lunes, septiembre 19, 2011

La Buhardilla.


Imagen tomada de Internet.



Era más de medianoche y fuera del restaurante soplaba una brisa ligera y refrescante. Tras acompañar a la salida a los últimos clientes encendí un cigarrillo y me detuve con aire de hastío junto a la puerta. Lo entendía. Hacía tiempo que mi vida no funcionaba. Como único consuelo tenía a Davinia.
Davinia, impartiendo sin descanso lecciones sobre las líneas de energía positiva o negativa del Feng Shui. Aquello como primer frente de sabiduría y después, las posiciones del Kamasutra. Y sin embargo, pese a mis esfuerzos, era incapaz de adoptar aquellas poses ridículas; sinceramente, no me seducían. Yo era un hombre sencillo y solo sabía amar de una forma: La que estaba regida por mi instinto. Hacía ya tanto tiempo que había experimentado la locura del amor que creía haberlo enterrado para siempre. En franqueza. Me sentía viejo y algo acabado. Mi negocio apenas funcionaba, mi familia no estaba para mí, y mis relaciones de amistad se estancaron maceradas en interminables charlas insípidas.
Entonces, una mañana, mi móvil sonó. Contesté y envolviendo mis casi atrofiados tímpanos, escuché aquella voz maravillosa, en la brevedad de los segundos se expandió por todo mí ser como un destello de belleza. Se llamaba Ximena. Superado el primer minuto mi espíritu consumido revivió desde su más podrido centro hacia fuera, abriéndose como el tímido capullo de una flor. Estaba interesada por el piso, me dijo, en realidad la buhardilla que alquilaba a las afueras, lugar donde una vez viví con la persona a quien amé. La vivienda estaba sucia y sin adecuar, no disponía de medios y menos del interés necesario para acercarme a donde se produjo el accidente de mi vida que tras abrasarme, disipó mis ánimos de seguir luchando.
No la detuve. Sin encontrarme capaz de rechazar el influjo de su voz quedé con ella al atardecer del día siguiente.
Al otro día no todo funcionaba como era debido, resultaba inevitable. Según me acercaba al lugar los pálpitos de mi corazón se aceleraban. Tras bajar del autobús, de forma deliberada me acerqué con sigilo.
Nada más abrir la puerta recibí la sorpresa. La buhardilla ¿olía a limpio? Una preciosa voz de mujer colmó el ambiente y me invitó a pasar al salón. Me acerqué a ella y entreví su perfil de mediana estatura. Con voz temblorosa, sometida más que por el miedo por la timidez, me explicó que había accedido al piso porque había encontrado abierta la puerta, y añadió que algunos sujetos indeseables lo utilizaban para colocarse de crack. Le había impresionado el lugar y sobre todo las vistas. Entendía perfectamente que mi ceguera hubiera desembocado en aquel desastre. A continuación, añadió, “Un hombre ciego sin ayuda habría sido incapaz de arreglar todo esto...” Herido en el sentimiento, respondí. “No estoy ciego... del todo. Distingo perfiles.” Hubo unos instantes de silencio, finalmente dijo. “Ah, bien. En ese caso podrá usted distinguir el mío...” Contesté. “Sí ya lo he apreciado y dígame ¿qué es usted? ¿Yo? ¡Un ángel endemoniado. Como se le ha ocurrido cometer la locura de limpiarlo.” Sonrió y me respondió “Porque se lo pienso alquilar.”
No quiso aceptar mi oferta de salir a tomar un café. Hablamos de forma amistosa, redondeando el precio del alquiler. Me fui con la fianza en el bolsillo, el aroma de Ximena acogotando mis papilas olfativas y la dulzura, casi hipnótica, de su voz dentro de mí.
Esa misma noche me sucedió por primera vez. Estaba tendido en mi camastro cuando percibí la presencia junto a mí. Era una mujer. La miré a los ojos y pude verla – no sabría asegurar si era un sueño o estaba despierto ¡pero veía! – Y vi sus cabellos rubios. Se ondulaban al tiempo que su cabeza se agitaba mediante imperceptibles movimientos espasmódicos. Una brisa fresca de septiembre entraba por la ventana y saturaba el recinto con un aroma a damadenoche que se destiló con la exhalación de hormonas rebosantes de endorfina. No supe encontrar belleza en ella, en cambio, corazonadas salvajes me sumieron en un estado de pasión perturbador y fantástico. Volvía a ser joven, regresaba a la plenitud de mi forma, y sobre todo, a experimentar la intensidad con que unas conexiones nerviosas de axones limpios y pujantes se concentran y tienden puentes que cruzan, suben y bajan, recorriendo el camino que discierne entre placer y sumo placer...
Me sucedió así durante un par de meses. Me despertaba tan saciado de sexo y amor, que cuando Davinia se ofrecía a mí no era capaz de exteriorizar el más leve gimoteo de ilusión.
Súbitamente las ensoñaciones cesaron. El mismo día que me sucedió un aureolita o un reloj implantado en mi interior me impulsó a visitar a Ximena.
No entendí y tampoco me hice preguntas acerca del porqué procedí de forma tan anormal. Pero tomé un autobús a las once de la noche, en una línea peligrosa, y cuando llegué ya era casi medianoche.
Inmerso en un horror irreal evidentemente real, tropezando con cuerpos ensangrentados entré en el edificio. Subyugado por un silencio antinatural ascendí las escaleras hasta alcanzar la buhardilla. La puerta estaba astillada. En el salón tropecé con los restos de unos cinco cadáveres más, todos desmembrados. Y al fondo, en un rincón de la sala, estaba aquel horrendo animal; su hedor invadía el espacio. De forma instintiva le di la vuelta y debajo, con un sobre colgado en el cuello rebosante de billetes grandes estaba el bebé. ¡Nuestro bebé entendí de inmediato!
No quise saber más. Me bastaba con haber experimentado por primera vez en mi vida un amor total y completo, del que además, había salido ileso.
Con el espléndido bebé, mi hijo natural entre los brazos, dejé atrás el lugar de la batalla. Ya no tendría que afrontar más vicisitudes en la vida, había triunfado; o quizá no... Un detalle pasó por alto. Mi vista debilitada no alcanzó a descubrir el estigma impreso en la cabeza del crío:

Los tres seises...

José Fernández del Vallado. josef. Septiembre 2011.
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Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

4 libros abiertos :

Arwen dijo...

Delirante y magnífico camino hacia el amor.

Muy bueno.

Un abrazo.

Jose dijo...

Jopé que miedo llegar al amor de esa forma tan estresada,bueno al final mereció la pena ver a ese hermoso bebe.

Saludos

Maite dijo...

Buena historia. Un abrazo.

Julia Hernández dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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