Dicen que Luis García Montalvo dejó sus queridos pies de gato en lo alto de aquella cima y cuando descendió, ya no era el mismo. Se hizo cargo con empeño y dedicación de los negocios de la familia y no tardó en contraer matrimonio con una mujer de la también rica familia de la cercana localidad de Casares de la Asunción: Doña Teresa Azucena de Lima. Pronto engendraron un hijo tras otro hasta alcanzar la respetable cifra de seis, y señalan, que eran la familia más alegre y feliz del mundo.
Sucedió en uno de sus viajes de negocios por Europa, cuando, hallándose en Interlaken, Suiza, alguien le habló, por supuesto sin conocer su pasado, acerca de las mil semblanzas de la terrible cara norte del Eiger*. Luis García Montalvo escuchó con atención, sin sufrir apenas alteración alguna en su expresión. Más sin embargo, y sin explicarse claramente el porqué, al día siguiente se apeó de un ligero coche y se hospedó en el lujoso hotel “El Águila.” Ahora, tras él, en la dirección del lago de Brienz tenía una formidable barrera de montañas casi desnudas, de aspecto agreste y feroz; a su izquierda, se extendía lo que llamaban El Valle, una sucesión de planos inclinados ascendentes hacia lejanas neveras*, cubiertos de frutales, plantaciones de legumbres, aldeas y chalés en curioso desorden. Y justo allí, enfrente, se elevaba ostentosa como un gigante la soberbia pared nevada del Eiger, y cerca el pueblo de Gringewald, de unos tres mil habitantes, que se hallaba a unos mil quinientos metros de altura, casi en el centro del valle del mismo nombre.
A partir de su entrada en el hotel Luis comenzó a ejecutar sus movimientos de una manera espontánea y abstraída, incluso despreocupada; como a quien no le va la cosa. De esa forma y con esa actitud al día siguiente adquirió un telescopio y lo instaló tras los ventanales de su habitación, desde la cual, “casualmente,” se divisaba con claridad la cara norte del Eiger. Así comenzó a vigilar todas y cada una de las evoluciones que realizaban las sucesivas cordadas* que tenían el valor de afrontar la terrible cara norte.
Decepcionado, observó como una gran mayoría, antes de alcanzar la mitad del trayecto daban la vuelta. Pero también presenció – sin ser consciente – tremendamente ilusionado, y excitado, como algunas expediciones, igual que diminutas y torpes orugas, progresaban metro a metro, tenazmente, abriéndose camino hasta culminar la ascensión. Entonces, Luis no era consciente del porqué, pero de repente se le revolvía el estómago, sentía mareos, e incluso, vomitaba.
Y así transcurrieron los días y el primer mes. Su mujer lo reclamó pero él, con la manifiesta intención de quedarse, antepuso una excusa un tanto absurda. Su trabajo, por descontado, también requería su atención, pero dado que era gerente de la empresa, delegó sus labores inmediatas en su secretario.
Transcurridos seis meses la situación no era mejor. Luis ya sólo tenía ojos para ver por el telescopio. Día y noche permanecía consagrado al anteojo, mientras ordenaba le subieran lo indispensable para vivir a la estancia. Un peluquero le hacía la manicura, lo afeitaba y rasuraba el pelo; un camarero le procuraba alimentos y bebidas; un limpia le lustraba los zapatos; un botones le leía los rotativos del día; las chicas de la limpieza arreglaban la habitación; un auxiliar de enfermería lo aseaba con un balde. Todo discurría mientras el permanecía, en silencio, sin cesar de carraspear y observar por el telescopio. Y cada vez que una cordada culminaba, los vómitos y el mareo, que el psicólogo que lo atendía tampoco lograba explicarse.
Aquella mañana en particular Luis no dormía, sino al contrario. Por vez primera se sentía excepcionalmente confuso y agobiado, llevaba observando más de tres días a una cordada de un par de jóvenes que comenzaron bien la ascensión, pero que lentamente y con el transcurrir de los días, se habían ido apagando como la flama de un cirio; y ahora ya, estaba seguro, que de no hacer algo en las próximas horas, sucumbirían a los rigores de la montaña.
Tardó un par de horas en decidirlo y de repente, se encontró buscando el saquito de magnesio que guardaba cuidadosamente envuelto en el doble forro de su maleta. Lo cogió y salió lanzado hacía el Eiger. Alcanzó su base y no buscó sus pies de gato, porque sencillamente, no los tenía. De modo que, pese al temporal reinante, comenzó por descalzarse; a continuación se empolvó cuidadosamente de magnesio tanto los pies como las manos, se puso unos calcetines, y comenzó la dura ascensión.
No hizo sino palpar de nuevo la roca y se sintió renacer con una vitalidad insuperable. En realidad readaptarse le costó breves minutos – demasiado – pero cuando se hubo adaptado, comenzó a trepar encaramado con la facilidad de una araña. Sus manos no parecían tales sino ventosas que se adherían a las resbaladizas rocas con expedita facilidad. Le seguían sus piernas, estirándose a los lados hacia el centro o adoptando ángulos de geometría radical e imposible; su torso brillaba y se arqueaba como la goma y su cabeza cuando era preciso giraba formando un ángulo de noventa grados. En el pueblo, la voz de lo que estaba teniendo lugar, prendió como una mecha de dinamita, y todo el mundo había corrido a los telescopios que vigilaban la pared. Y ahora, la multitud presenciaba boquiabierta la rapidez con que Luis: “La Araña – pues sólo con verlo evolucionar en una localidad de amplia afición montañera todos supieron quien era – progresaba hacia los hombres inmovilizados.
Nada más alcanzarlos se topó con la mirada de unos seres al límite de sus fuerzas. Urgía actuar cuanto antes, comprendió. Sólo precisó de una cuerda que pasó por el abdomen de cada uno, y uno a uno, los descendió hasta dejarlos en un lugar seguro. Luego, permaneció en un resalte de roca sin dejar de lamerse las manos durante más de media hora. Y la gente del pueblo, que aplaudía a rabiar, comenzó a preguntarse qué diantre haría. No imaginaban que Luis García Montalvo estaba enfrascado en una dura y terrible pugna contra su instinto.
Dieron las seis de la tarde y La Araña se puso en movimiento, ¡y no descendió! como todos esperaban que hiciera. Pues a esa hora, el temporal había arreciado y la pared se había convertido en un letal congelador a menos quince bajo cero. Su instinto, más fuerte que su sensatez, se había impuesto. Continuó ascendiendo; subía cada vez más alto y con mayor lentitud, hasta que de pronto, a su lado, escuchó una voz fantástica, procedente de ninguna parte y de todas a la vez. Le dijo así:
“Luis, no subas. No puedes volver a subir... Lo sabes, está escrito. Detente. ¡Detente ya, Luis!”
Y Luis García Montalvo, “La Araña,” se detuvo...
Si pasa por la localidad de Gringewald podrá ver el Eiger y descubrir su aspecto imponente. Lo que quizá le impulsé a acercarse a los telescopios orientados hacia su cara norte para echar un inevitable vistazo. En ese caso, tal vez se le aproxime un curioso y siempre gentil habitante, que con la pretensión de aclararle el panorama, le dirá:
“Observe bien la montaña… ¿Imponente no? Se empieza a escalar por la Travesía “Hinterstoisser” luego viene “La Manguera de Hielo”, a continuación “El Vivac de la Muerte...” Y... ve... ¿Ve aquella mancha oscura a la altura casi de la cima?”
“¡Sí, ahora la veo, sí!”
Antes de hablar el hombre tal vez suspiré; luego, probablemente le mire con ojos brillantes, presos de una visible afectación, sólo entonces, dirá.
“A ese lugar lo llaman: “Araña.*” Porque es el lugar donde “La Araña” se detuvo...”
Eiger*: Montaña de 3.970 m. de altura de los Alpes de Suiza.
Araña*: Nombre que recibe un comprometido paso de la ascensión al Eiger por su vertiente norte.
Neveras*: Bloques de hielo acumulados durante milenios en determinados puntos de las montañas.
Cordadas*: Expediciones de alpinistas.
José Fernández del Vallado. Josef. Dic 2008.
Sucedió en uno de sus viajes de negocios por Europa, cuando, hallándose en Interlaken, Suiza, alguien le habló, por supuesto sin conocer su pasado, acerca de las mil semblanzas de la terrible cara norte del Eiger*. Luis García Montalvo escuchó con atención, sin sufrir apenas alteración alguna en su expresión. Más sin embargo, y sin explicarse claramente el porqué, al día siguiente se apeó de un ligero coche y se hospedó en el lujoso hotel “El Águila.” Ahora, tras él, en la dirección del lago de Brienz tenía una formidable barrera de montañas casi desnudas, de aspecto agreste y feroz; a su izquierda, se extendía lo que llamaban El Valle, una sucesión de planos inclinados ascendentes hacia lejanas neveras*, cubiertos de frutales, plantaciones de legumbres, aldeas y chalés en curioso desorden. Y justo allí, enfrente, se elevaba ostentosa como un gigante la soberbia pared nevada del Eiger, y cerca el pueblo de Gringewald, de unos tres mil habitantes, que se hallaba a unos mil quinientos metros de altura, casi en el centro del valle del mismo nombre.
A partir de su entrada en el hotel Luis comenzó a ejecutar sus movimientos de una manera espontánea y abstraída, incluso despreocupada; como a quien no le va la cosa. De esa forma y con esa actitud al día siguiente adquirió un telescopio y lo instaló tras los ventanales de su habitación, desde la cual, “casualmente,” se divisaba con claridad la cara norte del Eiger. Así comenzó a vigilar todas y cada una de las evoluciones que realizaban las sucesivas cordadas* que tenían el valor de afrontar la terrible cara norte.
Decepcionado, observó como una gran mayoría, antes de alcanzar la mitad del trayecto daban la vuelta. Pero también presenció – sin ser consciente – tremendamente ilusionado, y excitado, como algunas expediciones, igual que diminutas y torpes orugas, progresaban metro a metro, tenazmente, abriéndose camino hasta culminar la ascensión. Entonces, Luis no era consciente del porqué, pero de repente se le revolvía el estómago, sentía mareos, e incluso, vomitaba.
Y así transcurrieron los días y el primer mes. Su mujer lo reclamó pero él, con la manifiesta intención de quedarse, antepuso una excusa un tanto absurda. Su trabajo, por descontado, también requería su atención, pero dado que era gerente de la empresa, delegó sus labores inmediatas en su secretario.
Transcurridos seis meses la situación no era mejor. Luis ya sólo tenía ojos para ver por el telescopio. Día y noche permanecía consagrado al anteojo, mientras ordenaba le subieran lo indispensable para vivir a la estancia. Un peluquero le hacía la manicura, lo afeitaba y rasuraba el pelo; un camarero le procuraba alimentos y bebidas; un limpia le lustraba los zapatos; un botones le leía los rotativos del día; las chicas de la limpieza arreglaban la habitación; un auxiliar de enfermería lo aseaba con un balde. Todo discurría mientras el permanecía, en silencio, sin cesar de carraspear y observar por el telescopio. Y cada vez que una cordada culminaba, los vómitos y el mareo, que el psicólogo que lo atendía tampoco lograba explicarse.
Aquella mañana en particular Luis no dormía, sino al contrario. Por vez primera se sentía excepcionalmente confuso y agobiado, llevaba observando más de tres días a una cordada de un par de jóvenes que comenzaron bien la ascensión, pero que lentamente y con el transcurrir de los días, se habían ido apagando como la flama de un cirio; y ahora ya, estaba seguro, que de no hacer algo en las próximas horas, sucumbirían a los rigores de la montaña.
Tardó un par de horas en decidirlo y de repente, se encontró buscando el saquito de magnesio que guardaba cuidadosamente envuelto en el doble forro de su maleta. Lo cogió y salió lanzado hacía el Eiger. Alcanzó su base y no buscó sus pies de gato, porque sencillamente, no los tenía. De modo que, pese al temporal reinante, comenzó por descalzarse; a continuación se empolvó cuidadosamente de magnesio tanto los pies como las manos, se puso unos calcetines, y comenzó la dura ascensión.
No hizo sino palpar de nuevo la roca y se sintió renacer con una vitalidad insuperable. En realidad readaptarse le costó breves minutos – demasiado – pero cuando se hubo adaptado, comenzó a trepar encaramado con la facilidad de una araña. Sus manos no parecían tales sino ventosas que se adherían a las resbaladizas rocas con expedita facilidad. Le seguían sus piernas, estirándose a los lados hacia el centro o adoptando ángulos de geometría radical e imposible; su torso brillaba y se arqueaba como la goma y su cabeza cuando era preciso giraba formando un ángulo de noventa grados. En el pueblo, la voz de lo que estaba teniendo lugar, prendió como una mecha de dinamita, y todo el mundo había corrido a los telescopios que vigilaban la pared. Y ahora, la multitud presenciaba boquiabierta la rapidez con que Luis: “La Araña – pues sólo con verlo evolucionar en una localidad de amplia afición montañera todos supieron quien era – progresaba hacia los hombres inmovilizados.
Nada más alcanzarlos se topó con la mirada de unos seres al límite de sus fuerzas. Urgía actuar cuanto antes, comprendió. Sólo precisó de una cuerda que pasó por el abdomen de cada uno, y uno a uno, los descendió hasta dejarlos en un lugar seguro. Luego, permaneció en un resalte de roca sin dejar de lamerse las manos durante más de media hora. Y la gente del pueblo, que aplaudía a rabiar, comenzó a preguntarse qué diantre haría. No imaginaban que Luis García Montalvo estaba enfrascado en una dura y terrible pugna contra su instinto.
Dieron las seis de la tarde y La Araña se puso en movimiento, ¡y no descendió! como todos esperaban que hiciera. Pues a esa hora, el temporal había arreciado y la pared se había convertido en un letal congelador a menos quince bajo cero. Su instinto, más fuerte que su sensatez, se había impuesto. Continuó ascendiendo; subía cada vez más alto y con mayor lentitud, hasta que de pronto, a su lado, escuchó una voz fantástica, procedente de ninguna parte y de todas a la vez. Le dijo así:
“Luis, no subas. No puedes volver a subir... Lo sabes, está escrito. Detente. ¡Detente ya, Luis!”
Y Luis García Montalvo, “La Araña,” se detuvo...
Si pasa por la localidad de Gringewald podrá ver el Eiger y descubrir su aspecto imponente. Lo que quizá le impulsé a acercarse a los telescopios orientados hacia su cara norte para echar un inevitable vistazo. En ese caso, tal vez se le aproxime un curioso y siempre gentil habitante, que con la pretensión de aclararle el panorama, le dirá:
“Observe bien la montaña… ¿Imponente no? Se empieza a escalar por la Travesía “Hinterstoisser” luego viene “La Manguera de Hielo”, a continuación “El Vivac de la Muerte...” Y... ve... ¿Ve aquella mancha oscura a la altura casi de la cima?”
“¡Sí, ahora la veo, sí!”
Antes de hablar el hombre tal vez suspiré; luego, probablemente le mire con ojos brillantes, presos de una visible afectación, sólo entonces, dirá.
“A ese lugar lo llaman: “Araña.*” Porque es el lugar donde “La Araña” se detuvo...”
Eiger*: Montaña de 3.970 m. de altura de los Alpes de Suiza.
Araña*: Nombre que recibe un comprometido paso de la ascensión al Eiger por su vertiente norte.
Neveras*: Bloques de hielo acumulados durante milenios en determinados puntos de las montañas.
Cordadas*: Expediciones de alpinistas.
José Fernández del Vallado. Josef. Dic 2008.
49 libros abiertos :
Nunca dejarás de sorprenderme,
de ilusionarme y atraerme!
Mis primeros besos
de este Año Nuevo!
La lucha contra el instinto es muy cruel, puede destrozar a cualquiera. Por mucho que intentes evitar quien eres siempre está ahí... latiendo.
Me encantó el relato... me extraña que se parase.
Besitos varios.
Siempre sorprenden tus excelentes relatos. Espero que el nuevo año te dé la posibilidad de publicar un maravilloso libro de relatos.
Feliz 2009
Un abrazo
Excelente continuación... programada.
¡Feliz año!
es muy difícil ganar en una lucha contra el instinto......en general se pierde la batalla.....
muy buen texto, querido amigo!!!!!!
un abrazo grande y que tengas muy buen año...........
Felicidad en este año, en este mundo...
Te leo luego.
Yo creo que a veces se nos cruza un pensamiento y si nos obsesionamos ya la hemos fastidiado, hasta que no lo conseguimos, no descansamos!
Besicos
Obsesiones que tejen su tela.
Cuestión de persistencia.
Un beso.
¡Qué pena que se parara tan cerca de la cumbre!
Gracias por tus buenos deseos y espero que hayas disfrutado de estos días junto a los tuyos y que este recién nacido año te siga trayendo tanta creatividad.
Muchos besos
Empiezas bien el año, en tu nivel ;)
Muuuuuacks!
En un día apacible como un primero de enero,es ideal para leer tus escritos.Vengo leyendo desde abajo tu historia de "La araña" y me ha parecido ahondante en su forma.Varíos debiesemos escalar paso en la vida...bueno no precisamente montañas jijijji.
Buen viajeeeeee y feliz año 2009 Josef ;)
Muy bien tramada historia sorprendente el final, me ha gustado. Sí, me ha gustado tanto...
Un beso lleno de deseos de felicidad
gran historia, gran forma de contarla!
Estimado amigo, permiteme felicitarte el nuevo año, desearte lo mejor y agradecerte tus palabras.
Si el pasado año me regalo la alegria de conocerte, espero que este me permita mantener tu amistad.
Un abrazo
Sigue en este año que iniciamos regalando más relatos...
Feliz 2009, Josef y besos...
Muy buena esta segunda parte. Sorprendente. Aprovecho para felicitarte este nuevo comienzo de año y desearte que todos tus proyectos y anhelos puedan materializarse. Un abrazo.
Precioso texto Moderato, esta segunda parte es maravillosa.
Feliz año nuevo y que sigamos juntos muchos más.
Un abrazo...!
Siempre es un placer leerte.. tienes un don para los relatos.. más los mensajes que dejas en ellos..
besos... en este 2009 que comienza..
cariños
Cada vez me sorprendes más Moderato, eres un genio.
Un abrazo
Saludos Josef, me ha gustado mucho esta segunda entrega, pasa que el instinto siempre perdura y en este caso la razon tambien.
Jesus
Gracias por todo tu apoyo én los momentos terribles.
Feliz 2009.
Un abrazo desde Canarias.
Hola! ahora paso con poco tiempo y sabes que me gusta disfrutar tus relatos tranquilamente.. Paso a decirte que mañana tendrás en mi blog un regalito.. besitos
no se.. que pasa.. no puedo escribir..
he intentado dejarte otros comentarios.
a ver si este llega..
te decía que fui obediente.. que no vine el dia 1.. pero que hoy.. no me pude aguantar..
que tus relatos me atrapan y me envuelven, y que cada dia, me gustan más.
te abrazo amigo..
Siempre he creído que en cada uno de nosotros habita dormida una bestia negra.
Felicidades, Josef. Buen relato.
Como diría mi abuela:-la cabra siempre tira al monte-,me gustó este "Araña", Buen año lleno de inspiración para tí ...
Besos.
El instinto dónde nos llevará?
Te dejo besos, niño, ando sin nada de tiempo, qué caos!!
Siempre me dejas sin palabras.
Aunque no dejos huella por lo liada que estoy siempre te leo
Te deseo felicidad en este año
y darte las gracias por esas maravillosas historias,
que tanto me gusta leer.
Un beso.
José, una historia atrapante, como todas las tuyas.
Un gusto leerte!
Abrazos y un feliz 2009
Fantabuloso relato como siempre....gracias!
Abrazos y un Excelente 2009.
Wow me tenia que poner al dia!!!! me atrapo tu historia y que vengan muchas mas en el 2009.
Hoy que me permitio entrar mi conexión aproveché y te leí.
Muy , muy bueno, amigo.
Creo que contra el instinto la pugna es dificil, rallando lo imposible...
No sabía que se podían programar las entradas. Hay que ver lo que uno aprende por aquí. :)
Besos y Feliz año.
INSTINTO Y RAZON DIFICIL DE COMPAGINAR
QUE TUS SUEÑOS SE CUMPLAN EN EL 2009
SALUDITOS
me ha gustado mucho perderme por su blog,como siempre felicidades, reciba un saludo.
¡Hola amigo!, vine a dejarte mis mejores deseos para el nuevo año. Espero que hayas pasado unas fiestas estupendas y que ahora los Reyes se porten muy bien contigo. Como has sido bueno, seguro que te traen muchos regalitos. Je, je, je.
Decirte también que fue una suerte para mí encontrar tus palabras en el 2.008 y que es un placer leerte. Así que no te vas a librar de mí en el futuro. Je, je, je.
Un abrazo muy fuerte, cuídate mucho y que te vaya bonito. Hasta pronto.
Amigo Josef es difícil para mi comentar tus relatos, porque si uno me gusta, el otro me gusta más o me sorprende...
En este me ha llamao la atenión como ese instinto del protagonista, esa voz, es el único medio para dominar, entender, enderezar, encaminar ese sentir que le dirige.
Un abrazo.
Sorprendente final, me ha gustado.
¡¡Feliz entrada de año!!
besos
Fascinante historia, aunque no debería sorprenderme no?
Que tengas mucha felicidad en este nuevo año.
Besitos,
Excelente relato para empezar el año, consiguiendo las metas como la araña, espero que se cumplan tus metas este año y que todo resulte de maravilla y que las letras te acompañen siempre para leerte como siempre lo hago con ánimo y expectativa, te deseo felicidad y amor, de corazón, besos
Buen relato! el precio de las pasiones... ah, no, obsesiones eran, no? jajaja
Un beso, jossef
Después de todo, sólo somos instinto.. empiezas el 2009 con pie derecho.. un abrazo y feliz año!..
Como siempre tus relatos sen leen sin parar....gracias por todo la lectura que me regalaste el 2008....un abrazo y feliz año!!!
Te deseo un buen viaje. Ahora que volví del mío, me quedo poniéndome al día con tus relatos. Espero verte a la vuelta. Un abrazo.
Buen comienzo de año. Feliz 2009.
Querido compañero; cuando puedas y desees pasate por la gatera, en ella he dejado unos detalles para ti, espero y deseo sean de tu agrado.
Un saludo y hasta otro momento tan grato pasarse por esta tu casa.
vaya, genial
Besos y amor
je
Un magnífico texto que vuelves a tener la generosidad de compartir.
Gracias amigo. Seguro que un libro publicado te espera..
Un beso, cielo.
Natacha.
Estupendo relato, nunca dejo de sentir esa cosquillita que me atraviesa cuando leo tus historias.
Feliz año 2009
Besos
Un final con MAYUSCULAS, tejo la telaraña hasta el final de su vida.
Un abrazo
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