La primera noche resultó turbadora. Debido al fuerte oleaje las barcazas perdieron contacto entre sí. En su gabarra, la manta de nylon utilizada para resguardar la cubierta de la barcaza, y de la cual no se desprendieron de milagro, los salvó de morir congelados.
Al día siguiente un sol radiante, enturbiado por un fresco viento de poniente, los envolvió. Se descubrieron y ofrecieron a su calor. Enseguida fueron conscientes, estaban cercados de iceberg. Aunque por un lado la idea no les resultara sugestiva sí les dio cierto aliento. Quizá estuvieran cerca de tierra.
Al oso polar tan solo le bastó esa mañana y aquella brisa para olfatear a sus presas y desde el iceberg donde se hallaba, sorprenderlas. Sin embargo, no tenía demasiada hambre y se limitó a actuar de forma perezosa. Trató de subir a la barcaza bamboleándola de lado a lado con sus uñas como sables. Ángel le hizo frente con el garfio y los demás hombres lo secundaron con los remos, gritando. Superado en número y acobardado, después de recibir lo suyo, abandonó la caza. Todos acabaron roncos y muy preocupados.
La siguiente noche fue peor. El frío arreció y de madrugada vinieron más osos. Se batieron como pudieron. Ángel tenía el garfio, dos de los marinos llevaban puñales que resultaron decisivos, herían las zarpas de los animales cuando se hallaban a punto de trepar devolviéndolos al agua. El resto golpeaban a los depredadores con los remos y chalecos salvavidas. De todas formas la cosa no resultó tan bien. Dos hombres perdieron pie y se precipitaron al agua, otro fue atrapado. Lo más atroz, la impotencia de escuchar sus lamentos mientras los animales se peleaban por devorarlos.
Durante noches subsiguientes la situación se repitió. Hubo otras muertes, y fueron conscientes de su fatalidad. Estaban en un área colonizada por los predadores.
A la mañana del octavo día todo pareció tranquilo de nuevo. Aunque Ángel y los demás conocían cual iba a ser su suerte. Los osos no tardarían en volver. Trataron de evitar los iceberg donde se ocultaban. Daba la absurda impresión como si los brillantes témpanos de hielo pretendieran adherirse a ellos sin solución. No lo consiguieron hasta pasadas veinticuatro horas; entonces lograron adentrarse en alta mar.
Tras dos días sin ataques, y también sin alimentos, acabaron perdidos y sin fuerzas en aquel mar helado. Ángel escuchó chapoteos, miró al otro lado de la borda y vio avanzar la aleta cortando el agua hacia ellos. Se estremeció, estaba helado y sudaba, los dientes le castañeteaban y no podía gritar, estaba demasiado débil. Lo supo. Un pez se acercaba. Estaba ahí…
Las fauces del escualo se hicieron visibles entre hielos azulados. El animal pasó junto a un extremo de la barcaza dejándose ver en toda su longitud. Se trataba de un tiburón blanco. Nadie osó moverse un dedo de su posición. Detrás llegaron dos más; percibiendo la sangre de los heridos. Inquietos, rozaban el casco de la gabarra como si fuera una cáscara de nuez. Sus aletas sobresalían dos metros sobre la cubierta. Imposible no verlos. No se marcharon. Era como si lo adivinaran; el tiempo estaba de su parte.
Se sucedieron un par de días de tormenta. Uno de los marinos pereció y se hizo preciso arrojarlo por la borda. Los tiburones dieron cuenta de él. Presenciar el espectáculo de aquellos peces descuartizar sus despojos con violencia, provocó un estallido de pánico y postración a bordo. Para colmo de males ocurrió algo peor; debido a las tormentas una vía de agua se abrió a popa. Para sobrevivir era preciso aliviarla, pero entraba con cierta fluidez y, hora tras hora, les ganaba terreno. Hasta que un día amanecieron con el nivel en los tobillos, y la borda sobresaliendo apenas veinte centímetros sobre el mar.
Ávidos, los escualos se lanzaron. El primero, tras destrozar la débil borda, surgió mostrando sus aserradas fauces, introdujo un cuarto de su volumen dentro de la barcaza, y les obligó a replegarse a un extremo. Nadie osó acercarse. Derrotados por el cansancio, el frío y el hambre, los padres se limitaron a cubrir los rostros de sus hijos.
Unos martillazos secos, como latigazos, hendieron el aire. El animal tembló como un muro de gelatina a punto de resquebrajarse, resbaló, y desapareció lentamente bajo el agua. Se oyó un chapoteo, seguido de más detonaciones.
Ángel levantó la cabeza y vio al mercante acercarse. Estaba desfallecido. Pese a lo cual una sonrisa bobalicona iluminó su semblante, y se dijo para sus adentros:
“De acuerdo. El ártico siempre será inhóspito y fascinante. Y ahora. ¿Qué hay de las Verdes colinas de África…?
José Fernández del Vallado. Josefmaria. 2009.
Al día siguiente un sol radiante, enturbiado por un fresco viento de poniente, los envolvió. Se descubrieron y ofrecieron a su calor. Enseguida fueron conscientes, estaban cercados de iceberg. Aunque por un lado la idea no les resultara sugestiva sí les dio cierto aliento. Quizá estuvieran cerca de tierra.
Al oso polar tan solo le bastó esa mañana y aquella brisa para olfatear a sus presas y desde el iceberg donde se hallaba, sorprenderlas. Sin embargo, no tenía demasiada hambre y se limitó a actuar de forma perezosa. Trató de subir a la barcaza bamboleándola de lado a lado con sus uñas como sables. Ángel le hizo frente con el garfio y los demás hombres lo secundaron con los remos, gritando. Superado en número y acobardado, después de recibir lo suyo, abandonó la caza. Todos acabaron roncos y muy preocupados.
La siguiente noche fue peor. El frío arreció y de madrugada vinieron más osos. Se batieron como pudieron. Ángel tenía el garfio, dos de los marinos llevaban puñales que resultaron decisivos, herían las zarpas de los animales cuando se hallaban a punto de trepar devolviéndolos al agua. El resto golpeaban a los depredadores con los remos y chalecos salvavidas. De todas formas la cosa no resultó tan bien. Dos hombres perdieron pie y se precipitaron al agua, otro fue atrapado. Lo más atroz, la impotencia de escuchar sus lamentos mientras los animales se peleaban por devorarlos.
Durante noches subsiguientes la situación se repitió. Hubo otras muertes, y fueron conscientes de su fatalidad. Estaban en un área colonizada por los predadores.
A la mañana del octavo día todo pareció tranquilo de nuevo. Aunque Ángel y los demás conocían cual iba a ser su suerte. Los osos no tardarían en volver. Trataron de evitar los iceberg donde se ocultaban. Daba la absurda impresión como si los brillantes témpanos de hielo pretendieran adherirse a ellos sin solución. No lo consiguieron hasta pasadas veinticuatro horas; entonces lograron adentrarse en alta mar.
Tras dos días sin ataques, y también sin alimentos, acabaron perdidos y sin fuerzas en aquel mar helado. Ángel escuchó chapoteos, miró al otro lado de la borda y vio avanzar la aleta cortando el agua hacia ellos. Se estremeció, estaba helado y sudaba, los dientes le castañeteaban y no podía gritar, estaba demasiado débil. Lo supo. Un pez se acercaba. Estaba ahí…
Las fauces del escualo se hicieron visibles entre hielos azulados. El animal pasó junto a un extremo de la barcaza dejándose ver en toda su longitud. Se trataba de un tiburón blanco. Nadie osó moverse un dedo de su posición. Detrás llegaron dos más; percibiendo la sangre de los heridos. Inquietos, rozaban el casco de la gabarra como si fuera una cáscara de nuez. Sus aletas sobresalían dos metros sobre la cubierta. Imposible no verlos. No se marcharon. Era como si lo adivinaran; el tiempo estaba de su parte.
Se sucedieron un par de días de tormenta. Uno de los marinos pereció y se hizo preciso arrojarlo por la borda. Los tiburones dieron cuenta de él. Presenciar el espectáculo de aquellos peces descuartizar sus despojos con violencia, provocó un estallido de pánico y postración a bordo. Para colmo de males ocurrió algo peor; debido a las tormentas una vía de agua se abrió a popa. Para sobrevivir era preciso aliviarla, pero entraba con cierta fluidez y, hora tras hora, les ganaba terreno. Hasta que un día amanecieron con el nivel en los tobillos, y la borda sobresaliendo apenas veinte centímetros sobre el mar.
Ávidos, los escualos se lanzaron. El primero, tras destrozar la débil borda, surgió mostrando sus aserradas fauces, introdujo un cuarto de su volumen dentro de la barcaza, y les obligó a replegarse a un extremo. Nadie osó acercarse. Derrotados por el cansancio, el frío y el hambre, los padres se limitaron a cubrir los rostros de sus hijos.
Unos martillazos secos, como latigazos, hendieron el aire. El animal tembló como un muro de gelatina a punto de resquebrajarse, resbaló, y desapareció lentamente bajo el agua. Se oyó un chapoteo, seguido de más detonaciones.
Ángel levantó la cabeza y vio al mercante acercarse. Estaba desfallecido. Pese a lo cual una sonrisa bobalicona iluminó su semblante, y se dijo para sus adentros:
“De acuerdo. El ártico siempre será inhóspito y fascinante. Y ahora. ¿Qué hay de las Verdes colinas de África…?
José Fernández del Vallado. Josefmaria. 2009.
38 libros abiertos :
He podido sentir en mi piel las salpicaduras de agua... y el pavor infinito ante el monstruo.
En la mejor línea de un contemporáneo Moby Dyck.
Un beso.
Soledad.
Dios, mezclaste todos mis terrores en un solo texto...
Besos.
Rechazada la posibilidad de un crucero que me rondaba por la cabeza.
Ni loco.
Saludos.
Increible final, Moderato. Este relato me ha encantado, casi me ha transportado al hielo, casi siento el hedor del tiburón sobre mi cabeza.
Muy bueno.
Un abrazo.
Despues de llamar a la agencia de viajes poara cancelar el paseito por el mar, me estoy planteando un viaje a Africa, pero,¿¿¿escribiras otra historis parecida?, si lo haces al final me quedare en casa con la cadena puesta,ja,ja,ja.
Muy buena la historia.
Un abrazo amigo
Siempre me sorprendes!! Fantástica y terrorífica historia!!! Un saludito!!
Moderato eres increible.
Besos y amor
je
Yo tenía una granja en África al pie de las colinas de...Moderato por favor, estoy heladita, entre los ataques de los osos polares, el hambre, el frío y el tiburón...¿sabes? en su lugar hubiera preferido morir rapidamente en el naufragio que vvir todo eso para ser salvado al final.
Genial como siempre:)
interesante tu historia del tiburón y el hielo ártico.....pero, ante tanto horror vivido.........
cómo sé que en las verdes colinas del áfrica, no sé........aparecerá una jirafa carnívora!!!!!!!
gracias por deleitarnos con estos escritos....
un enorme abrazo
Te juro que cuando vaya de vuelta al Zoo en vez de mirarlo al oso polar lo voy a insultar y si puedo le tiro con algo.
Excelente relato me gustan cuando viene en capítulos, es como que atrapa mas.
Abrazo
...i m p r e s i o n a n t e... Josef eres un artista...un abrazo...
Los elementos y la propia naturaleza se asociaron en su contra, pero con un final estupendo...
Por cierto yo ya soy escritora, me lo han contado, yo no lo he mirado :( ( y eso que no he escrito un libro en mi vida... jeje). ¡Funciona!
Un abrazo
Hola Jose, hermoso relato sobre la voluntariosa capacidad del hombre ante la adversidad, y el final fantastico, como si el protagonista no hubiera tenido suficiente, queria mas,.....las verdes colinas del Africa, muy bueno en verdad te felicito!!
¿Como lo haces? ¿Como consigues transmitir así las cosas?
Ay que frío me ha entrado, vaya tela como nos metes en la historia.
Que te den el próximo Planeta
UFFF MENUDA HISTORIA ,QUE FRIO Y QUE MIEDO HE PASADO
VALIO LA PENA ESPERAR.
UN ABRAZO
Sí, sí,; las verdes colinas de Africa, que monas en sueños. De verdad que muchas aventuras están mejor pensadas que vividas.
Oye, Josef, por curiosidad, ¿eres tan aventurero como escritor? Te advierto que si sigues en esto tendrás que ir al lugar de los hechos de tus libros , ah ah...
Menuda angustia!!!!!!!!!
Ha sido como estar en la barcaza metida.
Me ha gustado!
Muchas gracias por este regalo.
Un abrazo
Y a Angel aún le quedaban ganas de otro viajecito? Uff.... creí que el tiburón se los comía a todos.
Besos,
Miedo y frío. Y muy bien escrito, pero eso no es nuevo.
Un abrazo
Me gustaría saber con que pócima engrasa usted la maquinaria de su imaginación y de su constancia...
:-)
J.
¡Jo!, que frio y que miedo he pasao, menos mal que llegó el mercante. Supongo que a Angel no le quedarán mas ganas de travesias en barco. Un beso
Pude sentir ese frío inmenso en mí piel¡¡ Genial¡¡;))
BESOOOTESSSSSS¡¡¡
ufffff que miedo!!!!
y me llevo el frio en la piel....
besos.
¡Qué bueno! Intriga hasta el final.
¡Estupendo! y la foto preciosa ¡estoy helada!
Un abrazo
Vaya... Tú nunca defraudas, desde luego.
Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Que le pregunte al protagonista de la historia si no es así...
Un abrazo.
Gracias por la visita a mi blog,desde hoy estamos conectados.
un abrazo
desde CHILE
Qué final tan emotivo caray!!!
De la fauna polar, muero de ganas por tener un pingüino frente a mí.....
... De osos blancos espero no verlos frente a mí ni en peluches!!
Qué geniales ecosistemas existen en este planeta verdad?
Me encanta leerte,
Un fuerte abrazo!!
Salta Valiente!!
Aventureros de millas,de esos que el peligro es afrodisíaco.De un iceberg al África.
Muy buen relato...como siempre...lo sabe ;)
cariñusssssssssssssssssss Josef!
Comparado con esa fría blancura, las verdes colinas de África son el paraiso.
Magnifico relato Josef.
Un abrazo
Está tan bien narrado que he podido sentir el frío.
¡Menos mal que llegó el barco mercante!, verdaderamente tienes una capacidad de síntexis y aún así poder transmitir emociones algo fuera de serie.Pensándolo bien no me voy de crucero...un besazo.
Aquí estoy, como había prometido, y aquí me quedo, como sospechaba... hay tanto que leer que necesitaré tiempo para ponerme al día... lo haré sin duda! Una suerte sin duda la mía el haberte encontrado. Ya sabes, la magia de Internet...
Lo mismo da desierto, que selva, que frío ártico, la magia aventurera la dominas con sublime perfección, eres el Salgari bloguero, enhorabuena.
Sin esfuerzo me llevaste con tu relato a esas aguas. Excelente josef.
Un abrazo
Algunos no le tienen miedo a nada. Valor, locura, inconsciencia?? qué debe ser?
Frío y angustia y al final, alivio, es lo que transmites, niño. Buen relato, Josef
Besos :)
A mí me encanta el frío pero no el que se te cuela dentro, sino el que te hace daño en la piel... Y me gusta muchísimo la foto con la que has ilustrado este post. Es preciosa. Me la guardo :D
Un beso
Josef, este relato me dio frío y miedo. ¡Qué angustia!
Bueno, muy bueno, otra historia en la que me haces mezclar como si fuera protagonista.
Besos
Publicar un comentario