Imagen tomada de Internet
Sucedió una
noche o tal vez un amanecer. Juan José, un hombre relativamente joven, de
mediana estatura, nariz fina y ojos azules, conoció a aquella preciosa mujer.
Era tan bella, que a su lado las demás mujeres del “Nouveau Níger,” empalidecían.
Por aquel
entonces ni siquiera sabía cuáles eran sus deseos en la vida. No hacía mucho había
perdido a quien fuera el motor de su vida: su hermano gemelo. Sin saberlo, Juan
José estaba fundido en su interior. Por no saber, ni siquiera estaba al
corriente sobre qué hacía en aquel local de alterne a las tres de la madrugada.
Aunque nada más verla, lo supo. Quería estar junto a ella y no cesar de admirarla,
beberse su inigualable sonrisa, tocar su piel tersa y brillante. En realidad,
con exactitud, no la deseaba a ella; sino a todo aquello que implicaba.
Al principio la
relación funcionó y ambos permanecieron acomodados en el virtuosismo de sus
creencias. Ella creyó ver en Juan José al potentado que la sacaría de su vida
miserable. Mientras él quiso encontrar en Alena – así se llamaba – el ingrediente
necesario en el cual embadurnar su alma dolorida.
Así pues, de
entrada, realmente ambos fueron felices. Quizá más Juan José que vivía un
sueño, aunque aquello fuera, en efecto, difícil de precisar.
Tres meses más y
debido a las inversiones en hoteles de los que tienen por costumbre adornar sus
fachadas con estrellas, Juan José estaba en quiebra. Por su parte Alena, quien
además de obtener un salario en su trabajo en el local, tenía clientes en mejor
situación de los que valerse, apenas sintió dejarlo plantado.
Enamorado
incluso con mayor intensidad de la mujer que lo rechazaba, no cedió en su
empeño Juan José y noche tras noche, siguió asistiendo a los diversos locales
en los que Alena – quien de forma fulminante ascendía en prestigio como modelo
–, desfilaba. Ya que en eso, precisamente, consistía su empleo.
Viendo su
insistencia alguna vez Alena se le acercaba y de forma jactanciosa, le
preguntaba.
Vaya ¿Y qué
haces tú por aquí?
A lo que él
respondía.
Descuida, no he venido a verte a ti, ya te
conozco, sino a tu disfraz.
Enojada, ella se
levantaba y se marchaba.
Comenzó una gira
por el mundo, su fama se amplió y en poco tiempo fue considerada una de las
modelos más bellas y prósperas.
Mientras tanto,
pasando desapercibida en los desfiles, la silueta de Juan José enmohecía acomodada
a una mesa.
Londres, Viena, Shangai, Río, New York, ¡París! Channel, Versace, Lancome,
Lacoste... Algunas de las mejores firmas siempre tras ella, como Juan José.
Sólo que aquellas jamás sabrían apreciar el infinito valor que poseía. En
cambio él la vez en que, tras firmarle un autógrafo, Alena se detuvo un
instante e incapaz de reconocerlo entre la multitud le preguntó “De dónde eres,”
supo valorarlo, y estimó que sin duda ella había reconocido en él a su par y
fue consciente de un detalle: No cedería jamás.
Liquidó su célebre
y recién iniciada empresa de informática y con la cantidad millonaria que
percibió, comenzó a ser testigo de sus éxitos en primera línea. Y desde luego,
para él fue un honor y un placer comenzar a servirla. Finalizaba un desfile y
los mejores ramos de flores eran los que le enviaba. Y luego, en los restaurantes,
también costeaba los cavas.
No. Los hombres
y mujeres que la rondaban igual que perros falderos no le agradaban. Pero
entendía que para el desarrollo de su éxito eran necesarios, y la dejó hacer
porque sabía que ella aguardaba el momento exacto para ser plena y poderosa.
Incluso presenció
y soportó como se encamaba con algunos sexagenarios podridos de dinero.
Recordaba aquellos días de contrariedad y decepción sin dar crédito al comportamiento
de Alena, mientras, continuaba añorando la fisonomía y el calor de un físico
perfecto; espléndida morfología que casi había olvidado. Luego, tras permanecer
encerrado días y noches de desvelo en el hotel, reflexionaba, que si procedía
de esa forma, era con el proyectado fin de abrirse camino y despejar las
puertas de la gloria, y tuvo la certeza de que de ningún modo permitiría
mancillarse con aquellos infelices. Ella sólo velaba por él.
Año tras año, triunfo
tras triunfo; recorrían el mundo despegando, aterrizando, hollaban paisajes, inauguraban
sendas. Todos se rendían. Donde Alena llegaba cautivaba las primeras planas de
los diarios. Sí, ella, sin lugar a dudas, era ya la reina y encarnaba la belleza
total, era una diosa inmortal…
Pasaron años y
comenzó a reducir su calendario. De entrada a Juan José le extrañó. Luego sólo
tuvo que fijarse en la seguridad que destilaba, para comprender que lo hacía
porque ya era la mejor y más cotizada del mundo.
Nada más dar
inicio a su carrera había empezado encabezando los desfiles, luego lo hizo en
el centro, en cambio ahora, por lo general, solía salir al final. – Cierta
gentuza afirmaba que el centro era el lugar de las grandes estrellas. – Juan José nunca estuvo de acuerdo. Es más, después
de cientos de desfiles, estaba seguro que era al final cuando las estrellas
lucen de verdad, y no antes.
Hasta que un día
Alena llevó a cabo algo que le desagradó. Bebió más de la cuenta. Oh, por
supuesto, se había embriagado muchas veces, pero siempre estaban aquellos perros
falderos para atenderla, agasajarla y acompañarla al lujoso hotel o a la casa
alquilada, de vuelta. En cambio aquella noche ¿qué ocurrió? Por qué fue
diferente. Los libertinos que la acompañaban se limitaron a marcharse y la
dejaron tirada, sobre la mesa del local. Y claro, él como siempre, estaba allí.
Acomodado a unas mesas de distancia, en un reservado, con la impúber de turno.
Necesitaba a las chiquillas. Tan sólo eran un mero pasatiempo mientras se
regocijaba en la inmensa felicidad que alcanzaría cuando llegara su momento.
Despachó a la doncella
y socorrió a Alena. Y tocarla... tan sólo poner las manos sobre su delicada
costura y alzarla sobre la mesa percibiendo el endeble peso de aquel cuerpo al
tiempo que aspiraba su aroma a Channel 4, resultó ser algo tan sublime, que
estuvo a punto de quebrar su voluntad. Pero lo hizo. La llevó hasta el hotel.
Entrar en su
habitación y presenciar el estado de suciedad y abandono en que se hallaba, fue
para él un golpe y una decepción. Suponía que el “Hotel Piamontesse,” aunque
antiguo, era uno de los mejores de Ravenna. Y ahora, de pronto, era consciente
de que aquello no pasaba de ser un pobre cubil.
No se lo pensó
dos veces. Decidió cambiarla con su equipaje al “Cagliari” de cinco estrellas.
Ordenó que le dieran un baño y la acostaran y que a la mañana siguiente le
enviaran un precioso ramo de rosas, un collar de perlas, y una botella de cava
para despejar la resaca y celebrar su traslado.
Al medio día por
fin se decidió. Pasó a hacerle los honores y se llevó una sorpresa; la encontró
fuera de sí. Alena le dijo que haría lo que te venía en gana y que nadie le liaba
los bártulos de lugar así como así. Comprendió su razón y su estúpido error y
dio orden de que la cambiaran de inmediato. Pero cuando los botones entraron a
la sala y comenzaron a desmontar y a preparar las cosas para el traslado, de
repente, su magia lo sorprendió de nuevo. Varió de parecer y añadió que por
tratarse de él, se lo permitía. Hubo un momento de éxtasis, ambos permanecieron
contemplándose en silencio y entonces, por vez primera, vino a él con los
brazos abiertos, lo abrazó cálidamente y lo besó. Sin duda fue el acto más
intenso que Juan José experimentó en su vida. Él ¡agasajado por la reina! Lo
amaba. Sin duda no se había equivocado...
Después de
algunos años gloriosos Alena y Juan José se instalaron en Madrid. La reina no
precisaba ya de Londres, New York, ni tan siquiera París, para mostrar sus
excelencias.
El diamante de
Juan José dejó de desfilar en aquellas horribles pasarelas y sólo lo hacía en
su local. Pasarelas ¿para qué? No las necesitaba. Estaba por encima de eso. Pero
algunos necios, borrachos a quienes Juan José expulsaba iracundo. Se atrevían a
murmurar que qué clase de patochada es esa de sacar a una sexagenaria vestida
de luces a darse una vuelta sobre el escenario. Claro, ellos no lo sabían. No
entendían de modas ni de nada en este mundo, sólo vomitaban palabras soeces
sobre fútbol. Jamás podrían hacerse una idea. Presenciaban un momento único. Pues
sin saberlo, se hallaban ante la modelo más cotizada de la historia.
Por fin Alena
era de Juan José ¿para siempre? No, la verdad, ni él mismo lo sabía, y tampoco
alcanzaba a comprenderlo. Pues cierto día le ocurrió un hecho extraño, algo que
le obligó a replantearse su situación.
Mientras ella
descansaba, le dio por acercarse a la Pasarela de Cibeles y la descubrió; allí,
ante él. Era una muchachita ¡bellísima! sublime, y muy especial.
Tras firmarle un
autógrafo, poniéndose de cuclillas, lo miró intensamente, interesada, y le
preguntó:
Dime, ¿De dónde
eres...?
José Fernández
del Vallado. Josef. Octubre 2011.
15 libros abiertos :
Demasiada espera en segundo plano...
La carne es debil y vuelta a empezar...
Un saludo.
Siempre me ha gustado la forma en la que giras el final de las narraciones dándoles un nuevo sentido, como en ésta.
Voy de nuevo mi comentario anterior no vale. Aunque no sé que se hizo, uhmmm.
Buen relato. Ah, las pasarelas y las Diosas inmortales... y esos sueños que transpasan realidades. Un abrazo.
La vida da muchas vueltas y tu la sabes hacer girar. Abrazos.
Muy certero el final de tu historia, pues nadie le pertenece al otro, sólo somos compañeros de momentos que pueden ser la vida entera.
Siempre un placer leerte.
Saludos.
Me has recordado todo a todo a la novela de Coelho, el ganador está solo.
http://www.mialtos.com/profiles/blogs/el-ganador-esta-solo-capitulo
¿La conoces?
Un libro que habla de eso, de la subvida que yace bajo la "buena vida", la fama, etc.
Buen final
Pues no Montse. De Coelho solo he leído el alquimista. Y empecé Nueve minutos pero me quedé colgado. ahorq una cosa el alquimista me gustó mucho.
abrazos.
wow! tanta admiración en tas pocas letras! si que era una diosa.
inmortal
mientral haya quien la recuerde
si eso no pasa
levedad absoluta se es
genial siempre Josef querido, tu duende capta la atención y nos sorprende con un quiebre al final
besos y feliz fin de semana
Después de tanta espera y de sentirse al fin colmado con el néctar de su flor favorita, terminó por cambiarla, o quizás no. Esa es la magia de tus finales, los dejas a nuestra imaginación. que bonito sería un amor así, una pasión así y sobre todo esa entrega!!!!!! Hoy estoy algo sensible.
Besitos Josef
Buen microrrelato en pocas lineas lo dices todo.
Me gusta com escribes me quedarè por aquì para leerte.
Te invito a que pases por mi blog.
un fuerte saludo
fus
Y una nueva historia comienza.
Somos así.
Saludos.
buen relato.
un beso
Hola José, una entrada con muchos matices, muchos sentimientos repartidos, mucho para dar al mundo. Precioso escrito. Un abrazo.
Cúanto esfuerzo y tiempo.. para al final.. mirar hacia otro lado..
Así de extraños y complejos somos los humanos..
Un sonoro beso.
( Poco a poco iré leyendo hasta ponerme al día )
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