Después de un mes y veinticuatro días exactos de tribulaciones Ángel cerró el libro “Las Verdes Colinas de África” de Ernest Hemingway, y recibió la anhelada llamada de trabajo que había solicitado en una compañía de turismo. Se trataba de un empleo de asalariado en un crucero. Recordó la ansiedad con que había rogado plaza para el buque que efectuaba la ruta: Londres, Cádiz, Casablanca, Ciudad del Cabo, y no la que efectuaba una vuelta con escalas programadas al círculo polar ártico que le ofrecieron. Y evocó cómo Amalia, su novia, y Luis, su mejor amigo, le habían suplicado recapacitar, insinuándole, que ya no existían paraísos ni selvas remotas en África. Lo cierto es que él siempre había soñado e incluso idealizado el exotismo de los trópicos, la belleza y el aroma enérgico y fluido del cafetal o la algodonera, y sobre todo, el denso olor vegetal de una selva en efervescencia.
Los tres estuvieron horas discutiendo acerca del tema, hasta que alguien tuvo la genialidad de opinar: “El ártico es inhóspito y fascinante.”
Ángel tuvo que admitir que de no salir tal frase a colación, con probabilidad, jamás se hubiera embarcado. Sin embargo, una frase altisonante y su férrea defensa de los trópicos, sucumbió. Lo cual le llevó a enjaretar su equipaje por un periodo de tres meses. Al fin y al cabo, poco tiempo, pensó. Enseguida estaría de vuelta, y con el dinero ahorrado, podría casarse de una vez.
Recordó la partida en Plymouth del crucero Scarlett. Había tenido lugar en un mes de julio británico particularmente húmedo y cálido. Reconoció a la abigarrada muchedumbre luchando por encontrar la mejor posición para despedirse. Mujeres encorsetadas se ocultaban del sol mediante delicadas sombrillas de satén, como en las mejores películas sobre el África, mientras un ejército de mozos embarcaba las maletas. Sí, muy victoriano, merecedor de una escena de la película: “Las memorias de África”. Los silbidos de la marinería, los gritos y llantos histéricos de la multitud, y aplausos cuando el buque zarpó. Y él en cubierta, a sotavento, luciendo su impecable uniforme de asistente sin pestañear o guiñar un ojo a Amalia, quien no cesó de gritar junto a Luis que miraba con constreñida seriedad. Sí, armonioso y romántico. Solo que no iban al África...
Y ahora estaba allí. Los días comenzaron a correr con rapidez y sobre todo reiteración, siempre consistían en lo mismo: Atender desayunos, limpiar letrinas, las cubiertas, las comidas, la sala de juegos, las cenas, etc. En cuanto al interés del ártico ¿dónde o en qué radicaba? Todo lo que Ángel se limitaba a observar desde cubierta eran tierras yermas, de tonalidades grisáceas o marrones, en cualquier caso de aspecto tétrico y desamparado. Y en esos lugares, de vez en cuando, el crucero hacía escala para visitar algún poblado Inuit. Prosiguieron la marcha hacia el norte y por vez primera les iluminó la blancura inmaculada de los hielos. Después de lo visto, presenciar aquel espectáculo, resultó incluso liberador. Pero sólo en principio, pues uno no podía mirar aquellos témpanos rígidos como cuchillas sin quedarse cegado. Se necesitaban oscuras gafas de sol para no transformarse en un invidente de por vida.
El ártico era duro, reconoció. Le oprimía y entumecía el alma. “Las almas”. Puesto que esa opresión pronto cuajó en el ánimo de los pasajeros. Por las noches, el bar, antes vacío, comenzó a llenarse de semblantes lúgubres, que apenas hablaban y solo sabían inclinarse para pedir copas de vodka, güiski, o el mejunje alcohólico que fuera, con tal de olvidar el paraíso de muerte en el que estaban atrapados. Hubo discusiones, insultos, y se llegó a las manos. Resultado, nueva orden: El bar cerraría por las noches. Y ya ni eso les quedó...
Y luego, aquella madrugada, la pesadilla. Ángel estaba de guardia y fue de los primeros en advertirlo. El barco chirrió como si alguien estuviera rayando cien mil pizarras al tiempo, y en segundos, se ladeo. Subió a la cubierta de popa y estupefacto, observó el panorama. Un iceberg segaba las resistentes planchas metálicas como porciones de queso. Más allá, sobre la cubierta de mando, divisó al culpable. Apoyada sobre la baranda de la escalerilla de proa resaltaba la colosal estatura del capitán, que parecía contemplar la tragedia en éxtasis, con ojos incrédulos y desorbitados; la boca torcida en una mueca absurda, mientras barruntaba palabras inconexas de las que sobresalían acusaciones contra un océano traidor…
El buque iba a hundirse en minutos, calculó. Dispuso del tiempo justo para pulsar la alarma y reunir a hombres mujeres y niños que, con rostros de espanto, iban surgiendo de sus entrañas. A todos ellos se les proporcionó un chaleco salvavidas. Luego, él y algunos marineros, tomaron garfios y picaron los bloques de hielo que se habían formado sobre las lanchas de salvamento. Una tras otra fueron abordadas y arriadas al agua. Primero, los ancianos, después las familias, finalmente la marinería. Ángel se embarcó en una de las últimas, con algunas familias de marinos.
Su única esperanza, remar y alejarse cuanto antes. Una vez a distancia prudencial, aturdidos, presenciaron con claridad y en silencio el espectáculo. En cuestión de segundos el océano engullía en su totalidad el lujoso y moderno crucero. Sobre el puente de mando, sólo y ebrio de locura, mascullando disparates, permaneció el capitán hasta que todo terminó.
Continúa pasado mañana a partir de las 19:00 h...
José Fernández del Vallado. josef. 2009.
Los tres estuvieron horas discutiendo acerca del tema, hasta que alguien tuvo la genialidad de opinar: “El ártico es inhóspito y fascinante.”
Ángel tuvo que admitir que de no salir tal frase a colación, con probabilidad, jamás se hubiera embarcado. Sin embargo, una frase altisonante y su férrea defensa de los trópicos, sucumbió. Lo cual le llevó a enjaretar su equipaje por un periodo de tres meses. Al fin y al cabo, poco tiempo, pensó. Enseguida estaría de vuelta, y con el dinero ahorrado, podría casarse de una vez.
Recordó la partida en Plymouth del crucero Scarlett. Había tenido lugar en un mes de julio británico particularmente húmedo y cálido. Reconoció a la abigarrada muchedumbre luchando por encontrar la mejor posición para despedirse. Mujeres encorsetadas se ocultaban del sol mediante delicadas sombrillas de satén, como en las mejores películas sobre el África, mientras un ejército de mozos embarcaba las maletas. Sí, muy victoriano, merecedor de una escena de la película: “Las memorias de África”. Los silbidos de la marinería, los gritos y llantos histéricos de la multitud, y aplausos cuando el buque zarpó. Y él en cubierta, a sotavento, luciendo su impecable uniforme de asistente sin pestañear o guiñar un ojo a Amalia, quien no cesó de gritar junto a Luis que miraba con constreñida seriedad. Sí, armonioso y romántico. Solo que no iban al África...
Y ahora estaba allí. Los días comenzaron a correr con rapidez y sobre todo reiteración, siempre consistían en lo mismo: Atender desayunos, limpiar letrinas, las cubiertas, las comidas, la sala de juegos, las cenas, etc. En cuanto al interés del ártico ¿dónde o en qué radicaba? Todo lo que Ángel se limitaba a observar desde cubierta eran tierras yermas, de tonalidades grisáceas o marrones, en cualquier caso de aspecto tétrico y desamparado. Y en esos lugares, de vez en cuando, el crucero hacía escala para visitar algún poblado Inuit. Prosiguieron la marcha hacia el norte y por vez primera les iluminó la blancura inmaculada de los hielos. Después de lo visto, presenciar aquel espectáculo, resultó incluso liberador. Pero sólo en principio, pues uno no podía mirar aquellos témpanos rígidos como cuchillas sin quedarse cegado. Se necesitaban oscuras gafas de sol para no transformarse en un invidente de por vida.
El ártico era duro, reconoció. Le oprimía y entumecía el alma. “Las almas”. Puesto que esa opresión pronto cuajó en el ánimo de los pasajeros. Por las noches, el bar, antes vacío, comenzó a llenarse de semblantes lúgubres, que apenas hablaban y solo sabían inclinarse para pedir copas de vodka, güiski, o el mejunje alcohólico que fuera, con tal de olvidar el paraíso de muerte en el que estaban atrapados. Hubo discusiones, insultos, y se llegó a las manos. Resultado, nueva orden: El bar cerraría por las noches. Y ya ni eso les quedó...
Y luego, aquella madrugada, la pesadilla. Ángel estaba de guardia y fue de los primeros en advertirlo. El barco chirrió como si alguien estuviera rayando cien mil pizarras al tiempo, y en segundos, se ladeo. Subió a la cubierta de popa y estupefacto, observó el panorama. Un iceberg segaba las resistentes planchas metálicas como porciones de queso. Más allá, sobre la cubierta de mando, divisó al culpable. Apoyada sobre la baranda de la escalerilla de proa resaltaba la colosal estatura del capitán, que parecía contemplar la tragedia en éxtasis, con ojos incrédulos y desorbitados; la boca torcida en una mueca absurda, mientras barruntaba palabras inconexas de las que sobresalían acusaciones contra un océano traidor…
El buque iba a hundirse en minutos, calculó. Dispuso del tiempo justo para pulsar la alarma y reunir a hombres mujeres y niños que, con rostros de espanto, iban surgiendo de sus entrañas. A todos ellos se les proporcionó un chaleco salvavidas. Luego, él y algunos marineros, tomaron garfios y picaron los bloques de hielo que se habían formado sobre las lanchas de salvamento. Una tras otra fueron abordadas y arriadas al agua. Primero, los ancianos, después las familias, finalmente la marinería. Ángel se embarcó en una de las últimas, con algunas familias de marinos.
Su única esperanza, remar y alejarse cuanto antes. Una vez a distancia prudencial, aturdidos, presenciaron con claridad y en silencio el espectáculo. En cuestión de segundos el océano engullía en su totalidad el lujoso y moderno crucero. Sobre el puente de mando, sólo y ebrio de locura, mascullando disparates, permaneció el capitán hasta que todo terminó.
Continúa pasado mañana a partir de las 19:00 h...
José Fernández del Vallado. josef. 2009.
41 libros abiertos :
Me gusta cómo vas hilando la historia y el personaje y lo que le rodea.
Entretiene y no decae el interés.
Pero eso.....eso ya te lo he dicho muchas veces :-)
Tienes un sello personal muy importante a la hora de escribir.
Y te felicito por ello.
Un beso.
Eres un gran contador de historias.
Espero a epasado mañana como un niño espera el dia de reyes.
un abrazo
qué bueno ese final, qué bueno: lleno de literatura y cine
interesante relato, veremos como sigue.........aquí estaremos esperando el desarrollo!!!!!!
felicitaciones por tu forma de narrar..........
un abrazo
Jo! moderato no se me ocurre nada, siempre me dejas sin palabras, Alfa y Omega.
Besitos y amor
je
Me encantó tu relato ¡volveré si me lo permites para ver el final. Me encanta tu narración.Gracias por llegar a mi blog y dejarme tu comentario que también suscribo.Un saludo. Angela
Eres auténtico con la narración, enganchas desde la primera linea, aqui estaré pasado mañana, para conocer el final. Un beso
Cada vez me gusta mas tu estilo, mi muy querido amigo Moderato.
Muy bueno tu relato, como siempre.
Veremos como acaba...!
Un abrazo...!
Jose, pues quedo a la espera de saber cómo continúa la historia. pero te adelanto que me han gustado el personaje y la atmósfera que has creado.
Un abrazo.
Lo bordas,simplemente,
y seguro que lo sientes
con tanta naturalidad!
besos
Me gusta cuando tus cuentos son en capitulos. Yo tengo un amigo que ya ha pasado tres campañas invernales en una de las Bases argentinas en la Antártida, y cuenta que es un espectáculo increible.
Espero la segunda parte!
.
...como siempre josef te luces con estos relatos cuajados de imprevistos...
veremos que más sigue. te dejo saludos con un abrazo
Fascinante.
Te atreves con todo.
Y siempre ganas.
Muy bueno.
Saludos.
Eres un gran narrador. Cuentas las historias con todo detalle, y no decae nunca el entusiasmo por la lectura.
Un abrazo
Vale, pues me espero entonces... jeje.
Un beso, Josef
(He tenido problemas para comentar en tu blog, hay veces que no me deja por muchos intentos que haga, ays.)
Titánico relato...
(Espero la continuación de tu relato, embarcado en un bote salvavidas descolgado de la excelsa literatura que esparramas tan señorialmente.)
Abrazancos
Como siempre me tienes embobada leyéndote. Me encanta como cuentas historias ;)
Muuuuuuuacks!
jaja, te apuntas a los episodios???
nos has dejado en ascuas, y totalmente de acuerdo con Neli, pero eso ya te lo he dicho muchas veces...
abrazos gelidos ...
Lo que parece un final no lo es...¿que sucederá tras la tragedia?...En el ártico se le entumecía el alma para explicar la opresión estrema y última. Esa frase me hizo recordar que seguro es asi porque una vez sentí como, literalmetne se me rompió el alma...no encontraba otra manera de explicar el dolor.
Espero el próximo capítulo
besos:)
Me gusta lo que escribes, cómo lo haces...
Me gustan tus imagenes, son preciosas.
Siempre un placer visitarte
Un beso
mj
No me gustaría correr la suerte del protagonista. Hay lugares donde mejor no ir.
Un beso, novelista.
Qué talento para narrar historias, Amigo!
Vos sabés, el buen escritor no pregunta, directamente nos toma de la mano y nos lleva a ese mundo, a esa historia, a la magia.
Precioso, y claro, aquí y a tu lado para la continuación!
No me sueltes la mano!
Un enorme Abrazo Querido!
Excelente y cautivador tu relato, me gustó! Y por supuesto que estaré acá en la cita para ver la continuación.
Besitos,
Puesto que vamos a ser vecinos...he querido acercarme a ver tu cuarto...coqueto, si señor.
Saludos
me encanta la idea romántica de que un capitán siempre tiene que hundirse con su barco...bicos.
Excelentes cuentos.
Me alegra haber encontrado tu blog.
Besos y sigo visitándote.
excelente relato titanico, espero su continuacion.
besos.
hola paso a saludarte y decirte q cambio de enlace,si te apetece visitarme estoy en http://regalaturisa.blogspot.com/
Me gusta como vas hilando la historia y mañana más....
Un beso
Genial relato, me recordó a Titánic, jejejeje;))
UN BESAZOOOO¡¡¡¡
Lo mismo digo, me recordo el Titanic, claro que se que no es el titanic verdad amigo, estoy esperando el espeluznante final que les das a tus bellas historias
Un saludo
Janeth
A medida que van pasando los años me voy dando cuenta, con mayor evidencia y mayor desencanto, que sólo podemos confiar en nuestras intuiciones. Si ellas nos dicen "África" no debería haber lugar para confiar en el "Ártico". Un abrazo.
Me gusta tu relato querido José. Tan lleno de detalles, que nos transportas a presenciar de cerca el curso de los acontecimientos.
Esperaremos el final. Gracias!
Un beso grande.
Vaya, tienes la "mala" costumbre de dejarnos con la intriga ¡Que malo eres!
Espero que aquello fuese únicamente lo que todos pensaban: Una pesadilla de las que terminan bien.
Mantenerse es el secreto del éxito.
Sigues realmente inspirado, bocanada continua de aire aventurero...
saludos Iduard
No pude evitar que viniera a mi mente la historia del Titanic.
Espero en ascuas su continuación...
Un abrazo Josef:)
Las novelas de capitanes de barcos que románticamente se hunden con sus amados barcos, son mi debilidad, bueno lo eran.
BESIÑOS
tan buenos tus relatos como siempre...
pienso que el Capitan no abandono su barco...
no bajarse de un barco que se hunde es una temeridad...pero un actod de fe y honor...
y utilizo la metafora...y la aplico a algunas cosas de mi vida....
veremos cuanto agunta "mi barco" a flote....
un abrazo amigo
Hola Josef: me interesó la historia. ahora voy a la siguiente parte. saludos!
Dicen que el capitán nunca abandona.... eso dicen.
me recordó a ya famosa historia.
Saludos y buen fin de semana :)
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