Lo que voy a contar sucedió hace mucho tiempo, finales del año mil novecientos cuarenta y cinco.
Era un verano tórrido y seco en una pequeña isla del Mediterráneo, habitada tan sólo por veinte familias que vivían sin problemas de la pesca. Veinte familias y un hombre solitario llamado Julián; también – como no – marino.
Nadie se explicaba cómo, pero de forma milagrosa la segunda contienda había pasado arrasándolo todo sin siquiera rozar el diminuto reducto.
Los días se sucedían de forma inalterable en el pueblo. Todos los amaneceres, una vez listos los aparejos de las embarcaciones, los hombres se hacían mar adentro con el objetivo de capturar lo justo para su manutención y un sobrante que vendían en la rada a los escasos turistas que acudían, sobre todo, los fines de semana.
Después almorzaban con sus familias y al anochecer acudían al bar de Tino Trapattoni, un italiano que desembarcó cierto día, se enamoró de una moza, y allí se quedó.
La rutina de Julián era diferente. Habitaba una chabola que él mismo se había construido cerca de las rompientes, y cuando no iba de pesca, le gustaba gozar de las delicias del dios Baco en el bar de Trapattoni. Resumiendo, Julián pasaba un tercio de su vida alcoholizado, y debido a su carácter insociable, en el pueblo era calificado como el “raro.” Pues en los casos en los que entablaba conversación con sus vecinos, más de una vez acababa mandándolos al cuerno. Pero Julián era también, en cierto modo envidiado, pues era depositario de un tesoro del que muy pocos hombres pueden jactarse: Era el mejor “lobo de mar” de la isla, y probablemente de una inmensa extensión al sur de la península, pues como si dispusiera de la tecnología más avanzada, sabía con una exactitud sorprendente, no sólo donde encontrar los mejores caladeros, sino donde debía de colocarse la almadraba cada año; lugar por el cual, de forma inexorable, acababa circulando el atún.
Así pues una vez que la flota compuesta por unas quince embarcaciones armaba los aparejos, en lugar de hacerse a la mar, amarrada a puerto, aguardaba la llegada de Julián, que medio ebrio o borracho del todo, era siempre el último en llegar. Y cuando tras la espera acostumbrada, lograba arrancar el viejo motor diesel de su embarcación, no solo era seguido por la flota de “casa”, sino que fuera de puerto las flotillas de los quince o veinte pueblos de la costa más cercanos al islote, se sumaban a la expedición. En total, tras la embarcación de Julián marchaba una multitud compuesta por unas doscientas embarcaciones; un espectáculo digno de admirar, pero que Julián solo miraba con desdén.
Luego, en alta mar, tras ser perseguido durante un par de horas y faenar en dos o tres sectores con éxito, no existía barco o lancha que pudiera seguir el ritmo que la vieja cafetera de Julián imponía. Los hombres no se lo explicaban. Aunque había quien sostenía la audaz teoría de que Julián viajaba siempre a caballo de las numerosas corrientes marinas.
El día que tuvo lugar el suceso la mar estaba brava y nadie en el pueblo, exceptuando Julián, se atrevió a faenar.
Ese mismo día su embarcación tampoco llegó al medio día, ni después de comer, ni por la tarde, ni de noche. Inquietos, los hombres se dieron cuenta del tesoro que perderían si Julián fallecía o abandonaba la isla.
De madrugada el pueblo entero permanecía congregado en el bar de Trapattoni, cuando un chico entró corriendo y excitado, informó que Julián entraba en el puerto. Mujeres y hombres se precipitaron al fondeadero y asombrados contemplaron la escena más rara de cuantas pudieran haberse imaginado. De pie, firmemente agarrada al mástil de proa de la embarcación – unos cabellos pelirrojos ondulando al viento – una mujer de apariencia extranjera, destacaba en la cubierta.
Instantes después, cuando el barco echó la maroma, y mientras los muchachos lo amarraban, todo el pueblo se encontró contemplando con curiosidad pero en silencio, a aquella mujer hermosa y extravagante. Que descalza, vistiendo tan sólo unos humildes bombachos y una camiseta blanca, sin dejar de sonreír, saltó a tierra y saludó mediante una cortés reverencia.
A partir de aquel día algo... o todo, cambió a peor en la isla. No así para Julián, quien apenas salía de su chabola para comprar algunas latas de conserva y botellas de vino. En cuanto a su extraña acompañante, ni se la veía ni se dejaba ver. El apartado de la pesca iba todavía peor; pues Julián parecía haberse olvidado por completo y para siempre de su oficio.
Había quien aseguraba que, entre risas, ciertas noches ambos nadaban cerca de la chabola, en la caleta del cormorán. Pero ninguno daba crédito a aquel rumor, pues todos sabían que Julián jamás había aprendido a nadar.
Los meses se sucedieron envueltos en la misma querencia. Los demás pescadores continuaban haciendo filigranas; pescaban, pero las capturas eran cada día de menor cuantía. En el pueblo, por primera vez en años, se dejó sentir el hambre. Apuradas, algunas familias hicieron las maletas y se retiraron a vivir en la costa.
Un día, un nuevo acontecimiento cambió el panorama.
La mañana de un domingo los hombres del pueblo descubrieron con asombro un estilizado velero de tres mástiles y más de veinte metros de eslora fondeado en la ensenada.
De su interior partieron cuatro esquifes que desembarcaron en la pequeña playa de la isla. Una comitiva compuesta por treinta hombres y mujeres elegantemente vestidos, que sin cesar de reír y vocear caminaban a cubierto bajo unas sombrillas que portaban sus subalternos, tomaron la playa y desplegaron unas aparatosas tiendas. Situado en el centro de la comitiva, destacaba la presencia del armador multimillonario Korchianis Papaloukas, quien dando órdenes, humillando y rebajando a los empleados del servicio y a los invitados, no cesaba de gozar de su imponderable soberbia.
En los tres días siguientes, a base de compras y multitud de regalos, Korchianis se ganó a la población de la isla.
Nadie recuerda cuando ni cual fue la primera vez que el armador y la extranjera de cabellos de fuego se conocieron. Pero se sospecha que atraído por el aroma de la miel – en el caso de Julián la bebida – el pescador no tardó en acercarse.
Empezó a vérseles juntos caminar por la orilla de la playa. Mientras tanto Julián disfrutaba delirando entre botellas del whisky escocés más delicioso, el ron más exótico, y el vino de reserva de las mejores cosechas; y cuchicheando como un bufón de palacio declaraba con orgullo, que su mujer era la sirena más bella que jamás navegó los cinco océanos.
El final del verano coincidió con el cumpleaños de Korchianis.
Una noche estrellada organizó una fiesta por todo lo alto en la playa. En sus yates de lujo acudieron jeques del petróleo, personalidades relevantes de la península, estrellas de cine de la televisión y el mundo de la farándula. Había hombres elegantes, mujeres preciosas, en resumen, parte de la jet set europea estaba allí concentrada; y bregando entre todos, enfebrecido de locura ante semejante panorama, preso de una felicidad absoluta, prendido del brazo de su bellísima mujer pelirroja, y henchido de orgullo, caminaba Julián sin perder compostura, consciente de que el mundo lo observaba.
Sin experiencia en semejantes festejos, no tardó en separarse de su mujer y distraído comenzó a responder a las preguntas que le formulaban algunos hombres y una apretada pléyade de mujeres ansiosas. Pues como un reguero de pólvora, había corrido la voz de que era un hombre de mar, y aquello, aparte de caché, proporcionaba una inmensa baraja de temas marinos sobre los que extenderse; y así fue.
A las cuatro de la madrugada Julián seguía conversando sobre sus increíbles aventuras marinas, claro que hacía tiempo que su adorable público de señoritas, indignado ante su vocabulario soez y sus múltiples ofensas, se había retirado dejándolo solo con su cliente más incondicional: el alcohol. Y la voz cargada de Julián apenas era un murmullo entre los cientos de personas que se congregaban en la celebración.
A la mañana siguiente, un rayo de sol provocó que sus ojos se abrieran. Se encontró en calzones, en una postura ridícula; la cabeza sobre una tumbona y las piernas sobre la arena. Cuando logró ponerse de pie el panorama arrasador de un terrible tifón parecía haber asolado la playa. Había botellas en todos los rincones, restos de vasos y comida esparcida por el suelo de la que algunas gaviotas daban cuenta sin cesar. Pero no quedaba un alma.
Su sensación inmediata fue de vacío y una terrible soledad. Pero aquello no debía preocuparle, se dijo, ya que siempre había estado solo. En silencio, medio aturdido por el sonido de la música todavía zumbando en sus oídos, comenzó a ponerse los pantalones. Terminó de abrochárselos metió una mano en uno de sus bolsillos y se encontró con el papel. Estaba doblado, con una letra intachable, alguien había escrito.
Amigo entrañable, Julián.
No quería llevarme a Yanira, pero ella me lo pidió. Sé que no estaba sujeta a ti Así que... está conmigo. Ah, y no te preocupes la trataré como a una princesa.
Por cierto, en tu otro bolsillo o en este encontrarás una sorpresa. Sólo es un regalo por tu ¡precioso regalo!
Gracias.
Un abrazo.
Korchianis Papaloukas.
Ella… ¿se llamaba Yanira? Por qué nunca se lo había dicho. En el otro bolsillo encontró doscientos dólares. Furibundo rompió los billetes y los arrojó al mar. Luego se fue a su chabola cerró la puerta y nadie – excepto yo – lo volvió a ver, durante semanas.
Continuará el martes...
José Fernández del Vallado. josef,mayo 2010.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.
viernes, mayo 21, 2010
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Lo que puede hacer el dinero... hay un dicho que dice así: "dinero mata galan"... y por muy galán que fuera Julian, su querida Yanira no resistio deslumbrarse por la vida buena y facil que ofrecia el millonario, y sarpó hacia la aventura al igual que lo hizo con él, tiempo atrás. Me da pena por Julian...
Un besito mi querido Josef. Feliz fin de semana.
Creo que Yanira se sintió sola... ya que ni siquiera su nombre sabía!!!
Veremos como sigue...
Un beso grande. Buen fin de semana y quedo a la espera de la continaución....
Bellísimo relato con grandes descripciones que me han llenado de recuerdos e imágenes, incluso he respirado ese aire marino tan lejano. Esa forma maravillosa como comienzas el relato es fascinante.
Julian y su fiesta... cuantos existirán por ahí, olvidando darle la suficiente importancia y tiempo a su mujer. Un día despiertan, se encontrarán solos, y es demasiado tarde, bien hace Yanira en irse con Korchianis a una mejor vida...al final no estaba sujeta a nadie. Excelente, me ha encantado. Hasta el martes...es demasiado tiempo,jajaja. Un abrazo enorrme.
Hola cielo muy bueno el relato me gusto el dinero siempre por delante esperare al martes tengo ganas de saber como sigue
un beso y feliz fin de semana
Julian debía saber que una bella y joven doncella necesita ser dama y no plebeya, necesita sentirse admirada y muy deseada.
Y eso en una chabola la pobrecita no lo podría soportar.
Gran creación literaria la que nos sueles regalar.Gracias
Un saludo desde las aguas del Mediterráneo
Hola mJposé!! Muy bueno amigo. Tanta belleza no podía permanecer así. Quién no está en una permanente búsqueda? Yanira también.
Excelente relato.
Besossss
El dinero lo puedo todo, lo compra todo casi siempre....
Muuuuuuuuuuuuuacks!
Ah... vaya historia... esperaré hasta el martes... me has dejado con la extraña sensacion de esas series de t.v.: Continuará... y la curiosidad ya me carcome de a poco.
Un Abrazo
Veremos que ocurre.
Está muy interesante.
Saludos.
Si después de varios meses Julián ni siquiera sabía el nombre la mujer con la que compartía su vida, no me extraña que ésta quisiera marcharse.
El alcohol no es muy buen "compañero" que se diga.
Besos y feliz fin de semana
me intriga tanto saber qué pasará como qué pasó para que Yanira apareciera de su brazo
espero impaciente al martes
Besos
Espero la segunda parte...
Buen escritor merece la pena visitarte.
besos
¿Cómo que el martes continuara…? Me quedé con los ojos pegados a la pantalla completamente hipnotizada con la historia, por cierto ¿tú estabas en la isla…? ¡Que final!
Besitos.
Muy buen relaato. Me quedo esperando el final!
Que relato mas bonito como envidio a Julian, mi gran sueño vivir asi en una isla solitaria, viviendo en armonia con la naturaleza y sentir esa paz que nos brinda tu propia compañia bueno si estas con alguien mas mucho mejor.
Espero con muchas ganas la continuacion de este bello relato.
Primavera
bravo Josef....tu narrador me ha transportado, es una máquina del tiempo perfectamente engrasada y a punto en todo su recorrido.
besitos de luz
felicidades siempre!!!
Nos has dejado con la intriga.
¿ Qué cosas te contará jUlián?
Pinta muy bien este relato, volveré por la continuación.
Besitos y buen fin de semana!
Hermoso relato, me ha gustado mucho y espero leer el final que seguro que será sorprendente. Un abrazo y feliz fin de semana.
ya falta menos para el martes....¡¡
me encanta el nombre...Yanira....
suena magico..
un abrazo moderato
Ansioso de que llegue el martes.
Un abrazo,
el amor a la botella y el hecho de que él ni siquiera conociera su nombre, no parecen buenos amarres, la verdad. Pero aún no conocemos el otro punto de vista, claro.
Interesante!
Salud!
Estas cosas pasan cuando a las mujeres sólo se nos pide. En DAR y RECIBIR está el secreto.
Deberían enseñar en las escuelas a tratar al sexo contrario, jaja
Besos
Tras algunas semanas ausentes de la blogosfera, es un placer volver a visitarte, amigo Moderato.
¡Aqui estamos de nuevo!
Un abrazo.
No puede ser,confío en Yanira, yo jamás abandonaría a Julián, que gran historia te está contando, casi he conseguido ver hervir el mar en la levantá de atunes. Atrapaste mi sueño. Te espero ansiosa el martes.
Besos Eritia
Quien fuera lobo de mar...fantástico sueño.
Un abrazo.
Arwen
Aun acostumbrado a la soledad, esta se hace demasiado grande cuando cualquier atisbo de compañía nos descubre la fragancia de un compartir, y al perderla, perdemos con ella, esa esperanza de volvernos a reencontrar con los colorines del contacto que embriaga la piel a la que amamos...
Abrazzzusss
La soledad es un perro rabioso encerrado en una casa...
Gracias por tu(s) relato(s)
besos
Pobre, que putada, se quedará solito??? no creo no, no serás tan cruel jejeje. Que bien que llegué tarde a leerte una vez más, porque así puedo seguir con la historia, que veo que no has aguantado al martes, que biennnnnnnnn. Voy a serguir. Un besazo, pedazo de escritor.
Como yo también llegué tarde me reservo el comentario completo hasta que termine de leer , lo que si puedo decir es que d emoment me tiene atrapada el relato... ahora vuelvo....continúo leyéndote
Es un placer, sigo a la espera.
"poderoso caballero
es don Dinero".
Quevedo
Un abrazo
Huérfana se debe haber sentido del amor o quizás lo que Julián le entregaba no era lo que ella deseaba…realmente uno no le pertenece a nadie…me gusta viajar a tu lado con tu relato…Josef un beso
Que traición para el pobre Julián. El amor no se vende por unas simples monedas, por eso me alegra que mantuviera su dignidad y rompiera los billetes. Y a ella que le pasó? le quería, se aburrió, o le deslumbró el dinero del otro? Pero es ficción o realidad??? Ahora estoy ansiosa por ver las dos partes siguientes.
Estupendo relato Josef. Mantienes en vilo a tus lectores. Todo puede suceder en tus historias. Me encantan.
Besitos amigo.
Sirenas, amores, dinero y una tremenda soledad al final, Una mezcla que nos hace perseguir cada una de las letras escritas y nos dejas con la intriga hasta el martes. Pufff
Un cariño abrazo y hasta el martes
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