domingo, mayo 09, 2010
Accidente.
Luis Acevedo abrió los ojos y un fuerte resplandor le obligó a cerrarlos de nuevo. Se llevó una mano a la frente para protegerse de la claridad, y al tiempo que sentía una insoportable punzada de dolor, se dio cuenta; uno de sus brazos estaba fracturado. Volvió de lado la cabeza para no mirar de frente al sol, y se preguntó dónde estaba. Pero un velo de inconsciencia empañaba su cerebro y le impedía recordar. Se decidió por incorporarse, y cuando quiso hacerlo, las piernas no le obedecieron. Jadeando, consiguió apoyarse sobre el otro brazo, que pese a estar dolorido, parecía encontrarse mejor. Sólo entonces empezó a ser consciente de su situación.
El brazo fracturado estaba vuelto del revés en una posición inverosímil. Con todo, eso no era lo peor. Lo malo fue constatar que de cintura para abajo no tenía la menor sensibilidad. Pero lo que le resultó más alarmante, fue descubrir que estaba tendido en el borde de un barranco, donde una de sus piernas sobresalía en el aire desde la mitad del muslo al exterior; de tal forma, en cualquier instante y con sólo realizar un leve o inadecuado movimiento, la precaria balanza en que se encontraba podría desestabilizarse y precipitarlo al vacío.
Gritó pidiendo auxilio, pero el eco le devolvió sus palabras. Ya que así era, se hallaba en un desfiladero. Apenas fue una vaporosa abstracción y de súbito el velo que obstruía su percepción, se comenzó a desmoronar, pero los recuerdos de lo sucedido anteriormente no se presentaron de forma ordenada, sino a retazos que impactaban en su mente y se volvían a desvanecer.
Lo primero que vio fue la casa; se trataba de un chalé de montaña. Dentro había una habitación, o para ser más precisos, un confortable salón. Algo tosco quizá, y una hermosa chimenea, en cuyo hogar con facilidad se podrían asar al tiempo varios venados. Sobre ella, sobresalía la cabeza cubierta de cerda erizada de un jabalí, cuyos ojos brillantes reflejaban los instantes de ira y terror previos a una muerte violenta. Y algo más importante, su mente reconoció a una persona; concretamente a una mujer. De forma parecida a como los créditos de una cinta cinematográfica se imprimen en celuloide, los caracteres con su nombre se le revelaron. Sólo así logró evocar su nombre: ¡Martha! Y a continuación, en forma de oleada confusa pero inexorable, el salón antes vacío, se pobló de imágenes y vida: Los amigos, sus risas, el jolgorio, el crepitar del fuego y en un rincón, dispuestas sobre una mesa, las botellas. Pero ante todo estaba ella: Espléndida, junto a él. Besándose con fogosidad mediante un abrazo interminable, recordó. Y un cosquilleo agradable lo sumió unos instantes en un estado de ensueño. Seguidamente más recuerdos, aunque quizá no tan agradables, pues algo se interponía. De nuevo estaba él, pero ahora solo, junto a la chimenea. ¿Qué hacía? En realidad, nada en particular. Sencillamente, como si tuviera urgencia por acabar con algo, rellenaba una y otra vez su vaso de güisqui y bebía alterado.
Durante unos segundos de desorientación dejó de ver y su mente volvió a naufragar en la ausencia y el desconcierto. Y, en instantes, a la velocidad con que pareció embotarse, le volvió a funcionar de nuevo. Ahora, como si fuera un mero curioso que oteara a través de la lente de un tomavistas, su memoria reconoció de nuevo el espacio. Al fondo del salón, que le pareció más amplio a como lo recordaba, había un sofá, reclinada sobre sus almohadones estaba la misma mujer. ¿Qué hacía ahí? ¿No era con él con quien debía de estar? Pero sobre todo: ¿Quién era? ¿Su novia, su mujer? Y... ¡por qué! Por qué consideraba que era su mujer. ¿Acaso estaba casado? No. Ni siquiera era capaz de intuirlo y menos, claro está, de recordarlo. Ya que de momento su mente sólo parecía capaz de atrapar los instantes anteriores a... ¿qué? No había forma de saberlo, evidenció con impotencia. De hecho, verse obligado a soportar semejante incertidumbre, le hacía sentirse peor. Claro que – meditó – posiblemente la tal Martha sólo fuera una fulana con la que había pasado el tiempo. Además, estaba sola. ¿Sola? ¡Ya no! Hablaba con alguien, y parecía entretenida. ¿Sólo entretenida? Un momento. Sí, no había duda. Conocía a la persona. El hombre que estaba con ella. Era... Y como si recibiera una descarga de alto voltaje recordó un nombre: Carlos. ¿Aquel individuo era Carlos? Le resultó curioso, porque al conocerlo en el aeropuerto no se le había ocurrido pensar que un tipo tan superficial pudiera arrebatarle… ¿O quizá por eso mismo? De pronto lo vio claro, y percibió su contrariedad, sus celos, ¡su ira!
A continuación estaba en el Land Rover, circulaba por un camino forestal: El ruido sordo del motor, el traqueteo de la caja de cambios. ¿Iba rápido? No. ¡Lanzado! Como si participara en un rally. Y desde luego, así había sido su vida, un rally desenfrenado en el que a menudo había sido el primero. Aunque ¿con qué objeto ser el más rápido? ¿De qué le había servido? Lo cierto es que en su familia, desde su infancia, siempre lo estimularon a ser el mejor. Sólo entonces fue consciente, eso era todo lo que había aprendido: a competir y a ganar. Y quizá debido a eso – consideró con amargura – a lo largo de su vida se había desenvuelto con exceso y prepotencia.
Así pues, una vez más, no había nadie esperándole. Nadie para ayudarlo a controlar las maniobras e indicarle cómo afrontar los desniveles y las curvas. Como siempre, debía hacerlo todo.
En cada desviación el vehículo derrapaba y Luis Acevedo frenaba con ansiedad para volver a pisar a fondo. ¿Y con qué fin? ¿Para llegar a dónde? ¡Al accidente! Fugazmente vio el coche volcado y a él debatirse en su interior. Lograba salir, se arrastraba, ¡sobrevivía! Ya solo debía caminar y llegar, pero ¿a dónde? Continuaba sin saberlo. Además, se dio cuenta de que era incapaz de levantarse y ni tan siquiera de moverse.
Volvió a la realidad. Ahora lo sabía. Sabía que si estaba allí, con el cuerpo balanceando como un péndulo a merced del barranco, había sido por su torpeza. Y algo peor, ya no tenía fuerzas para seguir pidiendo auxilio; se encontraba agotado. Se hacía de noche y tenía sed, los labios agrietados, un brazo dolorido, el otro apenas lo sentía, y una brecha en la cabeza. Pero aún le atormentaban más sus conjeturas. ¿Cómo había sido capaz de cometer semejante estupidez? Era evidente, lo había hecho en un arranque de celos. Aún así ¿era un sujeto tan elemental como para dejarse arrastrar por un arrebato pueril? Por desgracia, aquel parecía ser el hecho incuestionable. Además, estaba borracho. Aunque eso tampoco debía servirle de excusa, pues lo cierto, es que a menudo solía estarlo. ¿Y Martha? No era una niña, sino una mujer; madura, tranquila, y sobre todo sensible. Resultaba lógico que un borracho ramplón le asqueara. ¡Dios! Debía de haberse puesto tan insoportable...
Empezó a sentir frío. Pero sobre todo estaba su miedo a moverse. Daría lo que fuera por ser capaz de volar, dejarse caer, descender flotando con la levedad de una pluma, y posarse con delicadeza en el fondo del barranco. Y a pesar de todo, reflexionó, no era miedo lo que sentía. En ese instante lo entendió, era algo más preocupante.
Escuchó un chasquido, aguantó la respiración. Sobre su cabeza algo o alguien acababan de moverse. En ese momento, pensó, dadas las circunstancias, era probable encontrarse con fieras, y más si era de noche. Ya que las fieras cazan al amparo de la oscuridad. De repente lo supo. Estaba en los Estados Unidos. En las montañas rocosas. Concretamente en un lugar llamado “Pale Creek.” Y allí aún había pumas, coyotes, jabalíes, e incluso osos. ¿No era eso lo que le había llevado a aquel lugar? Continuó pensando, y su mente no se detuvo, y eso era justo lo que no debía de hacer: ¡Detenerse! Porque en cuanto lo hiciera, estaría acabado. Los grizzli... Alguien, quizá un funcionario de la reserva, le había asegurado que eran astutos y asesinos. Les gustaba la carne y probablemente les atrajera el olor de la sangre; y en su estado era presa fácil. No... No le apetecía morir devorado. Pero ¿y el rumor? ¿Seguía ahí? Sí, sobre su cabeza, cerca, muy cerca. A apenas unos metros algo hizo que los arbustos se agitaran. Con su brazo útil, Luis Acevedo revolvió nervioso en la hojarasca hasta dar con una piedra, y se dispuso a luchar por su vida. Tenía la boca pastosa, sintió erizársele el pelo, y los músculos se le tensaron hasta chirriar como cables de acero. De forma progresiva, un goteo pegajoso anegó su cuerpo en un sudor. Estaba dominado por el miedo, cuando un desconocido resquicio de esperanza, le indujo a realizar un gesto de valor. Aturdido, aferró con todas sus fuerzas la piedra, y gritó.
- ¡Hey! ¡Hey! ¡Fuera! ¡Largo de ahí! Y la arrojó a los matorrales.
Como si tuvieran vida propia las zarzas comenzaron a bambolearse. Se oyó un zumbido luego un revoloteo y una masa pardusca pasó a su lado y se diluyó en la oscuridad. “¡Solo es una lechuza!” se dijo. La descarga de tensión provocó que riera con nerviosismo, la oscuridad devolvió duplicada su carcajada, y Luis Acevedo dejó de reír. Pues envuelto en aquel lúgubre silencio su eco le resultó siniestro.
Y así permaneció, en silencio y tensión durante el resto de la noche. En la postura grotesca en la que había vuelto en sí: El brazo hacía atrás, la pierna inclinada sobre el vacío, y probablemente entumecida, porque hacía frío. Y pese a sentirse terriblemente cansado, el frío y la angustia no le permitieron dormir.
No había salido el sol cuando un nuevo rumor le alarmó. A continuación percibió un siseo. ¿La brisa al agitar la maleza? No, no era eso, sino algo distinto y mortal al deslizarse en el matorral con indolencia. Sintió el contacto de una piel fría, resbaladiza, y allí estaba, sobre su estómago. Una víbora mocasín. El reptil lo contemplaba, y mientras lo hacía, sus ojos de cristal parecían sonreírle. Con pereza, como si bostezara, abrió las mandíbulas y se dispuso a morder. Sin embargo, en lugar de abalanzarse ¡le habló! Y esto fue lo que dijo.
—“¡Cálmate Luis! No te muevas. Te voy a sacar de aquí.”
Y Luis Acevedo, sin dar crédito a lo que oía, con los ojos dilatados, contemplaba sobrecogido.
La serpiente, prosiguió.
— “Tranquilo Luis. ¡Soy Martha! Te voy a sacar de aquí.”
Pero Luis Acevedo tenía miedo, en realidad estaba aterrado. Y, además, ¿cómo creer en una repulsiva serpiente?
Sin dejar de mirarla, inmovilizado y coartado por el espanto, dejó escapar una carcajada y vociferó.
—¡Oh claro…! Desde luego. Sabes. Eres tan hermosa...
La serpiente lo miró con ojos encendidos. Su garganta se dilató y de su oscuridad surgió una lengua bífida, repulsiva, que comenzó a palparle el estómago. A continuación ascendió por el pecho, llegó hasta su cuello y con lentitud, fue acercándose a su boca hasta rozarle los labios con suavidad.
Sólo entonces, como si exhalara un susurro, volvió a repetir.
— “Tranquilo Luis. Soy yo, Martha...”
Luis Acevedo trató de mantener los labios oprimidos; no pudo soportar mucho tiempo, pues para tomar aire de nuevo, se vio obligado a entreabrirlos. Y aunque lo hizo durante un breve instante, resultó insuficiente. Ya que nada más volver a cerrarlos advirtió como el apéndice de la serpiente, abriéndose paso, se adentraba en su boca y, deslizándose mediante leves fricciones sobre el paladar, alcanzaba su garganta.
Sacudido por accesos de arcadas, Acevedo pensó.
“No puede ser... ¡Esto no me está sucediendo!”
Comenzó a gemir; y aunque la mayor parte del tiempo sólo acertara a articular vocablos sin sentido, de vez en cuando, con voz entrecortada, lograba pronunciar cortas frases de auxilio.
Inducido por el miedo, de forma instintiva, ejecutó un violento gesto que pilló desprevenido al reptil. Se sucedieron segundos durante los cuales, la serpiente, con el centro de gravedad desplazado, antes de despeñarse, logró mantenerse en un extraño y mágico equilibrio. Ocurrió un segundo antes de que se precipitara: Volvió a hablar. De hecho pronunció una palabra. ¿O quizá se trató de una frase? Dijo:
— “Hasta siempre Luis. Mi amor…”
No le dio tiempo a más.
Como es natural, juzgando la gravedad de su estado, Luis Acevedo no lo entendió. Pero el caso es que esa voz, aquel timbre de voz, le pareció el sonido más agradable y hermoso que jamás escuchó.
José Fernández del Vallado. Josef 2008. Arreglos mayo 2010.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
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en los lugares más insospechados puede surgir el amor
saludos
Me gusta, manejas muy bien las descripción y el ritmo. Muy bueno.
Un saludo.
El mundo y la vida son muy extraños, más aún en conjunto. Nunca sabemos dónde podemos acabar.
Fantástico. Abrazos fuertes
Me gusta el estilo. Es como un suspenso continuo. Mientras te leo ando con el alma en la boca...me gusta esa sensación...aunque a veces me da como miedo, eso significa que eres bueno.
Un beso.
Josef, como siempre la calidad narrativa de tus relatos es excelente. Provocas tensión y suspensa que obliga la lector a acelerar la lectura.
Muy bueno.
Un saludo,
Impresionante relato lleno de suspenso y magia, por un momento me recordaste una sensación que tuve hace mucho tiempo.. al leer Los cuentos de la selva de Horacio Quiroga, se que las comparaciones no son buenas pero me hiciste sentir lo mismo.
Besos:)
Hola José!! Muy bueno. El suspenso te guía hasta el final. Excelente.
Besosa
Excelente relato con esa gran dosis de intriga te engancha ,y no puedes dejar de terminarlo
Es que después de un guacharrazo creo que puedes pensar cualquier cosa menos que estas en tus cabales
Intriga y suspense de principio a fin, me gustó, dejaste el libro abierto para que cada cual busque, donde quiera en si mismo, en los otros, en la imaginación, me quedo aquí dandole otra vuelta.
Besos. Eritia
Que gran relato de principio a fin.
Muuuuuuuuacks!
Que angustia y suspense.
Muy bueno otra vez.
Saludos.
El comienzo es espectacular, desde luego, ese hombre con un brazo roto que trata desesperadamente de recordar lo que ha sucedido. Un arranque digno de la mejor novela negra
Se palpa la angustia en cada movimiento, espesa, fría... casi más profunda que el propio abismo.
Genial
Una sonrisa
Felicitarte Joséf por la imagen que has escogido para el texto y también por él, fantásticos los tintes noir que se respiran en ella.
Un abrazo y feliz lunes :)
Arwen
Un muy buen relato... un estilo interesante y la tension mantenida hasta el final. La sospecha de saber o creer... las sensaciones perdidas y los recuerdos en rafagas...
Imposible no leerlo de una vez... atrapante sun duda
Un abrazo
No tuve respiro. De principio a fin conteniendo la respiración, con tantas ganas de averiguar qué ocurrió como Luis Acevedo.
Muy buen relato, Josef
Muy muy bueno.
Era una situación demasiado angustiosa para creer lo que veía.
Me ha gustado mucho.
Un beso
Puedes haberla perdido a ella, pero amigo te digo que no pierdas, la ilusion y la esperanza, puede que ella no fuera con quien tuvieras que permanecer para siempre, aunque no creo en el amor eterno, eso solo se logra currandoselo todos los dias.
Pero a veces incluso eso no basta. Hay personas que se enamoran del amor, y cuando han perdido la chispa vital que sentia al principio, se desilusiona y todo lo bonito se acabo. Un abrazo y animo amigo
yo sí puedo entender la seducción de esa voz...
Me gustó mucho el ritmo, lo leía casi al ritmo de un coche antes de un accidente...
Besicos
y tanto mi querido amigo , donde menos lo esperas salta la liebre, un abrazo de admiracion
Me gustan mucho tus escritos; me encanta tu forma de escribir, pero tengo un problemilla contigo... Es necesario disponer de tiempo cuando entro en tu blog. Tus relatos casi son novelas.
Un abrazo, y que la carretera vaya siempre sin muchos contratiempos.
Un abrazo
Historias llenas de imaginación. Esta del accidente es turbulenta y claustrofóbica (me dan pánico las serpientes), aunque me gustó.Besos
Ay que angustia!! Ya no respiraba bien cuando el hombre estaba tan mal herido..., pero lo de la serpiente casi me matas.¡¡Les tengo pánico! y tu describiendo todo lo que le hacía...! Al final ya no fuí capaz de razonar que si Marta era mala como una serpiente o que el deliraba con ella..buff.
Besos.
Ahora lo tengo claro eres buenísimo.
Lo que no entiendo es porqué tiro a marta , claro si era una serpiente pues será por eso ...las serpientes al fin y al cabo son serpientes.
besos grandes
Ahora lo tengo claro eres buenísimo.
Lo que no entiendo es porqué tiro a marta , claro si era una serpiente pues será por eso ...las serpientes al fin y al cabo son serpientes.
besos grandes
Muy bueno.
Gracias por pasar por mi blog.
Saludos.
No soy critica para hablar sobre la cadencia de la escritura o el ritmo que impones,
Sólo puedo decirte que la lectura me atrapó hasta el final, muy bello por cierto.
Un placer conocer tambien este blog.
Gracias de nuevo
Un abrazo.
Pobre Luis Acevedo. No me había enterado yo de su desgracia, y eso que somos familia. jaja
Acevedo es mi apellido ;)
Siento que no acabe mejor.
Besos
Precioso tu relato. Un abrazo.
Una imaginación sin límites. Abrazos.
Estupendo relato, me has tenido intrigada hasta el final.
Besos.
Genial!!!! madre mía y que yo tenga tus libros por leer, esto empieza a ser casi pecado jejeje, no debería dejar pasar más tiempo jejeje.
Por cierto genial el cambio de imagen de tu blog, muy chuli.
Un abrazo
Realmente bueno, estupendo relato!
No me dieron ganas de abandonarlo en ningún momento.
Pero ese final abierto, me dejó con ganas de saber...
Quien era la serpiente?
Que pasó después con Luis Acevedo?
Genial Josef!
Besos y abrazos!
Ha sido un verdadero placer haber leido esta historia desde el principio al final una magnifica narracion llena de suspense e intriga, me engancho y mira que hablando de serpientes le tengo panico prefiero no leer nada.
Un honor aprender de un escritor consagrado.
Primavera
Como siempre... MAGISTRAL.
Eres un verdadero dios del relato corto.
Un fuerte abrazo.
La mujer serpiente, hay amigo me encanto este relato, fascinante!, y la imagen muy acorde con el texto, muy lindo felicidades!!
Excelente relato con las dosis magistrales de suspense. Sinceramente no me esperaba ese final , decirte que me has sorprendido y a la vez impresionado.¿La serpiente en este caso es la tentación materializada en la mujer de marta?
Mis mayores felicitaciones.
Besos, Vicky.
Y añadir lo absorvente y atrapante de la historia.
Enhorabuena Josef.
Saludos.
Arwen
Como en cada uno de tus relatos atrapas al lector hasta el final que nos deja asombrados.
Pienso que en su alucinación pensó ver un reptil en Marta y al acabar con ella, acabó con la última esperanza de salir del precipicio.
Abrazos
HOLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
mi divinisimo amigo moderato sabes eres un dulce de los dulcicimos que ya no existen ....
gracuas por star en mis mejores y perores momentos bueno ...tambien estas en los mamomenos..,o sea que eres de los grandiosos....
gracias por estar amigo te valoro y te dejo mis cariños y besines...
te adoro !
:) SAUVIGNONA
Interesante relato donde se mezcla el suspenso, la acción, la pasión, el amor, la intriga, mantiene la emoción e incertidumbre hasta el final. Buenas imágenes. Interesante el hecho de que el amor siempre salpica todas las facetas de la vida.
Besitos amigo
Una delicia leerte por eso me doy el tiempo para venir y no leerte a la carrera… me gusta saborear el relato …las emociones que provocan …como la serpiente que se enrosca y luego devora por completo la presa …tu eres un genial escritor de la arcilla haces obras maestras…besos
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