yo otorgué mi consentimiento. Y no es que yo sea una depravada o viciosa, no en vano aquella noche… Tal vez el extremo calor o quizá el alcohol ingerido me incitó a dirigirme de una forma que estaba fuera de mi propio control.
Me asió de ambas manos y tirando de mí me condujo a una habitación. Dentro estaba oscuro y yo ni idea de donde diantre estaba el interruptor de la luz; y él, supuse, tampoco. Pero ¡qué importaba! Si a fin de cuentas se trataba de hacerlo... De realizar una práctica que a veces me resulta muy satisfactoria y placentera, sin embargo en ocasiones, no acaba más que en burda pantomima de gestos y jadeos guturales que desembocan en una riada de un absurdo... nada.
De pronto me sentí muy acalorada, y sin pensarlo, me desabroché la falda con brío, me bajé las bragas, me incliné sobre lo que al tacto parecía ser la cama y presionando contra él le ofrecí mi lindo trasero para que lo disfrutara, mientras pensaba con resignación, aunque no sin cierto morbo ¿consciente o inconsciente? de mi clara intencionalidad: “Dale. Es todo tuyo. Lo conseguiste.”
Dos manos me sujetaron en la oscuridad por las caderas y a continuación fui penetrada con excitante facilidad y suavidad. Y ya no albergué dudas ¡sabía lo que se hacía! Un jadeo suave y progresivo, un movimiento que se hizo acompasado, perfecto y preciso, hasta convertirse en un concierto de sintonías: Las mías, desaforadas, y las de él casi imperceptibles pero a la vez magistrales, y ¡allí estábamos ambos! fundidos en uno solo, sudando las humedades de nuestras sufridas vidas interiores. El aroma de su colonia me envolvió de una forma suave y balsámica, igual que el perfume de una mujer. Y a continuación su resuello y su eyaculación enérgica, intensa, sublime… Temblé de turbación y comencé a gemir a llorar y a gritar de pasión, de placer, de complacencia. Entonces le dije que lo amaba, que siempre lo amaría. Que lo hacía como las rosas y que no podía ser un hombre sino una flor delicada quien así me hacía el amor. Se detuvo. Hubo un extraño silencio.
«Contesta » le dije. “Di algo.” Le supliqué.
“¿Me amas?” Le pregunté. “¿Me amas?” Volví a preguntar.
De pronto la luz se encendió y ante mí estaba… la bella, frágil y excelsa Alexandra. La gran Alexandra que de pronto resultó ser… ¡Alejandro! O al menos eso dijo a continuación. Sí, él también me amaba, prosiguió asegurando.
Entonces y solo entonces me di cuenta del error, de la desgracia. ¡Yo no había amado a Alejandro sino a Alexandra! ¡A Alexandra! La bella y tierna Alexandra.
Eché a correr. Salí de la casa sin siquiera volver la vista atrás; tropezándome y cayendo. Huí, escapé de las garras del hombre que se ocultaba tras el bello semblante de la tierna y adorable mujer, Alexandra.
Y así ocurrió. Yo, Cristina Márquez fui objeto de una… ¡violación! Pues nunca lo quise. De hecho y de haberlo sabido de antemano ¡jamás hubiera consentido que Alejandro me pusiera una mano encima! Aunque creo que fue culpa mía y de mi ingenuidad, caí en un absurdo engaño.
Ahora ya lo saben. Eso es todo y así resultó. Soy y he sido una mujer execrable. ¡Pero no! Aunque lo crean ahí no acaba todo. Les diré algo muy personal. Sí, Yo, Cristina Márquez confieso:
Pese a lo sucedido, y lo que tuve que sufrir para decidirme a dar a luz el hijo que llevaba dentro, y a su renuncia, al rechazo y negativa de Alejandro a considerarse el padre de su hija: Alexandra, aún hoy sigo soñando todas las noches y empapándome con ella, con mi adorada y celestial Alexandra…
José Fernández del Vallado. Josef. Agosto 2008.
Mi historia comienza una noche hace ya algunos años. Una de esas noches que para una persona joven, como era yo por entonces, significaban diversión, alegría y quién sabe si a lo mejor encontrar al hombre de mis sueños...
Ante todo iniciaré por describirme y lo haré, porque así lo deseo, de arriba abajo. Soy, creo que alta; pues mi estatura ronda el metro setenta y pico. De origen latino. Mis abuelos por parte materna eran sicilianos y del lado paterno caribeños. Mi cabello es negro, largo suelto y brillante, mis ojos almendrados, marrón muy claro, dicen que resultan bonitos. Tengo una nariz pequeña y puntiaguda y unos labios gruesos. Mi cuello es más bien largo, mis pechos sobrios, ni grandes ni pequeños. Eso sí, con unos pezones marroncitos que hacen la delicia de los chupetones. Poseo una estrecha cinturita que se cierra como un caño antes de dar paso a la exuberante esplendidez de mis caderas, y sobre todo de mis soberbias nalgas. Sí… Ahí radica el eterno problema y ya casi desgracia de mi variopinta existencia. Pues aunque me gustaría, no puedo evitar cada vez que salgo a pasear, que los ojos de los hombres se claven como dardos en una diana, sobre mí macizo y generoso trasero. Mis piernas son largas y bien formadas y me siento orgullosa de ellas. En cambio mi trasero representa mi más cruda debilidad y aquella noche, también lo fue.
No sé por qué se me ocurrió salir sola; de hecho, nunca jamás he vuelto a hacerlo. Recuerdo que era una noche del mes de julio con un calor agobiante que apenas dejaba respirar. Me notaba extraña, una serie de sentimientos entremezclados, por un lado soledad y por otro angustia, me cercaban en mi piso y pugnaban en mi interior. Podía, y de hecho creo que pude oler la secreción sexual de los hombres en la calle incitándome. Había multitud de machos, jaleaban cual elefantes en celo, y sin duda aguardaban con impaciencia la aparición de una musa dionisiaca que apaciguara y contuviera sus enfebrecidos y levantiscos ánimos.
No pude evitarlo. Lo hice de forma compulsiva. Creo que, aunque me resistiera, mi mente ya tenía el objetivo fijado de antemano: Los hombres.
Así que me vestí, me puse una blusa de seda beige, debajo un sujetador rojo que se traslucía de forma descarada. Me anudé la blusa a la cintura por encima del ombligo. A continuación me ajusté una falda plisada color negro, debajo una prenda interior a tono, unas medias del mismo color y unos zapatos de tacón que me elevaban siete centímetros, de modo que me ponía en el uno ochenta, ya que en cierta forma no pretendía esconder mi estatura sino al contrario, y elevarla para atrapar a un gran macho. Pues era eso lo que pretendía. ¿Cazar a un gran macho?
La cosa es que antes siquiera de plantearme en llamar a una sola amiga ya estaba sola en la calle, camino de un local donde yo sabía que habría muchos hombres.
Entré en el local. Interpretaba un grupo, nada en especial. Me fijé en la vocalista, era una mulata fina y delgada de aspecto delicado. De hecho, nada más reparar en su presencia me recordó mucho a Sade. Pero luego, de forma progresiva, fui vislumbrando en ella detalles que me fascinaron. Lo primero, su voz; se trataba de una voz aguda pero suave y con un tono de una dulzura y sutileza tal que provocó que me estremeciera hasta el punto de ponerme la carne de gallina. Además, destacaba por su estatura, era realmente alta; brasileña sin duda. Lo adiviné enseguida por el marcado acento de su voz.
Me acerqué a la barra, pedí una cerveza y cuando mis ojos comenzaron a adaptarse a la penumbra, comencé a ser consciente de la clase de ganado que rondaba por allí. A mi derecha había un negro alto y fuerte que no la tendría nada mal, aunque quizá exageradamente grande, pensé con sarcasmo. A mi izquierda descubrí a un teutón rubiancho y panzón: cervecero. Tampoco me convenció. Sin duda vi los ojos de unos cuantos hombres más, que con órganos enhiestos, imaginé, ansiarían acercarse a mi tesoro y poseerlo.
En cambio yo, asentándome en una banqueta, contra la pared, lo puse a buen recaudo, y me sentí por primera vez en toda la noche a gusto consigo mismo y mi absoluto dominio de la situación.
Conforme la velada discurría la música del grupo en lugar de perderse fue creciendo en intensidad y haciéndose sublime, hasta que llegado cierto momento me encontré totalmente entregada al repertorio de dulces melodías impregnadas de romanticismo y sensibilidad, que aquella mujer bella… bellísima, deshojaba con maestría.
A las tres y media de la madrugada, después de dos actuaciones repartidas con una hora de descanso, el grupo finalizó la actuación. Entonces yo, admirada, salí de mi estado de catarsis y corrí con emoción a felicitarla, y durante unos instantes, las dos juntas, sonrientes y animadas, como si ya nos conociéramos, nos fundimos en un inexpresable abrazo. Tras lo cual la invité a una cerveza y ella, Alexandra se llamaba, me propuso que la acompañara hasta su casa, pues según me dijo, allí daban un festejo.
En su casa se reunió un grupo de unas treinta personas. Había mucha variedad, sobre todo de hombres; estaban el negrazo y el teutón. Dos grandes machos dignos de mi, pensé con ardor.
Pero la cosa no discurrió tan bien, pues resultó que a eso de las cinco de la madrugada del teutón tan sólo quedaban despojos etílicos, en cuanto al negrazo… Aquel hombretón se acercó a mí cuando estaba echada sobre el sofá con expresión de aburrimiento, porque mi admirada anfitriona, mi adorable y querida Alexandra, se había ido a dormir dejándome en la más completa soledad.
El hombre andaba subido de tono, y solo necesitó formalizar un insinuante ademán al cual yo otorgué mi consentimiento. Y no es que yo sea una depravada o viciosa, no en vano aquella noche… Tal vez el extremo calor o quizá el alcohol ingerido me incitó a dirigirme de una forma que estaba fuera de mi propio control.
Me asió de ambas manos y tirando de mí me condujo a una habitación. Dentro estaba oscuro y yo ni idea de donde diantre estaba el interruptor de la luz; y él, supuse, tampoco. Pero ¡qué importaba! Si a fin de cuentas se trataba de hacerlo... De realizar una práctica que a veces me resulta muy satisfactoria y placentera, sin embargo en ocasiones, no acaba más que en burda pantomima de gestos y jadeos guturales que desembocan en una riada de un absurdo... nada.
De pronto me sentí muy acalorada, y sin pensarlo, me desabroché la falda con brío, me bajé las bragas, me incliné sobre lo que al tacto parecía ser la cama y presionando contra él le ofrecí mi lindo trasero para que lo disfrutara, mientras pensaba con resignación, aunque no sin cierto morbo ¿consciente o inconsciente? de mi clara intencionalidad: “Dale. Es todo tuyo. Lo conseguiste.”
Dos manos me sujetaron en la oscuridad por las caderas y a continuación fui penetrada con excitante facilidad y suavidad. Y ya no albergué dudas ¡sabía lo que se hacía! Un jadeo suave y progresivo, un movimiento que se hizo acompasado, perfecto y preciso, hasta convertirse en un concierto de sintonías: Las mías, desaforadas, y las de él casi imperceptibles pero a la vez magistrales, y ¡allí estábamos ambos! fundidos en uno solo, sudando las humedades de nuestras sufridas vidas interiores. El aroma de su colonia me envolvió de una forma suave y balsámica, igual que el perfume de una mujer. Y a continuación su resuello y su eyaculación enérgica, intensa, sublime… Temblé de turbación y comencé a gemir a llorar y a gritar de pasión, de placer, de complacencia. Entonces le dije que lo amaba, que siempre lo amaría. Que lo hacía como las rosas y que no podía ser un hombre sino una flor delicada quien así me hacía el amor. Se detuvo. Hubo un extraño silencio.
«Contesta » le dije. “Di algo.” Le supliqué.
“¿Me amas?” Le pregunté. “¿Me amas?” Volví a preguntar.
De pronto la luz se encendió y ante mí estaba… la bella, frágil y excelsa Alexandra. La gran Alexandra que de pronto resultó ser… ¡Alejandro! O al menos eso dijo a continuación. Sí, él también me amaba, prosiguió asegurando.
Entonces y solo entonces me di cuenta del error, de la desgracia. ¡Yo no había amado a Alejandro sino a Alexandra! ¡A Alexandra! La bella y tierna Alexandra.
Eché a correr. Salí de la casa sin siquiera volver la vista atrás; tropezándome y cayendo. Huí, escapé de las garras del hombre que se ocultaba tras el bello semblante de la tierna y adorable mujer, Alexandra.
Y así ocurrió. Yo, Cristina Márquez fui objeto de una… ¡violación! Pues nunca lo quise. De hecho y de haberlo sabido de antemano ¡jamás hubiera consentido que Alejandro me pusiera una mano encima! Aunque creo que fue culpa mía y de mi ingenuidad, caí en un absurdo engaño.
Ahora ya lo saben. Eso es todo y así resultó. Soy y he sido una mujer execrable. ¡Pero no! Aunque lo crean ahí no acaba todo. Les diré algo muy personal. Sí, Yo, Cristina Márquez confieso:
Pese a lo sucedido, y lo que tuve que sufrir para decidirme a dar a luz el hijo que llevaba dentro, y a su renuncia, al rechazo y negativa de Alejandro a considerarse el padre de su hija: Alexandra, aún hoy sigo soñando todas las noches y empapándome con ella, con mi adorada y celestial Alexandra…
José Fernández del Vallado. Josef. Agosto 2008.
21 libros abiertos :
Acá estoy, en tu nueva casa...
Hermosa por cierto!!!!
besotes!
Preciosa tu nueva casa... :)
Aquí te seguimos, tus cuentos siempre atrapan!
Un beso Josef!
que increible la historia que hoy nos cuentas
si hay algo espantoso en esta vida, es la violación
debe ser atroz ser tomada a la fuerza y hacerlo con quien no quieres
los violadores son personas enfermas en esta sociedad
amigo esta muy lindo este blog, te felicito
gracias por tus bellos saludos
que estes muy bien, un abrazo grande
besitos
besos y sueños
Creo que, tanto Cristina como Alexandra estaban metidas en un cuerpo que no les pertenecía...
Las cosas que pasan por no encender la luz.
Como siempre, tus relatos son geniales y este, además, ardiente.
Un abrazo
Ya estoy aquiiiiii, jajaja...
Bonita historia, en tu nivel ;)
Muuuuuacks!
Un poco rara la historia, quería a Alexandra o no la quería? Creo que no fue una violación, ya que ella entregó su trasero de oro, lo que si, fue engañada pero no violada, violación es algo que pasa sin nuestro consentimiento, pero en fin..... sin duda una historia contemporánea, moderna, actual..
Así es la vida, a veces.
Un beso y tu blog está lindo y la música sublime!
Me sorprende gratamente tu blog. Éste es un excelente relato. Muy bueno.
Te agradezco enormemente la visita que me hiciste. Voy a seguir investigando, con tiempo, tus otros espacios.
Un abrazo.
gracias josef, me alegra que te gustara el post.
me quede pensando en lo de tu blog tal vez te puedo dar una mano
pasame en un txt de blog de notas el codigo de la plantilla y dejame verlo
tal vez mi profesor me ayuda un poco.
Ya se que te hiciste otro pero bueno te podría quedar este más prolijo. NO creo que sea muy complicado.
Y me vendría bien como practica.
mi msn es veromedina_@hotmail.com me agregas si queres y coordinamos bien.
besos
La violación es un hecho que resulta aberrante. Me ha encantado tu nuevo blog. Es precioso
...iba demasiado sensual, erótico y ZAS! un magistral final inesperado.
Por suerte no me ha pasado jajaja.
Un abrazo Josef.
P.D. Siento mucho lo de tu blog anterior, igual, aquí estamos...
Una historia sugerente e impactante...sobre todo por la confusión, se ve que las apariencias engañan, y no es oro todo lo que reluce...
Como ves no nos ha resultado demasiado difícil dar con tu nueva casa.
Un abrazo:)
Pensar que la vida es tan parecida a este relato...
Se puede estar atentos?
Gracias por pasar por allá y de verdad, me uno a las felicitaciones. Sólo que hagas la letra con mas contraste. Cuesta leer, por lo menos a mí, que estoy chicate! ja!
Un abrazo!
Que buen relato, intenso, mucho.
Las confesiones siempre tienen algo de misterio.
Linda tu casa inmersa en calidez.
Un fuerte abrazo.
MaLena.
Alexandra, Alejandro,y ella. Detras de ellos la entrega total. Me encanto tu relato.
Por acá sigo leyendote Josef, algo enredado este cuento, y bastante hot, veo que te gustan las orochas, jaja, no es la primera vez que describes a una.
un beso josef
Pd: Me es algo dificil leer porque los colores del fondo y las letras soin muy similares, no sé si soy la única a la que le pasa :(-
Ardiente y sensual relato Josef para esta tu nueva casa. El relato tiene su miga. Las confusiones, el deseo, la identidad, el sexo.
Me ha gustado.
Un abrazo de Mos desde la ESFERA.
Hola JOsef! aquì comienzo a leerte en este sitio!
te dejo un abrazo enorme y gracias por acompañarnos a mì y a mi familia en este trance con Muni.
Mi Muni pareciera estar mejor, ojalà dure!
mil besos!
Increíbles descripciones!!! Con estas mujeres tan voluptuosas. No puedo ser tan seria Josef,jajajaja espero que no hayas escuchado cómo lo he disfrutado, al máximo, y bueno Cristina realmente pasó momentos memorables que aunque le dejara un vivo recuerdo, le refuerza la imagen de Alexandra. Eres un genio. Una maravilla tus relatos!!! Un abrazo.
Vaya!!!
Te seré sincera José [imagino eres moderato], no me había sucedido, siempre que leo todo se proyecta y también los posibles finales, el desenlace ha sido inesperado, mis felicitaciones, es un relato increíblemente excelente, me ha encantado llegarme hasta tus raíces y descubrir esta maravilla, tu imaginación es extraordinaria.
Un beso
Gracias Ame.
Tengo otros erótico que seguro te gustará mucho más. Para mi gusto es el mejor que he escrito. se llama: "Esencia de Almendras amargas."
Un beso.
Prometo pasarme mañana a tu espacio y buscarlo, tengo día total y completamente libre y para mi :)
Un beso y gracias
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