La Avenida, sembrada de vehículos;
aparatosos embotellamientos y accidentes. Motos de todas las cilindradas y
rickshaw, a pedales o empujados por un motor de un cilindro. Miradas
extraviadas de millones de orientales atareados, sin cesar de trabajar un
instante. Diego, en cambio, caminaba despacio. En aquella ciudad tumultuosa se
sentía enterrado.
No volvería a la oficina en su país.
Tampoco al lugar donde nació. Si deseaba mantenerse con vida, debía tener
presente un factor: Había roto la Omerta y desde entonces, todo había dejado de
existir: amistades, parientes y familia. Inmerso en el plan de protección de la
Agencia Central de Inteligencia, disponía de tiempo a su antojo. Y podía
soportar cualquier cosa, excepto un pormenor: La muerte de Emilia.
Había sobrevivido. Al principio sintió
como si hubiera vuelto a nacer, pero cuando se recuperó y comenzó a vagar disipado
por la metrópoli, se dio cuenta; no conectaba con los orientales, no le gustaban, y sus mujeres tampoco. ¿Era discriminatorio?
No lo creía. Se acostaba y coexistía con ellas, pero seguía sin entenderlas.
Una noche subió al barrio alto. Alguien
le dijo que allí había mujeres de otra clase. Las descubrió
tras dar varias vueltas por locales embozados en falsa opulencia. Una llamó su
atención. Permanecía junto a la barra; la tez pálida, el aspecto fatigado, el
bolso con las asas trabadas sobre el codo plegado, los cabellos castaños y la mirada
extraviada, como su belleza de apariencia cohibida.
Se acomodó junto a ella y se dio cuenta.
No buscaba sexo, ni siquiera conversación, necesitaba una presencia – tal vez
cálida – a su lado. Tras una hora de silencio, sin despedirse, se levantó y la
dejó.
Condujo hasta lo alto de la colina y se
detuvo; amanecía. Abajo, cercando el río, los rascacielos de metal despedían
aureolas anaranjadas. Vio crecer un sol ocre y deforme; se completó junto a las
cortinas grises del horizonte sucio de smog. Su boca conservaba el gusto amargo
del licor, ansiaba seguir bebiendo y caer extenuado. Pensaba en ella,
sabiéndolo de antemano: La había perdido...
Sin detenerse condujo hasta la casa.
Estacionó y entró. La salamandra todavía avivaba el interior. Accedió al dormitorio:
mantas, muebles, objetos; todo se lo había llevado a aquel lugar sin alma, que
para su sorpresa, conservaba el aroma inconfundible de Emilia. Hacía un año
estaban sonriéndose, se besaban, y hacían el amor...
Se levantó y caminó hasta el aparador,
la botella de aguardiente que compraron en algún lugar, estaba en la vitrina. Abrió
la cristalera, la cogió y bebió. Su sabor amargo tampoco le hizo olvidar los
años transcurridos. De forma brusca giró, se asomó a la ventana y centró su mirada
en el amanecer de tonalidades grises. Destrozado, se dejó caer sobre el sofá;
suspirando sacó su revólver de la sobaquera, lo puso sobre la sien y lo
amartilló.
El tintineo de la campanilla lo detuvo.
Con cierta cautela bajó la escalera y abrió. Un agente de la Agencia Central
lo saludó; debía de acompañarlo, dijo con parquedad. Subió al coche de
cristales ahumados, y comenzó a recordar...
***
La primera vez
que la vio alzarse sobre el trampolín de la piscina del Hotel Carlos V,
advirtió algo diferente en Emilia. Quizá la forma de sonreír, su físico de apariencia
delicada, o sus ojos verdes, que contemplaban el entorno solazados, sin miedo
al vacío. Su estilo de salto en apariencia desgarbado, culminaba con una
entrada limpia en las aguas cristalinas. No ganó. Quedó tercera en la
competición de salto. Mejor para Diego, quien opinaba que el primer premio era
para el recomendado, el segundo para el mejor entre los peores, y el tercero,
para el indiscutible vencedor.
Ese atardecer,
la conoció. Los presentaron en el concierto de música clásica, respaldados tras
un bullicio de violines, violonchelos y piano. Tras entablar conversación, lo
demás pasó a un segundo plano.
Esa noche,
después de degustar una considerable ración de alcohol, ambos se encontraron
bajo el mismo edredón. Abrazándose a él Emilia susurró a su oído vocablos cautivadores.
Diego sintió un escalofrío, su corazón se disparó y latió acelerado.
A la mañana
siguiente su móvil sonó y oyó la voz del patrón, Benedetto. Algo había ido mal
en el canódromo. Disgustado no tuvo más remedio que salir. Emilia aún estaba en
la cama. La besó, bajó a la calle y tomó un taxi que lo dejó junto a un portal
de la Vía Carpetana.
Tras acceder al
edificio le informaron que delincuentes rumanos habían asaltado la caja con la
recaudación semanal. Amarrados a unas sillas, espalda contra espalda, se hallaban
dos de los implicados. Se fijó en ellos; eran chavales. No tenía prisa, le
habían arruinado el plan con Emilia y se encargarían de hacérselo pagar.
Volviéndose a Ramón, le preguntó.
—¿Han hablado?
—Lo de siempre.
No saben nada.
Caminó hacia el primer cautivo, abrió su cigarrera de plata y le ofreció un cigarrillo.
Con las manos esposadas, el sujeto se dispuso a tomarlo. Bruscamente cerró la
tapa pillándole los dedos. Su grito de dolor se trocó en gemido al recibir un
culatazo. Pasó al siguiente, le levantó la cabeza, lo abofeteó y preguntó.
—¿Recuperamos
ya la memoria?
El infeliz
tenía la nariz fracturada, y al respirar producía un silbido que sonaba como el
pitido de una olla. Alzó la cabeza. Su boca se entreabrió y dejó escapar un
susurro.
—No sé nada.
Diego lo miró con
curiosidad. Era duro de pelar, pero no más que otros. Acercó su cara e
inquiriendo, repitió.
—¿Estás seguro?
—Sí...
—¿Tu nombre?
—Marius...
—Bien Marius.
¿Esa es tu respuesta?
—Sí.
Salió de la
habitación, se fumó un cigarrillo. Volvió, se acuclilló y le dijo.
—Bien. ¿Tienes
algo nuevo qué contar?
Con una
lentitud rayana en lo imposible, el chico hizo una mueca y lanzó un gargajo que
acertó de lleno en la cara de Diego.
Se incorporó,
pidió agua y una toalla y una vez aseado, le dijo.
—Te lo has
buscado. ¡Te vas a enterar...!
Le quitó los
zapatos. Sacó el mechero, ordenó que le alzaran las piernas y lo encendió bajo
las plantas. El chico aguantó unos segundos antes de comenzar a implorar.
Tras largar, se
los llevaron y los soltaron.
Ramón, le dijo.
—Deberías haber
acabado con ambos.
Diego, inflexible,
contestó.
—¿Para qué? Quienes
acabarán con ellos serán sus amigos.
Inclinándose
sobre la mesa, el secuaz abrió una maleta y le mostró el dinero recuperado. Mirando
absorto por la ventana, Diego ni se fijó.
El cómplice lo estudió
con atención, y le dijo.
—Te encuentro
diferente.
Se volvió –
parecía incómodo. – Preguntó.
—¿Por qué piensas
eso?
—Los dejaste
marchar. Antes no lo habrías hecho.
Regresó a la
ventana y permaneció impertérrito.
—Dime ¿cómo es
la avecilla afortunada?
—Mejor estás
sin saberlo...
—¿Desconfías de
mí?
—Desconfío de
cualquier humano.
Hubo una pausa.
Luego, Ramón pronunció.
—Éste de ahora,
sí eres tú.
***
Emilia y Diego
se casaron y recorrieron Italia. En Venecia visitaron San Marcos, el Campanile,
el Palacio Ducal, el imponente puente Rialto. Luego fueron a Pisa y
contemplaron la asombrosa Torre Pendente. Prosiguieron hacia el sur hasta
llegar a Nápoles. Se amaron en el parque Capodimonte, visitaron Pompeya.
Una mañana, su
patrón lo llamó.
Displicente, Diego no tuvo más remedio que salir. Emilia aún estaba en la cama. La besó y bajó. El chófer detuvo el sedán junto a una mansión a las afueras de Nápoles.
Displicente, Diego no tuvo más remedio que salir. Emilia aún estaba en la cama. La besó y bajó. El chófer detuvo el sedán junto a una mansión a las afueras de Nápoles.
Lo recibieron
en un salón con lámparas de araña y mármoles de Carrara. Un hombre, se presentó
como Edoardo Contini, (luego sabría que era el jefe de la camorra) mientras
obsequiaba al personal con bebida y deliciosos canapés, pronunció un discurso en
el que resaltó la importancia de la unidad, pero ante todo, la lealtad. Brindaron, y
deseándoles fortuna y salud, despachó al medio millar de personas procedentes
de todos los rincones del mundo.
Volvieron a
Madrid. Destinaron a Diego al hipódromo. Era el encargado de que el negocio de
apuestas funcionara. La organización sacaba más de un quince por ciento de los
envites en carreras de caballos, ofrecían buenas oportunidades para el lavado
de dinero. Se habían creado circuitos para organizar la recompra sistemática de
los tickets ganadores a sus titulares legales.
Acompañados por
sus guardaespaldas, Emilia y Diego se dejaban ver en el palco presidencial
junto al alcalde y otras celebridades. Pero jamás proclamaban sus nombres y
nadie conocía la hora en que se dejarían caer en el hipódromo y menos, el tiempo
de permanencia.
Dentro de su estatus
social, llevaban una vida estándar. Las fastuosas fiestas en la Moraleja y
otros lugares del mundo, pertenecían a ambos. Las escapadas a Marbella, Niza o
Las Vegas, formaban parte de los negocios. Con la mafia rusa debía tener tacto;
eran individuos brutales. Con los jeques convenía
hablar de negocios o de arte; les agradaba que uno estuviera cercano, desde un
punto de vista, estrictamente económico.
Cierto día
Emilia, en el pórtico de recibimiento del hipódromo, encontró unas amigas. Se
entusiasmó tanto que Diego ordenó a los guardaespaldas que se retirasen unos
instantes, y se dejó arrastrar junto a ellas a los palcos de la Sociedad de
Carreras de Caballos. No había ocupado aquellas plazas destinadas a la muchedumbre,
desde su época de adolescente. Se sentó junto un grupo de jóvenes; bebían
cerveza y presenciaban solazados el desarrollo de una carrera que para él ya
estaba decantada: Ganaría el número seis. El doce, el favorito, perdería por
caída del jockey.
Sin esperarlo, su mente retrocedió décadas, y revivió
los tiempos en que comenzó a trabajar en el dispositivo inferior de la mafia.
Por entonces, él y otros adolescentes eran los encargados de hacer desaparecer
evidencias. Rememoró los cadáveres mutilados que habían acarreado y arrojado en
los desagües del alcantarillado. En ese instante y por primera vez en su vida,
se sintió francamente asqueado.
La galopada terminó.
Enardecida la multitud se levantó de los asientos.
De súbito el
bullicio reinante pasó a un segundo plano, de forma instintiva y gradual su
visión seleccionó entre la concurrencia y lo encontró; de pie, con el magnum
con silenciador, detenido a unos cinco metros por debajo. El rostro sagaz del
individuo se alojó en su mente con firmeza y le causó un dolor inhumano.
Ascendió de dos
en dos los escalones, se detuvo a su altura y con el odio transfigurando su rostro
puso el revólver sobre su sien. Con una sonrisa perfilando el contorno de sus
facciones, se inclinó sobre él y le dijo.
—¿Recuerdas?
Soy Marius...
Cansado, Diego
aceptó su destino. Oyó un repiqueteo, sesgó la mirada y la vio. Era Emilia. Con
gesto desencajado bajaba por las gradas hacia él. Alarmado, supo lo que iba a suceder, la asesinaría también. Sintió impotencia y consternación. Extendió
los brazos y trató de contenerla. Consciente de la amenaza, esgrimiendo un
objeto punzante, Emilia se enfrentó al delincuente. Los disparos sonaron a botella descorchada, y
se alojaron en ella. Alzó la mirada y a la vez que trataba de profundizar en
aquellos ojos verdes, la oyó musitar.
—Desgraciado...
Herido de gravedad,
el agresor dio un traspié y se derrumbó.
La abrazó y aturdido
se contempló empapado en sangre y asumió la situación. Al interponerse entre él
y el agresor, acababa de salvarlo. Caminó hasta la parte superior de las
gradas, depositó su cuerpo con cariño y desfallecido, perdió el conocimiento…
***
Salió de su
abstracción. Estaban en la Terminal de vuelos Internacionales. Un agente lo
acompañó a la cafetería. Molesto, preguntó.
—
¿Qué desean ahora?
El hombre
extendió los brazos y señaló. Sentada a una mesa una persona permanecía de
espaldas. Elevó el sombrero de ala ancha y unos cabellos castaños cayeron sobre
su espalda, giró y al reconocerla, dejó escapar una exclamación. ¡Era Emilia! Entusiasmada,
con las mejillas llenas de lágrimas,
se volvió hacia él, se lanzó a
su cuello y se besaron con una ansiedad sólo superada por su inmensa alegría.
Tras sobrevivir
y recuperarse, por decisión propia había aceptado involucrarse y juntos,
afrontar las inclemencias de la nueva vida.
José fernández del Vallado. josef. julio 2012.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
15 libros abiertos :
He decidido poner esta entrada. Se trata de un relato que he arreglado y presentaré a un certamen.
A ver qué tal os parece...
Un saludo a todos.
Feliz verano.
Estupendo Josepf. Cuantas historias empiezan entre violines, violonchelos y pianos, aunque no todas terminan con un final feliz.
Un gusto pasar por aquí después de un tiempito.
Abrazos cariñosos
Un relato emocionante,bién complementado, en ningún momento decae, tus descripciones apropiadas como ya es costumbre. Mucha suerte! Besos!
Eres un excelente creador de ambientes! El relato, magnífico.
Un abrazo.
A mi me ha gustado mucho. Sabes darle la atmosfera adecuada a cada situación.
Suerte!
A mí me ha gustado mucho, José, y me encanta que se rompa con la 'regla' de menos es más en los blogs, hay que subir textos más extensos.
Un abrazo.
HD
qué fantástico Josef... terminó bien, me encanta que terminen bien las historias...
siempre es magnífico leerte, un beso grande siempre por todas tus palabras
Una mujer dispuesta al riesgo por amor, me encanta, cada detalle del texto me sabe a peligro, riesgos, glamour ;) etc.
Besos mentales.
Muy bien,
me ha encantado,
seguro que ganas algún premio
con él,
un abrazo
História emocionante com um final surpreendente... amei!
¸❤✿•.¸
♥ Bom domingo! Boa semana!
♡ Beijinhos.
Brasil
Convido você para ver o meu jardim...
Pues a mí me parece, que si no ganas, es porque son obtusos. Es un relato perfecto y precioso.
Suerte, Josef.
Muaks!
Tengo que reconocer que el género negro no es de mi pasión. Tu relato se lee muy bien pero está muy apretujado. Creo que los ritmos del relato cambian de muy "tiempo real" a resúmenes. Sospecho que esta historia daría para bastante más páginas. En definitiva, para mí que tienes un acertado armazón que quizás debieras trabajar más.
Venga, un abrazo y nos leemos.
Tengo la sensación de haberlo leído con anterioridad en tu página. Puede ser? Un relato intersante y con buena intriga. Abrazos.
Estupendo relato, Josef, como siempre.
Yo me tomo un pequeño receso bloguero hasta septiembre. Espero que pases un buen verano.
Un beso. Nos leemos a mi vuelta.
Como siempre nos regalas excelencia con este relato...enhorabuena por tu participación en el certamen...un beso Josep
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